Anarcopacifismo y Extremadura

Resultado de imagen de pacifismo portaloacaLa violencia es el resultado, no el origen. Antes hay mucho camino que recorrer. La violencia suele ser consecuencia de muchos intentos previos fallidos.

En éste artículo quiero hacer una defensa del pacifismo como forma eficaz para enfrentarse al sistema vigente. No como mejor o peor método que otro, sino como una opción más; igualmente válida. En definitiva nos estamos enfrentando a un sistema que siempre va a tener más policías que manifestantes, más soldados que revolucionarios, más armas, más recursos y mucho, mucho más poder. Con esas condiciones es mejor plantear una estrategia que no suponga tantos peligros para las personas que llevan a cabo la revolución.

Nadie puede negar que los avances a gran escala del movimiento obrero se han dado en un contexto bélico. La Comuna de París, la Revolución Bolchevique, la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial… Incluso a menor escala, en la vida cotidiana, vemos cumplirse ésta realidad. Un claro ejemplo de actualidad es la respuesta violenta contra el autobús tránsfobo del grupo «Hazte Oír». Cualquier persona con un mínimo de conciencia obrera estará de acuerdo en que no se puede conquistar derechos pidiéndolo «por favor».

Pero el anarcopacifismo es realista y no propone algo tan infantil como eso. Incluso se ha acusado al anarcopacifismo de beneficiar a los poderosos, mediante la «pacificación» de las masas. Muchas personas confunden el pacifismo con un estilo de vida infructífero, hippie, conformista. El error está en relacionar «pacifismo» directamente con «reformismo«, cuando no tiene que ser obligatoriamente así. El anarcopacifismo también puede ser radical y enfrentarse a la raíz del problema; puede ser práctico y reflejarse en acciones concretas y efectivas, conquistar grandes logros o incluso culminar en revoluciones pacíficas.

Por supuesto no es la respuesta a todo, en cualquier circunstancia. Porque hay que adaptarse a los hechos y actuar en consecuencia (dialéctica). Pero sigue siendo una opción más a tener en cuenta. Desprestigiar una acción por no ser violenta o por ser individual, es carecer de contexto.

Con facilidad se olvidan las históricas acciones directas pacíficas y que fueron efectivas, más allá de métodos encaminados al reformismo (como las huelgas y boicots). Desde la iniciativa individual de David Thoreau de negarse a pagar impuestos; hasta el derrocamiento de dictaduras enteras, gracias al esfuerzo de colectivos unidos. Un gran ejemplo de lo que significa la revolución pacífica nos lo encontramos en la Revolución de los Claveles.

La Revolución de los Claveles fue un levantamiento pacífico llevado a cabo en Portugal por militares contrarios a la dictadura, el 25 de Abril de 1974. A lo largo del día las autoridades perdieron el control del país, viendo que las guarniciones decidieran secundar la revolución, ocupando instalaciones militares y del gobierno. Las autoridades, viendo que sus subordinados desobedecían las órdenes, se rindieron y posteriormente se exiliaron. La dictadura más longeva del siglo XX, que duró 48 años, cayó en un solo día con la revolución más pacífica de la historia, sin que los rebeldes disparasen ni una bala. Un suceso casi de epopeya.

Pero hubo un error. Todo el poder recién conquistado fue cedido en el Estado, una minoría política con intereses claramente distintos. El proceso revolucionario se detuvo ahí. Es un error que, como vemos, también ocurre con las revoluciones violentas. El problema no es el método con el que conquistar el poder. El problema está en mantener ese poder conquistado. En casi todas las ocasiones es el Pueblo quien da los primeros pasos, y el Estado detrás dando legitimidad a sus reivindicaciones o a los hechos ya ocurridos. Si el Pueblo se acomoda y delega el poder a otras personas para que hablen en nuestro nombre, en vez de crear un sistema donde cada persona se represente a sí misma; entonces el fracaso estará asegurado. No es culpa del pacifismo, sino de una mal estrategia.

Pero hubo otros acontecimientos que superaron ese fallo de estrategia. Me quiero referir a los hechos ocurridos éste día, 25 de Marzo, pero en el año 1936. Una revolución pacífica triunfal, ocurrida en Extremadura, en nuestro propio país. Una historia tan admirable como olvidada. Hablemos de ella:

La II República trajo grandes progresos para una población acostumbrada a la miseria y la opresión. Uno de los puntos más destacables fue la Ley de Reforma Agraria, aprobada en 1932: reparto de tierras a campesinos, modernización, subida de salarios, jornada de ocho horas… Todas las medidas favorables y, como siempre, todo papel mojado. La reforma se implantó con lentitud, carecía de recursos para indemnizar a los propietarios y todos los terratenientes se opusieron, presionando en su contra. Los resultados fueron casi de burla. Y ante la necesidad, los campesinos indignados se levantaron en insurrecciones violentas cruelmente reprimidas, como el caso de Arnedo (Logroño), Casas Viejas (Cádiz), Castilblanco (Badajoz) y Yeste (Albacete). Para empeorar las cosas, tras el triunfo de la derecha en las elecciones, la reforma agraria se paralizó. A principios del año 1936 el desempleo del campo sube al 20%, coincidiendo con la crisis y un periodo de lluvias que impedían realizar las labores.

En éste contexto el Pueblo extremeño, muy dependiente del campo, y castigado duramente por las circunstancias, decidió tomar las riendas. De forma pacífica, organizada y contundente. La Federación de Trabajadores de la Tierra fue quien mandó las instrucciones para iniciar, en la mañana del día 25 de Marzo, la ocupación de todos los campos de Extremadura. Unos 80.000 yunteros extremeños ocuparon ese día casi 250.000 hectáreas; de forma pacífica y sin incidentes con los latifundistas ni con las fuerzas de autoridad; en más de 280 pueblos simultáneamente.
Provistos de azadas y demás herramientas, delimitaron los bordes de la nueva tierra incautada; que ahora por fin pertenecen a quienes las trabajan. Luego regresaron ordenadamente al pueblo, al ayuntamiento, haciendo firmar al alcalde, concejales y demás funcionarios un acta de comparecencia. A la mañana siguiente comenzaron sus jornadas, como cualquier día, pero ya como campesinos libres.

Los diarios, alarmados, lanzaban sus amenazas: «Azaña afirma que no puede tolerar las invasiones de fincas». La sublevación unánime de los campesinos de Extremadura produjo un verdadero pánico en los círculos gubernamentales. En vez de emplear la fuerza, el Gobierno se vio obligado a enviar un equipo de ingenieros y de funcionarios para dar una apariencia de legalidad a la apropiación de la tierra. La táctica no podía haber obtenido un mayor éxito. Con una única acción, los campesinos habían ocupado mucha más tierra de la que se les había entregado en los últimos cinco años.

Que aquel día quede en la memoria. Pero no debemos limitarnos a recordar con nostalgia, sintiendo inferioridad por los logros de épocas pasadas. La Revolución Pacífica de Extremadura fue llevada a cabo por personas tan normales como nosotros; sólo que con gran voluntad. Hoy aún, con nuestros recursos actuales, hay muchas formas en las que podemos comenzar nuestra revolución. Y no me cabe duda que serán formas mucho más inspiradoras y asimilables para la población; que la propuesta de un enfrentamiento armado con todo el sufrimiento, sangre y pérdidas que supone.

Las posibilidades son infinitas. Podemos escribir nuestro destino, hay mucho camino que recorrer.  Y el pacifismo suele ser consecuencia de un logro conseguido.

Por Cherry (@metcherry)

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