Cuando sale la luna

China, año 2020, año de la Rata de Oro: una luna artificial brillará en el cielo.

Lo que parece una invención de una película de ciencia-ficción responde, por el contrario, a un ambiciosísimo proyecto: iluminar las noches de la metrópoli de Chengdu (catorce millones de habitantes) a través de la puesta en órbita de espejos que reflejen la luz solar.

La potencia de luz debe ser ocho veces superior a la de la luna llena. Se tendría así una luz crepuscular en lugar de la oscuridad… El proyecto final prevé el lanzamiento de tres lunas posicionadas a 500 kilómetros de la Tierra, y cuando se lleve a término expresará todo su potencial comercial.

Según los chinos, la ventaja estribará en ahorrar en el alumbrado público. En realidad la apuesta es mucho más elevada. Ser reconocidos inequívocamente como súper potencia mundial apuntando directamente a la conquista del espacio, donde las misiones espaciales representan una magnífica tribuna para desarrollar tecnologías punteras, telecomunicaciones, robótica, sistemas de comunicación, tecnología de materiales y mucho más.

Para confirmar todo esto, la sonda Chang’e 4 –luna en chino– ha alunizado en la cara oculta, y todavía no explorada, de la luna. El objetivo declarado es recoger nuevos datos y experimentar el cultivo de brotes, semillas y gusanos de seda en previsión de una futura base lunar.

Volviendo a las lunas artificiales, ya hay quien arruga la nariz. La luna artificial ¿tendrá efectos negativos sobre los ciclos vitales del planeta?

Loca, caprichosa, patrona de las cosechas y de las mareas, su imagen ha evocado siempre fascinación, inspiración, sugestión y fantasía.

El alcance de las consecuencias, de los riesgos y de los interrogantes es por ahora incalculable, pero hemos encontrado un ejemplo concreto en la reciente historia de un pequeño pueblo perdido en los Alpes italianos.

Situado en la ladera de una montaña, en el pueblo de Viganella no llega la luz del sol de noviembre a febrero. Durante siglos, sus habitantes se han adaptado, y es tradicional hacer una gran fiesta cuando vuelve el sol. En 2006, el alcalde decide instalar sobre las montañas circundantes un gran espejo reflectante destinado a iluminar seis horas al día la plaza y la iglesia del pueblo. Repentinamente, la pequeña localidad de doscientos habitantes se convierte en una atracción internacional, haciendo que acudan televisiones, estudiosos, periodistas, curiosos y turistas. Llegan los noruegos y copian el proyecto; los rusos quieren saber más. En resumen, el espejo atrae la fama y a mucha gente. En el barullo general, los políticos de turno se disputan gloria, consensos y votos al son de litigios pretendidamente tecnológicos, guerras y batallas que ya duran años, sin acabarse nunca. Para los habitantes, sin embargo, nada parece haber cambiado. Faltan los servicios mínimos, no hay panadería, consultorio médico ni otros servicios públicos.

Esta historia me recuerda la película de Berlanga, Bienvenido míster Marshall, donde los sueños, las esperanzas, los pequeños deseos de los habitantes de Villar del Campo (no, de Villar del Río), provocados por un hecho externo que viene de arriba, se quiebran tristemente.

Para mayor ironía del destino, el nombre de Viganella ya no existe. El pequeño pueblo ha perdido definitivamente su identidad histórica y ahora se llama Borgomezzavalle (Villar del medio valle).

Saltamontes

Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, marzo de 2019

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