Los sindicatos y el 15-M

Acampada solHoy ha tenido lugar en Barcelona el tercer encuentro de trabajador@s indignad@s donde se ha venido calentando motores para las movilizaciones próximas, con especial interés en la jornada de lucha del 15 de Octubre. Ha sido el lugar idóneo para tomarle el pulso a la situación social y laboral en relación al  movimiento 15M. Las conclusión principal que he sacado es que la movida sindical está aún atascada en el tipo de división que permitió sucesos tan desgraciados como los hechos de Mayo de 1937 y que ha florecido desde el apadrinamiento por el estado de los llamados sindicatos amarillos. Y es natural, porque no todos los sindicatos persiguen lo mismo ni lo hacen de la misma manera, aunque todos quieren arrimar el ascua de los trabajadores, parados y simpatizantes del 15M a su sardina. Viene a ser lo que podría llamarse “la magia de las siglas” y funciona igual para sindicatos que para partidos. Precisamente es el huir de esa magia, por otra parte oscura, lo que (hay consenso) le da su sex-appeal al movimiento 15M .

Un@s asumen mejor que otr@s la voluntad apartidista y asindicalista de este fenómeno social y nuevamente lo hacen por una multitud de razones. Hay quienes, convencid@s de su compromiso en la lucha social y de estar perfectamente sintonizad@s con las maneras del movimiento, claman por “salir del armario” y presentarse en los actos con sus siglas y banderas para que se sepa lo bien que luchan por el cambio en la sociedad. Otr@s, quizá temeros@s de quedar mal como arribistas o inconsecuentes por las acciones de sus cúpulas sindicales y en parte también sinceramente, claman por la unidad y se debaten entre abanderar como querrían esa unidad (esa representación de la mayoría, podríamos decir) o sumarse a ella desde el unificador anonimato y, por qué no, seguir esperando buena pesca. Tod@s coinciden sin embargo en la necesidad de unificar luchas (dicho así, en general, porque parece haber también diferencias de criterio sobre si promover o no la convergencia de las movilizaciones de sanidad y las de educación, así como otros mini-reproches y puyas).

Algun@s piden huelga general, cosa que l@s asistentes a esta asamblea parecen considerar necesaria: recrudecer el pulso que la sociedad tiene con el estado en este momento de movilizaciones diarias, crisis  y degradación del estado de bienestar (y del estar bien en el estado, que se vuelve policial por días) en el que alucinamos día a día. Otr@s oponen que en los centros de trabajo suena otra melodía y que l@s trabajador@s (que no hace falta mirar mucho para decir que no han venido tod@s a la asamblea: ocupa sólo una cuarta parte de la plaza Catalunya) no están por la huelga general, que hay que trabajar más la masa antes de dar candela al horno. Tod@s tienen, si se les escucha de buenas, su parte de razón.

Entre tanto l@s asistentes l@s miramos metafóricamente como quien mira un partido de tenis: ahora pelota para acá, ahora pelota para allá. Van surgiendo de un lado y otro ideas interesantes. L@s convencid@s de la bondad del movimiento de, por y para la base las vamos recogiendo con la idea clara de no quedarnos a ninguna carta y hacer con ellas nuestra colcha de retales.

Habla una mujer de sanidad, de Vall d’Hebrón, y nos presenta la dificultad de plantear una huelga general indefinida cuando supone precisamente agravar el problema de la falta de atención en CAPs y hospitales. Habla otra de Bellvitge y nos cuenta como desde gerencia poco menos que se les invita a que vayan a la huelga que “posiblemente será inevitable” y como están deseando cerrar aún más para poder recortar más el gasto. La de Vall d’Hebrón añade que se han anunciado días de cierre de consultas externas y quirófanos desde arriba y que ante eso la protesta no va a ser la huelga, sino ir a trabajar (a mayor beneficio de l@s usuari@s, opino yo). Las piezas de mi colcha empiezan a mostrar un dibujo.

Otra mujer  y otro hombre animan a la movilización desde los barrios, a recuperar el movimiento vecinal de los años 1980 e incluir a las asociaciones de vecin@s, utilizar los recursos y tejidos que ya tienen y hablar también en las escaleras de todas estas cosas (“¡Diablos, sí!” pienso yo). Anima también a reforzar la jornada de lucha del 15 de Octubre con una huelga social consistente en que nadie pague el metro ese día y seguir coordinando masivas jornadas de boicot  a grandes superficies y similares. La concurrencia parece que lo aprueba y el regusto de la ambigua promoción de la huelga general se me presenta en el paladar. Luego un muchacho denuncia que Carrefour está teniendo un gran aumento de beneficios a la vez que se libra de temporales masivamente (quién no ha visto las frías máquinas de autoservicio de caja) y llama al boicot y a la huelga. Entonces algo hace clic con la pieza de la mujer de Vall d’Hebrón y aprecio el dibujo de la manta de retales.

La crisis, los despidos, la pérdida de servicios del estado del bienestar, el deterioro económico… todo ello existe sólo por el folloneo burocrático que nos traemos; nada tiene una naturaleza material práctica y real. Está claro que la gente ha salido a la calle por eso: porque los campos no han dejado de producir alimentos, ni las minas se han agotado, ni nos falta energía. Como sociedad podemos producir todos los bienes y servicios que hagan falta para dar a cada uno el derecho al bienestar, a un bienestar tan alto como se quiera, de hecho. En eso debería consistir la economía y no en estudiar qué modelo de contrato y convenio esquilma más horas de trabajo de los pobres privilegiados que lo tienen para producir necesidades que nadie sano y libre de manipulación tendría y chorradas que las satisfagan, a mayor gloria de unos cuantos engreídos que han logrado convencernos de que lo mejor que uno puede lograr en la vida es mirar hacia abajo y ver a otro que está peor. Hemos salido a la calle cuando nos hemos dado cuenta de que nos han hecho ser unos cabrones egoístas y hemos resuelto cambiar eso; y cuando, al intentar cambiar eso, hemos topado -sorpresa- con que no tenemos capacidad de decisión sobre nuestra propia sociedad.

Pero sí que tenemos esa capacidad porque como sociedad no iremos más que a donde nos lleven nuestros brazos. Ese es el principio que, en forma negativa, opera en las huelgas tradicionales (no trabajamos; por ahí no vamos). Ahora bien, el ejemplo de la sanidad de la mujer de Vall d’Hebrón es clave: de la crisis económica derivada del atasco de la “sociedad de cabrones egoístas” no nos sacarán las huelgas tradicionales (por buen método de lucha que puedan ser). La detención de los trabajos (aún de aquellos que producen gilipolleces socialmente inútiles o hasta nocivas) hará que se produzcan más pérdidas, más endeudamiento, más despidos. Hará que circulen menos productos y servicios y en definitiva que haya menos bienestar. De la crisis económica real nos sacarán el trabajo y la solidaridad:ponernos todos a trabajar para que a nadie le falte ni trabajo ni bienestar.

No nos dejarán. Los parados no lo están voluntariamente. Los despedidos no pueden presentarse a sus puestos y hacer su trabajo. El producto de esos trabajos no podrá ofrecerse a la sociedad que no puede pagarlos… ¿o sí podrían ser esas dos cosas? La lucha sigue siendo necesaria y una huelga general (añado y recomiendo: indefinida) no puede ser el objetivo sino sólo un instrumento y de uso prudentemente administrado. Las miras han de ser, como el cielo de la calle melancolía, más lejanas y más altas. Si como l@s compañer@s de Vall d’Hebrón vamos a trabajar cuando se nos quiere impedir y ofrecemos ese trabajo a la sociedad porque lo necesita, con independencia de si tiene dinero del estado para pagarlo (que no es la sociedad) la lucha será además el alivio de quienes soportan el mayor peso de este desmoronamiento social que llamamos crisis.

Por tanto, y es la conclusión más grande que me llevo de esta asamblea, al margen de siglas que bien pueden incluir 15M en el conjunto y de discusiones sobre la cuadratura del círculo y la naturaleza de la democracia que parecen  trágicos anuncios de compresas, es necesario que la sociedad tome los puestos de trabajo y se dote a sí misma del bienestar que le deniegan los favorecidos, cuando no hay causa física que impida que se produzca y distribuya ese bienestar. Hay que ir (creo) por la huelga general hacia la ocupación (expropiación) y autogestión de los centros de trabajo. Incluso hay que crear nuevos centros de trabajo en espacios socializables para que todo cuanto haga falta se produzca. Y habrá que luchar y habrá que hacer huelgas y habrá sobre todo, que ayudar a l@s compañer@s afectad@s, vengan de donde vengan. Habrá que sacar de tripas, solidaridad, que es el suelo donde el valor y la lucha florecen. No necesitamos siglas ni banderas (que no digo que no puedan estar para quienes gusten) tanto como necesitamos pan, casa, medicina y saberes.

Hace ya 120 años que l@s pensador@s de los albores de la lucha obrera afirmaron sobre datos objetivos que la capacidad productiva de un país cualquiera era suficiente para permitir vivir con pleno bienestar a todos sus habitantes trabajando jornadas de 4 horas de los 20 a los 45 años. Hablamos del Edén comparado con nuestro mundo actual, de la “tarifa plana en todo”. ¿Cree alguien que las capacidades productivas hayan disminuído desde los albores de la industria del vapor? Pues ¿qué estamos haciendo?

Porque no se trata ya de ser obreros, sindicalistas, aburguesados o luchadores de clase. Se trata de empezar a ser personas y no cabrones.

Si queréis en los comentarios lo hablamos y si no, decídmelo en la calle.

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