Malatesta y la Plataforma de Archinov

La Plataforma elaborada por el grupo anarquista ruso Dielo Truda, más conocida como la Plataforma de Archinov, cuestionaba algunos de los principios fundacionales del anarquismo organizado y extraía de la experiencia de la revolución rusa de 1917 conclusiones que no eran compartidas por todos. Contra este primer documento, que fraccionó al movimiento anarquista, se pronunciaron distintos militantes anarquistas, más fieles a las esencias libertarias que a cuestiones del momento. Entre todos, destacó Errico Malatesta, que contestó a los «plataformistas» con un texto que, traducido por el colectivo de la revista española Germinal, reproducimos aquí.

Errico MalatestaUn opúsculo francés titulado «Plataforma de organización de la Unión General de Anarquistas (Proyecto)» ha caído en mis manos por casualidad (se sabe que hoy los escritos no fascistas no circulan por Italia).

Se trata de un proyecto de organización anarquista, publicado por un «Grupo de anarquistas rusos en el extranjero», que parece muy especialmente dirigido a los compañeros rusos. Pero trata de cuestiones que interesan a todos los anarquistas y, además, es evidente que busca la adhesión de los compañeros de todos los países por el hecho de estar escrito en francés. De todos modos, es útil examinarlo tanto para los rusos como para los demás si el proyecto está en armonía con los principios anarquistas, y si su realización sirve verdaderamente a la causa anarquista. Los móviles de los promotores son excelentes. Deploran que los anarquistas no hayan tenido y no tengan en los acontecimientos de la política social una influencia proporcional al valor teórico y práctico de su doctrina, a su número, su coraje, su espíritu de sacrificio, y piensan que la principal razón de ese fracaso relativo es la ausencia de una organización amplia, seria y eficaz.

Hasta ahí, en principio, podría estar de acuerdo.

La organización no es sino la práctica de la cooperación y la solidaridad; es la condición natural, necesaria de la vida social; es un hecho inevitable que se impone a todos, tanto en la sociedad humana en general, como en cualquier grupo de personas que tengan un objetivo común.

El hombre no quiere ni puede vivir aislado; no puede llegar a ser un verdadero hombre y satisfacer sus necesidades materiales y morales de otro modo que no sea en sociedad y con la cooperación de sus semejantes. Es por tanto inevitable que todos los que no se organicen libremente, ya sea porque no puedan o porque no sientan la urgente necesidad, hayan de sufrir la organización establecida por otros individuos ordinariamente constituidos en clase o grupos dirigentes, con el fin de explotar para su beneficio el trabajo de otros.

Y la opresión milenaria de las masas por un pequeño número de privilegiados ha sido siempre la consecuencia de la incapacidad de la mayor parte de los individuos para ponerse de acuerdo, para organizarse sobre la base de la comunidad de intereses y de sentimientos con otros trabajadores para producir, para disfrutar y, eventualmente, para defenderse de los opresores y explotadores. El anarquismo viene a remediar este estado de cosas con su principio fundamental de organización libre, creada y mantenida por la libre voluntad de los asociados sin ninguna clase de autoridad, es decir, sin que ningún individuo tenga el derecho de imponer a otros su propia voluntad. Es, por tanto, natural que los anarquistas traten de aplicar a su vida privada y a la vida de su movimiento el mismo principio sobre el que, según ellos, debería basarse toda la sociedad humana.

Algunas polémicas permitirían suponer que existen anarquistas refractarios a toda organización; pero, en realidad, las numerosas, demasiado numerosas, discusiones que hemos sostenido sobre este tema, incluso cuando están oscurecidas por cuestiones de palabras o envenenadas por cuestiones de personas, sólo conciernen en el fondo al modo, y no al principio de organización. Así, algunos compañeros, con palabras opuestas a la organización, se organizan como los demás y a menudo mejor que éstos, cuando pretenden seriamente hacer algo. La cuestión, lo repito, reside en la aplicación.

Así pues, yo debería mirar con simpatía la iniciativa de los compañeros rusos, convencido como estoy de que una organización más general, mejor tramada y más constante que las que han realizado hasta ahora los anarquistas, aunque no lograra eliminar todos los errores, todas las carencias, puede ser inevitable en un movimiento que, como el nuestro, se adelanta a los tiempos y que, por eso, se debate con la incomprensión, la indiferencia y a menudo la hostilidad de la mayor parte, sería, por lo menos, un importante elemento de fuerza y de éxito, un poderoso medio de hacer valer nuestras ideas.

Organización obrera y organización específica

Considero sobre todo necesario y urgente que los anarquistas se organicen para influir en la marcha que siguen las masas en su lucha para la mejora y la emancipación. Hoy, la fuerza más grande de transformación social es el movimiento obrero (movimiento sindical) y de su dirección depende en gran parte el curso que tomarán los acontecimientos y el objetivo al que se llegará en la próxima revolución. A través de sus organizaciones, fundadas para la defensa de sus intereses, los trabajadores adquirirán conciencia de la opresión en que se hallan y del antagonismo que los separa de sus patronos, comenzarán a aspirar a una vida mejor, se habituarán a la lucha colectiva y a la solidaridad, y podrán conquistar todas las mejoras compatibles con el régimen capitalista y estatista. Después, cuando el conflicto resulta insoluble, llega la revolución o la reacción.

Los anarquistas deben reconocer la utilidad y la importancia del movimiento sindical, deben favorecer su desarrollo y hacer de él una de las palancas de su acción, esforzándose por conducir la cooperación del sindicalismo y de otras formas de progreso a una revolución social que conlleve la supresión de clases, la libertad total, la igualdad, la paz y la solidaridad entre todos los seres humanos. Pero sería una ilusión funesta creer que, como hacen muchos, el movimiento obrero desembocará por sí mismo, en virtud de su propia naturaleza, en una revolución. Al contrario: en todos los movimientos basados en intereses materiales e inmediatos (y no se puede establecer sobre otros fundamentos un amplio movimiento obrero), hace falta el fermento, la semilla, la obra concertada de los hombres de ideas que combatan y se sacrifiquen por un ideal venidero. Sin ese medio, todo movimiento tiende fatalmente a adaptarse a las circunstancias, engendra el espíritu conservador, el temor a los cambios de los que se resisten a obtener condiciones mejores. A menudo se crean nuevas clases privilegiadas, que se esfuerzan por consolidar el estado de cosas que se pretendía abatir.

De ahí la actual necesidad de organizaciones propiamente anarquistas que, tanto dentro como fuera de los sindicatos, luchen por la realización íntegra del anarquismo y traten de esterilizar todos los gérmenes de corrupción y de reacción.

Pero es evidente que para alcanzar su objetivo, las organizaciones anarquistas deben, en su constitución y funcionamiento, estar en armonía con los principios de la anarquía. Es preciso, por tanto, que no estén en absoluto impregnadas de espíritu autoritario, que sepan conciliar la libre acción de los individuos con la necesidad y el placer de la cooperación, que sirvan para desarrollar la conciencia y la capacidad de iniciativa de sus miembros y sean un medio educativo y una preparación moral y material al porvenir deseado.

¿Responde el proyecto en cuestión a esas exigencias? Yo creo que no. Considero que en lugar de hacer nacer en los anarquistas un mayor deseo de organizarse, parece hecho para confirmar el prejuicio de muchos compañeros que piensan que organizarse es someterse a jefes, adherirse a una organización autoritaria, centralizadora, que sofoca toda libre iniciativa. En efecto, de esa manera se expresan precisamente las proposiciones que algunos, contra la evidencia y a pesar de nuestras protestas, se empeñan en atribuir a todos los anarquistas calificados como organizadores.

¿Una organización anarquista o varias?

Examinemos:

En primer lugar, me parece que es una idea falsa (y en todo caso irrealizable) el reunir a todos los anarquistas en una «Unión General», tal como lo precisa el proyecto, en una sola colectividad revolucionaria activa.

Nosotros, como anarquistas, nos podemos considerar todos del mismo partido si por la palabra partido entendemos el conjunto de todos aquellos que están del mismo lado, que tienen las mismas aspiraciones generales y que, de una forma u otra, luchan por el mismo fin contra los adversarios y enemigos comunes. Pero esto no quiere decir que sea posible -y puede que no sea deseable- reunirnos todos en una misma asociación determinada.

Los medios y las condiciones de lucha difieren demasiado, los modos posibles de acción que se reparten las preferencias de unos y otros son demasiado numerosos, así como las diferencias de temperamento y las incompatibilidades personales para que una Unión General, realizada con seriedad, no se convierta en un obstáculo para las actividades individuales y quizá incluso más en una causa de luchas intestinas que en un medio de coordinar y unificar los esfuerzos de todos.

¿Cómo, por ejemplo, se podría organizar del mismo modo y con el mismo personal, una asociación pública hecha para la propaganda y la agitación en medio de las masas, y una sociedad secreta, obligada por las condiciones políticas en las que opera, a ocultar al enemigo sus fines, sus medios y sus agentes? ¿Cómo podría adoptarse la misma táctica para los educacionistas convencidos de que basta con la propaganda y el ejemplo de unos para transformar gradualmente a los individuos, y en consecuencia, a la sociedad, y los revolucionarios convencidos de la necesidad de derribar por la violencia un estado de cosas que sólo se sostiene por la violencia, y de crear, contra esa violencia de los opresores, las condiciones necesarias para el libre ejercicio de la propaganda y la aplicación práctica de las conquistas ideales? ¿Y cómo conservar unidas a personas que, por razones particulares, no se aprecian y, sin embargo, pueden igualmente ser buenos y útiles militantes del anarquismo?

Por otra parte, los autores del Proyecto afirman que es ineficaz la idea de crear una organización que reúna a los representantes de las diversas tendencias del anarquismo. Una organización así, dicen, «que incorpore elementos heterogéneos, no será sino un conjunto mecánico de individuos que tienen una concepción diferente de todas las cuestiones concernientes al movimiento anarquista; se desharía sin duda apenas fuera sometido a los hechos y a la vida real».

Muy bien. Pero entonces, si reconocen la existencia de anarquistas de otras tendencias, deberán dejarles el derecho de organizarse a su modo y trabajar por la anarquía de la manera que consideren mejor. ¿O acaso pretenderán situar fuera del anarquismo, excomulgar, a todos los que no acepten su programa?

Dicen que quieren agrupar en una sola organización todos los elementos sanos del movimiento libertario y, naturalmente, tenderán a considerar sanos únicamente a los que piensen como ellos. Pero ¿qué harán con los elementos malsanos?

Es cierto que hay entre los que se dicen anarquistas, como en toda colectividad humana, elementos de diferentes valores y, lo que es peor, los hay que hacen circular en nombre del anarquismo ideas que sólo tienen con éste dudosas afinidades. Pero ¿cómo evitarlo? La verdad anarquista no puede ni debe depender de las decisiones de mayorías reales o ficticias. Únicamente es necesario -y sería suficiente- que todos tengan y ejerzan el más amplio derecho a la libre crítica y que cada uno pueda sostener sus propias ideas y elegir a sus propios compañeros. Los hechos lo juzgarán en última instancia y darán la razón a quien la tenga.

El anarquismo y la responsabilidad colectiva

Abandonemos, pues, la idea de reunir a todos los anarquistas en una sola organización; consideremos esta «Unión General» que nos proponen los rusos como lo que sería en realidad: la unión de cierto número de anarquistas, y veamos si el modo de organización propuesto es conforme a los principios y métodos anarquistas y si puede ayudar al triunfo del anarquismo. Una vez más, me parece que no. No pongo en duda el sincero anarquismo de los compañeros rusos; quieren realizar el comunismo anarquista y buscan la manera de lograrlo lo más rápidamente posible. Pero no basta con querer una cosa, hay que emplear los medios oportunos para obtenerla, lo mismo que para ir a un sitio hay que seguir la ruta que nos conduce a él si no queremos llegar a otro sitio. Pero, toda organización propuesta que sea de tipo autoritario no sólo no facilitará el triunfo del comunismo anarquista, sino que falseará el espíritu anarquista y tendrá resultados contrarios a los que los organizadores pretendieron.

En efecto, esta «Unión General» consistiría en tantas organizaciones parciales que habría secretariados para dirigir ideológicamente la obra política y técnica, y tendría un comité ejecutivo de la Unión encargado de llevar a cabo las decisiones de la Unión, de «dirigir» la ideología y la organización de grupos conforme a la ideología y la línea táctica general de la Unión.

¿Y es eso anarquismo? En mi opinión, es un gobierno y una iglesia. Le faltan, es verdad, la policía y las bayonetas, como faltan los fieles dispuestos a aceptar la ideología dictada desde arriba, pero eso sólo significa que ese gobierno sería un gobierno impotente e imposible, y que esa iglesia sería un semillero de cismas y herejías. El espíritu y la tendencia siguen siendo autoritarias, y el efecto educativo será siempre antianarquista.

Escuchad además: «El órgano ejecutivo del movimiento libertario general -la unión anarquista- adopta el principio de la responsabilidad colectiva; toda la Unión será responsable de la actividad revolucionaria y política de la Unión».

Y tras esta negación absoluta de toda independencia individual, de toda libertad de iniciativa y de acción, los promotores, recordando que son anarquistas, dicen ser federalistas y echan pestes contra la centralización, cuyos resultados inevitables son, dicen, la servidumbre y la mecanización de la vida social y de la vida de los partidos.

Pero, si la Unión es responsable de lo que hace cada uno de sus miembros, ¿cómo dejar a cada miembro en particular y a los diferentes grupos la libertad de aplicar el programa común de la manera que juzguen mejor? ¿Cómo se puede ser responsable de un acto si no se tiene la facultad de impedirlo? Entonces la Unión, y con ella el comité ejecutivo, debería vigilar la acción de todos sus miembros en particular y proscribir lo que vayan a hacer, y como la desaprobación del hecho realizado no atenúa una responsabilidad formalmente aceptada de antemano, nadie podría hacer lo que fuera antes de haber obtenido la aprobación, el permiso del Comité. Y, por otra parte, un individuo ¿puede aceptar la responsabilidad de los actos de una colectividad antes de saber lo que hará ésta, y cómo puede impedir que se haga lo que él desaprueba?

Además, los autores del Proyecto dicen que es la Unión la que decide y dispone. Pero, cuando se habla de la voluntad de la Unión, ¿se entiende que es la voluntad de todos sus miembros? En ese caso, para que la Unión pueda actuar, hará falta que todos sus miembros, sobre todas las cuestiones, tengan siempre exactamente la misma opinión. Ahora bien, es natural que todos estén de acuerdo en los principios generales y fundamentales, sin que estén unidos, pero no se puede suponer que seres pensantes tengan todos y siempre la misma opinión sobre lo que conviene hacer en todas las circunstancias, y sobre la elección de personas en las que confiar el cargo de dirigir y ejecutar.

El anarquismo y la ley de mayorías

En realidad, así como resulta del texto del Proyecto, por voluntad de la Unión no se puede entender sino la voluntad expresada por congresos que nombran y controlan el comité ejecutivo y deciden sobre todas las cuestiones importantes.

Naturalmente, los congresos estarían compuestos de representantes elegidos por la mayoría en cada grupo adherido, y esos representantes decidirían lo que se habría de hacer, siempre con la mayoría de los votos. Así, en la mejor de las hipótesis, las decisiones serían tomadas por una mayoría de la mayoría que podría perfectamente, en particular cuando las opiniones presentes fueran más de dos, no representar más que a una minoría.

En efecto, hay que destacar que, en las condiciones en que viven y luchan los anarquistas, sus congresos son todavía menos representativos que los Parlamentos burgueses, y su control sobre los órganos ejecutivos, si éstos tienen un poder autoritario, raramente se produce a tiempo y de manera eficaz. En la práctica, a los congresos anarquistas va quien quiere y quien puede, quien consiga el dinero necesario y no tenga el impedimento de las medidas policiales. Se encuentran tanto los que se representan a sí mismos o un pequeño grupo de amigos, como los que realmente aportan las opiniones y deseos de una comunidad numerosa. Y salvo las precauciones que hay que tomar contra los traidores y los espías, y también a causa de esas mismas precauciones, es imposible una seria verificación de los mandatos y de su valor.

De todas maneras, estamos en pleno sistema mayoritario, en pleno parlamentarismo. Se sabe que los anarquistas no admiten el gobierno de la mayoría (democracia); menos admitirán el gobierno de un pequeño número (aristocracia, oligarquía o dictadura de clase o de partido), ni el de uno solo (autocracia, monarquía o dictadura personal).

Los anarquistas han hecho mil veces la crítica al gobierno de mayoría que, en la práctica, conduce siempre a la dominación de una pequeña minoría. ¿Habrá que rehacerla de nuevo para nuestros compañeros rusos?

Los anarquistas reconocen que, en la vida en común, es a menudo necesario que la minoría se conforme con la opinión de la mayoría. Cuando es necesario o útil hacer algo, y para hacerlo es necesaria la participación de todos, el pequeño número debe sentir la necesidad de adaptarse a la voluntad del número mayor. De todos modos, en general, para vivir juntos en paz y bajo un régimen de igualdad, es necesario que todos estén animados de un espíritu de concordia, de tolerancia y sencillez. Pero esta adopción de una parte de los asociados a la otra parte debe ser recíproca, voluntaria, derivar de la conciencia de la necesidad de cada uno de no paralizar la vida social por su obstinación. Es un ideal que, en la práctica, será difícil de realizar de manera absoluta, pero es cierto que todo grupo humano estará más cerca de la anarquía cuanto más libre, más espontáneo e impuesto solamente por la naturaleza de las cosas sea el acuerdo entre la minoría y la mayoría.

Así, si los anarquistas niegan a la mayoría el derecho de gobernar en la sociedad humana general, en la que el individuo está sin embargo forzado a aceptar ciertas restricciones porque no puede aislarse sin renunciar a las condiciones de la vida humana, si quieren que todo se haga por libre acuerdo entre todos ¿cómo sería posible que adopten el gobierno de la mayoría en sus asociaciones esencialmente libres y voluntarias, y que comiencen por declarar que se someterán a las decisiones de la mayoría antes de saber en qué consistirán?

Que la anarquía, la organización libre sin dominación de la mayoría sobre la minoría, y viceversa, sea calificada por quienes no son anarquistas de utopía irrealizable o sólo realizable en un futuro lejano, se comprende; pero es inconcebible que los que profesan ideas anarquistas y querrían realizar la anarquía, o al menos acercarse a ella hoy antes que mañana, renieguen de los principios fundamentales del anarquismo en la organización a través de la que se proponen luchar por su triunfo.

Las bases de la organización anarquista

A mi parecer, una organización anarquista debe establecerse sobre bases muy diferentes de las que nos proponen los compañeros rusos. Plena autonomía, plena independencia y, en consecuencia, plena responsabilidad de los individuos y los grupos; libre acuerdo entre los que creen útil unirse para cooperar en una obra común, deber moral de mantener los compromisos adquiridos y no hacer nada que esté en contradicción con el programa aceptado. Sobre estas bases, se adoptan las formas prácticas, los instrumentos adecuados para dar una vida real a la organización: grupos, federaciones, reuniones, congresos, comités encargados de la correspondencia o de otras funciones. Pero todo debe hacerse libremente, de manera que no bloquee el pensamiento y la iniciativa de los individuos, y solamente para alcanzar objetivos que serían imposibles o casi ineficaces si estuvieran aislados.

De esta manera, los congresos, en una organización anarquista, sufriendo, como cuerpos representativos que son, de todas las imperfecciones que ya he señalado, están exentos de todo autoritarismo porque no hacen la ley; ni imponen a los otros sus propias deliberaciones. Sirven para mantener y extender las relaciones personales entre los compañeros más activos, para resumir e incitar al estudio de programas sobre las vías y medios de acción, para dar a conocer a todos la situación de las diversas regiones y la acción más urgente en cada una de ellas, para formular las diversas opiniones que tengan desarrollo entre los anarquistas y para hacer una estadística; sus decisiones no son reglas obligatorias, sino sugerencias, consejos, proposiciones que se someten a todos los interesados: sólo son obligatorias y ejecutivas para quienes las acepten, y sólo hasta el punto en que las acepten. Los órganos administrativos que designan -comisión de correspondencia, etc- no tienen ningún poder de dirección, no toman iniciativas si no es por cuenta de los que lo soliciten y aprueben esas iniciativas, no tienen ninguna autoridad para imponer sus propios puntos de vista, que pueden sostener y propagar como grupos de compañeros, pero no pueden presentarlos como opinión oficial de la organización. Publican las resoluciones de los congresos, las opiniones y proposiciones que los grupos e individuos les comuniquen; son útiles a quien quiera servirse de ellos para unas relaciones más fáciles entre los grupos y para una cooperación entre los que estén de acuerdo sobre diversas iniciativas, pero cada uno es libre de corresponder directamente con lo que le parezca bien o de servirse de otros comités designados por grupos especiales. En una organización anarquista, cada miembro puede profesar todas las opiniones y emplear todas las tácticas que no estén en contradicción con los principios aceptados y no perjudiquen la actividad de los otros. En todo caso, una organización durará tanto tiempo como las razones de unión sean más fuertes que las de disolución; en el caso contrario, se disolverá y dejará sitio a otros grupos más homogéneos. Desde luego, la duración, la permanencia de una organización es una condición de éxito en la larga lucha que tenemos que sostener y, por otra parte, es natural que toda institución aspire, por instinto, a durar indefinidamente. Pero la duración de una organización libertaria debe ser la consecuencia de la afinidad espiritual de sus miembros y de las posibilidades de adaptación de su constitución a los cambios y circunstancias; cuando no sea capaz de una misión útil, lo mejor es que muera.

Para concluir

Estos compañeros rusos tal vez consideren que una organización tal y como yo la concibo y tal y como se ha realizado, más o menos bien, en diferentes épocas, es poco eficaz. Lo comprendo. Estos compañeros están obsesionados por el éxito de los bolcheviques en su país; querrían, a semejanza de ellos, reunir a los anarquistas en una especie de ejército disciplinado que, bajo la dirección ideológica y práctica de algunos jefes, marchara, compacto, al asalto de los regímenes actuales y que, obtenida la victoria material, dirigiera la constitución de la nueva sociedad. Y quizás sea verdad que con ese sistema, admitiendo que los anarquistas se prestaran y que los jefes fueran hombres de genio, nuestra fuerza material sería mayor. Pero ¿para qué? ¿No pasaría con el anarquismo lo que ha pasado en Rusia con el socialismo y el comunismo? Estos compañeros están impacientes por el éxito, nosotros también lo estamos, pero no es necesario, para vivir y vencer, renunciar a las razones de la vida y desnaturalizar el carácter de la eventual victoria. Queremos combatir y vencer, pero como anarquistas y por la anarquía.

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