La lucha de clases y el anarquismo

El concepto de la lucha de clases

Marx es, sin duda, uno de los grandes pensadores contemporáneos; su concepto de la «lucha de clases» fue también asumido por el anarquismo, al fin y al cabo una corriente socialista en origen. Sin embargo, bien entrado el siglo XXI, son las ideas anarquistas las que cobran auténtica vigencia y constante renovación al no subordinarse a condiciones objetivas, ni a ninguna suerte de teleología, y dar importancia a la libertad y la actividad de los seres humanos.

La expresión «materialismo dialéctico» fue acuñada por Plejanov (abreviada con el termino Diamat), tantas veces identificada con el marxismo, aunque los expertos aseguran que las diferentes variedades del marxismo hacen esa identificación poco afortunada. A pesar de ello, hay que recordar varias cosas de Marx: que fue un materialista opuesto al materialismo mecanicista; que en su pensamiento hay una fuerte impronta dialéctica, y que acabó confirmando una de las leyes dialécticas, el paso de la cantidad a la cualidad, según el modelo de la Lógica de Hegel. Según Ferrater Mora, Marx es identificable con el «materialismo histórico», noción que veremos más adelante.

La formulación del materialismo dialéctico se encuentra en Engels, siempre en la línea de Marx y tratando de aportar y completar su pensamiento, la cual se incorporó al «marxismo ortodoxo» y a la denominada «filosofía soviética». No obstante, hay que aclarar que es posible sostener el materialismo dialéctico fuera de la ortodoxía marxista, bien para apartarse del marxismo-leninismo o para hacerlo de la razón analítica y positiva (en otras palabras, dejando a un lado la causalidad y primando la dialéctica).

Las intenciones de Engels fueron a apoyarse en Hegel para dar lugar a una «filosofía de la naturaleza» que superara el materialismo mecanicista, tan propia de las interpretaciones filosóficas de la ciencia en el siglo XIX. El modelo mecánico sería demasiado superficial para Engels, no tiene en cuenta el nuevo desarrollo científico (como el de la evolución de las especies), y tampoco el carácter práctico del conocimiento y la cuestión de que las ciencias están vinculadas a las condiciones sociales y al hecho posible de revolucionar la sociedad.

Si el materialismo mecanicista se basa en la idea de que el mundo está compuesto de cosas, de partículas materiales combinadas entre sí de un modo inerte, el materialismo dialéctico dice que los fenómenos materiales son procesos. Hegel diría que esos procesos naturales son manifestaciones del «Espíritu», pero lo que se coloca ahora en la misma base de esos procesos es la materia en cuanto que se desarrolla dialécticamente. Son tres las grandes leyes dialécticas de la naturaleza: ley del paso de la cantidad a la cualidad, ley de la interpenetración de los contrarios (u opuestos) y ley de la negación de la negación (según la cual, un germen da lugar a una flor, la cual acaba muriendo y produciendo otro germen que florecerá). Para Engels, negar que existen contradicciones en la naturaleza es caer en la «metafísica», el movimiento mismo supone estar lleno de contradicciones y los cambios no pueden explicarse sin esa lucha entre opuestos. El carácter de lucha y oposición de contrarios es universal, se manifiesta tanto en la sociedad y en la naturaleza como en la matemática.

Después de Engels, otros autores sostuvieron el materialismo dialéctico modificándolo de alguna manera. Lenin, iniciador del marxismo-leninismo, insistirá menos en el concepto de «materia» como realidad sometida a cambios según los procesos dialécticos. La posición del ruso supone huir del idealismo y del fenomenismo, defendiendo para ello un realismo materialista, aunque insistiendo en el aspecto dialéctico. Lenin equiparará la realidad material con el mundo real «externo» reflejado por la conciencia, la cual copia este mundo mediante las percepciones; estas, serán una especie de «reflejos» de la realidad material misma, lo cual no quiere decir que las percepciones describan el mundo físico tal como es. El verdadero conocimiento es el conocimiento científico, y la percepción no es incompatible con ese conocimiento. Según el ruso, el materialismo dialéctico, así como la epistemología realista y científica propia de él, constituyen la doctrina para la lucha a favor del comunismo; si se puede equiparar con una ideología el materialismo dialéctico, será la «teoría verdadera» que dará lugar a una sociedad sin clases.

En cuanto al materialismo histórico (Hismat, de nuevo según Plejanov), sí puede considerarse característico del pensamiento de Marx. Según no poco autores, es posible sostener el materialismo histórico sin apoyarse en el dialéctico. En cambio, a la inversa resulta francamente difícil. Tampoco parece fácil dejar al margen a Engels de la elaboración del materialismo histórico, aunque habitualmente se vincule con Marx y con el marxismo. Una de las ideas principales es la de transformar el mundo material por medio del trabajo. En la sociedad capitalista, el trabajador enajena su trabajo al convertirse en un producto de compra y venta. La causa de ello está en los modos y relaciones de producción, y entender éstos supone hacerlo también de la formación de las sociedades. La historia de los hombres, como historia de las sociedades, se entiende entonces tomando como base el mundo material y lo que realizan los seres humanos con él; los cambios en las condiciones materiales de existencia son, así, el fundamento de los cambios sociales e históricos. El resto de actividades humanas y sus consecuencias (Estados, leyes, cultura…) se hallan subordinados a los modos de producción.

La verdadera preocupación de Marx está, no tanto en la naturaleza humana (que sería una abstracción), sino en lo que esta hace con el mundo (realidad concreta, que cambia y evoluciona). Se trata de comprender los mecanismos de la formación de las sociedades y los cambios que se operan en ellas, los cuáles son de naturaleza dialéctica al producirse en las sociedades conflictos que se resuelven gracias a transformaciones en la estructura. Se trata de una dialéctica «real» que permite comprender que en la historia, al producirse la «lucha de clases», existen negaciones de una clase por otra. Una clase dominante, impulsora de los modos de producción, cae víctima de una serie de tensiones y contradicciones intrínsecas, cediendo su lugar a una clase desposeída que asume el mando de los modos de producción. En cualquier caso, creo que puede decirse que esta situación no se produce de manera mecánica ni, totalmente, gracias a unas condiciones objetivas. Es necesaria la voluntad humana, la actividad revolucionaria de la clase desposeída para acabar con los privilegios de clase; en caso contrario, la historia parece estancarse.

Una de las cosas rechazables en Marx, es la subordinación que realiza de la acción humana a unas determinadas condiciones objetivas, para él las relaciones de producción se definen de manera independiente a la voluntad del hombre. Para el marxismo, «el modo de producción en la vida material determina el carácter general de los procesos sociales, políticos y espirituales de la vida». Ello ha supuesto que numerosos autores afirmen que, según el materialismo histórico, la economía constituya la base de la historia y de todas sus estructuras. No obstante, no hay una subordinación de todos los sectores sociales a uno solo, lo que ocurre es que en todas la actividades humanas están presentes los modos y relaciones de producción material. El materialismo histórico trata de proporcionar una explicación concreta de la formas básicas de las estructuras sociales humanas, y de las condiciones y leyes que rigen sus cambios en el curso de la historia.

A pesar de que Bakunin (padre del anarquismo moderno, con permiso de Proudhon) adoptó, en gran medida, la concepción materialista de la historia y aunque el objetivo para el anarquismo es también una sociedad sin clases (una de las características obvias de una sociedad antiautoritaria), la visión ácrata se aparta inevitablemente, casi desde su origen, de Marx y sus herederos. No hablamos esta vez de diferentes medios sociales y políticos para lograr un fin, la simple idea de una voluntad subordinada y víctima de unas leyes de la historia resulta, creo que cualquier anarquista estará de acuerdo, odiosa a un espíritu libertario.

La lucha de clases está en gran medida asumida, y no solo por las ideas anarquistas, pero el enriquecimiento de estas se produce con factores que corresponden al plano de la actividad humana: el apoyo mutuo como importante factor evolutivo, la solidaridad como indispensable presencia social, la libertad como muestra de dignidad humana… El deseo de acabar con toda institución coercitiva, que obstaculice el desenvolvimiento de una sociedad libre, hace que no puedan verse unas simples condiciones objetivas (aunque la idea antiautoritaria constituye, en sí misma, un atractivo motor de evolución social), se entiende que la libre experimentación en las relaciones económicas es uno de los factores importantes para los objetivos. Para el anarquismo, es mi opinión, es la acción humana frente a toda resistencia autoritaria, algo propiciado por la voluntad, conciencia y deseo de las personas, un elemento indispensable para el cambio social.

La lucha de clases hoy y el anarquismo

¿Qué podemos decir hoy sobre la lucha de clases? La propia aclaración, por parte de algunos anarquistas, de que ellos sí están a favor de la lucha de clases es una invitación ya al debate, siempre saludable desde la perspectiva libertaria.

Desde sus orígenes, el anarquismo se ha opuesto a la sociedad de clases, y ha combatido cualquier forma de alienación y explotación; es así, por ser una variedad del socialismo, que confía plenamente en la libertad y espontaneidad de las personas, lo que le diferencia de otras corrientes. La cuestión es si esta visión tradicional sobre la explotación y la lucha de clases se ha visto tan influenciada por el marxismo, y su visión de que los trabajadores se vuelven inevitablemente revolucionarios, que hoy es un obstáculo primordial para la transformación social. El anarquismo no se limitó nunca a señalar solo la explotación económica, por lo que el antagonismo de clase bien se podría sustituir (o, mejor, extender) a la lucha por acabar con la dominación. Es cierto que este análisis, tal vez demasiado elemental, lo realiza a priori la mayor parte de los anarquistas, pero bien merece la pena insistir en ello una vez más.

Nos gustan demasiado las etiquetas, y los apelativos que acompañen a la palabra anarquista, por lo que tratemos de observar el asunto desde una perspectiva amplia. Cuando se realiza esta crítica, no estamos diciendo que la clase trabajadora hoy, bien entrado el siglo XXI y en lo que algunas llaman sociedad posmoderna y posindustrial, ya no existe. Sería una soberana estupidez afirmar tal cosa, lo mismo que asegurar que el poder tampoco; no existe el poder al modo tradicional, al menos no de una manera obvia, ya que ha sufrido su propia evolución integrando en él a las personas (el Estado «democrático» es eso). Lo mismo ocurre con el capitalismo y con la clase trabajadora, o más concretamente con el proletariado; ha habido muchos cambios, económicos y sociopolíticos, desde esa visión socialista que consideraba que sería el sujeto protagonista de la revolución. Insistiremos en que el anarquismo marcó la diferencia, pero es posible que gran parte de él sí se viera influenciado por esa visión. Seguir pensando que los trabajadores, los explotados, en su antagonismo de clase pueden acabar generando una conciencia revolucionaria (y, más importante, libertaria) resulta hoy ingenuo. 

El anarcosindicalismo, o el sindicalismo revolucionario, parece hoy más una idea romántica que una posibilidad material con algo de futuro. Por supuesto, no decimos que no sea muy loable la existencia de sindicatos independientes y combativos, a diferencia de los directamente integrados en el Estado, pero sencillamente hay que cuestionar si ello es la vía para trabajar por la sociedad libertaría. Estaremos de acuerdo, al menos, en que no puede ser la única vía. Por ello, los cambios hoy para el modelo organizativo hacen que existan ciertas redes difusas en un nuevo escenario sociopolítico y tecnológico. No obstante, hay anarquistas, muy influenciados por el anarquismo clásico, que continúan insistiendo en esa perspectiva obrera para realizar el cambio social, ya que son los trabajadores los que más sufren la explotación capitalista y los más interesados en acabar con ella (algo que, por otra parte, afirma cualquier socialista revolucionario). Otros, aseguran que los sindicatos, incluso los más combativos, incluyendo los que enarbolan banderas anarquistas y tienen en su programa la autogestión económica, acaban siendo en definitiva mediadores entre el Trabajo y el Capital, por lo que entran en el juego del sistema.

El propio concepto de «lucha de clases», el protagonista de este texto, está tan contaminado por la visión marxista (aunque ya existiera con anterioridad a Marx) que es también digno de reflexión. Los anarquistas, creemos que estarán de acuerdo todos, están obligados a combatir la opresión en cualquiera de sus formas; ello, al margen de que la misma tenga una obvia connotación de clase o se produzca en otros ámbitos. Los estudiantes, por ejemplo, no integrados todavía en el mercado de trabajo, resultan una magnífica esperanza para combatir toda forma de dominación e ir perfilando un horizonte libertario. No es casualidad que el Mayo francés constituyera, creemos posible llamarlo así, un cierto cambio de paradigma para las ideas libertarias. Lo que es evidente es que el mundo del siglo XXI es ya muy diferente del de hace décadas, por lo que los anarquistas estamos obligados a analizar y buscar respuestas ante los nuevos escenarios. La lucha de clases tradicional, junto a otros valores originarios de la modernidad (donde el socialismo fue importante, pero no olvidemos que es el capitalismo es el sistema que se ha ido consolidando, por lo que es inevitable asociarlo a esta época), como la razón y el progreso, son bellos ideales que no pueden, de ninguna manera, ser rechazados sin más. Lo que se critica es su subordinación a un sistema que continúa siendo jerarquizado y explotador, si bien con la capacidad de integrar y colonizar la conciencias de gran parte de las personas (incluyendo las de los mayores explotados). 

La sociedad autoritaria ha demostrado una gran habilidad para integrar las nuevas luchas; las que se desarrollan en la actualidad, subversivas, solidarias, horizontales y con el horizonte de la autogestión, también deben cuidar su independencia para no contribuir a asentar nuevos mecanismos de dominación. Una de las grandes características de las organizaciones anarquistas es que, en su seno, llevan ya la sociedad que les gustaría vivir; esta sociedad, por supuesto, se caracteriza por la la inexistencia de explotación ni dominación (una sociedad sin clases). Otro rasgo de los múltiples proyectos locales anarquistas, es la ausencia de una visión rígida y sistematizada sobre las ideas y la sociedad. Es por eso que una visión inmovilista sobre la lucha de clases no es tampoco asumible y parece propia de organizaciones de masas, al estilo de la CNT de antaño, que hoy parece sencillamente imposible. La lucha de clases, vista de esa forma, como en otras corrientes socialistas como el marxismo, parece suponer una desesperada respuesta a los problemas sociales y económicos, un factor que acabaría empujando a la deseada sociedad sin explotadores ni explotados. La realidad es algo más compleja, por lo que merece la pena extender nuestro trabajo por una sociedad libertaria a otros ámbitos.

Capi Vidal

http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/

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