[Libro] El pensamiento anarquista – Antología

Prólogo de Jaime Luis Brito. 

Con textos de Piotr Alekséyevich Kropotkin, Ricardo Flores Magón, Práxedis Guerrero, Rudolf Rocker, Errico Malatesta y Emma Goldman

Anarquismo y resistencia (extracto del prólogo)

En medio del caos reinante producido por un sistema económico que genera desigualdades que producen pobreza generalizada y mucha riqueza concentrada en unas cuantas manos, surgen ideas discordantes que crean nuevos paradigmas. Frente a los sistemas predominantes opresivos, los grupos organizados oponen nuevos (algunos no tanto) sistemas de pensamiento que buscan crear condiciones de libertad y equidad.

Estos sistemas de pensamiento se basan en conceptos que pretenden organizar la realidad. Uno de ellos, quizá de los más cuestionados, malinterpretados, descalificados y odiados, es el que conocemos como anarquismo. Casi dos siglos después de su surgimiento, el anarquismo continúa siendo amado con fanatismo por algunos grupos juveniles que se extienden por todo el mundo; u odiado con frenesí por aquéllos que aman el “orden”, es decir, el status quo.

No es casual que en la cobertura de las manifestaciones y protestas, la imagen favorita de los medios de comunicación –particularmente los electrónicos concesionados por el Estado–, sea la del “anarquista loco” que busca a como dé lugar subvertir el “orden” que “nos da la paz, la libertad” (definida ésta como lo hacen los sajones) y acabar con todo resquicio del Estado.

Y esto último es cierto, el anarquismo parte del hecho de que los individuos pueden hacer uso de su libertad a través de formas de organización igualitarias. Hay dos grandes corrientes: la del individualismo y la socialista. Sin embargo, ambas niegan la necesidad de autoridad, liderazgo y gobierno, inherente al ser humano. No obstante, esta necesidad de autoridad está tan arraigada en la mente del ciudadano promedio, que resulta impensable una sociedad “sin gobierno”.

Por otra parte, en general, la mayoría de las personas se quejan de leyes, reglamentos, regulaciones, impuestos y abusos de poder, y sin embargo, se piensa que no hay más remedio que aguantar en silencio, dado que la alternativa de “falta de poder, autoridad y todo mundo haciendo su propia voluntad”, sería inaceptable, sería la anarquía.

Las alternativas de sociedades posibles sin Estado son ilimitadas. De entrada, cualquier sociedad anarquista ahorraría al ciudadano las distorsiones que produce el Estado, porque al final el Estado funciona, porque responde a las necesidades de la clase que lo creó: la burguesa. No es que el Estado esté mal cuando reprime a los ciudadanos en el más amplio sentido de la palabra. En realidad, con ello sólo cumple con su objetivo histórico, que es proteger los intereses de quienes lo conformaron.

El anarquismo parte del hecho de que existe una sociedad libre y de libre cooperación. Hay varios tipos de anarquismo, aunque todos parten de que el Estado debe ser sustituido por una sociedad sin clases y sin la violencia restrictiva, la represión. No es una circunstancia que refiera solamente a una utopia; ha habido un largo recorrido histórico. La anarquía no surgió de teóricos encerrados en sus torres de marfil, sino directamente de la lucha por la supervivencia de la población oprimida.

La idea central del anarquismo es que la sociedad tome en sus manos su organización y acción de vida, sin la necesidad de que alguien o algo la gobierne. Sin embargo, se habla de que en una sociedad como ésa reinaría el caos. Pero actualmente reina el caos: millones de personas están desempleadas mientras que otras viven para trabajar por la excesiva carga de un empleo que implica sólo la repetición y la rutina. Millones mueren de hambre mientras se tira comida al mar para mantener los precios. El aire está contaminado a causa del humo de los vehículos, que se multiplican como parte del status.

Aquellas partes del Estado que se supone son benéficas, son en realidad engranes que nos hacen más dependientes de él. Por ejemplo, el caso de la seguridad social, que no resuelve los problemas de salud de la población, sino que sólo la hace más dependiente del Estado; al mismo tiempo, le ha quitado la posibilidad de crear su propia iniciativa de sistemas autogestionados de seguridad social.

Mientras la autoridad sólo puede imponer cosas, el anarquismo plantea que sólo aquellas personas que viven en una determinada zona, tienen derecho a decidir sobre su organización y sobre los asuntos que conciernen a dicha zona. Sin clases dirigentes o gobernantes, y sin la necesidad de un aparato para mantener el control y la esclavitud, no habría necesidad de un Estado.

Sin el Estado las sociedades tendrían que encontrar una forma de organización libre, de acuerdo con los propios fines de esa sociedad. No podría haber una sociedad más caótica que la actual, dado que busca el saqueo, la represión y el control de sus integrantes. Por ello el anarquismo constituiría la edificación de una sociedad mucho más tranquila y equilibrada.

Los gobernantes dicen proteger a la sociedad y, sin embargo, sólo se protegen a sí mismos, y a sus propiedades, de la sociedad. Si los bienes de la comunidad se socializan, sería absurdo robar. Al asumir la propiedad colectiva, la comunidad decidiría la forma de organización de la seguridad. Estas comunidades necesitarían organizar algún medio con qué tratar a aquellos individuos que perjudicaran a los demás. En lugar de varios miles de policías profesionales, todos se protegerían mutuamente.

Otro ejemplo de lo retorcida que es la actual sociedad son las cárceles. El sistema penitenciario que produce el Estado ha fracasado a la hora de mejorar o reformar a las personas que son llevadas a prisión. El actual sistema penitenciario es una universidad del crimen. Aquéllos que ingresan por un delito menor, salen convertidos en delincuentes profesionales que vivieron procesos importantes de deshumanización.

Los presos que cumplen con una condena larga a menudo se convierten en seres incapaces de sobrevivir fuera de una institución que tome todas las decisiones por ellos. La mayoría de los presos reincide. Frente a esto, el anarquismo, como las comunidades indígenas, propone que sea la propia gente la que decida sobre las formas de reparación del delito y de castigo en aquéllos que violenten las normas y la realidad de la sociedad. El anarquismo constituye una forma de organización distinta. No significa necesariamente el caos. Consiste en un pacto voluntario entre individuos y grupos que, de manera soberana, coinciden en que cualquier tipo de coerción, como el monopolio de la violencia legítima, es inaceptable.

El anarquismo puede entenderse como una forma de vida individual en la que el sujeto es soberano de sí mismo y el único capacitado para tomar las decisiones que le conciernen. En ese marco, las relaciones sociales deben desarrollarse como pactos voluntarios entre hombres y mujeres libres, que no son dependientes de terceros en el control de sus vidas. Con ello, las personas tienen el derecho de autogobernarse y la responsabilidad sobre sí mismo y los otros.

El anarquismo rechaza el principio de autoridad al que se opone la autonomía o soberanía individual y el libre pacto. Cualquier autoridad, sea impuesta o voluntariamente aceptada, es rechazada por los anarquistas. Por norma general, pretenden sustituir las relaciones autoritarias por relaciones de consenso; es la asamblea, en el espectro ácrata, el método organizativo más común para la toma de decisiones.

El anarquismo entiende que el Estado, como cualquier otra institución con poder, engendra violencia, dado que siempre será una minoría quien ostente el poder y por lo tanto coarte la libertad de las mayorías para mantener sus privilegios. Por lo tanto, cuando este corpus de conocimiento teórico se pone en práctica, inevitablemente hay una confrontación entre quienes piensan que los individuos deben gobernarse a sí mismos, y aquéllos que consideran que deben existir instituciones que los gobiernen.

Esta confrontación deriva en una lucha, para la cual existen al menos dos caminos: aquél que establece que la confrontación debe ser violenta; y el que alude a la resistencia pacífica e incluso noviolenta. Ejemplos del primero son aquéllos que asesinaron a los líderes rusos (1881); en la República Francesa (1894); en Italia (1900), y en los Estados Unidos (1901). Algunas de las tendencias y actitudes anarquistas identificadas como noviolentas son el cristianismo libertario y el anarcopacifismo; movimientos que tienen una fuerte convicción de que el uso de la violencia supone repetir patrones de poder y autoridad, lo cual los lleva a rechazar cualquier acto de violencia y abogan por otros métodos de lucha, tales como la desobediencia civil y el antimilitarismo. Sin embargo, hay corrientes como el anarcosindicalismo en las que ambas posturas han convivido. En la Guerra civil española y en la Revolución makhnovista en Ucrania, el anarquismo también utilizó la violencia.

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Editado por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

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