Terrorismo de Estado

El día 5 de febrero de 2016, dos titiriteros integrantes de la compañía Títeres desde Abajo fueron acusados de «enaltecimiento del terrorismo» por el contenido de su obra de marionetas La Bruja y Don Cristóbal, que estaban representando en Madrid con motivo de las fiestas de Carnaval. Debido a ello, fueron injustamente encarcelados en un claro abuso de autoridad judicial. La acusación partió de algunos padres y determinados grupos de opinión que se sintieron ultrajados por el supuesto mensaje subversivo de la obra.

Para los más intransigentes existían responsabilidades civiles y penales que juzgar; en cambio, otros más conciliadores y tolerantes adujeron que quizás no resultó oportuno el lugar ni el momento donde se representó la obra. Admito que quizás pudo haber un error, nunca un delito. Estamos hablando de un teatro de marionetas, que si no te gusta te vas. Sin más. Yo también aborrezco las procesiones y, simplemente, no asisto. Me mantengo lejos de ellas. Además, esos niños desamparados tendrán padres, tutores, alguien que los cuide y los proteja de la perniciosa visión de una agitadora obra de títeres.

Se llevaron las manos a la cabeza y pusieron el grito en el cielo, demandando justicia y castigo, los mismos que consienten y alientan en gran medida un espectáculo mucho más dañino mental y espiritualmente, tanto para niños como para adultos: La televisión, un engendro magnífico, un invento maravilloso, que se convierte en basura para vender, consumir y entontecer al personal. Y nadie dice nada al respecto, ni se queja del posible perjuicio que pueda ocasionar en la infancia.

En fin, no entraremos ahora a valorar eso. Lo más urgente, lo más inmediato es aclarar por qué fueron encarcelados. Debemos reflexionar sobre un hecho que se ha venido repitiendo con demasiada frecuencia en un país que se declara democrático. Es un asunto que nos incumbe a todos.

Yo creo que fueron el chivo expiatorio de un montaje gubernamental que, bajo la pretensión encubierta del respeto a la legalidad vigente, intentó dar un escarmiento ejemplar a los que se oponen al Gobierno y critican la democracia en que vivimos. Por muchas razones. La principal, porque se trató a todas luces de una medida injusta, arbitraria y desproporcionada, como muchos juristas -y el propio sentido común dicta- han indicado; segundo, porque supone un agravio comparativo en relación a otros «presuntos criminales» que andan sueltos por la calle por delitos socialmente mucho más graves; y tercero y último, porque terrorismo no es lo que estos dos titiriteros cometieron. Por el contrario, terrorismo es lo que se hizo precisamente con ellos. Si nos atenemos al significado original del término, que proviene del siglo XVIII, terrorismo es la violencia ejercida por el poder del Gobierno contra el pueblo.

La palabra terrorismo -así como terrorista y aterrorizar -, proviene del latín terror, sinónimo del griego Deimos. En la Antigua Grecia, Ares, el dios de la Guerra, tenía dos hijos: Phobos (Miedo) y Deimos (Terror). Se empleó por primera vez durante la Revolución francesa, cuando el gobierno jacobino de Robespierre instauró un régimen de Terror para intimidar a los enemigos del levantamiento revolucionario, ejecutando en la guillotina o encarcelando a sus opositores sin respetar ninguna clase de derechos. De ahí que durante buena parte del siglo XIX, el término fuera aplicado a las autoridades públicas del Estado cuando aterrorizaban a la población mediante el uso de la violencia y la amenaza.

La primera vez que el terrorismo cambió de sentido y fue empleado en dirección contraria, es decir, como arma política ciudadana contra las autoridades, fue en Rusia durante la segunda mitad del siglo XIX, por parte de algunos grupos revolucionarios contrarios al régimen zarista, realizando atentados violentos contra los representantes del poder. Asesinaron al despótico zar Alejandro II y a varios ministros y generales especialmente brutales con el pueblo. Pero el sentido actual del término fue acuñado por la propaganda nazi para referirse a los movimientos de resistencia de los países ocupados por el ejército alemán -los nazis llamaban terroristas a los judíos que se rebelaron en el gueto de Varsovia-, para luego irse consolidando en las décadas posteriores. En Sudáfrica se consideraba terroristas a los negros que recurrían a la lucha armada contra la dictadura del apartheid. Y los franceses tildaron del mismo modo a los argelinos que luchaban por su independencia.

El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra terrorismo como la actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos. Y recogiendo la esencia de este significado, así lo tipifica como delito el actual Código Penal español de 1995 en su artículo 573.

Con el tiempo, el término fue evolucionando hasta venir a significar lo opuesto, es decir, ya no es la violencia ejercida por el poder contra el pueblo, sino la violencia de ciertos grupos o individuos rebeldes contra el poder establecido. Este último significado es el que ha perdurado hasta nuestros días. Y de esta manera ha quedado definido en la denominada guerra contra el terrorismo, asunto que en la actualidad constituye un punto fundamental para los gobiernos de los países occidentales.

Un giro sutil y profundo a la par que tiene fuertes connotaciones políticas si lo analizamos bien, además de suponer un claro ejemplo de cómo el lenguaje puede determinar nuestros pensamientos. Porque dentro de la clasificación de rebeldes caben muchas cosas y, según quien juzgue, existen diferentes tipos de opositores. Es difícil trazar la línea divisoria entre terrorismo y resistencia, ya que existen estrechas relaciones entre el terrorismo ciudadano y el terrorismo de Estado, siendo aquél, muchas veces, la justificación de éste. En ambos casos se ejerce la violencia de forma indiscriminada, pero en direcciones y con sentidos totalmente opuestos. Y aunque la violencia siempre es mala -lo es por definición-, en unos casos, como respuesta de los particulares a los abusos de poder del Estado, está más que justificada y es hasta necesaria, en cambio, cuando las autoridades del Gobierno la emplean contra la población indefensa, entonces es totalmente reprobable e inadmisible, y se convierte en un imperativo moral luchar contra quien la ejerce, sea este el que sea y tenga el color que tenga.

No obstante, propongo regresar otra vez a los orígenes y llamar a las cosas por su nombre. Terrorismo es toda violencia que el Estado -encarnado en políticos, funcionarios y otros cargos públicos- ejerce sobre la población civil.

Ahora bien, si preguntamos a los españoles cuál es el principal problema del país, qué es lo que más les preocupa, sin duda una gran parte respondería que la crisis, y por extensión, sus causas: corrupción política y empresarial, y sus efectos sobre la sociedad: paro, empleo precario, recortes sociales…Una crisis que, a estas alturas, todos sabemos que no fue provocada por el excesivo gasto social, como nos han vendido, sino que fue desencadenada por el afán especulativo de los bancos, en connivencia con una clase política estrechamente ligada al sector empresarial. Es decir, el mayor problema de este país son sus dirigentes políticos, corruptos e inútiles en demasiados casos. Estos políticos profesionales no sólo han traicionado la confianza depositada en ellos, sino que además nos han robado la cartera. Ellos son los responsables directos de la actual situación de inestabilidad social y crisis económica en que vivimos. Por no mencionar la cuestión catalana, que ha caldeado los ánimos y nos mantiene a todos entretenidos con otro juego de malabares político, una maniobra que ha servido de cortina de humo con la que tapar los numerosos juicios y escándalos de corrupción, que ya no salpican, sino que bañan y ahogan a este esquilmado país nuestro.

Por eso cuando nos hablan de terrorismo, nosotros respondemos que terrorismo es dejar a la gente sin trabajo o privatizar empresas públicas para convertirlas en negocios privados; es desahuciar familias y recortar en sanidad y educación; es robar dinero de las arcas públicas, derrochando además a manos llenas en obras faraónicas, sin tino alguno, con la única intención de favorecer chanchullos; es que la juventud tenga que emigrar como en tiempos pasados, perdiendo la nación todo un gran potencial de vitalidad y conocimiento; terrorismo es todo el entramado de corrupción política y financiera que ha hundido este país, acarreando la ruina de miles de pequeñas empresas que han tenido que cerrar o despedir sus trabajadores a la calle; para nosotros, eso es terrorismo, y terroristas quienes cometen tales delitos. Nada que ver con un teatro de marionetas, por muy subversivo que sea su mensaje.

Los medios de comunicación, siguiendo con su habitual postura de lacayos del poder, dieron en su mayoría una cobertura mediática de la noticia exagerada y escasamente crítica, cebándose en los dos titiriteros como si hubieran cometido un crimen atroz. En el linchamiento público al que fueron sometidos estos dos artistas, han contribuido de manera destacada los políticos profesionales de turno, pidiendo sus cabezas con mayor insistencia que si hubieran robado a manos llenas del erario público. Protestan los mismos que promocionan y apoyan los toros, la deportación de ilegales, la represión sindical y obrera, el cierre estricto de fronteras, la venta de armas, los mismos que están relacionados con los recortes sociales, que según fuentes objetivas, han ocasionado miles de muertes, y protestan los mismos que nada hacen contra la corrupción generalizada que impera en nuestro país.

Pues bien, más allá de la conveniencia o no de la obra, del lugar y el público asistente, el encarcelamiento de los dos titiriteros supuso una grave lesión a uno de los derechos humanos más elementales: la libertad, tanto física como de expresión, y, desde luego, una medida completamente desmedida y abusiva, que induce a sospechar que la razón de fondo fue su ideología anarquista. Y según nuestra forma de entender la lucha social, una ofensa cometida contra uno de nosotros, es una ofensa a todos.

J. Caro

Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, Febrero de 2018

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