Dejando atrás las identidades

ControlPara llegar a comprender el verdadero alcance de los sistemas de dominación contemporáneos debemos entender que estos, a pesar de su búsqueda constante por clasificarnos, no hacen distinciones por nuestro género, edad, color de piel, gusto musical o sexual, ocupación, nacionalidad, o siquiera por nuestra especie. Al igual que los desechos corporales que defecamos, las relaciones autoritarias coactivas no discriminan a nadie. 

El problema de la dominación debe analizarse (y por tanto enfrentarse) como un Todo y no solo como una condición específica, en un lugar geográfico específico, para una especie, género, minoría o grupo social (o económico) específico. Y aunque evidentemente las consecuencias sí se ven y se sienten en estos grupos definidos, no podemos hacer de estas colectividades (falsamente) homogéneas nuestro único universo de acción. 

Las identidades limitan esta visión integral del conflicto permanente contra la autoridad. Una cosa es que con aquellas personas con las que compartimos un interés dediquemos nuestro esfuerzo, nuestro tiempo y nuestra energía corporal y mental a ciertas temáticas que nos importan, necesitamos o motivan, o que se nos facilitan más que otras; y otra muy diferente es el encerrarnos, de la mano de las identidades, en nuestras propias luchas individuales o grupales, desconociendo, deslegitimando o simplemente siendo apátic@s con aquellas de las que no hemos tomado partida, bien porque no hemos querido, bien porque no nos interesa, o bien porque no nos ha tocado aún. 

Si las relaciones autoritarias infectan nuestra vida en infinidad de formas, debemos de encontrar infinidad de formas para resistirlas y atacarlas, por tanto no es conveniente hacer de nuestros  superficiales parecidos, identificaciones inamovibles que nos aparten del contexto global de dominio en el cual nos desenvolvemos. 

Es común que las luchas parcializadas basadas en identidades adquieran cierto aire de víctimas frente al opresor, por lo que los procesos de emancipación se transforman en la búsqueda de mejores tratos o ‘darse su lugar’ dentro de la sociedad (¿Dónde quedó aquello de ‘‘la libertad no se mendiga, se toma’’?). Negociando el problema solo estamos dando aún mayor poder al victimario pues de su decisión de cambiar o no, y del grado en que lo haga o no, dependerá todo el movimiento de liberación de la identidad en cuestión y su posterior desarrollo. Mientras continuemos esperando respuestas o voluntades de las contrapartes causantes de nuestras desgracias, continuaremos perdiendo grandes oportunidades creativas y de real autonomía que difícilmente veremos florecer si es que seguimos con el juego del ‘tire y afloje’, en el que muchas de estas reivindicaciones se han estancado. 

Una institución autoritaria generalizada, pongamos por ejemplo al Gobierno, solo cede cuando ha encontrado la manera de adaptarse a las nuevas exigencias, por tanto es ridículo pensar que de la negociación y el diálogo con éste resulte su destrucción. En cuanto sigamos pensando que necesitamos de dichas instituciones para recuperar nuestras propias vidas, seguiremos perpetuándolas, haciéndolas cada vez más fuertes y con más poder sobre nosotr@s. 

Existe un caos infinito de cosas que nos acercan a otras personas a la vez que nos hace a cada un@ especial e irrepetible. Cosas mucho más profundas que ciertas superficialidades como nuestro órgano genital, nuestro gusto sexual, o nuestra ocupación; desconocerlas sería aceptar que no somos más que una etiqueta.

Si la sociedad de control nos impone a cada un@ roles o ‘papeles’, no debemos reforzar ni perpetuar los mismos, sino traspasarlos, destruirlos, hacerlos inútiles, y por tanto a nosotr@s individualmente inclasificables y colectivamente impredecibles. Todo lo contrario de lo que se espera nos convirtamos.

Revista Anarquista Espontaneidad
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