El problema del gobierno desde Foucault

Breve análisis de La gubernamentalidad de Foucault

estadoEl artículo La gubernamentalidad corresponde a una clase dictada por Michel Foucault en el seno del curso Seguridad, Territorio, Población, dado en el College de France entre 1977 y 1978.

El problema principal que Foucault trabaja en esta clase es el del gobierno. Distingue, primeramente, distintos registros de la acción de gobernar; el gobierno de sí mismo (problema de raigambre estoica), el gobierno del alma y de la vida (problema asociado a la pastoral católica y protestante), el gobierno de los niños (pedagogía), y a fin de cuentas, el gobierno del Estado por parte del Príncipe (política).

Foucault comienza la genealogía deconstructiva de la gubernamentalidad del Estado en el siglo XVI. Allí identifica un doble movimiento que habilita el problema del gobierno: por un lado “el proceso de resquebrajamiento de las estructuras feudales y la instauración de los grandes Estados territoriales, administrativos y coloniales” (pp. 1), y por otro; el movimiento que se produce a partir de la Reforma y la Contrarreforma, que pone en tela de juicio “el modo según el cual debe ser dirigido espiritualmente (el Hombre) en esta tierra hacia la propia salvación” (Ibíd.). Tenemos así, de un lado, la concentración estatal, y del otro, la disidencia religiosa; es en la intersección de estas dos líneas donde Foucault ve el planteamiento de la cuestión del gobierno; quién debe ejercerlo, hacia quiénes, cuál es el fin, el método, etc.

Posteriormente procede a realizar un análisis de lo que se entiende por definición misma del gobierno del Estado, para lo que toma de referencia El Príncipe y la literatura que generó, a favor y en contra, este tratado de Maquiavelo. El problema del arte de gobernar empieza a plantearse a partir del distanciamiento de la concepción que subyace a la teoría de la soberanía del príncipe, es decir, sus fundamentos teológicos y religiosos y, a fin de cuentas, el mero y puro interés del propio príncipe. El problema consistía en construir una racionalidad del arte de gobernar que no estuviera subordinada a la problemática del príncipe. El arte de gobierno se definirá, entonces, a partir de una diferenciación progresiva de la habilidad del príncipe sobre su principado; del cual él es señor por causas hereditarias o de conquista, en todo caso; se trata de su posesión. Por lo dicho, el príncipe estaría en posición de singularidad, exterioridad y trascendencia respecto de su principado. Siendo que existe entre éste y el príncipe una relación sintética, sea de conquista, de tradición o de tratados, en tanto que la relación es de exterioridad, el principie está siempre amenazado; en el exterior por sus enemigos que quieren apropiarse o repropiarse del reino, “y desde el interior-dice Foucault-no existe razón para que los súbditos acepten el principado del príncipe” (pp. 2). Deducción que se desprende de esta situación: el príncipe debe mantener, proteger y reforzar su poder en relación no ya a los súbditos, sino con relación al territorio que posee, a su propiedad conquistada, heredada o adquirida. Este es el imperativo referente al arte de gobernar que Maquiavelo esboza para el Príncipe. Se siguen dos consecuencias: primero; individualización del peligro, y segundo; creación del arte de manipular las relaciones de fuerza, por parte del príncipe, en su principado. Entonces, El Príncipe de Maquiavelo es un tratado esencialmente dirigido a la habilidad que debe tener el príncipe para mantener su poder soberano sobre el principado.

Ahora bien, ser hábil no es exactamente poseer el arte de gobernar, y es en esta dirección que emerge una nueva literatura sobre el problema del arte de gobernar; Foucault utiliza a La Perrière como modelo explicativo. La primeras diferencia que Foucault distingue respecto de Maquiavelo y La Perrière es que mientras para el primero el gobierno del príncipe es exterior, trascendente al objeto de su gobierno que es su propiedad, en el segundo, ya en el arte de gobernar, se trata de múltiples gobiernos inmanentes, es decir, en el seno del propio Estado, nuevamente; gobierno de la familia, gobierno del superior en el convento, del pedagogo y del maestro sobre los niños, etc. Esta es la primera diferenciación entre el gobierno del príncipe y el arte de gobernar; de un lado el gobierno trascendente y exterior, y del otro inmanente e interior al seno de lo que es gobernado.

Luego Foucault retoma la tipología de las instancias de gobierno: al gobierno de sí corresponde la moral, al de la familia la economía, al del Estado la política. La importancia de este distingo no es tanto la tipología en sí como la continuidad que establece el arte de gobernar entre estas instancias, mientras que en el poder del príncipe existía discontinuidad entre éste y el principado.

Se distinguen dos teleologías diferentes en los dos momentos del gobierno: en Maquiavelo el fin para el soberano y su territorio es el bien común, que en última instancia nos remite al sometimiento de los súbditos a su soberanía. En el arte de gobernar el fin deja de ser el bien común, para ser el bien de cada cosa en particular. Emergen así una pluralidad de fines, y el problema pasa a ser el de la disposición de las cosas en pos de esa multiplicidad de fines. Ya no se tratará de imponer leyes a los hombres, sino de utilizar las leyes en tanto que instrumentos para la disposición de las cosas. Asistimos aquí a una diferencia importante: mientras que el fin de la soberanía le era implícito, y se trataba de sí misma y de sus instrumentos bajo la forma de la ley, el fin del gobierno, en tanto que arte, está en las cosas que dirige, “en los instrumentos de gobierno que en vez de ser leyes serán tácticas multiformes” (pp. 6).

Lo que habilitó la emergencia del arte de gobernar fue el concepto de población junto con el de economía en sentido moderno, es decir, “fue gracias a la percepción de los problemas específicos de la población, gracias a la constitución de este nivel de realidad que denominamos economía, como el problema del gobierno ha podido al fin ser pensado, reflexionado y calculado fuera del marco jurídico de la soberanía” (pp. 8). Papel fundamental le será otorgado a la ciencia del Estado moderno: la estadística. La perspectiva que implicará esta ciencia, permitirá barrer el modelo económico en base a la familia para centrarlo en la población. Se termina la familia como modelo de gobierno, y aparece “como elemento de la población y como instrumento de gobierno” (Ibíd.) (el subrayado es mío). La población, entonces, será el nuevo objeto de la teleología del gobierno: ésta aparecerá “más que como potencia del soberano, como fin del gobierno” (pp. 9). Esto le dará un doble carácter a la población; como sujeto de necesidades, y como objeto a ser intervenido, “consciente frente al gobierno de lo que quiere, pero inconsciente de quién le hace quererlo” (pp. 9). La constitución del gobierno será inseparable de la de un saber que refiera al objeto de ese poder, que será la economía, y más precisamente, la economía política. En otras palabras, “será captando la red de las relaciones continuas y múltiples existentes entre la población, el territorio, la riqueza, etc., como se constituirá una ciencia que se ha denominado economía política” (Ibíd.).

En síntesis: “el paso de un arte de gobierno a una ciencia política, de un régimen dominado por la estructura de la soberanía a otro dominado por las técnicas de gobierno se opera en el siglo XVIII en torno a la población y en torno al nacimiento de la economía política” (Ibíd.).

Por otro lado, el problema de la disciplina que nace en el seno de las monarquías administrativas se verá acrecentado en el siglo XVIII con la emergencia del nuevo arte de gobernar, dado que la idea de un gobierno de la población hace más importante el rol de la disciplina, de lo que se sigue un “triángulo: soberanía-disciplina-gestión de gobierno cuyo blanco principal es la población y cuyos mecanismos esenciales son los dispositivos de seguridad” (pp. 10). La conjunción de estos tres elementos, gobierno, población, economía política, forman “una serie sólida que todavía hoy no se ha disuelto” (Ibíd.).

En el final de la lección Foucault realiza un esbozo de la historia y del ser de la gubernamentalidad: distingue tres instancias; 1. Las instituciones, los saberes y los dispositivos que tienen por objeto la población, por ciencia la economía política, y por instrumentos lo dispositivos de seguridad. 2. La tendencia occidental al gobierno sobre los otros, las soberanías, las disciplinas, etc., a los que subyace un conjunto de poderes en tanto que gobiernos, y de saberes en tanto que ciencias. 3. El proceso que sufre la institución Estado desde el Medioevo y el Estado de justicia, evolucionando al Estado administrativo del renacimiento, y por fin a la gubernamentalización a partir del siglo XVII.

El último punto que nos parece importante de la lección de Foucault es el distingo que realiza entre el Estado en sí, es decir, “en tanto que realidad compuesta y abstracción mitificada” (Ibíd.), y el instrumento de poder que el Estado implica, a saber: el gobierno. Entiende que es el gobierno lo que permite sobrevivir al Estado, “dado que son las tácticas de gobierno las que permiten definir paso a paso qué es lo que compete al Estado y qué es lo que no le compete, qué es lo público y qué es lo privado, qué es lo estatal y qué lo no estatal”. De lo que se sigue que el Estado, “en su supervivencia y en sus límites” (Ibíd.), no puede entenderse más que en función del gobierno y de las tácticas de gubernamentalidad que le son propias.

Conclusión: si en nuestros planes en tanto que movimiento revolucionario se cuenta la destrucción del Estado, y si en nuestros deseos aspiramos a la construcción de un mundo nuevo, donde jerarquías y tutelas sean un recuerdo vetusto, es menester explicitar que de los análisis de los procesos de gobierno y de la progresiva gubernamentalización del Estado, se deduce que para destruir al segundo hay que destruir al primero, en tanto que es el gobierno el que garantiza la supervivencia del Estado. Nunca, como hasta ahora, nos parece tan absurda la antinomia “gobierno revolucionario”.

Si Estado y Gobierno son inseparables, Comunismo y Anarquía también deberían serlo.

Foucault, M. 2006. La gubernamentalidad extraído desde corujeira.info/semiotica/espacios_de_poder.rtf
Fuente: http://movimieel.blogspot.com.es/2013/04/el-problema-del-gobierno-desde-foucault.html
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