Ante las elecciones: volver al pueblo

El 20 de diciembre se celebran las elecciones generales. Las distintas fuerzas políticas aceran su propaganda, exponen a sus líderes en prime time, tratan de convencer a los indecisos, hacen gestos públicos intempestivos…

Lo siento, y me gustaría equivocarme, pero nada parece que vaya a cambiar demasiado. Un Parlamento mucho más fragmentado. Fuerzas emergentes que, desde distintas perspectivas, buscan un hueco en la representación de la representación, en el teatro de los gestos homologados, en el ojo del huracán mediático que, sin embargo, se encuentra, en la realidad de este siglo pleno de bifurcaciones, bien lejos del poder real, que se juega en otro sitio.

El movimiento popular ha intentado el asalto institucional de una manera específica. Vamos a ver el resultado. Podría haberse hecho de otro modo, es cierto, pero muchos de los que ahora lo dicen abandonaron sus prácticas y proyectos previos porque “este era el único camino”, al hilo de la brutal explosión mediática de las europeas. Veremos si se apoya al social-liberalismo o se practica la oposición. Veremos  que sucede. Se anuncia una mayor inestabilidad.

Algunos creemos que el problema está en otro sitio. No en la astucia maquiavélica, ni en el significante vacío peronista, ni en la competencia del community manager. Ni siquiera en las apelaciones a la democracia o a las multitudes en red, el enjambre comunicativo, o a la base del partido, si la base sigue siéndolo de un partido jerárquico y sigue siendo base.

La única opción hubiese sido encabalgarse en un proceso de movilización denso y profundo. La gente en las calles y las conversaciones enteramente transformadas. La reapropiación de la polis desde la práctica cotidiana delas clases populares. De hecho, lo que estaba sucediendo. Luego volvieron las apelaciones a la normalidad, a que alguien, con buena fe, muy capacitado y muy joven, resolvería nuestro problema.  A que la política es algo que hacen los demás.

Esa es la cuestión esencial para la trasformación social: lo que no ocurre en las pantallas del televisor, lo que no suceden por delegación, porque nos pasa a nosotros día a día en el trabajo, en las calles, con la familia, en el ámbito personal y colectivo.

Transformar es cambiar eso: la praxis y el sentido común corrientes. Eso implica un trabajo de educación popular y densificación social que se inició el 15 M y se abandonó después. Los movimientos sociales desfallecen, la clase obrera está autista, las conversaciones han vuelto a girar sobre lo de siempre, ¿alguien cree que en estas circunstancias va a derrumbarse el castillo que oculta y defiende a la oligarquía por una simple astucia muy oportuna?

Después del 20 de diciembre habrá que empezar a trabajar de nuevo. Volver a la base social abandonada. A la vida económica, cultural, a los barrios y centros de trabajo. La acción política es (o debe ser, si pretende ser revolucionaria) acción pedagógica. Pero hay que entender, también, que una pedagogía de la liberación es una pedagogía de la participación y del diálogo. La clase se dota de su propia autoconciencia en las luchas y en sus debates propios, en las acciones y en los espacios donde comparte sentidos y recursos. La intentona política de la parte ilustrada de la clase media (que siempre se queda en intentona o en desengaño, precisamente por su pusilanimidad e inconsecuencia)  puede basarse en la identificación afectiva con un significante vacío, salvador y carismático; pero el cambio profundo, “de abajo a arriba”, que reclaman las clases subalternas, precisa de un pueblo fuerte y organizado, consciente y productivo, capaz de modificar la realidad sabiendo que lo hace y para qué lo hace. Precisa de un pueblo otro que el que hay, que se autogenere en una espiral de teoría y praxis sobre sí mismo y sus propias luchas.

Vamos a ver los límites de un nuevo republicanismo populista que no se quiere identificar abiertamente como tal, pero que se dirige una y otra vez a los mismos callejones sin salida de su precedente histórico: cambiar sin asustar a los que mandan es imposible, cambiar sin empoderar a los trabajadores, también. La alternativa es el cambio social desde abajo, y eso pone en cuestión los consensos más básicos de nuestro mundo político: el Régimen del 78 (que parece que finalmente va a sobrevivir, aunque se le dé una nueva capa de chapa y pintura), pero también el statu quo económico y el equilibrio de clases, justo el límite entre reforma y ruptura que marcó el devenir pantomima de la Transición pactada en los setenta.

Toca, pues, después del día 20, volver al pueblo y a las calles, aunque algunos sean diputados y, por tanto, muy divinos. Toca reencontrar el sentido de las luchas, la estética de la muchedumbre en acción, las canciones de la resistencia y los aromas del populacho. Toca volver a hablar con la gente, o acostumbrarse al despacho, los que hayan llegado a él, e ir mirando si la puerta gira lo suficiente para estar colocados de por vida. Algunos tendrán que elegir entre arriba y entre abajo.

Los y las que se finalmente se queden por aquí, tomando cafés y escribiendo cuartillas emborronadas entre  trabajadores de lo público, limpiadores, mujeres del pueblo, activistas y precarios de todo tipo y condición, volverán a lo de siempre: la construcción popular es la única llave del cambio real.

José Luis Carretero Miramar 
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