«Las tres revoluciones que viví». Capítulo 1

Primera entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita ‘Las tres revoluciones que viví’, publicada originalmente en lamarea.com

Llevo una hora despierta. Todavía no es de día. Todos roncan. Qué mala noche. Qué mal verano. Qué lento y qué maloliente es viajar como clandestina.

El pastelazo lo recuerdo como si lo estuviese estampando ahora mismo, como recuerdo los ojos de incredulidad de Johnson, su mueca congelada en el tiempo. Se me acelera el corazón al recordar los bramidos de los guardaespaldas, aterradores. Nunca he corrido tan rápido, nunca había saltado por encima de un coche en marcha. Las siguientes semanas son una colección de escenas inconexas. Manolo y yo jugándonos la vida escondidos en barcos, en camiones, caminando de noche entre un escondite y el siguiente. Y el siguiente, y el siguiente. 

Todavía no perdoné a Manolo el haberme manipulado, pero de momento no me veo con otra salida práctica que viajar con él. Dice que a partir de Topeka ya nos arreglaremos para llegar a la frontera Sur, y que en territorio anarquista será todo fácil. Querría creerle. Por fin esta mañana Manolo consiguió los papeles y pudimos coger un tren hacia al oeste. 

Nos juntamos ocho personas en un compartimento que es todo plástico pegajoso, todos con los zapatos fuera y doble calcetín, quien lo tiene, para evitar olores desmayantes. Aún así, anoche fue una noche de calor y poca ventilación. Tres de nuestros compañeros de vagón son obreros de la construcción en busca de trabajo en el proyecto Climate Remediation 2060 en San Francisco. Son grandes, ruidosos. Pasaron toda la tarde de gritos y risotadas sobre sus fiestas. Pastillas, la epidemia cronificada de nuestro tiempo, la vía química para la evasión de lo intolerable. Y yo toda la tarde pensando cómo convencerles de que me dejaran dormir pero con miedo a meterme en líos. En más líos. 

Finalmente, los obreros callaron y dormí un rato. Pegajosa. Torcida. Asustada. Entre lo mejor del sueño y lo peor del insomnio, giré la cabeza y vi que uno de los obreros se quedó con el torso desnudo y dormía con la cabeza enterrada en los brazos, luciendo su espalda dura, curvada y pulida. Atractivo. Inquietante. Y luego, de repente, repulsivo, al fijarme en su barba gruesa y mullida como una alfombra, e igual de antihigiénica. 

Increíble que siendo hija de migrante chicana nunca había pensado en lo lento y lo sucio que es el viaje. Mi mamá nunca me contó detalles de cómo llegó ella desde México. Hay muchas cosas que nunca me dijo.

¿Voy a volver a abrazar a mi mamá? ¿Mamita? ¿No te voy a volver a ver?

He pasado mi infancia con mi mamá, estudiando, preparándome. Cultivando mi ambición. 

Mis cuadernitos privados desbordaban de mis pasiones: la mecánica cuántica y los negocios. Quería idear nuevos algoritmos cuánticos para análisis de datos de mercado. Desarrollar el Neuromarketing basado en Monte Carlo cuántico de cadenas post-Markov. Nada más, y nada menos. Cuadernito tras cuadernito llenos de planes para ser una gran emprendedora científica e industrial.

Pero todo eso se acabó. Todo eso, ya nunca más.

Hace ya un mes que quemé todos mis diarios de infancia. Todo mi pasado y todos mis planes de futuro. Hace ya un mes que deshice mi vida en miguitas. Los primeros 16 años de mi vida fui María Freeman, hija de Melanie Freeman. La chicana, la hija de la camarera, la hija de la mexicana. Ahora para el mundo soy «M.F., the Radical Baker Girl». Buscada por el Estado, condenada por los medios, ridícula ante la opinión pública. Por haber querido proteger mi futuro me han condenado a perderlo. Pero lo dijo Ronald Reagan: «¿si no nosotros, quién? ¿si no ahora, cuándo?»

Soy una fugitiva. No, mucho peor, soy una niña morena y pobre que le pasteló la cara a un blanco rico y poderoso. Soy una chicana que, cuando la policía le grita «para», corre. Lo que me espera no es una jaula, es una una bala en la espalda. Y lo que me vuelve loca no es que le pastelé la cara a un señor importante y que me persigan las autoridades, aunque me muera de miedo. Lo que me vuelve loca es que estuve a punto de acuchillar a un ser humano. ¿Cómo se supera eso? Todavía no estoy bien. 

No duermo tres horas de un tirón desde hace un mes. No estoy segura de que vaya a volver a estar bien. ¿Me persiguen con razón? Soy un peligro para el Estado. Soy peligrosa para esta sociedad. ¿Voy a ser peligrosa para cualquier sociedad? Igual mi sitio está en una jaula.No tuve tiempo de respirar, menos aún de rehacer mis planes de futuro. Esto es lo primero que escribo en semanas. Yo, que escribía cada día. Soy una fugitiva maldormida, maloliente y malescribiente. Esto ya no es un diario. Cuando termine con esta página iré al baño químico a destruirla. Sigo necesitando escribir para calmar mis brotes de ansiedad, pero ya no me puedo permitir registrar mi propia historia.

Alejandro Gaita
Investigador en magnetismo molecular y computación cuántica. Sobre ciencia, racionalidad, mundo académico y temas sociales.

 https://www.lamarea.com/2019/11/02/las-tres-revoluciones-que-vivi-capitulo-1/

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