Conclusiones sobre mayo de 1937

Adjunto las conclusiones de mi libro Insurreción. Las sangrientas jornadas de mayo de 1937. Descontrol, 2017.

Este libro supera todo lo escrito hasta ahora sobre las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona; y es, hoy, la referencia obligada sobre el tema.

El gran protagonista e impulsor de la insurrección cenetista de mayo de 1937 en Barcelona fue JULIÁN MERINO, que creo un comité revolucionario de la CNT para coordinar la lucha callejera en Barcelona, y dos comisiones de combate para extenderla. Este dato era absolutamente desconocido por la historiografía, y confirma, por otra parte, las insinuaciones de García Oliver en El eco sobre los “manejos” de Julián Merino y sus llamadas telefónicas a escondidas…

Agustín Guillamón

Barcelona, enero 2020

CONCLUSIONES

1.

Mayo del 37 fue la derrota del proletariado revolucionario más avanzado, que necesitaba y buscaba la contrarrevolución estalinista y el reformismo republicano para desarmar la amenaza de los comités de defensa sobre las instituciones burguesas y desencadenar una represión SELECTIVA, que integrase a los comités superiores en el aparato estatal y aniquilase a los revolucionarios.

2.

El antifascismo fue en los años treinta la mayor victoria del fascismo. La unión sagrada de todos los antifascistas para derrotar al fascismo y defender la democracia suponía para el movimiento obrero renunciar a los propios principios, a un programa revolucionario proletario, a las conquistas revolucionarias, a todo…es decir, el famoso eslogan falsamente atribuido a Durruti: “renunciamos a todo menos a la victoria”, para someterse al programa e intereses de la burguesía democrática. Fue ese programa de unidad antifascista, de colaboración plena y leal con todas las fuerzas antifascistas, el que condujo a la CNT-FAI, rápida e inconscientemente, a la colaboración gubernamental con el objetivo único de ganar la guerra al fascismo. Fue esa adhesión al programa antifascista (esto es, de defensa de la democracia capitalista) la que explica por qué y cómo los mismos líderes revolucionarios de ayer se convirtieron algunos meses después en ministros, bomberos, burócratas y contrarrevolucionarios. Era la CNT quien producía ministros, y esos ministros no traicionaban a nada ni a nadie; se limitaban a ejercer lealmente sus funciones lo mejor que sabían.

3.

La insurrección de mayo fue fruto de la resistencia de los comités de defensa ante el anunciado y previsto golpe de fuerza militar del bloque contrarrevolucionario PSUC-ERC-Gobierno de la Generalidad, y la provocación que supuso la orden de asalto al edificio de la Telefónica, como demuestra la documentación existente y así explica casi toda la historiografía rigurosa[1]. Formaba parte además de la estrategia estalinista de conseguir un Estado fuerte, capaz de ganar la guerra al fascismo. Desarmar y debilitar a la CNT era una necesidad estratégica para el PSUC, del que ya se había vivido un primer acto en Bellver, con el asesinato de Antonio Martín. Es evidente que el asalto a la Telefónica, desencadenante de los Hechos de mayo, fue iniciativa del Gobierno catalán: los cenetistas que estaban dentro resistieron el ataque (no lo iniciaron).        

¡Quizás los estalinistas y la poshistoria quieran defender ahora que los cenetistas que trabajaban en el interior de Telefónica, asaltados por los guardias, fueron los provocadores que iniciaron los Hechos de Mayo, porque ofrecieron resistencia!

Hablar de mayo del 37 como de una alocada, caprichosa, espontánea e innecesaria insurrección de anarquistas, como hacen algunos nacionalistas y neoestalinistas, es una falsedad histórica y una interpretación sectaria, que además excluye arbitrariamente la intervención del POUM.

4.

El detallado informe de enero-abril de 1937, que el Servicio de Información de Manuel Escorza había elaborado en colaboración con el Servicio de Eroles, titulado “Affaire Sancho-Casanovas-Lluhí-Gassol, desde la Embajada de París y el Consulado de Toulouse”[2], no dejaba dudas sobre la minuciosa preparación de un complot contra la CNT-FAI, en el que colaboraban nacionalistas catalanes y PSUC, con la aquiescencia explícita de mossos de escuadra y gobierno de la Generalidad. Preparación que desembocó en las sangrientas jornadas barcelonesas del 3 al 7 de mayo de 1937.

5.

El liderazgo de Julián Merino en la reunión matutina de comités superiores del 4 de mayo de 1937, la constitución de un comité revolucionario secreto de la CRTC y de dos comisiones de combate para extender la lucha en la calle fueron, sin lugar a dudas, un intento de pasar a la ofensiva, que fracasó a causa del llamamiento radiofónico al alto el fuego realizado la tarde de ese mismo día 4 por García Oliver y Federica Montseny. Esa intentona ofensiva no hace sino subrayar, con su rápido fracaso, el carácter predominantemente defensivo de la insurrección obrera de mayo del 37.

6.

El comité revolucionario de la CNT, en la tarde del 4 de mayo, preparó una ofensiva definitiva de los comités de defensa y concentró fuerzas para asaltar el centro de la ciudad aún en disputa, que finalmente no se produjo por el alto al fuego radiofónico, ordenado por los comités superiores cenetistas[3]. En las reuniones de comités superiores del 8 y 19 de mayo ese comité revolucionario aparecía citado caritativamente como un “comité de guerra”[4].

7.

La insurrección del 3 al 7 de mayo fue fundamentalmente barcelonesa, aunque es innegable que tuvo importantes antecedentes en toda Cataluña y en el País Valenciano, así como un eco repetitivo (en ocasiones sorprendentemente similar) en numerosas poblaciones catalanas: Tarragona, Reus, Tortosa, Amposta, Lleida, Gerona, Cadaqués, Manlleu, Vic, Bisaura de Ter, Montesquiu, La Farga de las Lloses, Vilafranca del Penedés, Sitges, etcétera, que merecerían un detallado trabajo que excede los límites locales de este libro.

8.

La Agrupación de Los Amigos de Durruti no dudaba en afirmar, en su manifiesto del 8 de mayo, que la batalla había sido ganada militarmente por los trabajadores, y que, por lo tanto, debía acabarse de una vez por todas con una Generalidad que no significaba nada. La Agrupación acusaba de “traición” a los dirigentes y comités superiores de la CNT, que habían paralizado una insurrección obrera victoriosa: “La Generalidad no representa nada. Su continuación fortifica la contrarrevolución. La batalla la hemos ganado los trabajadores. Es inconcebible que los comités de la CNT hayan actuado con tal timidez, que llegasen a ordenar “alto el fuego” y que incluso hayan impuesto la vuelta al trabajo cuando estábamos en los lindes inmediatos de la victoria total. No se ha tenido en cuenta de dónde ha partido la agresión, no se ha prestado atención al verdadero significado de las actuales jornadas. Tal conducta ha de calificarse de traición a la revolución que nadie en nombre de nada debe cometer ni patrocinar. Y no sabemos cómo calificar la labor nefasta que ha realizado Solidaridad Obrera y los militantes más destacados de la CNT.”

El calificativo de “traición” fue utilizado de nuevo cuando se comentó la desautorización que el CR de la CNT había hecho de Los Amigos de Durruti, así como el traspaso de las competencias (no las ejercidas por la Generalidad, sino las controladas por la CNT) de seguridad y defensa al gobierno central de Valencia: “La traición es de un volumen enorme. Las dos garantías esenciales de la clase trabajadora, seguridad y defensa, son ofrecidas en bandeja a nuestros enemigos.” El manifiesto del 8 de mayo finalizaba con una breve autocrítica de algunos fallos tácticos durante las Jornadas de Mayo, y con una optimista perspectiva de futuro, que la inmediata oleada represiva, iniciada contra la Agrupación el 28 de mayo[5], demostraría como vana e inconsistente. Mayo del 37 no acabó en tablas, sino que fue una severa derrota política del proletariado.

Pese a la mitificación existente sobre los Hechos de Mayo del 37 lo cierto es que se trató de una situación muy caótica y confusa, caracterizada por el afán negociador de todas las partes implicadas en el conflicto. Mayo del 37 no fue en ningún momento una insurrección obrera ofensiva y decidida, sino meramente defensiva y sin objetivos precisos, aunque formaba parte del combate en curso de la socialización contra la colectivización, y en defensa de “las conquistas” de julio. El detonador del conflicto fue el asalto a la Telefónica por las fuerzas de seguridad de la Generalidad. Y esta acción, esta auténtica provocación, se encuadraba dentro de la lógica del gobierno de Companys de asumir paulatinamente todas las competencias que la situación “anómala” de la insurrección obrera del 19 de julio de 1936 le había arrebatado momentáneamente. Los recientes éxitos contrarrevolucionarios obtenidos en la Cerdaña, con el asesinato de Antonio Martín, abrían la vía para pasar a una acción definitiva en Barcelona y en toda Cataluña. Era evidente que Companys se sentía respaldado por Comorera (PSUC) y por Ovseenko (el cónsul soviético), con quienes venía colaborando muy estrecha y efectivamente desde diciembre, cuando se produjo la expulsión del POUM del gobierno de la Generalidad. La política estalinista coincidía con los objetivos de Companys: la debilitación y anulación de las fuerzas revolucionarias, esto es, del POUM y de la CNT, eran un objetivo de los soviéticos, que sólo podía pasar por el fortalecimiento del gobierno burgués de la Generalidad. La larga crisis abierta en la Generalidad se inició con el rechazo por la CNT de la marcha al frente de Madrid de la división Carlos Marx (del PSUC). A este repudio inicial se añadió la oposición frontal al decreto del 4 de marzo de 1937 sobre disolución de las Patrullas de Control y desarme de la retaguardia, al mismo tiempo que se creaba el Cuerpo Único de Seguridad (Guardia civil y Guardia de Asalto juntos). Este creciente desencuentro con los cenetistas tuvo su inevitable solución violenta (tras varios episodios de enfrentamientos armados en La Fatarella, Olesa, Bellver, entierro de Cortada, etcétera) en el asalto a la Telefónica y las sangrientas jornadas de mayo en Barcelona.

La estúpida ceguera, la fidelidad inquebrantable a la unidad antifascista, el elevado grado de colaboración con el gobierno republicano de los principales dirigentes anarcosindicalistas (desde Peiró hasta Federica Montseny, de Santillán a García Oliver, de Marianet a Valerio Mas) no eran un dato irrelevante, ni desconocido, para el gobierno catalán y los agentes soviéticos. Se podía contar con su cretina santidad, como demostraron colmadamente durante las Jornadas de Mayo. Pero Companys y los soviéticos no contaron con la posibilidad de que los comités superiores cenetistas fuesen superados y desbordados por “los incontrolados” y por los comités de defensa de los barrios. Companys se desesperó ante la negativa del gobierno de Valencia a que Díaz Sandino (que mandaba la aviación) se pusiera a sus órdenes para bombardear los cuarteles y edificios de la CNT. Companys acabó perdiendo todas las atribuciones de la Generalidad en Defensa y Orden Público, que jamás habían sido tan amplias.

Respecto a la actividad de Los Amigos de Durruti, durante los Hechos de Mayo, no cabe tampoco una engañosa mitificación de su participación en las barricadas y de su octavilla, ya que Los Amigos de Durruti no se propusieron sustituir a la dirección confederal, y se limitaron a efectuar una dura crítica de sus dirigentes y de su política de “traición” a la revolución. Quizás no podían hacer otra cosa, dado su reducido número y su escasa influencia en la masa cenetista. Evitaron a toda costa la escisión y la expulsión.

Debe destacarse su participación en la lucha callejera, con el dominio de varias barricadas en las Ramblas, especialmente frente a su sede social, y su intervención en las luchas de Sants, La Torrassa y Sallent. Hay que subrayar, por supuesto, su intento de dar una dirección y unas reivindicaciones políticas mínimas, en la octavilla lanzada el día 5. La distribución de la octavilla no fue fácil, costó la vida de varios miembros de la Agrupación, y su distribución en las barricadas contó con la simpatía y ayuda de muchos militantes cenetistas. Entre las acciones a señalar durante las Jornadas de Mayo no debe olvidarse el llamamiento efectuado por Balius, desde la barricada situada en la esquina de las Ramblas con la calle Hospital, a la solidaridad activa de todos los trabajadores de Europa con la revolución española. Los Amigos de Durruti, ante la noticia de la formación de una columna de guardias de asalto, que venía desde Valencia para sofocar la rebelión, reaccionaron con el intento de formar una columna anarquista que fuera a su encuentro. Pero no pasó de una vana propuesta, que ya no halló eco alguno entre los militantes cenetistas, que empezaron a abandonar las barricadas.  Mientras tanto, Ricardo Sanz, delegado de los milicianos de la columna Durruti, que habían regresado del frente de Madrid en espera de trasladarse de nuevo al frente de Aragón, permanecía inactivo en el cuartel de los Docks de la avenida Icaria[6].

Cabe por fin destacar, desde un punto de vista político, el acuerdo alcanzado con el POUM de hacer un llamamiento a los trabajadores para que, antes de abandonar las barricadas, pidieran garantías de que no habría ninguna represión; y sobre todo señalando que la mejor garantía era conservar las armas, que no debían entregarse nunca. Una insurrección obrera vencida puede no abandonar las armas, pero no puede esperar que la represión deje de abatirse sobre los insurrectos, como así sucedió a partir del 10/16 de junio.

Pero lo cierto es que, finalizados los combates, las barricadas de mayo molestaban a todos: las tropas llegadas de Valencia rompían los carnés de la CNT y obligaban a los pacíficos transeúntes a deshacer las barricadas, al tiempo que el Comité Regional cenetista llamaba a la rápida desaparición de las barricadas como señal de normalidad.  A los pocos días sólo permanecían en pie aquellas barricadas que el PSUC quería conservar como muestra y señal de su victoria.

Desde un punto de vista teórico, el papel de Los Amigos de Durruti fue mucho más destacado después de las Jornadas de Mayo, cuando iniciaron la publicación de su órgano, el 19 de mayo, que tomó el nombre del periódico publicado por Marat durante la Revolución Francesa: El Amigo del Pueblo.

Julio de 1936 fue una insurrección ofensiva contra el levantamiento militar-fascista; los Hechos de mayo de 1937 fueron una insurrección defensiva[7] contra el golpe de fuerza planeado por los estalinistas, los nacionalistas y la Generalidad. La comparación entre ambas insurrecciones no ofrece duda de su principal característica: ofensiva la de julio del 36 y defensiva la de mayo del 37.

La diferencia entre las insurrecciones de Julio de 1936 y Mayo de 1937 radica en que los revolucionarios, en Julio, estaban desarmados, pero tenían un objetivo político preciso: la derrota del levantamiento militar y del fascismo; mientras que en Mayo, pese a un armamento superior que en julio, estaban desarmados políticamente: CARECÍAN DE UNA COORDINACIÓN EFECTIVA Y DE UNOS OBJETIVOS CLAROS Y PRECISOS[8]. Los comités de defensa iniciaron una insurrección defensiva contra el estalinismo y el gobierno burgués de la Generalidad, pese a sus organizaciones y sin sus dirigentes, pero fueron incapaces de proseguir el combate hasta el final sin sus organizaciones y contra sus dirigentes. En mayo de 1937, igual que en julio de 1936, faltó una organización revolucionaria con peso y prestigio, capaz de defender los principios ácratas, destruir el Estado e imponer una alternativa social al capitalismo y las estructuras estatales.

El proletariado no había conseguido formar esa organización en los años treinta. Ni el POUM ni la CNT-FAI eran, ni podían ser, esa vanguardia revolucionaria; sino, por el contrario, el mayor obstáculo a su surgimiento. La incapacidad de los dirigentes anarcosindicalistas y la ausencia de toda teoría revolucionaria no dejaron en pie más horizonte que la unidad antifascista y el programa democrático de la burguesía republicana. Ya habían desaparecido de escena los métodos y objetivos del proletariado. El CCMA no sólo no potenció los comités revolucionarios, sino que colaboró con el gobierno de la Generalidad para debilitarlos y suprimirlos.

Las barricadas levantadas en julio de 1936, aún seguían en pie meses después; mientras las levantadas en mayo de 1937 desaparecieron inmediatamente, salvo aquellas pocas que el PSUC quiso dejar como testigo de su fuerza y de su victoria.

Mayo del 37, desde esta perspectiva, aunque fue sin duda consecuencia del creciente descontento ante el aumento de precios, la carencia de abastecimientos, la lucha en el seno de las empresas por  la socialización de la economía y el control obrero, la escalada de la Generalidad por desarmar la retaguardia y hacerse con el control del orden público, etcétera, etcétera, fue sobre todo la necesaria derrota armada del proletariado, que necesitaba la contrarrevolución para sellar definitivamente toda amenaza revolucionaria sobre las instituciones burguesas y republicanas.

En 1938 los revolucionarios estaban bajo tierra, en la cárcel o en la clandestinidad. En las cárceles los antifascistas se contaban por millares. El hambre, los bombardeos y la represión estalinista eran amos y señores de Barcelona. Las milicias y el trabajo habían sido militarizados. El orden burgués reinaba ya en toda España, tanto en la franquista como en la republicana. La revolución no fue aplastada por Franco en enero de 1939, ya lo había hecho la República de Negrín muchos meses antes.

10.

En julio de 1936 existió una situación revolucionaria que mantuvo la hegemonía de la clase obrera y su amenaza revolucionaria sobre la burguesía republicana durante diez meses. No existió una COORDINACIÓN O CENTRALIZACIÓN DEL PODER de los trabajadores, porque ese poder se fragmentó en centenares de comités locales, de empresa, de distintas organizaciones obreras, y en milicias de diversos partidos, en patrullas de control, etc… Lo que hubo fue una ATOMIZACIÓN DEL PODER.

Mayo del 37 no cayó de las nubes, sino que fue fruto de la resistencia a la disolución de las patrullas de control y la militarización de las milicias, y sobre todo a la resistencia obrera en las empresas, una a una, de forma totalmente aislada, en lucha por profundizar y controlar el proceso socializador de la economía catalana, frente a la liquidación de las «conquistas de Julio». Porque la ofensiva «normalizadora» de la Generalidad, que pretendía aplicar los decretos de S’Agaró, aprobados por Tarradellas en enero de 1937, suponían el fin de las «conquistas revolucionarias» y el absoluto control de la economía catalana por el gobierno de la Generalidad.

Las lecciones a sacar son evidentemente la necesidad de destruir totalmente el Estado capitalista, y la disolución de sus cuerpos represivos, así como la implantación del programa de la revolución social del proletariado, que los anarquistas organizados en la Agrupación de Los Amigos de Durruti identificaron con la formación de una Junta Revolucionaria, compuesta por todas aquellas organizaciones que habían intervenido en las luchas revolucionarias callejeras de Julio de 1936, con exclusión de cualquier tipo de colaboración con las organizaciones burguesas o con el Estado. Mayo de 1937 fue consecuencia de los errores cometidos en julio de 1936.

En España no hubo una organización o vanguardia revolucionaria, pero sí que hubo una profunda y potente ACTIVIDAD REVOLUCIONARIA de la clase obrera, que hizo fracasar el pronunciamiento fascista, que sobrepasó a todas las organizaciones obreras existentes en Julio de 1936, y que en mayo de 1937 se enfrentó en Barcelona al estalinismo y a la reconstrucción del aparato estatal, aunque finalmente fracasó porque no supo enfrentarse a sus propias organizaciones sindicales y políticas (CNT y POUM), cuando defendieron el Estado burgués y el programa de la contrarrevolución. Que el movimiento revolucionario existente en España entre julio de 1936 y mayo de 1937 fracasara, y fuera desviado de sus objetivos de clase hacia objetivos antifascistas, no quita la existencia de esa situación revolucionaria. Ninguna revolución proletaria ha vencido aún, y el fracaso de la Comuna, o el estalinismo, no niegan el carácter revolucionario de la Comuna o de Octubre.

Es evidente que, sin la toma del poder por el proletariado[9], el proceso colectivizador español no podía sino fracasar, y que todas las colectividades serían condicionadas y desnaturalizadas por esa ausencia de la toma del poder; pero no es menos evidente que la expropiación de la burguesía, con todas sus limitaciones, fue fruto del movimiento revolucionario proletario de Julio. La lección fundamental de la «Revolución Española» (o más precisamente de la situación revolucionaria existente en Barcelona y casi toda Cataluña y parte de Aragón y el País Valenciano) es la necesidad ineludible de una vanguardia que defienda el programa revolucionario del proletariado, cuyos dos primeros pasos son la destrucción total del Estado capitalista y la instauración de una Junta Revolucionaria, como decían Los Amigos de Durruti. Esa Junta Revolucionaria es un nuevo organismo, más allá de la política y de los partidos, organizado en consejos obreros, que debe enfrentarse a la inevitable violencia contrarrevolucionaria, destruyendo las estructuras estatales como se hizo con algunas iglesias: dejando solamente en pie el campanario y el solar.

Pero de ahí a afirmar, como hizo Bilan, que sin partido no hay revolución, ni situación revolucionaria, significa no comprender que la revolución no la hace el partido o la vanguardia, sino el proletariado, aunque una revolución proletaria fracasará inevitablemente si no existe una organización capaz de defender el programa revolucionario del proletariado (como intentaron sin éxito los comités de barrio, los Amigos de Durruti o la Sección Bolchevique-Leninista de España).

No deja de ser tragicómico el análisis de quienes pretendiendo «ser el partido», tanto Bilan como los estalinistas, no supieran ver la situación revolucionaria que se desarrollaba bajo sus narices.

El análisis de Bilan es muy valioso en su denuncia de las debilidades y errores del proceso revolucionario español; pero lamentable y penoso en cuanto ese análisis le lleva al absurdo de negar la naturaleza revolucionaria y proletaria del proceso histórico vivido por la clase obrera española entre Julio de 1936 y Mayo de 1937. En resumen: es cierto que, sin partido, o vanguardia revolucionaria, una revolución proletaria fracasará; y ahí está el ejemplo español y el magnífico análisis de Bilan. Pero no es cierto que no pueda darse una situación revolucionaria proletaria si no existe un partido (leninista) que dirija la revolución. Y esa afirmación es la que llevó a Bilan a un falso análisis de la situación creada el 19 de Julio de 1936 en Cataluña, así como a una incomprensión de los acontecimientos que llevaron al proletariado a una segunda insurrección revolucionaria en mayo de 1937.

11.

El partido estalinista, tanto el PSUC como el PCE, fue objetivamente el partido de la contrarrevolución. Acogió en sus filas a la pequeña burguesía desamparada, rechazó el inicio o posibilidad de cualquier “aventura” revolucionaria y centró todos sus esfuerzos en la construcción de un Estado fuerte capaz de ganar la guerra al fascismo. Su programa de unidad antifascista fue el programa de la pequeña burguesía contrarrevolucionaria.

Las características de la contrarrevolución estalinista fueron:

  1. a) Terrorismo policíaco incesante, omnipresente y omnipotente.
  2. b) Imprescindible falsificación de su propia naturaleza, y de la naturaleza de sus enemigos, especialmente de los revolucionarios.
  3. c) Explotación de los trabajadores mediante un capitalismo de Estado, dirigido por el Partido-Estado, que se materializaba en un programa de municipalizaciones y nacionalizaciones, que tendían a una progresiva militarización del trabajo y de la vida cotidiana.

El gobierno Negrín-Stalin transformó la inicial colaboración de clases en el CCMA, y la ideología de unidad antifascista, en UNIDAD NACIONAL y gobierno de orden; convirtió la impotencia reformista contra la revolución de socialistas, catalanistas y la burocracia anarcosindicalista en un acabado programa contrarrevolucionario, que suprimía el menor vestigio de democracia obrera, y transformaba la democracia burguesa en dictadura policíaca de la GPU y el SIM.

Los estalinistas no han sido nunca un sector reformista del movimiento obrero. Con el estalinismo no es ni ha sido posible nunca colaboración alguna, sólo la lucha sin cuartel. El estalinismo, siempre y en todo lugar, encabeza y guía las fuerzas contrarrevolucionarias, encontrando su fuerza en la idea de unidad nacional, en la práctica de una política de orden, en su lucha por establecer un gobierno fuerte, en la penetración de los militantes del partido estalinista en el aparato de Estado, y sobre todo disfrazando su naturaleza reaccionaria en el seno del movimiento obrero.

            12.

            La historiografía estalinista, demócrata y nacionalista intenta poner de moda una interesada interpretación de mayo del 37, consistente en lamentarse de la crisis y ruptura FRATRICIDA del antifascismo. Trata de imponer la posverdad de que mayo supuso la terrible pérdida de la unidad antifascista, y eso abría las puertas a la victoria de Franco. Sin embargo, no pueden entenderse los Hechos de Mayo de 1937 si no se comprende que los trabajadores revolucionarios de Barcelona no luchaban por una República burguesa o por un Estado democrático. Los comités revolucionarios de barrio, surgidos de la victoria de los comités de defensa sobre el ejército sublevado y el golpe de estado fascista, luchaban por la revolución social y por un mundo nuevo, EN UNA GUERRA DE CLASES. Combatían por conseguir la destrucción del Estado, sustituyéndolo en todas sus funciones, expropiando fábricas y propiedades de la burguesía, levantando un ejército miliciano de voluntarios, asumiendo la gestión política, social y económica de una ciudad de más de un millón de habitantes. Y eso la poshistoria nacionalista, socialdemócrata, fascista, reformista, izquierdista, derechista o estalinista no puede asimilarlo ni contemplarlo.

            Desde esta sencilla premisa: la de que los comités de barrio combatían por la revolución, llegamos a estas tres inevitables reflexiones:

  1. En julio de 1936, la cuestión esencial no era la toma del poder (por una minoría de dirigentes anarquistas), sino la de coordinar, impulsar y profundizar la destrucción del Estado por los comités.

Los comités revolucionarios de barriada (y algunos de los comités locales) no hacían o dejaban de hacer la revolución: eran la revolución social.

            La destrucción del Estado por los comités revolucionarios era una tarea muy concreta y real, en la que esos comités asumían todas las tareas que el Estado desempeñaba antes de julio de 1936.  Y ESA ES LA GRAN LECCIÓN DE LA REVOLUCIÓN DEL 36: LA NECESIDAD PRIMORDIAL DE DESTRUIR EL ESTADO.

  1. Durante la guerra civil, el proyecto político del anarquismo de Estado, constituido como un partido antifascista más, utilizando métodos de colaboración de clases y de participación gubernamental, organizado burocráticamente con el objetivo principal de ganar la guerra al fascismo, fracasó estrepitosamente en todos los terrenos; pero el movimiento social del anarquismo revolucionario, organizado en comités revolucionarios de barrio, locales, de control obrero, de defensa, etcétera, constituyó los embriones de un poder obrero que alcanzó cotas de gestión económica, de iniciativas populares revolucionarias y de autonomía proletaria, que aún hoy iluminan y anuncian un futuro radicalmente diferente a la barbarie capitalista, el horror fascista o la esclavitud estalinista.

Y aunque ese anarquismo revolucionario sucumbió finalmente a la represión coordinada y cómplice del Estado, de la burguesía, de los estalinistas y de los comités superiores, nos legó el ejemplo, la reflexión y el combate de algunas minorías, como Los Amigos de Durruti, las JJLL de Cataluña y determinados grupos anarquistas de la Federación Local de Barcelona, que nos permiten teorizar hoy sus experiencias, aprender de sus errores y reivindicar su lucha y su historia.

  1. Los revolucionarios y los comités de defensa desbordaron en mayo de 1937 a los comités superiores de la CNT. Y después de mayo esos comités superiores tomaron las medidas organizativas necesarias para evitar ser superados de nuevo: la CAP y el Comité de Enlace, como se verá en el cuarto volumen de la tetralogía Hambre y violencia en la Barcelona revolucionaria, titulado La represión contra la CNT y los revolucionarios.

13.

En resumen:

Los decretos de la Generalidad del 4 de marzo de 1937 creaban un Cuerpo Único de Seguridad (formado por la Guardia de asalto y la Guardia civil) y disolvían (en un futuro inmediato) las Patrullas de Control. Tales decretos provocaron la dimisión de los consejeros cenetistas y una grave crisis de gobierno.

El 15 de abril, tras una larga y difícil negociación, Companys y Escorza pactaron personalmente una salida a la crisis y la formación de un nuevo gobierno (con la entrada como conseller del cenetista Aurelio Fernández).

El asesinato de Antonio Martín en Bellver de Cerdaña, el 27 de abril de 1937, supuso la ruptura del pacto tan laboriosamente alcanzado. Escorza puso en alarma a los comités de defensa al desvelar la información sobre un próximo golpe de fuerza del bloque contrarrevolucionario.

La provocación del 3 de mayo, cuando Eusebio Rodríguez Salas asaltó la Telefónica, movilizó a los comités de defensa, que en dos horas declararon la huelga revolucionaria, se apoderaron de todos los barrios obreros y levantaron barricadas en el centro de la ciudad y en lugares estratégicos. Los comités superiores cenetistas (Eroles y Asens) intentaron controlar a los comités de defensa, pero fueron desbordados.

La mañana del 4 de mayo Julián Merino convocó una reunión del CR, consiguió que se formase un Comité Revolucionario de la CNT y dos comisiones para coordinar y extender la insurrección.

En la tarde del 4 de mayo, los trabajadores revolucionarios barceloneses, armados en las barricadas y dispuestos a todo, no fueron derrotados por el PSUC, ni por ERC, ni por las fuerzas de orden público del gobierno de la Generalidad. Fueron aniquilados por los aparatos de radio. El intento revolucionario de encontrar una coordinación y un objetivo preciso a la insurrección en curso, fracasó. Cuando toda Barcelona era ya una barricada, los obreros en armas fueron vencidos y humillados por los discursos radiofónicos de los comités superiores cenetistas, y muy especialmente por el discurso del beso de Joan García Oliver.

El 5 de mayo los Amigos de Durruti lanzaron una octavilla que intentaba dar unos objetivos precisos a la insurrección: sustitución de la Generalidad por una Junta Revolucionaria, fusilamiento de los culpables de la provocación (Rodríguez Salas y Artemi Aguadé), socialización de la economía, confraternización con los militantes del POUM, etcétera. Los comités superiores desautorizaron inmediatamente esa octavilla, que tuvo la virtud de reavivar la lucha en las barricadas.

Los días 5 y 6 de mayo fueron los de mayor auge de la lucha callejera. Los conatos cenetistas de tregua, o abandono de las barricadas, siguiendo las consignas radiofónicas y de la prensa, fueron aprovechados por el bloque contrarrevolucionario para consolidar posiciones; hecho que a su vez provocó que los revolucionarios reanudaran los combates y se volviera a las barricadas.

El 7 de mayo era evidente que la insurrección había fracasado. Las tropas enviadas desde Valencia desfilaron por la Diagonal y ocuparon toda la ciudad. Empezaron a deshacerse las barricadas. Los comités superiores, en los días siguientes, intentaron ocultar todo lo sucedido, arreglar las actas en proceso de redacción y en definitiva evitar en lo posible la previsible represión estalinista y gubernamental contra la Organización y contra los protagonistas más destacados.

Si hubiese que resumir mayo del 37 en una frase, ésta debería explicar que los trabajadores revolucionarios, armados en las barricadas y decididos a todo, fueron vencidos por los llamamientos al alto el fuego emitidos por la radio: Barcelona fue una insurrección vencida por la radio.

14.

En conclusión:

Por primera vez en la historia, se dio el caso de una insurrección iniciada y sostenida contra la voluntad de los líderes a que perteneció la inmensa mayoría de los insurrectos. Pero aunque una insurrección puede improvisarse, una victoria no (Escorza); y aún menos cuando todas las organizaciones obreras antifascistas se mostraron hostiles al proletariado revolucionario: desde la UGT hasta los comités superiores de la CNT.

Los comités superiores llegaron a jugar con dos barajas, permitiendo la formación de un Comité Revolucionario de la CNT, al mismo tiempo que se formaba una delegación para negociar en el Palacio de la Generalidad. Pero muy pronto abandonaron la carta insurreccional por los ases del alto al fuego, que aseguraban su futuro de burócratas.

UGT y CNT, ERC y gobierno de la Generalidad, estalinistas y comités superiores, todos juntos, convirtieron la hermosa victoria militar de la insurrección, al alcance de la mano (Merino, Rebull), en una horrorosa derrota política. Todos juntos, pero de forma distinta, para desempeñar eficazmente cada uno su papel. Estalinistas y republicanos directamente en las barricadas de la contrarrevolución. Anarcosindicalistas y poumistas en la ambigüedad del quiero y no puedo, del soy pero dejo de ser; los primeros recomendando el cese de la lucha y el abandono de las barricadas; los segundos mediante el “audaz” seguidismo de los primeros.

Sólo dos pequeñas organizaciones, los Amigos de Durruti y la SBLE, intentaron evitar la derrota y dar a la insurrección unos objetivos precisos. El proletariado revolucionario barcelonés, esencialmente anarquista, luchó por la revolución, incluso contra sus organizaciones y contra sus líderes, en una batalla que ya había perdido en julio de 1936, en el preciso momento en que dejó en pie el aparato estatal.

Pero hay batallas perdidas que han de librarse en beneficio de las generaciones futuras, sin más objetivo que el de dejar constancia de quién es quién, advertir el lado de la barricada en que se encuentra, señalar dónde están las fronteras de clase y cuál es el camino a seguir y los errores a evitar.

Agustín Guillamón

Barcelona, enero de 2020

 

Notas:

[1] Véase el informe de Hilario Esteban a Eroles (10 de abril de 1937); el informe de Moscú difundido por el Servicio de Información de Escorza; la carta de Sesé a Companys; el asesinato de Antonio Martín en Bellver (25 de abril); la carta de Prince a la FACA (29 abril 1937). Y sobre todo porque ésa era la manifiesta estrategia política del PSUC, que así era percibida cotidianamente por la gente común. 

[2] Es un conglomerado de fichas personales, seguimiento de personalidades, viajes a París, relación de domicilios e informes familiares, financieros e interpersonales que abarcan el periodo enero-abril de 1937. Es una contundente e indiscutible investigación documental sobre el complot que se preparaba contra la CNT-FAI.

[3] Hay numerosos testimonios: AGUZZI, p. 169; BONOMINI, p. 152; CASANOVAS: Joan Remí, pp. 135-136; Informe del CN sobre los Hechos de mayo, etcétera.

[4] Véase las reuniones de comités superiores del 8 y 19 mayo en GUILLAMÓN, Agustín: La represión contra la CNT… op. cit. en la bibliografía.

[5] Asalto del local de la Agrupación en las Ramblas y orden de expulsión emitida por los comités superiores, publicada en Solidaridad Obrera.

[6] Sanz, Ricardo: El sindicalismo y la política. Los “solidarios” y “nosotros”. Edición del autor, Toulouse, 1966, p. 306. El cuartel de los Docks (rebautizado Espartaco) fue atacado por los estalinistas del cercano cuartel Carlos Marx, pero las tropas de Ricardo Sanz se limitaron a defenderse pasivamente, sin salir a la calle. En ese mismo cuartel, milicianos de la columna Tierra y Libertad, que habían participado en los combates callejeros, acataron al anochecer del día 5 las órdenes del CR de la CNT de suspender cualquier ataque. Sólo siguieron combatiendo, en la barricada defensiva levantada en la avenida Icaria, un grupo de italianos, que el día 4 habían llevado cuatro tanques a defender la Casa CNT-FAI y el día 5 seis blindados a la Gran Vía, para defender la central de las Patrullas de Control y el sindicato de la alimentación.

[7] La mayor parte de la historiografía y de los protagonistas en las barricadas coinciden en señalar el carácter defensivo de la insurrección de mayo. Véase, por ejemplo: Hugo Oehler, en Barcelona, mayo de 1937. Testimonios desde las barricadas (Alikornio), p.55; véase Albert Weisbord, op. cit. pp. 89-90.

[8] De ahí el intento fallido de Julián Merino de que el CR asumiera esa coordinación, al menos militar. De ahí el intento tardío y fallido de pequeñas organizaciones con escasa influencia, como los Amigos de Durruti y la SBLE de dotar a la insurrección de unos objetivos claros y precisos.

[9] O mejor dicho: sin la destrucción del poder de la burguesía y de su Estado.

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