Sobre Feminismo y otras Políticas de Identidad

A raíz de los acontecimientos acaecidos el pasado jueves 8 de marzo, día en el que se celebraba el día internacional de la mujer, y en el que cientos de millares de mujeres tomaron las calles en diversos rincones del mundo, me ha dado por pensar. El foco de mis pensamientos se ha centrado en la conveniencia, o no, de la rica diversidad de movimientos reivindicativos que podemos observar hoy en día a nuestro alrededor: feminismo, animalismo, anti-racismo, LGBQT, etc.

Creo que lo primero es aclarar que todos estos movimientos tienen – y siempre tendrán – todo mi apoyo, creo firmemente en las ideas de base de todos ellos, creo en la total igualdad entre la mujer y el hombre, en los derechos de los animales a ser tratados dignamente y con todo el respeto que se merecen nuestros compañeros de andanzas en esta aventura que es la vida en nuestro planeta, creo en la igualdad de todo ser humano, independientemente de su color de piel, o su preferencia sexual… en fin, creo en que dentro de todos nosotros – por mucho que a veces se esconda – hay una vocecita gritando «libertad…igualdad…». Creo firmemente que si se presentase la situación en la que pudiésemos elegir vivir en un mundo en el que todos coexistiésemos en paz y armonía; en el que midiésemos nuestra felicidad no por lo que poseemos, sino por lo que somos; en el que aprendiésemos a respetarnos todos como iguales, incluyendo no solo al resto de seres humanos, sino a todos los elementos que conforman el planeta que habitamos; creo firmemente, que la gente se asiria a este mundo con todas sus fuerzas, sin mirar hacia atrás nunca más.

El problema es que estamos aún muy lejos de esa realidad. Vivimos en una sociedad en la que prima lo individual y lo egoísta por encima de lo colectivo, una sociedad que basa su felicidad en la idea de un crecimiento continuo y desmesurado con el que tarde o temprano nos vamos a dar de bruces, una sociedad en la que los unos nos pisamos a los otros para escalar la pirámide que, en teoría, nos conduce a la felicidad. Una felicidad vacía de significado, una felicidad temporal y ficticia, que nunca llega a hacernos felices, pero que aun así perseguimos en la forma en la que se nos dicta.

Ante esta situación, por mucha simpatía y apoyo merezcan todos estos movimientos que son tan loables en el fondo que persiguen, no puedo más que dudar de su estrategia. Si algo nos demuestra la historia, es que nosotros – la gente plana y llana -, podemos ejercer presión a las clases gobernantes no como individuos aislados, sino como conjunto, en grupo, en comunidad. ¡Porque todos somos mujeres, y todos somos negros, y todos somos gays, y todos somos animales! Pero identificándonos exclusivamente, o casi exclusivamente, como mujeres, o como negros, o como gays, o como animales… no solo tenemos menos fuerza, sino que hacemos la labor de controlarnos mucho más fácil a las clases dirigentes.

Con esto no pretendo decir que dejemos de apoyar el movimiento feminista, o el movimiento animalista, o las decenas de movimientos que al fin y al cabo luchan por una sociedad mejor y más justa. No, lo que pienso, es que debemos encontrar lo que nos une a todos, lo más básico… todos somos seres humanos, y es partiendo de este común denominador que debemos aunar esfuerzos y ¡luchar! Porque yo no me puedo imaginar una sociedad como la descrita más arriba en donde haya sexismo, o maltrato animal, o… Una sociedad en la que se busca alcanzar la felicidad, no a través de los bienes materiales, sino a través de los valores sociales y el respeto a lo que nos rodea, no puede ser nunca ninguna de esas cosas!

Luchando por el feminismo, espero que se alcance la igualdad entre mujeres y hombres, pero eso no va a arreglar el problema con el racismo, o de desigualdad social a escala global, o la destrucción del medio ambiente. Porque ninguno de esos movimientos en singular va a solventar otras injusticias. Porque nuestro enemigo es más grande que el patriarcado machista, o que los desalmados que destruyen el medio ambiente para su propio beneficio, o que los energúmenos que insultan y apalean a otros seres humanos por sus preferencias sexuales… ellos no son nuestro enemigo real. Nuestro enemigo es un sistema que se aprovecha de cada una de todas esas injusticias para el beneficio de unos pocos, que promueve y fomenta esos valores de odio para dividirnos y que seamos más manejables, que falsamente se pone a la cabeza de cada uno de esos movimientos para no solo apaciguar nuestros ánimos con promesas de papel, sino para absorberlos y que una vez sean parte del sistema se tornen estériles – se me viene a la cabeza la situación actual de los sindicatos mayoritarios que dicen defender a los trabajadores… -.

Que nuestras experiencias personales de injusticia diaria nos sirvan no solo para combatirlas en las parcelas que directamente nos atañen, sino para unir a todos los que padecen de esas injusticias, sean del tipo que sean, y cambiar la cabina de pilotaje. Porque si no, este avión en el que vamos todos montados, cada vez está más cerca de estrellarse, y necesitamos algo más grande que turbulencias pasajeras, necesitamos de una tormenta que remueva los cimientos más profundos de este patético y obsoleto sistema.

Como hace no mucho dijo un grande:

«Las ruinas no nos dan miedo. Sabemos que no vamos a heredar más que ruinas, […]. Pero a nosotros no nos dan miedo las ruinas porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Y ese mundo está creciendo en este instante.», Buenaventura Durruti.

Adonis

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