Tres meses de insurrección. Un colectivo anarquista de Hong Kong evalúa los logros y los límites de la revuelta

Los meses pasan y las calles de Hong Kong siguen en plena ebullición. Bloqueos, marchas, disturbios, asambleas… y vuelta a empezar. La normalidad capitalista sigue ausente, al menos en parte. Los eventos de Hong Kong muestran una lucha compleja, que aúna inspiradores momentos de apoyo mutuo y desafío con un marco basado en la apelación a la autoridad y la indignación ciudadana. Todo salpicado de una polarización del conflicto a nivel internacional. Para bucear en este mar de contradicciones, y como ya hicimos el pasado agosto, nos volvemos a poner en manos de un colectivo anarquista local y traducimos la entrevista que les hacen desde la web CrimethInc (entrevista publicada en inglés a finales de septiembre).

Llevamos a cabo esta entrevista con un colectivo anarquista que ha estado activo en la lucha durante las últimas quince semanas. Entre la ingestión de grandes cantidades de gas lacrimógeno, se reunieron para reflexionar sobre estas preguntas. Las respuestas son el resultado de muchas noches de insomnio pasadas en introspección y recolección, cada miembro del colectivo ayudando a los demás a llenar las lagunas de sus recuerdos sobrecargados de trabajo.

¿En qué puntos se ha estancado el movimiento? ¿Qué lo ha hecho escalar, extenderse, sobrevivir?

El punto álgido de esta lucha probablemente se alcanzó el 5 de agosto, el día de la primera “huelga general”. Aunque no fue una huelga general propiamente dicha en el sentido técnico, efectivamente cerró gran parte de la ciudad durante un día. En muchos sentidos, fue un evento trascendental, tanto por su magnitud como porque fue la primera vez que se convocó una huelga por razones políticas (en lugar de simplemente económicas) por parte de trabajadores que operaban fuera de un sindicato.

Al mismo tiempo, a pesar del hecho de que muchas comisarías de policía fueron rodeadas y, en ciertos casos, sometidas a continuos ataques, incendiadas o incluso destruidas, los eventos de ese día lograron pocos resultados tangibles, con el Estado manteniéndose en silencio. Nadie podría haber anticipado que el día resultaría tan glorioso como lo hizo, ya que la venganza popular contra la policía tomó las formas más inolvidables en toda la ciudad, pero ese fue el punto en el que la gente comenzó a sentir que habían hecho todo lo posible para obligar al gobierno a responder, y la euforia de esa noche comenzó a convertirse en exasperación.

La ira hacia la policía ha sido uno de los principales factores que han impulsado el movimiento desde entonces.

Hay que ser conscientes de la brutalidad sin trabas con la que ha actuado la policía de Hong Kong, una brutalidad que aumenta día a día de la mano del apoyo que reciben del gobierno. Esta es la misma fuerza policial que hizo todo lo posible para reclamar ser “la mejor de Asia” después de los disturbios de finales de los 60 y de décadas de corrupción. Ciertamente, ha sido traumático para muchos perder la ilusión de que Hong Kong es una metrópoli liberal en la que los productores y los consumidores pueden vivir sin ser molestados, disfrutando del tráfico sin trabas de opiniones y productos. Pero los jóvenes graduados en la academia de policía también deben aceptar su propio trauma, ya que han perdido la esperanza de obtener una carrera tranquila y sin incidentes con promociones y bonos regulares, sin ninguno de los riesgos de la precariedad que caracterizan las ocupaciones disponibles para aquellos con una educación limitada.

No sentimos compasión por la policía, pero está claro que están motivados por una ira pura y desinhibida. Esta ira es lo que tienen en común con aquellos a quienes brutalizan, la diferencia, por supuesto, es que están legalmente autorizados y alentados a promulgarla. Uno se estremece al pensar qué tipo de charlas motivadoras perversas al estilo Chaqueta Metálica les dan sus superiores antes de que se desplieguen en las protestas, qué tipo de discusiones desagradables tienen en sus grupos de cadetes en WhatsApp, o que otros medios usan para mantenerse a sí mismos espumeando por la boca mientras le abren la cabeza de un manifestante. Si bien nadie en nuestro colectivo sabe con certeza lo que realmente sucede estos días en las comisarías cuando te detienen, hay informes generalizados de torturas, abusos sexuales e incluso de rumores sobre violaciones en grupo de mujeres manifestantes.

Al otro lado de las líneas policiales, uno tiene la sensación de que cualquier táctica que haya tenido lugar desde el 5 de agosto ha sido una reacción al aumento de la violencia policial o las formas en que las empresas privadas facilitan esta violencia, como la compañía que dirige la red de metro MRT, que ha hecho una enorme fortuna construyendo centros comerciales y apartamentos privados adyacentes a sus estaciones de metro, o el New Town Mall, el centro comercial que inexplicablemente permitió que escuadrones de policías antidisturbios lo asaltaran dejando un reguero de sangre en uno de los centros comerciales más antiguos de la ciudad. La lucha a menudo se asemeja a una disputa de sangre entre los manifestantes y la policía.

La semana pasada, la policía puso sitio a la estación de MRT Prince Edward. Se precipitaron en el interior de un vagón de metro, comenzaron a golpear indiscriminadamente a cualquiera que pareciera un manifestante y dejaron a las víctimas tiradas en el suelo de la estación, prohibiéndoles recibir atención médica. Transformaron la estación en un campo de internamiento sellado durante horas, de donde desaparecieron tres personas, que se rumorea fueron golpeadas hasta la muerte. A medida que cada actor del conflicto continúa aumentando sus apuestas, es probable que esta espiral de venganza se prolongue. Con tanta gente obsesionada con las retrasmisiones en vivo, horrorizadas por lo que sucede diariamente ante sus ojos: periodistas que pierden un ojo, espectadores que son detenidos por cuestionar la autoridad policial; esta fijación con la policía es difícil de romper, aunque se han iniciado ciertos hilos en LIHKG (foro de internet popular en Hong Kong) para pedir a los que luchan que observen el panorama general en lugar de concentrar todos sus esfuerzos en actos de venganza popular contra la policía. Tales actos son claramente alentados por la propia policía, que necesita una coartada retroactiva sensacionalista para su actividad, hasta el punto de que han sido identificados policías de paisano en la primera línea de manifestantes lanzando cócteles molotov.

A pesar de lo reacios que seamos a admitirlo, esta lucha prospera con la violencia policial. Debemos abordar y reflexionar sobre esto.

Por ejemplo, el pasado 11 de agosto, una médico perdió un ojo después de ser alcanzada por una bala de goma. Esto fue apenas un “daño colateral accidental”, la policía ha estado apuntando a las cabezas desde hace tiempo. Al día siguiente, una enorme movilización tuvo lugar en el aeropuerto, con un meme que se hizo viral en el que se exigía a la policía que devolviera un ojo, proporcionando de ese modo un poderoso impulso emocional a los eventos de esa tarde. Esa noche, en el mismo aeropuerto, los manifestantes hicieron un arresto ciudadano, reteniendo a dos personas sospechosas de ser agentes del partido comunista chino, lo que terminó con enfrentamientos con escuadrones de élite de la policía.

Mientras la lucha continúe alimentándose de la indignación popular provocada por las transgresiones policiales, pidiendo a un tribunal superior que lleve a la policía ante la justicia, ya sea Estados Unidos, el mundo occidental o las Naciones Unidas, su impulso dependerá de la provocación policial y seguirá retenido a las luchas sociales en Hong Kong en el punto preciso que aún no han superado: la justa indignación del ciudadano.

¿Qué sucederá cuando se agote la reserva de indignación cívica sobre esta o aquella injusticia? ¿Es necesario que aquellos que luchan se sitúen siempre en el terreno moral más elevado, legitimando su actividad ilegal como reacción a los excesos del Estado? ¿Cómo pueden tomar la iniciativa, tomar la ofensiva? Esto no significa necesariamente golpear primero en un sentido físico, sino “volverse activo” en el sentido del que hablo Nietzsche, prescindiendo de la “moral esclava” de dependencia y fascinación con el enemigo.

El escándalo de la violencia policial ha polarizado la ciudad hasta tal punto que vecindarios enteros han salido en apoyo de los manifestantes vestidos de negro y con máscaras antigas que se han concentrado a las puertas de las comisarías de policía en varios distritos. El más famoso de estos eventos tuvo lugar en Wong Tai Sin y Kwai Chung, donde cientos de personas bajaron en pantalones cortos y chanclas para gritar a la policía, lo que puso a un oficial tan nervioso que apuntó con su rifle a un grupo de personas desarmadas. La violencia policial también ha servido como eje vertebrador a partir del cual organizar varias iniciativas en los vecindarios. Por ejemplo, en un esfuerzo por combatir la desinformación difundida por los principales medios de comunicación, se han realizado proyecciones vecinales en las plazas públicas para que las personas puedan ver imágenes de lo que realmente sucede en las manifestaciones; del mismo modo, el espacio adyacente al mostrador de información del New Town Mall en Sha Tin se ha transformado en una oficina de contrainformación, atendida por manifestantes que siempre dispuestos a conversar con transeúntes curiosos. Mientras tanto, los “muros de Lennon” que han surgido en todos los distritos se han convertido en lugares de convivencia, así como lugares de confrontación y rabia, pues a pesar de lo banal que es a menudo su contenido, ha sido necesario defender los muros de post-its contra incendiarios nocturnos y matones armados. Estas iniciativas vecinales resultan muy interesantes, pues pueden indicar un camino para salir de los callejones sin salida del presente, posiblemente extendiéndose hacia un futuro nebuloso en común.

Esto nos lleva a nuestro punto final con respecto a la pregunta sobre qué hace que el movimiento sobreviva. Una cosa que sorprende a los amigos que vienen a visitar Hong Kong desde otros lugares es la unidad y la unanimidad del movimiento, que ha visto a insurgentes de todo tipo de posiciones ideológicas y antecedentes trabajando juntos en acciones concretas en lugar de discutiendo sobre sutilezas ideológicas. La adhesión a esta unanimidad ha sido casi religiosa, un mantra que se ha repetido ad nauseam en los foros cada vez que surge una disputa que podría ponerlo en peligro. La importancia de esta solidaridad, de este consenso que mantiene a la masa unida contra los continuos esfuerzos del Estado por explotar los desacuerdos tácticos dentro de la lucha, se resume en una declaración hilarantemente exagerada: “No excomulgaré a nadie de la lucha, incluso si decide detonar una bomba nuclear”. El abismo entre pacifistas e insurgentes que arrojan cócteles molotov sigue siendo profundo, pero estos no son roles inmutables. Si bien las filas de los que están en la línea del frente continúan siendo diezmadas por los arrestos masivos, algunos de aquellos que eran espectadores hace unas semanas se están moviendo para llenar estos vacíos. Los mensajes y los canales de Telegram ofrecen circuitos de comunicación para que ambas partes intercambien reflexiones y comentarios tras cada episodio de la lucha. Esto es maravilloso en muchos sentidos; es indudablemente un logro formidable que ha persistido durante tanto tiempo y que posiblemente persistirá durante mucho más.

Al mismo tiempo, la aplicación de esta unanimidad oculta problemas sistémicos en el movimiento y prohíbe a las personas evaluarlos, algo sobre lo que arrojaremos luz más adelante. No hay duda de que es necesario mantener la moral popular en un movimiento de masas, que debemos prestar atención constante al clima afectivo de la lucha, que las personas deben alentarse mutuamente en tiempos de tumulto y desesperación. Pero cuando este ambiente afirmativo oculta una aversión a la diferencia, la divergencia y la disputa, por miedo a alienar a las personas y disminuir los resultados de las manifestaciones, la positividad comienza a ser indistinguible de la paranoia, y la singularidad de cada persona presente es efectivamente anulada, todos somos reducidos a un cuerpo junto a otros cuerpos en una masa.

Esta atmósfera hace que sea muy difícil realizar una crítica, especialmente de fenómenos altamente cuestionables como el uso de banderas estadounidenses o coloniales. A lo largo de la lucha, el principio de la tolerancia liberal se ha hecho fuerte de una manera sin precedentes: “hermanos y hermanas, vosotros tenéis vuestras opiniones y yo las mías, todos respetamos el derecho de los demás a tener opiniones contrarias, siempre que no amenacen con crear antagonismo entre nosotros”. El hecho de que esto haya funcionado hasta ahora no es prueba de que sea saludable para el futuro de la lucha social en Hong Kong. Este tipo de cultura pretende no marginar a nadie mientras efectivamente margina a todos, excluyendo a todos de involucrarse en preguntas que podrían ser dolorosas o inquietantes, que requieren de investigar las profundidades y confrontar las condiciones que nos constituyen como sujetos. Para hacerlo, tendríamos que ir más allá del trauma de los eventos inmediatos y enfrentar un trauma de un alcance mucho más amplio: el “orden” en el que participamos reproduciéndolo de manera continua.

Después de todo, es este “orden” el que hace que ciertas personas sean invisibles. Por ejemplo, pocos se han parado a considerar la difícil situación de las trabajadoras domésticas extranjeras en los últimos meses. Por lo general, todos los domingos, estas mujeres se congregan en las plazas públicas de los principales distritos, incluidos el Central, Causeway Bay, Mong Kok y Yuen Long, todos ellos, barrios que han sido barridos por enfrentamientos en los conflictos recientes. Al no tener acceso a los mapas en tiempo real que se crean para los insurgentes, a menudo no están advertidas de cuándo estas áreas están siendo gaseadas. Consecuentemente, se ven obligadas a moverse a otro lugar en su único día libre3. Esto sería una consecuencia desafortunada pero aceptable de la lucha, si sólo los manifestantes hicieran algún tipo de esfuerzo para reconocerlo y comunicarse con ellas.

Por lo general, la situación de las trabajadoras domésticas pasa desapercibida, a pesar de que muchas familias en la ciudad las emplean; casi nadie da voz a las valientes y sostenidas protestas que organizan a través de sus sindicatos independientes contra los acuerdos entre sus propios gobiernos, las agencias de empleo y el departamento de trabajo de esta ciudad. Su apoyo activo a las luchas sociales locales pasa desapercibido. Al mismo tiempo, los participantes en el movimiento contra la ley de extradición hacen todo lo posible para solicitar la simpatía de los ciudadanos honestos del “mundo libre”, tomándose el tiempo para explicar la difícil situación de Hong Kong a los turistas que llegan al aeropuerto.

Este es actualmente un punto importante invisibilizado en la lucha. Al quedar al margen de toda discusión, culminó recientemente en una campaña grotesca e inexcusable contra las trabajadoras domésticas migrantes que se juntan en los lugares públicos donde se han producido enfrentamientos. Durante un periodo de semanas, aparecieron hilos de LIHKG preguntando por qué las trabajadoras migrantes podían concentrarse y hacer picnics en la calle, mientras que los manifestantes eran arrestados y torturados por participar en “asambleas ilegales”. El tono de estos hilos no ocultaba las repulsivas implicaciones de su contenido. ¿Por qué el doble rasero?, se preguntaba en estos mensajes. ¿No deberíamos obligar a estas tías indiferentes que cantan karaoke y se divierten mientras que los manifestantes temen por su piel a entender en qué tipo de ciudad están viviendo? ¿Por qué nos deniegan el permiso para protestar cuando ellas pueden hacer fiestas en la calle sin tener que presentar solicitud alguna a la oficina del gobierno?

Todas estas tonterías llegaron a un punto crítico hace unos días, cuando unos completos idiotas comenzaron a poner pegatinas en vías públicas y puentes que indicaban que las trabajadoras domésticas extranjeras no eran bienvenidas a pasar el rato en lugares públicos sin permiso. Estas repugnantes pegatinas representan el grado trágico en el que los manifestantes han intentado comunicarse con la considerable población de trabajadores migrantes cuya difícil situación nadie se ha tomado el tiempo para contemplar y reflexionar, ni antes, ni durante ni probablemente después de esta lucha. Es cierto que aquellos que hicieron y publicaron las pegatinas no deben considerarse representativos del movimiento en general, pero al mismo tiempo, no han sido denunciados abiertamente en público.

El “orden” que caracteriza la vida cotidiana en esta sociedad también reproduce la nociva cultura sexista que ha alzado repetidamente la cabeza dentro del movimiento. Los manifestantes han hecho públicos los perfiles de Instagram de muchas mujeres policías y los han poblado de mensajes en los que se las llama prostitutas a las que les gustaría violar; también se burlan de los policías al sugerir que sus esposas están practicando sexo con otros hombres mientras ellos gasean manifestantes a altas horas de la noche; los manifestantes masculinos de sangre caliente evitan que las mujeres se mantengan en primera línea o se comprometen en mensajes de Telegram a “defender a sus mujeres” de ser capturadas y violadas por las fuerzas policiales. Cuando las noticias de abusos sexuales y posibles violaciones en las comisarías de policía se difundieron por primera vez y las mujeres en LIHKG propusieron la idea de organizar marchas de mujeres, los hombres comenzaron a entrar en pánico, preocupados de que tal vez las mujeres tenían en mente marchar por su cuenta sin la protección de hombres. Esto condujo al ridículo espectáculo de hombres jurando que, incluso si no se les permitía marchar junto a sus hermanas, estarían detrás de la marcha con todo preparado para defenderlas hasta el final. Esa era su idea de militancia.

Con todo esto queremos reconocer el desorden en el que estamos y el hecho de que este desorden es mucho más complicado que la narrativa simplista de una población oprimida y victimizada empujada al abismo por una despiadada máquina de matar “comunista”.

Mientras el examen de estos problemas se trate como algo periférico o desmoralizador sobre la base de que la exigencia más apremiante es vencer a la Gran Bestia China, veremos poco progreso hacia el objetivo final de esta lucha, “liberar Hong Kong”.

Cuando nos comunicamos en junio, nos describisteis un incipiente nuevo impulso social, una especie de populismo nacionalista sin cabeza que surgía de los fracasos pasados de los movimientos pacifista, democrático y parlamentario. ¿Han surgido nuevos líderes, nuevas narrativas, nuevas estructuras internas de control? ¿Se han abierto nuevos marcos o horizontes a través de los cuales la gente pueda luchar o imaginar más allá de la soberanía nacional?

No, las cosas no han cambiado de una manera drástica desde la última vez que hablamos. El entendimiento general es que aquellos que participan en el movimiento tienen que hablar con una voz unánime, colectiva y consensuada, en oposición de una multiplicidad de diferentes voces.

En los grupos y canales de Telegram, uno se encuentra con una voz ocasional que pide la independencia de Hong Kong. Si bien uno no puede escapar a la sensación de que este deseo es sostenido tácitamente por muchos participantes en la lucha, a menudo se les silencia, por temor a que el movimiento pierda de vista su agenda inmediata (las cinco demandas, a saber: retirada total del proyecto de ley de extradición, revocación de los cargos de “disturbios”, liberación incondicional de todos los detenidos, establecimiento de una investigación independiente sobre los delitos de la policía y sufragio universal) y por una cautela general ante los peligros que conlleva la articulación de este deseo, ya que los políticos del establishment han afirmado en repetidas ocasiones que esta lucha no es realmente “sobre” las cinco demandas, sino que en realidad se trata de una “revolución de colores” organizada por potencias extranjeras y separatistas, y la prensa china ha reiterado esta narrativa repetidamente. Además, existe el hecho de que para muchos que continúan cruzando la frontera por trabajo u otras razones personales, la independencia de Hong Kong no sería un hecho positivo. Hay muchas personas que simplemente quieren ver la estipulación de “un país, dos sistemas” que se describe en la Ley Fundamental de la ciudad.

Para aquellos que no están familiarizados con el clima político y cultural de aquí, debemos enfatizar que, al menos en nuestra estimación, los rumores sobre la inminente desaparición del liberalismo como cultura política son infundados, al menos en Hong Kong. Llegaríamos a sugerir que la lógica del liberalismo, entendida como una forma de “sentido común”, puede ser más fuerte aquí que en cualquier otro lugar del mundo. Mucho de esto tiene que ver con la contextualización que elaboramos en nuestra anterior entrevista, con el hecho de que esta ciudad fue construida por refugiados de la China comunista. La siguiente anécdota ilumina las formas en que esta condición no es simplemente endémica de Hong Kong, sino que también se comparte por familiares en el continente.

En unas jornadas sobre el tema del arte y la política que tuvieron lugar hace unos años, uno de nosotros participó en una discusión con un amigo de cierta banda de punk de un distrito de China donde existe una resistencia contra la gentrificación y la construcción de “parques temáticos ecológicos”. Hablando hasta altas horas de la noche, ese amigo comenzó a exponer las dificultades de hablar sobre la anarquía en China. Como Mao dejó tan elocuentemente claro en sus cuadernos y ensayos rojos, el Partido Comunista es la fuerza anárquica, el “poder constituyente” que trasciende y hace cumplir el arché como lo cree conveniente, instituyendo un estado perpetuo de emergencia por el bien de la revolución. Consecuentemente, la vida cotidiana en China es “anárquica” en un nivel mundano. Es decir, cuando los camaradas occidentales hablan de “uso” (en el sentido que Agamben emplea el término en El uso de los cuerpos) en referencia a ocupar plazas, organizar fiestas en las calles… este término pierde su significado en China cuando tal “uso” de carreteras y vías públicas en varias partes del país es un hecho cotidiano, ya que no existen protocolos establecidos que distingan el uso adecuado del “espacio público” de un uso excepcional.

La policía china tiene licencia para operar completamente fuera de su competencia profesional, comportándose de una manera que sería impensable en cualquier otro lugar. Por ejemplo, hasta hace poco, nuestros amigos en el mencionado distrito de China tenían un espacio común que alojaba eventos culturales abiertos a los aldeanos de la zona. Este espacio estaba abierto a todos los visitantes, en todo momento, de modo que viajeros y vagabundos entraban y permanecían allí durante días o semanas. Esto también significaba que policías de civil acudían al espacio cuando estaban “fuera de servicio”, ofreciendo obsequios en forma de cigarrillos americanos, alcohol y viajes en coche a la ciudad, haciéndose amigos entre los habitantes del espacio y dejando claro que la policía era muy consciente del hecho de que los participantes se oponían a la gentrificación en la zona. “Somos amigos, de modo que ¿no perderías el tiempo y arruinarías nuestra amistad, verdad?” Estos mismos policías se autoinvitaban a tomar té a las casas de los aldeanos y se prodigaban en regalos mientras les recordaban amablemente que la visita al espacio comunitario no era de su agrado, que podían convertirse en gente non grata si se mezclaban con quienes vivían allí. Una situación horrible, eso es seguro. En estas condiciones, en la que todos se ven permanentemente obligados a vivir en un estado de excepción, enredados en elaboradas redes de vigilancia formal e informal, nuestro amigo nos dijo que, para muchas personas, el liberalismo, el estado de derecho, una regla que impusiera la propiedad privada y los límites apropiados que ellos imaginan que salvaguardarían al individuo de los poderes estatales, parecía ser lo más radical que había.

Cuando los amigos nos preguntan por qué el discurso y la retórica “anticapitalista” parecen tan extravagantes para la gente de Hong Kong, debemos responder que esto es en gran medida una cuestión de contexto y circunstancias. Para los hong kongneses, el capitalismo representa la empresa, la iniciativa y la autosuficiencia, que yuxtaponen con el nepotismo corrupto del partido y los grandes magnates y políticos de Hong Kong que se congratulan de la compañía de este cartel. Sin embargo, más allá del “capitalismo”, encontramos lo sagrado de la ley, que sigue siendo el horizonte trascendente más allá del cual la lucha social aún no se ha lanzado. Si, todos en todo el mundo continúan dando testimonio de las hazañas heroicas en las que participan las manifestantes día a día: reduciendo las fachadas y las máquinas de las estaciones de metro a escombros, devastando las comisarías… Pero aún existe una creencia latente de que todo esto se hace para preservar el estado de derecho y las instituciones que ciertas personas han traicionado.

Visto desde esta perspectiva, todos estos actos de ilegalidad pueden ser aprehendidos como un medio de recordar a las autoridades que el “mandato del cielo” les ha sido retirado. Si bien puede parecer “mitológico” utilizar un concepto tan arcaico para describir acontecimientos actuales, como si estuviéramos hablando de un “inconsciente colectivo milenario chino” que ha persistido desde las antiguas dinastías hasta el presente, sigue siendo apropiado, porque todo nos lleva a creer que seguimos viviendo en tiempos míticos. ¿De qué otra manera podemos explicar los continuos llamamientos a los cortesanos de la “comunidad internacional”, utilizando los medios de comunicación internacionales como un tribunal a través del cual esperamos tener una audiencia con el emperador, es decir, los Estados Unidos? Queda la fe de que, en un tribunal de apelación superior, la criminalidad de los estados rebeldes que nos gobiernan pueda ser llevada ante la justicia y castigada, en el nombre de los derechos elementales y naturales que han sido violados a plena luz del día. Creemos que, en algún lugar, incluso en el corazón de las personas decentes y de pensamiento correctos en todas partes, hay un sentido de la solidaridad con esta ley primordial y trascendente, y que se hará justicia, la justicia descenderá de los cielos.

Todo es deprimentemente kantiano, en realidad. Las barrabasadas de la policía local no hacen nada para desacreditar la Idea de la Policía, que llegará en algún día mesiánico.

Entonces, la pregunta que se ha planteado el movimiento parece ser esta: ¿qué se necesitaría para construir un caso que obligara a la Policía a actuar? ¿Cómo convencemos a los magistrados de que esta crisis debe estar a la cabeza de su lista de prioridades? Aquí estamos, reuniendo y archivando evidencias con nuestros propios cuerpos, acumulando recriminaciones y quejas de todos los sectores en nuestra investigación sobre un Estado fallido, solicitando a personas influyentes en todas partes para que hablen en nuestro nombre, con la esperanza de que toda esta sangre sea redimida por el enjuiciamiento y la retribución legítima. Cuando la desobediencia civil se convierte en daños a la propiedad, peleas callejeras, ocupaciones de aeropuertos y huelgas generales sólo para enfrentar la indiferencia estatal, entonces la imaginación popular comienza a concebir formas de precipitar la catástrofe final, la llegada del Ejército Popular de Liberación a Hong Kong, un evento que muchos anticipan sería el catalizador para la intervención internacional. ¿Seguramente la Policía no nos ignoraría entonces?

Esa es la teoría del desastre apocalíptico que está comenzando a circular en LIHKG y en otros lugares, el abrazo del “colapso común”, una fantasía de “vamos a quemarnos todos juntos” en la que los manifestantes imaginan que la ciudad está siendo tragada por el abismo, a la espera de unas sanciones internacionales a un Partido Comunista que se ha vuelto loco. En este escenario hipotético, como consecuencia de los disturbios en Hong Kong que se extienden al continente como una especie de variante de la Primavera Árabe, China, tambaleándose por la presión del endurecimiento de los embargos comerciales internacionales, se balcaniza y fractura en multitud de territorios, cada uno formal y jurídicamente independiente (como Fujian, Wuhan o Xinjiang) junto con un Hong Kong democrático, que podría formar parte del estado de Guangzhou.

Si bien las consecuencias de tal desarrollo quedan sin explorar, por ejemplo, el hecho de que estos territorios “autónomos” serían atropellados por los aparatos de los partidos de todos modos; esta perspectiva especulativa es bienvenida hasta cierto punto. Por lo menos, representa un esfuerzo por llegar a un acuerdo con un futuro que podría ser completamente diferente del que estamos habitualmente acostumbrados en tiempos de prosperidad, un futuro en el que nuestro internet podría estar apagado, en el que tendríamos que trabajar colectivamente para asegurar la comida, el agua y la electricidad, tales preguntas son imperativas a medida que el mundo continúa destruyéndose en pedazos y el desastre ecológico se avecina ominosamente en el horizonte.

Para otros, la catástrofe imaginada es vista como un medio para restaurar el lugar legítimo de Hong Kong entre las ciudades más importantes del mundo, algo que se indica en el eslogan más popular de la lucha: “Restaurar a Hong Kong en la gloria, la revolución de nuestros tiempos”. La “gloria” a la que se hace referencia en el eslogan es una fantasía de pureza prelapsaria: el Hong Kong del trabajo duro, la iniciativa individual del hombre común, honesto y emprendedor, cuya vida no está manchada por las maquinaciones de la gran política.

Mientras que está bien plantear hipótesis sobre una situación de ruina común, ¿por qué no podemos pensar también en cómo crear la base material para que todos prosperen y prosperen juntos? ¿Y qué podría significar este “juntos”, a quién abarca, cuando todos los que habitualmente excluimos de la imagen, minorías étnicas y sus descendientes de segunda generación, trabajadoras domésticas migrantes, nuevos migrantes de China y continentales que esperan el derecho de residencia, están implicado en el futuro de la ciudad? ¿Por qué creemos que estas preguntas deberían diferirse hasta que un gobierno sea elegido para abordarlas, cuando hay tantos casos de autonomía en esta lucha que podrían servir como premisas sobre las cuales desarrollar estas conversaciones en estos momentos?

Casi tres meses después del inicio de los disturbios, ¿cuáles son los objetivos y estrategias, declarados o implícitos, de las diferentes corrientes dentro del movimiento?

Como mencionábamos anteriormente, la intención tácita de la lucha en este momento es encontrar los medios para escalar la situación hasta que la “comunidad global” se vea obligada a intervenir. Mantener movilizaciones masivas y crear espectáculos virales que puedan ser difundidos en las redes internacionales, como las “cadenas humanas” de manifestantes tomándose las manos en las aceras y, más recientemente, fuera de las escuelas secundarias durante las huelgas estudiantiles, mantiene la lucha al frente de la atención pública. Más inmediatamente, la continua insubordinación en el metro, en concurridas áreas comerciales y en sitios como el aeropuerto, incluidos los manifestantes que encuentran nuevas formas de cerrar el tráfico que se dirige hacia el aeropuerto sin violar la letra de la ley, se cree que tiene efectos perceptibles en la economía, el tráfico turístico, la inversión extranjera y similares. Mientras tanto, las medidas de contravigilancia se han convertido en prácticas habituales, incluida la tala de los “postes de lámparas inteligentes” equipados con RFID instalados en varios vecindarios o el desmantelamiento o pintado de las cámaras CCTV antes de las grandes manifestaciones.

Todo esto apunta a una comprensión intuitiva de una realidad que el blog Dialectical Delinquents ha esbozado muy bien durante estos años (les agradecemos sus continuos esfuerzos meticulosos por esbozar los rápidamente emergentes contornos de esta realidad): Hong Kong está a la vanguardia de una lucha contra la significación del mundo. Es decir, nos parece que, con el neoliberalismo sufriendo una muerte prolongada bajo el peso de las revueltas masivas, la variante china del autoritario Estado de vigilancia, completado con una panoplia de campamentos carcelarios e instituciones cuasi-legales, es el único medio por el que el mundo tal y como lo conocemos puede mantenerse unido por la fuerza coercitiva. No somos los únicos que percibimos esto; no hace mucho, Dialectical Delinquents presentó una entrevista con un ejecutivo de Huawei que es bastante esclarecedora4.

Como describimos en nuestra anterior entrevista, Xinjiang está en la mente de todos, y el horror de Xinjiang, junto con la rápida introducción de aparatos de seguridad en toda la ciudad, da a la lucha un pronunciado sabor apocalíptico: se reitera una y otra vez que, si no ganamos, nos encontraremos en campos de internamiento. Estamos en general de acuerdo con esto, pero es imperativo que reconozcamos que estamos librando la misma “lucha cuerpo a cuerpo” (Agamben, ¿Qué es un aparato?) contra estos aparatos que otros muchos insurgentes en todo el mundo; que China no es el gran Satanás del que “el mundo libre” puede liberarnos, el Anticristo que tenemos que matar a toda costa, sino la sombra del futuro, una sombra que se cierne sobre un planeta en desintegración.

No hace falta decir que China sirve también como una distracción bienvenida para el público occidental, ofreciendo a los gobiernos de estos países la oportunidad denunciar los excesos chinos para mostrar su compromiso con los “derechos humanos” mientras matan y encarcelan a sus propias poblaciones.

Hablemos de las tensiones y contradicciones internas del movimiento. Fuera de Hong Kong, hemos escuchado mucho acerca de los manifestantes ondeando la bandera británica, cantando el himno estadounidense, compartiendo memes de la rana Pepe y utilizando otros símbolos del nacionalismo occidental. ¿Cuán visible ha sido esto desde dentro del movimiento?

Estamos seguros de que muchos de vosotros habréis visto imágenes de la acción que tuvo lugar hace una semana en la que la gente se congregó formando un bloque negro delante de la embajada estadounidense, ondeando banderas estadounidenses, cantando su himno nacional y exhortando a la Casa Blanca a aprobar un acto en Hong Kong lo antes posible. Esto nos llevó a hacer la observación tragicómica de que Hong Kong podría ser el único lugar en el mundo donde un bloque negro lleva banderas americanas5.

Muchos de los “portadores de banderas” desprecian las críticas lanzadas a su acción; esto caracteriza a quienes apoyan los continuos llamamientos a la Casa Blanca en general. Cuando un compañero de los Estados Unidos vino a visitarnos recientemente, se acercó a los abanderados y no ocultó su desprecio por su propio gobierno. ¡A la mierda los Estados Unidos! Fueron sus primeras palabras, para luego extenderse sobre los asesinatos perpetrados diariamente por la máquina estatal estadounidense. Esta discusión fue grabada por una periodista estudiantil y circuló por Facebook durante unas horas, generando discusión y debate. Muchos de los comentarios fueron reveladores: calificaban a nuestro compañero estadounidense como la “variante estadounidense de la izquierda plástica” (un término insultante hacia los izquierdistas anticuados explicado en nuestra entrevista anterior) y lo acusaban de ser un ignorante. “¿De verdad crees que somos patriotas estadounidenses? ¡Sólo estamos siendo prácticos, pidiendo la ayuda de alguien que realmente puede ayudarnos!” Insistían en que cantar el himno estadounidense, ondear su bandera y declarar públicamente cuánto admiran su estilo de vida son sólo calculadas apelaciones al poderoso sentimentalismo de los actuales patriotas estadounidenses (Algunos de estos patriotas han realizado viajes a Hong Kong, como el militante fascista Joey Gibson, que se divirtió mucho tomándose selfies con manifestantes desprevenidos demasiado contentos de aplaudir a un patriota estadounidense que parecía amable con su causa).

Los abanderados afirman que quienes les critican son unos ingenuos: no saben que el mensaje que envían es de doble codificación. En el aniversario del 11 de septiembre, algunos incluso pidieron un cese de las actividades de protesta en toda la ciudad en conmemoración de aquellos que perdieron la vida en el 11-S. Otro movimiento astuto destinado a ganarse la simpatía estadounidense. Tan astuta piensan que es su comprensión de la realpolitik que parecen estúpidos, aunque en última instancia, somos nosotros quienes lo seremos si no rompemos con esa fascinación continua con el simulacro entre las “grandes potencias” del mundo.

Muchos amigos occidentales nos han preguntado repetidamente si este sentimiento es compartido por una gran parte de la lucha, o si esta fijación con Occidente es un fenómeno marginal. Digámoslo de esta manera: en este momento, cualquier cosa que tenga relación con China es un juego justo para la desfiguración y la profanación: la insignia del gobierno se destruye, las banderas se arranca de los postes y se tiran al agua, las instalaciones de los bancos e incluso las compañías de seguros que llevan el nombre de “China” están cubiertas de pegatinas, las persianas del “China Life Insurance” han sido pintadas recientemente con el mensaje de “No quiero una vida chinazi”. Si un escaparate con iconografía estadounidense visible fuese atacado en la misma forma (digamos, por nosotros), tememos que probablemente nos detendrían.

También deberíamos añadir que últimamente no sólo se ven banderas americanas en las protestas, sino también banderas de otros “amigos” del G-20: Canadá, Alemania, Francia, Japón, Reino Unido y similares; con la bandera de Ucrania haciendo una desafortunada aparición la semana pasada, presumiblemente porque se han realizado proyecciones de “Winter On Fire” en las plazas de muchos barrios y el público tiene poco conocimiento de lo que ese documental omite convenientemente.

Mientras tanto, se han sucedido continuadas campañas instando al Reino Unido a asumir la responsabilidad de seguir emitiendo pasaportes BNO (British National Overseas) a los ciudadanos de Hong Kong una vez más. Aunque este pasaporte no otorga a su titular derecho de residencia en el Reino Unido, ni garantiza protección consular, para algunos parece encarnar la esperanza de escapar de una ciudad que muchos están comenzando a considerar como una trampa mortal. “Prefiero ser un ciudadano de segunda o tercera en un país occidental que ser arrojado a un campo de corrección de pensamiento”, comentó alguien hace unas semanas en un hilo de mensajes online.

Visto desde esta perspectiva, el ondeamiento de banderas occidentales parece menos un hábil acto de astucia estratégica y más una súplica desesperada y piadosa por un libertador todopoderoso. Esto es una mezcla mortal de miedo e ingenuidad, ambas retroalimentándose, que estamos haciendo esfuerzos por combatir. Nuestros amigos estadounidenses recientemente nos dieron un eslogan maravilloso que esperamos difundir por todas partes: “Chinazi y Amerikkka: dos países, un sistema”.

¿Qué instituciones y mitos han perdido legitimidad ante la opinión pública en el curso de los disturbios? ¿Cuáles han conservado o ganado legitimidad? ¿Podéis describir el éxito o el fracaso de los esfuerzos para criticarlos, o al menos para empezar un debate sobre el tema?

Como describíamos en la anterior entrevista, durante muchos años se creía que había dos caminos en la lucha social: protestas pacíficas, cívicas y gentiles accesibles a amas de casa, ancianos y otras personas que no podían correr el riesgo de ser arrestadas, y la participación belicosa empleando varios tipos de acción directa. Estos dos caminos persisten, pero lo que no tiene precedentes en la situación actual es que ambos son ilegales: el gobierno rechaza las solicitudes de protesta y toda asamblea está de facto prohibida, por inocente que sea. Simplemente estar físicamente presente o cerca de la escena de una asamblea ilegal ya constituye motivo de arresto y detención. Cuando estás sentado en el metro o en el autobús de vuelta a casa, nunca sabes si los escuadrones antidisturbios asaltarán el vehículo y procederán a golpear a todos los que vayan a bordo, si los vigilantes han avisado a la policía o te están siguiendo a casa, o si las triadas estarán presentes en tu barrio por la noche. La participación te convierte en un cuerpo que puede ser mutilado, torturado y, al parecer, asesinado por aquellos cuyos actos están autorizados en nombre del “orden”. Como los guardianes del orden dejan claro, somos “cucarachas”, plagas a exterminar para que los negocios puedan funcionar como de costumbre.

Además, simpatizar con la lucha puede dejarte sin empleo si trabajas para una empresa que tiene vínculos con el mercado chino. Considérese el caso de Cathay Pacific, cuya alta gerencia exigió una lista de miembros de un sindicato que había participado del movimiento, a la vez que ayudaba a filtrar información a la policía. Esta compañía está llevando a cabo una exhaustiva purga de partisanos entre su personal, dirigida por soplones.

Profesores que te enseñaban álgebra en el colegio hace unos meses podrían ayudar en tu arresto; directores y jefes de departamento permanecen de brazos cruzados mientras los escuadrones de antidisturbios te capturan a ti y a tus amigos a las puertas de la escuela. Esta es la realidad a la que los manifestantes se están habituando rápidamente. Como consecuencia, se han formado redes de apoyo mutuo para abordar la situación, ofreciendo empleo, vivienda, transporte y comida a aquellos que lo requieren.

En resumen: el futuro, como un horizonte de avance previsible, un itinerario de planes y proyecciones cumplibles y previstos, ha colapsado, y nos ha dejado consultando, minuto a minuto, los mapas dibujados en tiempo real por cartógrafos voluntarios, mostrándonos qué estaciones evitar, qué desvíos tomar, que vecindarios están siendo gaseados actualmente. La vida diaria en sí se convierte en una serie de maniobras tácticas, todos debiendo tener cuidado con lo que dicen en el almuerzo en cafés y comedores para que no se les escuche y se informe sobre ello, experimentando con diferentes formas de viajar en el metro gratis sin ser demasiado obvios, inventando códigos para usar en mensajería instantánea o redes sociales que evaden el descifrado rápido. Es bastante extraordinario que tantos estén dispuestos a renunciar a las comodidades y conveniencias de la metrópoli, al disfrute del anonimato mientras viven. Es necesario encontrar y mantener la clandestinidad de otras formas.

Es imposible negar que, a pesar de todo, un sentido de invención y aventura satura las minucias de nuestras vidas despiertas.

¿Qué se necesitaría para que los disturbios se extendieran a la China continental, si no fuera con esta lucha, en alguna de sus futuras secuelas? ¿O las premisas del movimiento en sí lo hacen imposible?

Por un lado, requeriría que confrontáramos el hecho aleccionador de que Hong Kong depende de China en muchos más sentidos que los suministros de comida y agua. Esto debería hacer evidente que cualquier revuelta exitosa aquí debe necesariamente involucrar el apoyo activo de las regiones que rodean Hong Kong. Este imperativo práctico encontraría aquí más fácil audiencia que otros argumentos abstractos, ya que los hongkongneses exhiben poca paciencia para las discusiones ideológicas.

Queremos remarcar lo polémico de este punto; varios miembros de nuestro colectivo sugieren que esta dependencia es un punto de intenso resentimiento para muchos en Hong Kong, particularmente puesto que es una consecuencia de los nefastos acuerdos políticos que han llevado a la destrucción gradual de muchas de las tierras de cultivo de Hong Kong en los territorios del noreste, lo que fue aprobado para dar paso a complejos residenciales sujetos a la especulación extranjera (y continental), así como al grotesco acuerdo de importación de agua que tenemos con Guangdong. Es decir, esta dependencia simplemente refuerza el ardor independentista y de soberanía en lugar de atenuarla.

Otro paso necesario sería dejar de lado la fantasía de que Hong Kong es excepcional, la forma en que la gente imagina la ciudad como un paradigma liberal poblado por cosmopolitas libre-pensantes amantes de la libertad, en contraste con los campesinos tramposos, groseros y de cerebro lavado del norte. Por muy trivial que parezca, debemos vaciar la “identidad de Hong Kong” de cualquier contenido positivo, de todas sus pretensiones de civilización, urbanidad e iluminación, para dar paso a la negatividad consumada de la revuelta proletaria, que puede cortar decisivamente la división generada por los gobiernos a ambos lados de la frontera. Hay que decir que cada vez que ha habido una agitación o un informe de un “incidente masivo” en China durante esta lucha, la gente ha prestado mucha atención.

Muchos también han explorado vías inventivas de “contrabandear” información a los continentales, incluso yendo tan lejos como editando videos porno en sitios para adultos chinos, insertando imágenes de brutalidad policial en Hong Kong. Esto nos recuerda a nuestras antiguas rebeliones chinas favoritas, en las cuales la información de contrabando circulaba a través de pergaminos escondidos en bollos y pasteles.

Como mencionábamos anteriormente, hay quienes abogan por la “independencia” y la “autonomía” de cada región de China, la balcanización del país tras el colapso del Partido Comunista (lo último es la prioridad, lo primero se considera simplemente una consecuencia favorable). Sin embargo, para otros, una eventualidad más plausible, considerando la imagen de ovejas vigiladas y pasivas que muchos tienen de los habitantes del otro lado de la frontera, es la esperanza de que la soberanía de Hong Kong sea respaldada por la amenaza militar internacional, y su frontera vigilada de modo que nuestro destino esté desacoplado del de los chinos.

Desmantelar esta matriz ideológica y socavar las bases de esta identidad cultural de Hong Kong en favor del peligroso trabajo transfronterizo es un tarea profundamente desagradable e impopular. A decir verdad, pocos de nosotros sabemos cómo hacerlo a una escala significativa, especialmente desde que todos los canales de información en el continente están sujetos a controles exhaustivos. Nuestros amigos en el continente han hecho importantes esfuerzos por difundir esta lucha en chats y redes sociales, pero esta información es a menudo eliminada con rapidez y las cuentas prohibidas.

Se puede imaginar cuán desalentadora es esta tarea, y más si cabe, la dificultad se ve magnificada por su urgencia, especialmente ahora que las multitudes comienzan a formar coros en espacios públicos para cantar un recientemente escrito “himno nacional de Hong Kong”.

Hacednos un resumen de las innovaciones tácticas y tecnológicas que se han producido a lo largo de los últimos meses y lo que han permitido a los participantes de las protestas hacer que antes era imposible.

Dentro de varios años seguiremos echando la vista atrás y maravillándonos por todas las cosas increíbles que surgieron en respuesta a los problemas concretos que los insurgentes han enfrentado en el transcurso de los últimos meses.

En respuesta a los adolescentes que no tenían hogares a los que regresar porque sus padres prácticamente los “desahuciaron” por asistir a las manifestaciones y permanecían en las calles cuando se declaró el estado de emergencia, la gente creó una red de apartamentos abiertos a los que los jóvenes insurgentes podían retirarse temporalmente. Ante el hecho de que minibuses, autobuses y el metro ya no eran seguros para que los manifestantes escaparan, se formaron vía Telegram redes de viajes compartidos para “recoger a los niños de la escuela”. Nos encontramos con conductores mayores que ni siquiera sabían cómo funcionaba Telegram, pero que conducían alrededor de los “puntos calientes” informados por las noticias de radio, ayudando a los manifestantes que necesitaban un viaje rápido fuera del peligro.

Por otro lado, nos encontramos con muchos jóvenes sin trabajo o sin el suficiente dinero como para comprar comida en la primera línea de batalla, de modo que grupos de trabajadores preparaban suministros de supermercados y cupones de restaurantes y se los entregaban antes de los enfrentamientos. Este hecho notable es a menudo usado por los conservadores para sugerir que las potencias extranjeras están detrás de esta “revolución de colores” porque… ¿de dónde vino todo este dinero para cupones? ¡Tiene que haber alguien financiando esto! No pueden entender que cualquier trabajador estaría dispuesto a rebuscar en sus propios bolsillos para ayudar a luchadores que no conoce.

En respuesta al sufrimiento, al trauma y al insomnio inducidos por una larga exposición al gas lacrimógeno y a la violencia policial, ya sea experimentada en primera persona o por medio de retrasmisiones gráficas en vivo, aparecieron redes de apoyo que ofrecieron asesoramiento y atención. Ante la situación de los niños que no disponen del suficiente tiempo para sus deberes porque están en la calle toda la noche, aparecieron canales de Telegram ofreciendo servicios de tutorías gratuitas. Puesto que los estudiantes estaban en huelga y no tenían clase, la gente organizó seminarios sobre todo tipo de temas políticos en las escuelas que simpatizaban con la causa y en espacios públicos.

Mientras tanto, la gente ha comenzado grupos en Telegram para discutir sobre temas que pueden resultar curiosos para los manifestantes; nosotros estamos en proceso de abrir uno también. El tema puede ser técnico (cómo desarmar una máquina expendedora de billetes de metro, cómo pasar por un torniquete sin pagar), puede ser histórico (recientemente vimos uno sobre la Revolución Francesa), puede ser espiritual o sobre defensa personal y artes marciales.

Todos estos ejemplos son impresionantes en su amplitud y eficiencia. Se forman grupos de afinidad para hacer cocteles Molotov y probarlos en bosques. Otros desarrollan lazos de amistad y confianza practicando juegos de guerra en el bosque, estableciendo simulaciones de fuego cruzado con la policía. Improvisados dojos de artes marciales se llevan a cabo en parques y azoteas. Di lo que quieras sobre la gente de la ciudad, son extraordinarios resolviendo problemas con el mínimo alboroto.

Esta lucha está jugando un rol pedagógico para todos los que participan en ella. Es una pedagogía fenomenológica en la que la ciudad que habitamos ha adquirido un significado completamente nuevo a través del proceso de lucha: cada aspecto de cada ciudad ha adquirido un profundo significado táctico. Tienes que saber qué áreas son frecuentadas por las triadas; cada curva en el camino y cada callejón puede marcar la diferencia entre salir o no de una pieza de las manifestaciones. En los últimos meses, nos hemos encontrado en vecindarios que nos resultan extraños, pero incluso aquellos en los que hemos crecido se vuelven ajenos cuando huimos de los escuadrones de antidisturbios o examinados hilos de mensajes llenos de historias compartidas por aquellos que, gracias a su empleo o antecedentes, conocen íntimamente aspectos de la ciudad a los que nunca podríamos acceder por nuestra cuenta. Combina esto con los extraordinarios mapas a tiempo real dibujados por equipos de voluntarios para indicar zonas de peligro y avenidas de escape, y comenzarás a entender cómo los tres últimos meses han significado un acelerado recorrido psicogeográfico y cartográfico de nuestra ciudad, cuyo valor es inestimable tanto para esta lucha como para las que vendrán.

Por supuesto, al final del día, no se trata simplemente de aquellos en las calles; hay muchos, incluso en nuestro colectivo, que prefieren por diversas razones no estar donde tienen lugar las luchas callejeras. Las contribuciones monumentales de quienes dibujan mapas y suministran información en tiempo real fuera del lugar, verificando incansablemente la precisión de los datos que fluyen continuamente desde una multiplicidad de canales, han sido fundamentales para garantizar la seguridad de los insurgentes y la eliminación de las informaciones falsas (ciertas cuentas en los cnalaes de Telegram difunden constantemente información falsa, con un propósito aún desconocido). Es también significativo que las personas se tomen el tiempo, después de extenuantes combates callejeros, para debatir colectivamente los puntos más finos de las tácticas en canales y mensajes de Telegram, abiertamente y con espíritu de camaradería. Esto es lo que hace posible lograr cada proyecto iniciado, ya sea cerrar una línea de metro, una autopista al aeropuerto o el aeropuerto mismo, incluso si, como en el caso de la línea de metro, los primeros intentos resultan infructuosos. La voluntad para lograr objetivos debe ir acompañada de la determinación colectiva de crear la infraestructura informativa necesaria para que esto suceda.

¿Qué puede hacer la gente de fuera de Hong Kong para apoyar a los detenidos y encarcelados de este movimiento, especialmente los antiautoritarios? ¿Qué otras formas de apoyo os gustaría recibir?

En los próximos días divulgaremos información sobre una acción de solidaridad que estamos coordinando con algunos amigos en el extranjero. ¡Mirad este espacio!

También sería muy útil si cada uno publicara su propia literatura sobre el estado de cosas al que todos nos enfrentamos, en este momento histórico, con respecto a China y al continuo desarrollo de tecnologías de vigilancia en todo el mundo. No podemos permitir que la narración de esta lucha gire simplemente entorno a las denuncias de justicia hacia el Partido Comunista Chino. El partido es absolutamente digno de nuestro desprecio, pero no debemos imaginar que todo el mal del mundo está concentrado en China, no podemos permitir este facsímil ridículo de la Guerra Fría con su irrisoria división entre ciudadanos honrados del “mundo libre” y centinelas de 1984, para desviarnos de las demandas de nuestro tiempo y el proyecto de acelerar la ruina de todo lo que continúa separándonos de la vida que nos espera.

Difunde el espíritu de la burla proletaria. ¡Riámonos en todos los idiomas que conocemos!

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  1. Una granada de esponja es como una bala de goma, sólo que unas veinte veces más grande y con una punta de espuma de poliestireno en lugar de goma.
  2. Las triadas son miembros de pandillas que participan en el crimen organizado y que tienen una larga historia en Hong Kong y en la China continental.
  3. Su genealogía se remonta a las sociedades secretas que se opusieron a la dinastía Qing durante el periodo imperial, un ejemplo claro sobre cómo se recuperan las organizaciones revolucionarias.
  4. Por ley en Hong Kong, los empleadores sólo deben dar a sus ayudantes un día libre a la semana, y muchos encuentran la forma de contravenir esta ley.
  5. Puedes consultar la entrevista aquí, junto con muchos más ejemplos de las extensas redes de control chinas.
  6. Nota del editor: Lamentablemente, esto no es cierto. En Alemania, donde se organizaron las tácticas del bloque negro, algunos radicales de izquierda “anti-Deutsch” se hicieron famosos por marchar con banderas americanas, a menudo en formaciones de bloques negros. La estupidez de buscar la salvación de un imperio en los brazos de otro no conoce fronteras, y la militancia por sí sola no es una prueba en su contra.

Fuente: https://www.todoporhacer.org/anarquista-hong-kong/

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