Ideología, utopía pseudoutopía

En el lenguaje corriente, «ideología» viene a ser sinónimo de un conjunto de opiniones políticas, más o menos coherente. Por «ideología», de hecho, se entiende generalmente un sistema de valores políticos, sociales, culturales, religiosos, económicos etc., acoplado con un conjunto de estrategias más o menos sólidas, dirigidas a la realización, total o parcial, de tales valores en la sociedad.

Existe también otro sentido del término, identificado en la tradición filosófica -a partir, sustancialmente, de la considerada «izquierda hegeliana»- que, por el contrario, indica determinados mecanismos políticos, sociales y psicológicos con características muy específicas, que podemos esquematizar así:

-Un sistema de ideas cuyo objetivo es la realización de objetivos enormemente deseables para toda la humanidad (o por los menos para una gran mayoría).

-Una vez traducido en praxis político-sociales concretas, los objetivos pregonados no se alcanzan sino que en su lugar se obtienen resultados absolutamente negativos en lo que concierne a la realización de los deseos y las necesidades de la mayor parte de la humanidad y, por otra parte, perfectos para la minoría dominante.

Estos fallos evidentes no alteran, al menos durante un tiempo, la confianza que las clases dominantes han depositado en tal sistema de ideas, que está en disposición de reconducir «ideológicamente» los fallos en cuestión respecto a los objetivos publicitados no para su aplicación concreta sino para una «perversa aplicación» de esta última.

-En virtud de esta característica suya, este sistema de ideas permanece durante mucho tiempo en la mente y comportamientos de las clases dominadas y resulta de difícil extirpación, continuando, por ello, produciendo el efecto de subordinación de las clases dominadas en su confrontación con las clases dominantes, ya que las primeras parecen rehenes de una especie de «coacción a repetir» los errores del pasado, incapaces de reconocerlos como tales (1).

El concepto de «utopía»

Etimológicamente el término es intencionadamente ambiguo: puede significar «lugar que no existe» entendiéndolo como derivado de ou y de topos- y también «lugar del bien» -si lo entendemos como derivado de eu y de topos-. Lo crea Tomás Moro para su obra homónima de 1516, que describía una sociedad ideal, fundada sobre la igualdad económica, social y jurídica de sus ciudadanos. Además de Moro, muchos otros filósofos entre los siglos XVI y XVII elaboraron varias «utopías» similares, las más famosas de ellas son La ciudad del sol, de Tommaso Campanella, La ciudad feliz de Francesco Petrizi, y la Nueva Atlántida, de Francis Bacon; el modelo de referencia de todas ellas es La República de Platón, releída a la luz del mito de un cristianismo originalmente comunistizante.

Más allá de la fascinación que puedan haber suscitado tales «utopías», indicadora de su sentido es sin embargo el nombre del testigo que, en la ficción literaria, cuenta a Moro la organización de la isla de Utopía: Rafael Ilytlodeo, es decir, «Rafael Narrador de fábulas» (2). ¿Porque la Utopía es una fábula? No en el sentido banal de ficción literaria sino en el más profundo de referirse a una humanidad imaginaria; la Utopía no está hecha para la humanidad ordinaria, necesariamente pecadora cuyos bajos instintos hay que frenar, sino como mucho a un sector de la humanidad que ha permanecido milagrosamente incorrupto del pecado de Adán.

La Ilustración comenzará a cambiar las reglas del juego. Si la Utopía de los dos siglos precedentes era relegada al reino de un deber ser que en esta tierra ordinaria no ha existido jamás y que solo se puede soñar, la crítica ilustrada a la tradición cristiana y al Antiguo Régimen lleva a una gradual revalorización del sentido de la Utopía como proyecto político concreto: personajes diferentes entre sí como Rousseau (3), Kant (4) y Fitche (5) -solo por citar a los más conocidos- son unánimes en acusar al «realismo» antiutópico de ser el enmascaramiento ideológico de los intereses de las clases dominantes y en subrayar cómo tantas formas sociales consideradas «utópicas» e irrealizables después se han convertido en realidades concretas.

Con el último de los nombres citados entramos en la óptica del utopismo del pensamiento socialista de los siglos XIX y XX: Fichte escribirá una obra entera para imaginar la realización concreta de una nación socialista, que en el subtítulo se refiere explícitamente a la posibilidad de realización «en el futuro» de las ideas expresadas (6). La Ilustración ha sembrado la idea de que las construcciones políticas, sociales y económicas de la vida en sociedad son todas «artificiales»: no existe una vida social «natural» y ni siquiera privilegiada, por eso el hombre tiene ante sí la posibilidad de construir su propia vida social «según la razón». Solo si es lógicamente contradictoria, imposible según la propia razón, una forma social es verdaderamente irrealizable (7).

«Fases de Transición» y «Países de Biengozar»

Desde este punto de vista, la Utopía contemporánea, los diferentes proyectos de reorganización de la vida social de forma igualitaria que se presentan a partir de la obra de Fichte, pueden ser interpretados como la máxima expresión de la razón en el campo político, social y económico. En vez de aceptar el presente como naturaleza no modificable o casi, adoptar la perspectiva de los siglos XIX y XX significa confiar a la razón humana la tarea de vivir como se querría y se debería vivir, la tarea de proyectar una sociedad organizada racionalmente. La desigualdad político-social de los humanos, frente al tribunal de la razón, aparece como un mero dato de raíz contingente, sin ninguna necesidad objetiva.

Dicho esto, cualquier perspectiva utópica es siempre susceptible de utilización ideológica, en el sentido expuesto al principio. En efecto, se presenta como un objetivo altamente deseable casi por toda la humanidad; a causa de este aspecto frecuentemente se convierte en parte integrante de determinados mecanismos ideológicos.

En cualquier caso, los mecanismos ideológicos no dejan intacta la Utopía contemporánea: debe ser encerrada y vigilada, resulta imposible su realización concreta. De hecho, como proyecto racional de reconstrucción de toda la sociedad, por paradójico que pueda parecer, es extremadamente concreta. Y eso porque al proyecto utópico se contrapone de manera más que constante la objeción de la «funcionalidad» del presente, que será todo lo pésimo que queramos, pero que existe y de algún modo «funciona»: el proyecto utópico contemporáneo -pero también el moderno, la verdad- está ahora minuciosamente atento en el describir al detalle los mecanismos de funcionamiento de la sociedad prefigurada: y este es precisamente su carácter distintivo.

Es precisamente este aspecto el que hace de tales propuestas de renovación social algo a experimentar directamente: siendo minuciosamente descrita en sus líneas generales, indica claramente la vía para una directa realización, y lista para experimentarla y por consiguiente, refractaria a la idea de «fases de transición» para una realización «por etapas».

Cuando se engloba en un mecanismo ideológico, el proyecto utópico contemporáneo pierde de golpe estas características, hasta tal punto que será más correcto hablar, en tales casos, de «pseudoutopía». Es bien conocida la crítica de Marx y Engels al «socialismo utópico»; menos conocido es lo que ambos pensadores sustituyen por la utopía contemporánea: el país de Biengozar. De hecho, la concepción de la sociedad comunista que presentan en sus obras es un Estado en el que los humanos vivirían una vida paradisiaca, en virtud de un desarrollo de las fuerzas productivas que, en las descripciones que hacen, asume un carácter casi mágico y milagroso: «(…) en la sociedad comunista, en la que nadie tiene una esfera de actividad exclusiva sino que cada uno puede perfeccionarse en cualquier rama a placer, la sociedad regula la producción general y de tal modo hace posible realizar hoy esto, mañana eso otro, por la mañana ir de caza, por la tarde de pesca, después atender a los animales, tras la comida criticar como se quiera, sin convertirse ni en cazador ni en pescador ni en pastor ni en crítico» (9).

Tal concepción de la sociedad futura como una especie de «país del Biengozar» es, en efecto, perfectamente funcional con respecto al mecanismo ideológico: es tan irreal y abstracto, sin duda irrealizable a corto plazo y, seguramente, nunca, que el proyecto pseudoutópico contemporáneo remite a una realización «por etapas», a una «fase de transición» no demasiado bien especificada pero que intuitivamente serviría para preparar las condiciones sociales y psicológicas para la realización del lejano y difícil objetivo final. Es en esta fase, donde se trasplantan esos mecanismos ideológicos por los que emergen vectores políticos tendentes al dominio de una minoría privilegiada, en la que comienzan a implantarse por «etapas de acercamiento» los intereses de las clases dominantes.

La perfecta funcionalidad del mecanismo es evidente: la militarización del trabajo puede ser (y ha sido) publicitada como etapa necesaria para su liberación; la creación de nuevos privilegios o el mantenimiento de los viejos puede ser (y ha sido) publicitada como etapa necesaria para su eliminación; el empobrecimiento cada vez mayor de las clases dominadas y el enriquecimiento de las dominantes puede ser (y ha sido) publicitado como etapa necesaria para la desaparición de las clases sociales, etc.

Hasta ahora hemos centrado nuestra atención sobre el marxismo y el «socialismo real». Los mecanismos ideológicos de la democracia liberal no son para nada diferentes, mostrando también en eso una afinidad que va más allá de otras diferencias. Tampoco es tímido el pensamiento liberal-democrático contemporáneo a la hora de prometer países de Biengozar: una sociedad en la que el capitalismo -a largo plazo, obviamente- comportará un enorme bienestar para todos, patronos y obreros, donde las desigualdades económicas no implicarán desigualdades políticas, etc. Todo bajo una óptica abstracta y de cuento. Ciertos discurso del neoliberalismo contemporáneo sobre los efectos a largo plazo de libre mercado coinciden con las frases marx-engelsianas antes citadas… Mientras tanto, «transitoriamente», un empobrecimiento generalizado y una polarización impresionante de la riqueza. Pero que no cunda el pánico: solo es una «etapa» hacia la consecución del bienestar universal que, si parece alejarse cada vez más, es solo porque las políticas neoliberales no han sido aplicadas correctamente, con toda su ferocidad. Como en el «socialismo real», también el «capitalismo real» tiene sus seguidores en las clases trabajadoras que sufren sus efectos nefastos todos los días.

Es el mecanismo ideológico en acción.

Elogio de la Utopía

Así pues, por todo lo expuesto, proyectar consciente y racionalmente una sociedad futura es un óptimo antídoto contra los mecanismos ideológicos de las clases dominantes. No por casualidad, a la mentalidad utópica contemporánea le han sido propinados (y la cosa no tiene visos de acabar) los ataques más feroces por parte de quien, a fin de cuentas, se ha mostrado ni más ni menos como el portador de mecanismos ideológicos tendentes a perpetuar el presente dominio de las clases dominantes, a reforzar las relaciones jerárquicas de poder, los gobiernos y las formas de producción capitalista. Ataques que, una vez desatados, han constreñido a las clases dominadas en una coacción para repetir su subordinación. Volvamos, sin rémoras ideológicas, a razonar concretamente sobre cómo vivir juntos en un mundo diferente del actual: hoy por hoy puede incluso ser una cuestión de supervivencia de la mismísima especie humana, si no de la biosfera por añadidura.

Enrico Voccia

Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, Diciembre de 2017

Notas:

1.- Esta que he efectuado es una síntesis de la reflexión de Stirner y Marx. Este último, de hecho, utiliza el término «ideología» -traducción aproximada del término Ideenkleid «vestido (o mejor, disfraz o máscara) de ideas»- en el contexto de la interacción de las estructuras de los modos de producción y las relativas superestructuras políticas, religiosas, culturales, etc., en las que las «ideologías» tienden a enmascarar la realidad de las condiciones sociales concretas y producen el fenómeno de la «falsa conciencia». El primero, en cambio, desarrolla un análisis del fenómeno mucho más amplio y generalizado, con una terminología ligada al universo de la enfermedad mental (el término que utiliza es «idea fija», «fijación»).

2.- El apellido del testigo imaginario de hecho deriva de la conjunción de hythos (relato falso, fábula) y daiein (propalar, distribuir).

3.- J.-J. Rousseau, Emilio (en particular el prefacio).

4.- I. Kant, Crítica de la razón práctica (el célebre texto puede ser leído por entero desde esta óptica).

5.- J. G. Fichte, «Contribución para rectificar sobre los juicios del público sobre la Revolución francesa» en Sobre la Revolución francesa. Sobre la libertad de pensamiento.

6.- Ídem, El Estado según razón o el Estado comercial cerrado. Ensayo de ciencia del derecho y de una política del futuro.

7.- El modo en que esta concepción ilustrada ha pasado en pleno al pensamiento socialista de los siglos XIX y XX puede verse en las palabras de uno de los protagonistas de la Primera Internacional, el napolitano Errico Malatesta: «Soy anarquista porque me parece que la anarquía respondería mejor que cualquier otro modo de convivencia social a mi deseo de bien para todos, a mi aspiración hacia una sociedad que concilie la libertad de todos con la cooperación y el amor entre todos, no porque eso sea una verdad científica o una ley natural; me basta con que no contradiga ninguna ley natural conocida, por considerarla posible, y lucharé para conquistar las voluntades necesarias para su realización («Republicanismo social y anarquismo»: Umanità Nova, 27 abril 1922).

8.- Resulta divertido descubrir que la misma objeción ha sido hecha en casi todas las innovaciones presentes y todavía operativas. Un ejemplo involuntariamente cómico puede verse, por ejemplo, en la literatura conservadora de la derecha histórica italiana, empeñada en más de un panfleto en demostrar la imposibilidad material no solo del socialismo sino también de la democracia parlamentaria, de la tasación progresiva, etc. A modo de ejemplo, pensemos en la obra del entonces destacado pedagogo Aristide Gabelli, Intorno alla Filosofia del Diritto. Giustizia ed Utilità (1869).

9.- K. Marx y F. Engels, La ideología alemana.

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