Yo decido sobre mi salud

La salud no es y no debe ser bajo ningún concepto responsabilidad del Estado, de las empresas, de los médicos o de los expertos. La salud es y debe ser en todo tiempo y lugar una responsabilidad de la persona. Es su responsabilidad cuidarse a sí misma y mantenerse sana en la medida en que ello sea posible para que la enfermedad sea la excepción. Al fin y al cabo, la enfermedad forma parte de la vida, pero depende de la persona el tomar las medidas preventivas de autocuidado para que la enfermedad sea un estado esporádico.

La salud pertenece al ámbito de lo prepolítico, y hoy asistimos a su completa politización a manos del Estado, de las empresas, de los médicos, de los expertos y de los medios de comunicación. Se trata de una agresión sin precedentes contra las personas, a las que nos es negada y expropiada nuestra facultad para autocuidarnos, para autogestionar nuestra salud. Somos reducidos a la condición de números en estadísticas y tratados como si fuéramos ganado con todo tipo de imposiciones.

Lo que hoy vemos es la expresión de un fenómeno más profundo que es el de las sociedades de la modernidad con su tendencia a expandir la dominación y el control a todos los ámbitos de la existencia humana. La obsesión por politizarlo todo, tan popular en ciertos círculos del radicalismo político, conduce a la destrucción del individuo y al sometimiento completo de la sociedad. Esto es la consecuencia de convertir lo personal en político, porque lo personal, como es la salud, no puede y no debe ser nunca una cuestión política. Porque precisamente lo político, en una sociedad libre, debe ser un ámbito limitado para que las personas tengan el mayor espacio posible para desarrollarse plenamente en el ejercicio de sus facultades. Sin individuos libres no hay sociedad libre.

La cuestión sanitaria ha sido convertida en una cuestión política. Y hoy vemos cómo es utilizada como pretexto para presentar la problemática de la pandemia como un asunto de seguridad nacional. De esta forma el Estado se afirma a sí mismo como ente responsable de brindar seguridad al público y, así, establecer todo tipo de medidas excepcionales con las que imponer un creciente control social. Medidas que presenta como necesarias y que son hechas, afirma, por el bien de quienes hoy las padecemos.

Lo cierto es más bien todo lo contrario. El Estado, desde el primer momento, nos ha regalado miedo a través de la atmósfera de pánico creada a través del ministerio de sanidad y de los medios de comunicación para, acto seguido, vendernos seguridad. Pero lo único que ha generado es inseguridad. Desde el principio ha sido, es, y seguirá siendo, una máquina implacable de matar. Esto lo vemos en cómo el Estado ha sido desde el primer momento, y sigue siéndolo, el principal propagador de la pandemia que dice combatir. Prueba de ello es que el 20% de los infectados son sanitarios, a muchos de los cuales el ministerio de sanidad les ha obligado a seguir trabajando a pesar de tener síntomas de estar enfermos, además de no brindarles de los medios necesarios para protegerse. A esto se suma el hacinamiento en las salas de espera, donde gente atemorizada por el clima de pánico creado acudió en tropel a los hospitales siguiendo las directrices del ministerio en caso de presentar síntomas compatibles con el covid-19. A esto le siguió la propagación a gran escala de la enfermedad.

El Estado no está salvando vidas, las está segando. Están quienes se contagiaron de covid-19 en hospitales y murieron, pero también están quienes estando enfermos les dejaron morir bajo el pretexto de carecer de recursos suficientes. El Estado ha aprovechado esta situación para deshacerse de población que considera un lastre por ser improductiva, como sucede con ancianos, enfermos crónicos, deficientes mentales, etc. Sus protocolos de actuación son bastante claros a este respecto: aplicar la ética utilitarista que consiste en buscar el bien del Estado, no el bien de la persona enferma. Esto significa sacrificar a esas personas que no son útiles para el Estado.

Tampoco hay que olvidarse de todas aquellas personas que, sin estar infectados de covid-19, no han podido recibir atención médica cuando lo necesitaban y que murieron por ello. A esto hay que sumar los graves trastornos que tiene para la salud el estado de alarma. En lo emocional y anímico nos encontramos con que el miedo destruye las defensas de la persona y le producen inseguridad, haciéndola enfermar y en muchos casos morir. En el plano físico aquellas personas que estaban enfermas, se ponen todavía peor debido al confinamiento, y en no pocas ocasiones eso ha producido la muerte. Pero lo peor está todavía por venir, y es el caos económico generado por esta situación que hará que muchas otras personas mueran por ver empeoradas sus ya maltrechas condiciones de vida, y que por ello enfermen y mueran. O simplemente decidan suicidarse antes que vivir en un infierno permanente. El Estado no salva vidas, las está segando a marchas forzadas.

Permitir que el Estado se haga el responsable de la salud de las personas es una completa y absoluta insensatez, además de una temeridad, que conduce a situaciones como la que hoy vivimos. La responsabilidad personal, tanto en la salud como en cualesquiera otros ámbitos de la vida humana, es esencial. Ser unos irresponsables, que es en lo que nos convierte el Estado cuando gestiona nuestras vidas, es convertirse en esclavos, y con ello vivir arrodillados frente al Estado y sus máximos representantes.

El fin de la epidemia no va a depender de lo que haga el Estado y sus funcionarios, tampoco de lo que digan o hagan médicos, expertos o medios de comunicación, ni de una vacuna o nueva medicina. De ningún modo. El fin de la epidemia, tanto de esta como de las que estén por llegar, dependerá de lo que hagamos las personas. Las personas somos las que tenemos el control, y las que debemos afirmar nuestra facultad para cuidar nuestra salud sin injerencias externas. Y con ello tomar las medidas que consideremos más adecuadas para preservar nuestra salud y la de quienes nos rodean. Si no lo hacemos nosotros, nadie más lo hará en nuestro lugar, y aprovecharán esta circunstancia para someternos, tal y como ahora lo hace el Estado. Nosotros decidimos sobre nuestra salud.

Asistimos a un proceso de autotransformación consciente y activa del Estado liberal-constitucional en Estado totalitario que imita en todo lo que puede al régimen chino. El grado de brutalidad y barbarie que está demostrando sobrepasa con creces los estándares de las sociedades de este rincón del planeta. La nueva normalidad que nos anuncian es espeluznante desde todos los puntos de vista, pues las pocas libertades de las que aún disfrutábamos serán liquidadas. De hecho ya están liquidadas por este estado de excepción encubierto. Por eso debemos dejar de lado las lamentaciones y  actuar de una vez por todas mediante TODOS los medios de lucha que estén a nuestro alcance en defensa de la libertad.

“No hay que tener miedo de la pobreza ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”.

Epicteto

Esteban Vidal

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