La Pepa, el Borbón… y el pelota de Pepón

Desde luego este hombre (me estoy refiriendo al decaído Borbón que todavía “okupa” La Zarzuela pues al pelota Pepón, primer gallo en el corral democrático de la Carrera de San Jerónimo, me referiré más adelante) tiene una cara que se la pisa, un frontal regio de cemento armado, una epidermis facial de acero al tungsteno que no perforaría, llegado el caso, ni un misil de última generación lanzado contra ella por experto talibán; a una distancia sensiblemente igual, por poner un ejemplo, a la que él mismo, en 1956, con 18 años y siendo ya un gentil caballero cadete de la Academia General Militar de Zaragoza y, por lo tanto, un experto en el uso de toda clase de armas portátiles, levantó la tapa de los sesos a su hermano Alfonso, en Estoril, con una pistola calibre 22.

Y es que después de 4 meses (sigo con el Borbón de marras) de permanecer en paradero desconocido (las únicas salidas “oficiales” que se le conocen en todo este tiempo han sido las de Mallorca, con dos cafés con ZP, y la carrera de moto GP en Alcañiz) por culpa, según algunos, de una extraña agorafobia regia que le ha impedido cumplir con sus obligaciones oficiales y hasta de disfrutar de su pasión por el mar y, según otros más maliciosos, de las agresivas terapias “quimio” y “radio” a las que le ha obligado el famoso nódulo pulmonar super benigno que le extirparon en Barcelona… a este hombre le sale la vena constitucional y democrática tan arraigada durante siglos en la familia Borbón (que alcanzaría su máximo exponente en el reinado de su antepasado Fernando VII) y se planta en San Fernando (Cádiz) dispuesto a ejercer liderazgo democrático, a chupar cámaras (de video y de diputados) y a presidir con todos los honores el 200 aniversario del inicio de las sesiones de unas Cortes que, como todo el mundo sabe, acabarían redactando una Constitución que reivindicaba la total soberanía del pueblo en contra del absolutismo regio y totalitario ejercido durante siglos por reyes/dictadores ineptos, desequilibrados, indolentes, mujeriegos, borrachos e idiotas. Esencialmente de su dinastía borbónica.

Unas Cortes primerizas, reunidas en primera sesión el 24 de septiembre de 1810 en la entonces llamada Isla de León, que sentarían las bases del moderno republicanismo español aunque, dadas las precarias circunstancias políticas y bélicas del momento, no se atrevieran a dar el paso definitivo hacia la República, aceptando como mal menor la monarquía parlamentaria y evitándole con ello al felón de Fernando VII (que en cuanto regresó de su exilio napoleónico se cuidó muy mucho de cargarse su trabajo y de fusilar de paso unos cuantos centenares de probos constitucionalistas liberales) la extirpación traumática de sus amígdalas al modo y manera que los revolucionarios franceses hicieron, unos cuantos años antes, con Luis XVI. Con la inestimable ayuda, eso sí, de la mente preclara del “docteur Guillotin”.

Pues bien, a este monarca de pacotilla que nos metió a frotamiento duro el general Franco, a este trepa con corona que se pegó como una lapa a su caudillo en los años 50 y 60 del pasado siglo para que el susodicho “dictador de todos los españoles” le regalara, vía digital, un trono con el que pegarse la gran vida y amasar una saneada fortunita para los nietos y nietas, fondón como está, enfermo como está, papón como está, con su chaleco antibalas de última generación nivelándole por arriba su voluminosa barriga cervecera, no se le ocurre otra cosa más peregrina que desplazarse a San Fernando (Cádiz), acompañado en el avión regio, eso sí, por la trouppe parlamentaria encabezada por Pepón, el del entretejido capilar, para ejercer de rey demócrata de toda la vida, de constitucionalista de pro, de avalador de nuestras libertades y derechos… y, de paso, ser receptor en tiempo real de las lisonjas, parabienes, loas, pelotillas y lameculadas de su amigo, el ya señalado Pepón, el número tres del Régimen y que, por supuesto, no cobra tanto como él (9 millones de euros al año, 1500 millones de las antiguas pesetas) pero que con sus caballos, sus fincas, sus tiendas de lujo y su modesto sueldo parlamentario (12.000-14.000 euros mensuales) se desenvuelve también con decoro en su ajetreada vida social, sobre todo después de que su “santa” lo haya mandado a freír gárgaras.

Pues decía que este hombre, el sucesor de demócratas de toda la vida como Felipe V, Fernando VI, Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XII, Alfonso XIII… que, al igual que este último, avaló un golpe de Estado militar (el famoso 23-F) aunque, a diferencia de aquél, se acojonara a última hora y traicionara a sus fieles cortesanos enviándolos a galeras para no poner en peligro su preciada corona franquista, se ha permitido el lujo de presentarse ante todos los españoles, con un coro infecto de pelotas y cortesanos, y formando parte de una teatral patochada conmemorativa de aquellas valientes y meritorias Cortes de Cádiz de 1810. Impresentable la cosa. Desde luego, este último Borbón, no hay más que verlo, está viejo, chocho, enfermo y con las neuronas bajo mínimos.

Y en cuanto al Pepón de las Cortes (las de ahora, no las de 1810) muy poco más hay que decir. A este personaje o personajillo lo conocemos bien todos los ciudadanos de este país. Un profesional de la política española, socialista obrero de toda la vida, virrey de Castilla-La Mancha durante lustros, ministro de Defensa con ZP y experto, es un decir, en operaciones aerotácticas y helitransportadas de nuestro Ejército. Por eso se dio cuenta enseguida, siendo jefe de ese Departamento, que el derribo por parte de la guerrilla talibán del helicóptero Cougar de las FAMET (Fuerzas aeromóviles del Ejército de Tierra) en Afganistán, que nos costó 17 muertos, en realidad fue un desgraciado accidente cuya culpa debía recaer solo y explícitamente en el piloto fallecido. Que no supo controlar su aeronave en un sencillo “descreste táctico” con 18 nudos de viento en cola. ¡Un águila de los Ejércitos este acomodaticio político todo terreno! Que ahora preside, con martillo de hierro, el guirigay diario de nuestra sacrosanta Cámara Baja.

Pues nada amigos, nadie lo diría, que tenemos un rey republicano de verdad, que rinde culto a los revolucionarios de 1810, que si juró (que sí lo hizo) por dos veces los principios del Movimiento Nacional franquista fue esencialmente para despistar a los fascistas, engañar a Franco y traernos la verdadera democracia a todos los españoles que, según él, hemos gozado del período más largo de libertad y paz octaviana acogidos bajo su manto de púrpura. Sin embargo, por mucho pelota que le acompañe, cada vez le va a resultar más difícil a esta rara avis republicana con corona seguir engañando a los ciudadanos de este país, después de lo que ha llovido en estos parajes desde el 22 de noviembre de 1975; fecha en la que, como he señalado al principio de las presentes líneas, con más cara que espalda, se permitió recibir la corona de sus ineptos antepasados de las manos del falangista Rodríguez de Valcárcel, después de llamar guapo, generalísimo y demócrata de toda la vida a su mentor, el genocida Paquito.

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