Alternativas para un sindicalismo de combate

La situación social en el Estado Español está lejos de haber mejorado para las clases populares, después de la brutal andanada contra la clase trabajadora que ha representado la crisis iniciada en el año 2007. Los salarios por hora en España se redujeron un 7,6% entre los años 2008 y 2015 (último dato disponible). Teniendo en cuenta la evolución de la jornada de trabajo, factor clave en la precarización de la condición obrera, la caída de los salarios por trabajador alcanza el 12% en ese período. Si, además, atendemos al tipo de contrato, la devaluación salarial ha sido mucho más marcada para los trabajadores temporales que sufrieron un recorte del 13,5% a lo largo de estos siete años.

Así, mientras los precios han subido un 13,7 %, no ha dejado de aumentar la parte de la renta nacional en poder de los capitalistas: uno de cada dos euros se va a remunerar al capital. Se han perdido 30.000 millones en salarios y los beneficios han aumentado en 14.000 millones durante la crisis.

En cuanto al salario indirecto, en la forma de prestaciones sociales públicas, la situación es cada vez más insostenible: cierre de grupos y aumento de ratios de alumnos por aula en los centros escolares, hacinamiento combinado con infrautilización de los hospitales y centros de salud, un desmedido aumento de las listas de espera quirúrgica, diagnóstica y de consultas (concretamente la lista de espera quirúrgica se ha disparado, pasando de 362.762 personas en 2006 a 614.101 -un 69,28% más- en 2016), lo que ha llevado a muchas personas a contratar pólizas de seguros privados.

Además, en este momento hay ya 14 millones de trabajadores pobres (que, pese a tener un empleo, no consiguen salir de la miseria, los llamados working poors). Desde 2011 se mantienen más de 1,8 millones de hogares con todos sus miembros en el paro, una tasa de cobertura de la prestación de desempleo que no llega al 56 % y una tasa de pobreza de más del 22 % de la población. Y, por supuesto, todo ello ha venido acompañado de ataques decididos contra el derecho de huelga y de una represión acrecentada en la esfera pública, en la calle y en los puestos de trabajo, que está normalizando las condenas penales por hacer uso de la libertad de expresión y está construyendo un discurso autoritario de negación de los derechos más elementales (como el de asociación o el de reunión) para las organizaciones de las clases populares.

Es la hora, pues, de que la clase trabajadora tome cartas en el asunto, se auto-organice, se movilice y de la vuelta a la situación mediante la lucha y la presión social. Es la hora de un sindicalismo de combate, asentado en la participación protagónica de la clase y en la acción sin intermediarios.

Un sindicalismo de ese tipo, por supuesto, tiene que ser un sindicalismo unido, capaz de golpear coordinadamente donde más le duela a la oligarquía patria y a los grandes financieros internacionales. Un sindicalismo de base, ampliamente participativo, pero también fuerte, integrado, estructurado y organizado. Es, pues, la hora en la que más necesitamos la construcción de Un Gran Sindicato (One Big Union, como decían los wobblies en Estados Unidos a inicio del siglo XX) no burocratizado, volcado en la acción directa y con un discurso y un modelo de sociedad propios que le hagan capaz de intervenir con fuerza en el desarrollo cambiante y acelerado de los acontecimientos sociales de nuestro tiempo.

Un sindicalismo de clase, unitario y combativo que se plantease dar la batalla en serio en estos tiempos de crisis, ultraliberalismo y deriva autoritaria del Estado dirigido con mano de hierro por los capitalistas, debería tener en cuenta algunos ejes de actuación importantes:

– La importancia estratégica de la infraestructura logística y de transportes para la economía moderna. En una economía globalizada en la que los productos y los trabajadores tienen que realizar grandes desplazamientos para conseguir valorizarse en el mercado, los nodos logísticos y las actividades de transporte, ya sean de mercancías, materias primas o fuerza de trabajo, se convierten en el auténtico sistema sanguíneo del capitalismo. Sin puertos, infraestructuras ferroviarias, líneas de Metro y autobús, grandes almacenes de distribución y redes de riders y transportistas que entregan el producto acabado al consumidor, la economía moderna, globalizada y basada en cadenas de valor transnacionales y en una fuerza de trabajo expulsada a barrios apartados de las grandes metrópolis por la especulación inmobiliaria en los centros urbanos, sería incapaz de mantener el proceso de acumulación. Tenerlo en cuenta a la hora de la organización obrera y, muy señaladamente, a la hora de implementar la huelga general, puede ser decisivo. La posibilidad de paralizar las capacidades del capital para trasladar las mercancías del lugar de producción al de ensamblaje o al de compra (y estamos hablando tanto de los productos terminados como de la fuerza de trabajo humana y de las materias primas) es de una importancia estratégica innegable.

– La creciente importancia del trabajo cognitivo en el marco de la producción moderna. Lejos de cualquier tipo de metafísica sobre el cognitariado o la producción inmaterial, lo cierto es que las capacidades obreras para el trabajo intelectual y relacional y el dominio, flexible y amplio, de los conocimientos tecnológicos y sociales, es cada vez más necesario para desarrollar el trabajo en los capitalismos centrales. Esto puede dar lugar a nuevos tipos de explotación, y se quiere utilizar, por parte del Capital, como una oportunidad para la interiorización obrera del discurso ultraliberal (lo políticamente correcto, la metafísica del emprendimiento y la conversión de uno mismo en una marca como soluciones a las contradicciones crecientes de la explotación). Pero también puede ser una ventana de oportunidad para el desarrollo de las capacidades de la clase trabajadora para tomar el control de la producción y para generar una militancia que, sobre la base del trabajo intelectual de masas y colectivo, supere la simple oposición rutinaria a la patronal para abrir espacios a una creatividad acrecentada y a nuevas formas de constitución de lo real.

– El proceso de precarización creciente de la condición obrera, con la expansión de las zonas grises del Derecho del Trabajo (falsos autónomos, trabajo-formación, trabajo migrante…), así como con la flexibilización en aumento de la relación laboral (trabajo temporal, a tiempo parcial no deseado, subcontratación, ETTs, empresas de servicios…). Una precarización en lo laboral que se ve acompañada del efecto empobrecedor de los recortes sociales en las prestaciones públicas por desempleo, servicios sociales, educación, sanidad o remuneraciones por jubilación, generando un proceso de empobrecimiento de masas centrado fundamentalmente en las nuevas generaciones. Un proceso que, ante la labilidad de relaciones laborales precarias en las que el despido es cada vez más fácil y la vinculación con la empresa menor, y ante la degradación creciente de las barriadas obreras, impone una recuperación estratégica de lo espacial y barrial como nodos de lucha y de construcción sindical, de generación de contrapoder obrero basado en las redes de solidaridad de lo precario y en una visión global de las necesidades obreras que no se acabe en las contradicciones existentes en el centro de trabajo, para alcanzar también realidades como la falta de vivienda salubre y asequible o el abandono de la juventud migrante en situaciones de marginalidad.

– La importancia estratégica de la defensa de los servicios públicos y de su transformación en instituciones del común. Los servicios públicos se han convertido en el gran blanco actual de las ofensivas del neoliberalismo. Se trata de yacimientos de plusvalor que aún no han caído en las manos de los fondos de inversión y la empresa privada. La degradación de la Seguridad Social, el desmantelamiento de la sanidad y la educación, la gestión privada de la limpieza o el transporte urbanos buscan esencialmente el mismo resultado: desposeer a las poblaciones de formas de salario indirecto de alcance universal y generar áreas de negocio para un capital que busca desesperadamente nuevos espacios donde invertir sus excedentes. La lucha contra las privatizaciones y por la remunicipalización y la transformación de los servicios públicos en un parque colectivo de instituciones comunales, con nuevas formas de gestión centradas en la cogestión entre trabajadores y comunidades, es una apuesta por la defensa de las condiciones de vida las clases populares, así como por su empoderamiento y por la construcción de las condiciones materiales para una sociedad socialista libertaria.

– La importancia innegable de la experimentación con formas de gestión cooperativa y autogestionada de empresas y recursos colectivos. En momentos de crisis, la recuperación de empresas por parte de los trabajadores y la constitución de emprendimientos productivos es una salida para una parte de la clase obrera tradicional empujada hacia el paro y la exclusión, así como para un sector de la clase media en proceso de proletarización. La articulación de redes y de bancos de herramientas comunes (tanto teóricas como materiales) en las que quepa tanto el sindicalismo de combate como los movimientos de la economía social y la autogestión enriquecería fuertemente a ambas partes, y les dotaría de una visión sistémica y de conjunto de sus tareas. El ejemplo de la Red Internacional La Economía de los Trabajadores, que agrupa a académicos, activistas, sindicalistas y trabajadores de empresas recuperadas de todo el mundo es ampliamente representativo.

Teniendo en cuenta estos ejes estratégicos de actuación, un sindicalismo desde abajo, revolucionario y asambleario, podría construir un programa conjunto de avance para la clase trabajadora, como propuesta a la sociedad contra la crisis y por la recuperación de la palabra y el contrapoder obreros. Un programa que, sin duda, debería incluir cosas como las que se indican en el párrafo siguiente:

Modificación de las leyes que sean necesarias del Derecho Laboral para garantizar la seguridad y estabilidad en el trabajo (empezando por la imposición de la readmisión obligatoria en caso de despido improcedente o de utilización sin causa de la contratación temporal), para quebrar la base del proceso de precarización de la clase. La conformación de mecanismos crecientes de participación de los trabajadores en la gestión de las empresas, empezando por las cogestión sindical de las empresas públicas y estratégicas, así como por la constitución de Consejos Autónomos de Trabajadores, revocables y sometidos a mandato imperativo ante la asamblea de los empleados, con competencias de gestión, que sustituyan a los actuales Comités de Empresa. La reivindicación del tiempo de vida de la clase trabajadora, con la disminución universal de la jornada laboral, sin pérdida de salario. La defensa de los servicios públicos y la lucha por convertirlos en instituciones del común, cogestionadas por los trabajadores y las comunidades de usuarios. El aumento de los sueldos y de las prestaciones sociales públicas para recuperar la capacidad adquisitiva hurtada con la excusa de la crisis y avanzar en la construcción de una economía del trabajo y no del plusvalor. La garantía de la prevención de riesgos laborales, legislando para garantizar el ingreso en prisión de los patronos que obliguen a sus empleados a trabajar sin las condiciones de seguridad adecuadas. La generación de mecanismos legales que permitan acabar con la brecha salarial de género y garantizar los cuidados en las familias obreras, por la vía de su socialización y del reparto equitativo en la pareja, mediante reivindicaciones como un permiso de crianza igual e intransferible para ambos progenitores.

Y, por supuesto, muchas más que se pudieran plantear en un proceso participativo de construcción de un programa transitorio de avance obrero, en el buen entendido de que el programa transitorio es eso, transitorio, temporal, y no es un fin en sí mismo, sino una palanca para avanzar en la construcción revolucionaria de una nueva sociedad.

¿Cómo articular, pues, un proceso de confluencia amplio y participativo que permita construir este sindicalismo unitario y de combate? ¿Cómo generar los espacios que lleven, algún día, a un gran Congreso Obrero, a un proceso multitudinario de organización de la clase?

Proponemos algunos elementos a tener en cuenta:

En primer lugar hay que partir de lo que hay, no de lo que nos gustaría que hubiera. Lejos de plantear unificaciones orgánicas prematuras o la apertura de espacios que no tengan en cuenta la realidad del ecosistema material conformado por las organizaciones existentes, lo que debemos intentar es construir la unidad de hecho desde la coordinación creciente de las iniciativas y el trabajo el común. Espacios como el Bloque Combativo y de Clase, o los que le puedan suceder, son el embrión de un proceso de unificación de las luchas que ya está sucediendo. Profundizar ese proceso precisa de generosidad, lealtad y voluntad de trabajar en condiciones de equidad por parte los distintos sindicatos combativos. Abrirlo a otros organismos obreros no sindicales y coordinarlo, a su vez, con los movimientos sociales, es también una necesidad. La construcción de un Bloque Obrero amplio y plural como alternativa al sindicalismo oficialista y burocrático, sobre la base del trabajo efectivo y no de las declaraciones de intenciones, puede generar la confianza mutua imprescindible para posteriores avances más profundos.

Además, el Bloque Obrero en constitución continua debe establecer las alianzas oportunas con otros sectores sociales para hacer avanzar su proyecto de sociedad y crear un colchón social amplio contra la represión que vendrá. Alianzas con todos los sectores precarios organizados de manera autónoma, con los movimientos sociales que buscan una transformación progresiva (como el ecologismo, el feminismo, la autogestión…), con los sectores de clase media que estén dispuestos a luchar por una profundización democrática de la sociedad o que enfrenten procesos de proletarización relacionados con la expansión de las nuevas tecnologías y las mutaciones del proceso productivo globalizado (abogados, intelectuales, taxistas, autónomos, etc…), con las personas y profesionales de buena voluntad que denuncien la represión contra las clases populares y la deriva autoritaria en ciernes, etc. Se trata de generar un Bloque social amplio y plural que sirva de ecosistema en el que difundir y expandir el proyecto obrero y generar la suficiente masa crítica para hacer vencer su alternativa de sociedad.

Ahora bien, este marco de alianzas amplio y no sectario, no debe edificado a cualquier precio. Hemos visto reiteradas veces el resultado de confiar en el electoralismo y el legalismo que impone la hegemonía de la clase media y los profesionales de la política en la representación de las luchas populares. El movimiento obrero no puede ser dependiente de los intereses y necesidades de burocracias (por muy obreras que se proclamen) ni de aventureros políticos o sectores ambiciosos de la clase media. La independencia del nuevo sindicalismo revolucionario es un activo estratégico a salvaguardar. Y eso, visto los últimos acontecimientos relacionados con el llamado “asalto institucional” en nuestro país, muy probablemente impone un tiempo de reflexión y crecimiento al margen y en plena autonomía de los proyectos electorales y de los profesionales de la política. El apoliticismo (en el sentido electoral) no es una cuestión de principios o de dogmas, sino que está relacionado con una necesidad práctica del día: la imprescindible apertura de un espacio autónomo para el debate y la construcción orgánica del movimiento obrero que ponga en primer lugar las necesidades y los intereses del propio movimiento, sin hipotecas ni direcciones externas. Generar una militancia y una representatividad propias, un discurso independiente y una trama organizativa autónoma de los aparatos que buscan lo institucional es irrenunciable e imprescindible.

Todo ello, además, debe llevar a la emergencia de nuevas prácticas y nuevos discursos obreros producto de formas innovadoras de entender la lucha sindical. Las mutaciones del aparato productivo han sido brutales en las últimas décadas. La subcontratación, las plataformas colaborativas, el teletrabajo, el biga data aplicado a la selección de personal o a la gestión de recursos humanos, la robotización, los avances en el reconocimiento facial y la videovigilancia, etc, abren nuevos espacios de confrontación entre clases y generan un escenario radicalmente transformado. No podemos ir al rebufo de los acontecimientos. Tenemos que cabalgar la ola de la transformación productiva con formas innovadoras de lucha de clases: experimentar con formas de organización transnacional y con luchas que abarquen la cadena de valor en su conjunto (sin quedar limitadas a la empresa o al centro de trabajo), con la utilización de las nuevas tecnologías para la lucha y con la recuperación de la expresividad barrial de los malestares proletarios. Innovar, en este momento, es imprescindible.

Y para generar la trama de debate abierto y creatividad que puede dar lugar a dichas innovaciones, tenemos que prepararnos para un gran avance cultural y formativo sobre la sociedad y sobre nuestra militancia. Recuperar la urgencia favorable a la expansión del conocimiento y la cultura que fue una de las tradiciones fundamentales del anarcosindicalismo ibérico. Ateneos, Centros Sociales, Escuelas Sindicales, tanto como revistas, webs, periódicos e iniciativas audiovisuales, no sólo como expresión oficialista de una doctrina de grupo (la eterna lengua de madera de las organizaciones radicales), sino como nodos de reflexión proliferante, creativa y múltiple: abrir espacios para las múltiples palabras obreras, para encontrar los nuevos discursos y experiencias del nuevo tiempo.

Nuevos discursos y nuevas prácticas. No nos cansaremos de decirlo: la organización revolucionaria es el Partido de la Acción. El sindicalismo de la clase obrera autoorganizada es el crisol de la iniciativa y la lucha. Sin lucha no hay avances. Las inmensas contradicciones sociales que nos rodean, en este gigantes proceso de mutaciones que está sufriendo el capitalismo histórico, y que están empujando a gran parte de la clase trabajadora a la miseria y a la desesperanza, no se resolverán por encontrar el discurso apropiado, y menos aún por cambiarle el nombre a las cosas y buscar nuevas palabras para llamar de forma distinta a la misma lucha de clases. Las contradicciones sólo se resuelven por la acción. La acción colectiva, concertada, múltiple, proliferante, lo más organizada que sea posible (pero recordando que la organización es la organización de las luchas y está a su servicio, y no es un fin en sí misma), incansable e insegura.

Un sindicalismo de combate es la acción autoorganizada que la clase trabajadora despliega para mover el mundo, para cambiarlo de base, para negar lo que la constriñe a la impotencia y a una vida detenida e hipotecada. Luchando, la clase obrera se constituye como su propia negación creativa: deja de ser un rebaño pasivo y explotado para convertirse, tendencialmente y de hecho, en el conjunto de las mujeres y hombres libres, fraternos e iguales del mañana. Estamos en ello.

José Luis Carretero Miramar

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