La cultura anarquista en los albores del Siglo XX

Empezaré diciendo que el movimiento anarquista abrió, desde sus inicios, tres frentes de lucha que ha man­tenido prácticamente inalterables: el frente revoluciona­rio, el educativo y el cultural. Cuando Ferrer y Guardia llegó a Barcelona en 1901 su proyecto era, a juzgar por los resultados, muy similar al proyecto libertario. Efectivamente abrió de inmediato los tres frentes aludidos: En ese mismo año se funda la Escuela Moderna, al mismo tiempo que comienza a publicarse, por iniciativa de Ferrer, el periódico La Huelga General, el cual en sus dos años de existencia contribuirá a propagar en España las teorías del sindicalismo revolucionario, recién estrenado en Francia y proclamará como sublime instrumento de lucha revolucionario la huelga general.

Por lo que respecta al proyecto pedagógico, la Escuela Moderna tenía por delante un amplio cometido a cubrir, no sólo para arrebatar la enseñanza de manos de la Iglesia, como tantas veces se ha repetido, sino para suplir las deficiencias de la escuela pública que o era muy mala o inexistente1. Este hecho es algo que nadie podría discutir; no obstante en ese mismo año de 1901, Antonio Maura, uno de los políticos más siniestros y nefastos de la Restauración, afirmaba:

Sucede entre nosotros que nos parece que lo hemos hecho todo habilitando a los más humildes y a los más ignorantes para que deletreen, y luego se olvi­da que el único pasto que llega a su espíritu son publicaciones anarquistas, publicaciones que encarnan todos los odios y todas las pasiones2.

Como puede verse, el miedo de las clases dominantes hacia los explo­tados es una constante histórica que es necesario tener presente en todo momento. De todos modos conviene decir que el objetivo de los anarquistas era muy distinto al que insinúa el señor Maura: su pretensión era elevar el conocimiento de los menos favorecidos, en la creencia que de este modo se dificultaría el desarrollo de la explotación, favoreciendo al mismo tiempo el desarrollo de la transformación social revolucionaria.

Aunque la producción cultural de los anarquistas, especialmente en la edición de periódicos y folletos, a lo largo del último tercio del siglo XIX fue muy intensa, los inicios del siglo XX, después del paréntesis abierto por la represión que culminó en el proceso de Montjuic, asistieron a un creci­miento espectacular de la misma. Pero dejemos que sea el señor Ramiro de Maeztu quien nos relate este extraño fenómeno. Cito sus palabras escritas en el periódico El Imparcial de ese mismo año de 1901:

Asomémonos a los escaparates de nuestras librerías. No se echa de menos nin­guna de las obras capitales del anarquismo: La conquista del pan, Palabras de un rebelde y Memorias de un revolucionario, por Pedro Kropotkin; Evolución y revolución, por Eliseo Reclus; El dolor universal, por Sebastián Faure; El dinero y el trabajo, por León Tolstoi; Dios y el Estado, por Miguel Bakunin. Las que no aparecen: La sociedad moribunda, por Juan Grave; Psicología del anarquista, por A. Hamon; Historia de la Commune, por Luisa Michel; Filosofía de la anarquía, por Carlos Malato; se mostrarán muy en breve, si cumplen sus ofertas las casas editoriales que traducen y publican estos libros. Entre las obras de los anarquistas extranjeros se ostentan las de los españoles Teobaldo Nieva, Juan Montseny, Ramón Sempau, Fermín Salvochea, Anselmo Lorenzo, Pedro Esteve. (…)Detrás de la falange libresca aparece el ejército de los folletos, en cuya confec­ción son maestros el francés Etiévant y el italiano Malatesta. Luego viene el enjambre de periódicos. Sólo en Madrid se han estado publicando tres semana­rios anarquistas. En toda España pasa de la docena el número de periódicos liber­tarlos. Alcanzan algunos de ellos una tirada de 12.000 números; vende el que menos 4.000 ejemplares. Tanto como los periódicos se propagan los libros. De La conquista del pan, por Kropotkin, se han hecho en poco tiempo tres distintas traducciones y el número de ejemplares colocados no bajará considerablemente de 20.000. Para dar idea de lo que esto significa basta citar el hecho de que hace muchos años ningún libro editado en España ha alcanzado tal éxito, con las únicas excepciones de Electra, por Galdós, y de ¿Quo Vadis?, por Sienkiewiz. Algunas de esas obras anarquistas, como La conquista del pan y El dolor univer­sal, se han publicado además en el folletín de periódicos no libertarios3.

De la sorpresa, nuestro literato pasa al análisis de este fenómeno, en el que observamos algo peculiar que se ha prodigado en numerosas críticas del anarquismo, producto quizá de una cierta pereza mental: la similitud de este movimiento con corrientes místicas o religiosas. Oigámoslo:

Estos libros, folletos y periódicos no se leen de la manera que los otros, ni corren igual suerte. El libro burgués (aceptemos la palabra) una vez leído pasa a la biblioteca, en donde suele dormir tranquilo hasta que los hijos lo descubren, si se vuelven curiosos al crecer. Pero el lector de las obras anarquistas, obrero por punto general, no tiene biblioteca, ni compra los libros para sí solo. El firmante de este artículo ha presenciado la lectura de La conquista del pan en una casa obrera. En un cuarto que alumbraba quedamente una vela, se reunían todas las noches del invierno hasta catorce obreros. Leía uno de ellos trabajosamente, escuchaban los otros: cuando el lector hacía punto, sólo el chisporroteo de la vela interrumpía el silencio. También ha presenciado la lectura de la Biblia en una familia puritana… La sensación ha sido idéntica en uno y otro caso4.

Creo que sobran comentarios. Pero sí es cierto, como antes apuntábamos, que se produjo una espectacular eclosión de la cultura anarquista con el alborear del nuevo siglo, aunque algunos intelectuales prefieran denominarla subcultura, imaginamos que con la pretensión de desprestigiarla. A las edito­riales propiamente anarquistas, generalmente asociadas a la publicación de una revista o periódico, como La Revista Blanca, en Madrid o El Productor en Barcelona, se sumaron otras, como la editorial Sempere de Valencia o Maucci de Barcelona, sin olvidar naturalmente las publicaciones de la Escuela Moderna.

Pero, ¿cuáles eran las bases de la cultura anarquista? En principio un proyecto amplio de devolver al ser humano su condición de tal y elevar al trabajador por encima de su condición de explotado, proporcionándole los instrumentos necesarios para su emancipación. Porque los anarquistas, en general, estaban convencidos de que la revolución no podría triunfar úni­camente con la rebelión de los sometidos si antes éstos no se dotaban de los instrumentos necesarios para proceder a su autoorganización. Por este motivo, el movimiento anarquista dedicó una gran parte de su energía a desarrollar una cultura que le era propia; desde la tribuna periodística o la edición de libros y folletos intentaron sacar al trabajador del oscurantismo al que había sido relegado por la Iglesia y el Estado. Su inquebrantable con­fianza en la ciencia y el progreso le proporcionó el estímulo necesario para desarrollar su actividad cultural.

Por lo que hace referencia al periódico, éste era prácticamente una plata­forma de discusión en la cual podían intervenir cuantos lo deseasen, con las limitaciones impuestas por el escaso nivel cultural del proletariado que iría elevándose paulatinamente a lo largo del siglo XX. Esta cualidad que hacía que teóricamente todos fueran potencialmente colaboradores, imprimió a los periódicos anarquistas una frescura que se desprende constantemente de estas colaboraciones espontáneas. Poetas y narradores anónimos, cronistas y articulistas surgidos del taller y la fábrica llenaron las páginas de estos periódicos con sus escritos. Éstos quizá carezcan, en general, de las virtu­des y la calidad de una buena literatura, pero poseen, en cambio, la belleza de lo espontáneo. Además, esta interrelación que hacía del periódico una propiedad colectiva, tenía un efecto beneficioso para el mismo, ya que en momentos de apuro, podía contar siempre con la ayuda de quienes se sentían copartícipes de su trayectoria.

La prensa anarquista sustituyó la información política y de actualidad, por la información obrera -huelgas, despidos, malos tratos, injusticias, etc.- la ayuda a los presos (promoviendo campañas, recogida de fondos, etc.) o la inserción de colaboraciones literarias (poesía, relato corto, etc.). Esta carac­terística ha sido criticada reiteradas veces, pero sus detractores parecen olvi­dar que la principal característica de la prensa obrera en general y de la anar­quista de modo particular, no era la información general o de tipo político común a los diarios, sino la información de carácter obrero y a ella dedicaron la mayor parte de sus columnas, estando en todo momento a la vanguardia de dicha información cuando las circunstancias les eran favorables.

Una crítica similar podría ser formulada contra los periódicos de infor­mación general por cuanto se refiere a la información obrera. En sus páginas podremos encontrar abundante información de la actuación de los políticos, de sus opiniones, mangoneos, alianzas, tráfico de influencias y los más minuciosos detalles que cabría imaginar de todo ese entramado político que parece revestirse de una aureola sagrada que lo convierte de inmediato en materia de información; sin embargo, gastaríamos en vano nuestro tiempo si quisiéramos reconstruir -incluso de modo somero- la historia del movi­miento obrero a través de sus columnas. Solo algunos diarios de izquierdas concedían un escueto espacio a reseñar o dar noticias de algún acontecimien­to protagonizado por obreros. Únicamente cuando la relativa tranquilidad social se veía alterada por éstos en sus reivindicaciones, parecían ponerse todos de acuerdo en formar un coro de voces de reprobación o en darles úti­les consejos de que esa o aquélla no era la vía más adecuada para conseguir lo que pretendían.

Por lo que se refiere a los libros, se trataba con ellos de dar a conocer los últimos avances en la ciencia o los ensayos antiautoritarios. En definitiva, el anarquismo incorporó a su bagaje cultural todo aquello que supusiera una crítica feroz a la autoridad o al Estado, de ahí que en toda biblioteca anar­quista hubiera obras de Herbert Spencer, Max Nordau o Henry Georges, el teatro de Ibsen o la poesía de los simbolistas franceses, etc.

Pero la cultura anarquista no se limitó a difundir el conocimiento de su ideario, de ser así no se hubiera diferenciado de otros intentos similares. En su proyecto cultural se incluía la aplicación práctica de este bagaje, su proyección en las relaciones del ser humano con su entorno, potenciando la solidaridad, la justicia y las relaciones no jerarquizadas. Todo ello imprimió a su esfuerzo cultural unas características propias que le confieren su sello distintivo.

Para explicar el auge espectacular que se produjo con el inicio del siglo XX -en el último tercio del siglo XIX se publicaron alrededor de 166 cabe­ceras de periódicos anarquistas, algunos de ellos de larga duración, mientras que en tan solo los diez primeros años del siglo XX se llegaron a publicar alrededor de 158; en cuanto a los libros, la producción editorial anarquista del siglo XIX se vio incrementada en proporciones espectaculares tal como nos decía el señor Maeztu- se han aventurado numerosas hipótesis: con­cesión de una mayor libertad política que permitió la reorganización del movimiento obrero, campaña por la revisión del proceso de Montjuich que sirvió de fermento al resurgir del anarquismo, un profundo cambio de men­talidad que se vio potenciado por el desastre colonial de fines del XIX, etc. Todos estos factores conjugados y otros muchos con toda seguridad, pero se tiende a soslayar un hecho que en mi opinión resulta capital para analizar con rigor el potencial anarquista del primer tercio del siglo XX: Los grupos anarquistas.

Efectivamente, los grupos anarquistas se reorganizaron y extendieron por todo el país, constituyendo un factor importante en el nuevo renacimiento del asociacionismo obrero. Se fundaron Centros de Estudios Sociales5 en muchas localidades con una doble finalidad: aglutinar al mayor número posible de trabajadores organizados por secciones de oficio y servir de cen­tros de enseñanza con objeto de aumentar su nivel cultural.

Además de Barcelona y Madrid, la influencia anarquista se extendió por Asturias, Levante y Murcia, La Coruña y gran parte de Andalucía, con núcleos importantes en Valladolid, Gerona (San Feliú de Guixols y Palamós), Badajoz y el País Vasco.

A medida que la propaganda anarquista se fue extendiendo por toda España, fue creciendo paralelamente el interés por su ideario. Se fueron creando grupos anarquistas en todas aquellas localidades donde las inquietu­des de los trabajadores y campesinos por mejorar su situación, no solo eco­nómica, sino también cultural, se evidenciaba con fuerza. Grupos neomal­tusianos, stirnerianos, tolstoianos, etc., prácticamente ninguna corriente del pensamiento progresista de la época quedó al margen.

No es este el momento de profundizar en el análisis de la estructura y organización de los grupos anarquistas, ya que como apuntaba Brenan, “esta compleja y cambiante organización de grupos demuestra también por qué una simple historia del anarquismo español es imposible”6 Según propias declaraciones de algunos militantes, el grupo anarquista es “un grupo que piensa y conoce, al mismo tiempo que actúa de cara a la sociedad de acuer­do con los ámbitos políticos y sobreestructurales. El grupo encarna así la práctica cotidiana de ‘vivir en anarquía’ y luchar por el advenimiento de una sociedad libertaria”7. Señalemos además que la simbiosis entre los grupos y el movimiento obrero, experiencia ya intentada en el siglo anterior con bastantes deficiencias, iba a intentarse de nuevo con bastante éxito, creando una estructura organizativa revolucionaria sobradamente conocida.

Este es el terreno en el que Francisco Ferrer iba a poner en práctica su proyecto. Catorce años de exilio político en Francia le permitieron entrar en contacto con personalidades del mundo libertario que progresivamente lo irían inclinando hacia esta ideología, después de haber mostrado en varias ocasiones su rechazo de la misma. Las experiencias pedagógicas de Paul Robin en Cempuis influyeron decisivamente en Ferrer, como habían influido en Sebastián Faure y en la escuela “La Ruche” por él fundada8.

El propósito del pedagogo español era encuadrar la renovación peda­gógica en el marco de la lucha social. Superando los viejos moldes de la enseñanza laica tradicional, se trataba de fundamentar la pedagogía sobre bases racionales y científicas. Pero esta educación debería estar orientada a crear el sustrato indispensable que hiciera posible el triunfo de la revo­lución9.

Su condición de miembro de la masonería -en la que había llegado a alcanzar un alto grado-, el prestigio logrado en París como profesor de español y su desahogada posición económica -gracias a una herencia-le permitieron poner en práctica sus proyectos. Le era imprescindible para ello buscar la colaboración de intelectuales republicanos y de un núcleo importante de anarquistas.

Como hemos dicho, Barcelona fue el lugar elegido para la fundación de una escuela que reuniera las características antes apuntadas. Suponemos que la fuerte influencia anarquista en esta ciudad tuvo una importancia fundamental en la elección. Podía contar con una nutrida colaboración de pensadores anarquistas, sobre todo Anselmo Lorenzo y también republi­canos como Odón de Buen, además de disponer de una amplia cobertura debido al interés del movimiento anarquista y republicano por las expe­riencias pedagógicas avanzadas.

Sin embargo los anarquistas en general tardaron algún tiempo en interesarse e incorporar a su práctica educativa la experiencia ferrerista. Los motivos parecen estar basados en la similitud que tenía, para los con­temporáneos de la experiencia, con la enseñanza laica, pareciéndoles una “nueva edición” de la misma. “En vida de Ferrer su proyecto pedagógico racionalista ‘cuaja’ mucho más en los medios escolares ‘lerrouxistas’ que en los círculos obreros anarquistas”10.

Como complemento en varios sentidos de las actividades pedagógicas de la Escuela Moderna se puso en práctica la edición de un boletín que fuera el órgano de expresión de ésta. Múltiples fueron sus finalidades, pero se podría señalar que las más importantes eran dar a conocer las experien­cias que se estaban llevando a cabo en otros países en este mismo sentido. Para ello se buscó la colaboración de prestigiosos pedagogos extranjeros como Paul Robin, quien “dio expresión a un radical método global que destacaba la íntima relación entre el trabajo y el conocimiento”11.

Servir, además, de plataforma teórica a tenor de las experiencias lleva­das a cabo en el propio centro, al mismo tiempo que se exponían éstas. Plataforma de confluencia de diversos puntos de vista sobre la pedagogía, desde la visión libertaria a la librepensadora, republicana o masónica, etc. Y, por supuesto, dar a conocer al público interesado las realizaciones, avances y experiencias del centro docente.

Aunque, como señala Albert Mayol12, en líneas generales el boletín “no poseyó carácter informativo”, las escasas excepciones han servido a Pere Solà para trazarnos un sucinto cuadro de las actividades cotidia­nas de la escuela. Éstas nos son suministradas por Clemencia Jacquinet, quien, junto con Ferrer, rigió los destinos de la institución en los primeros años y le proporcionó su “tono” pedagógico13.

El Boletín de la Escuela Moderna cubrió perfectamente sus objetivos y su vida estuvo estrechamente ligada a la del centro del que era su por­tavoz. Sufrió un bache importante con la detención del fundador de la institución por supuesta complicidad con Mateo Morral, desapareciendo en julio de 1907, después de un año de suspensión14.

Apareció una segunda época en 1908 con la misma trayectoria prác­ticamente, siendo suspendido definitivamente a raíz de los hechos de la Semana Trágica, que supusieron el asesinato legal de Ferrer. La clausura de la Escuela Moderna se había ya producido a raíz de su primer encarce­lamiento y ya no volvería a abrir sus puertas.

Además del boletín es de destacar la labor editorial del centro publi­cando libros para uso de la institución como Las aventuras de Nono de Grave, usado como libro de lectura y sumamente conocido o muchos otros de interés pedagógico y social15.

No estuvo exenta la experiencia de graves contradicciones. Conelly Ullman señala que “la enseñanza superior en La Escuela Moderna excluía a los obreros a quienes Ferrer afirmaba querer educar”16. Pese a todos los errores y defectos que se pueden señalar, la importancia radica en el inte­rés que se tenía por demostrar que la educación integral, defendida por los anarquistas en el siglo XIX, era la base imprescindible para acometer con ciertas garantías de éxito las tareas de una hipotética revolución.

La Escuela Moderna fue un intento más o menos coherente de conjugar en un proyecto renovador de la enseñanza elementos ideológicos masónico-racio­nalistas (burgueses ilustrados) y elementos de crítica libertaria de la escuela, de la sociedad y de la apropiación burguesa de la ciencia positiva17.

La intensa actividad desplegada por Ferrer y sus colaboradores tuvo que esperar aún algunos años para que sus frutos pudieran apreciarse. Los maestros racionalistas ligados estrechamente al movimiento anarquista recogerían la bandera de las teorías ferreristas y las desarrollarían en los años sucesivos, extendiéndose prácticamente por toda España.

Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que Francisco Ferrer fue un mártir. Nada más lejos de la realidad. No buscó la muerte y proclamó su inocencia incluso en los fosos del tétrico castillo en el que fue fusilado, en el momento en el que el pelotón de ejecución se preparaba para su tarea. Fue un luchador, creo que consciente del peligro al que se enfrentaba y que acabó con su vida, pero el desprestigio que sobre él descargan algunos historiadores me obliga a decir unas últimas palabras, no en su defensa, que no la necesita, sino al objeto de restablecer la verdad histórica, al que todos teóricamente aspiramos.

Romero Maura en su afán por incriminar a Ferrer no duda en recu­rrir a fuentes confidenciales (en el caso del transporte de la bomba por Estévanez)18. Particularmente podría recurrir al mismo método y afirmar que fuentes confidenciales me han asegurado que el embarque de tropas en Barcelona con destino a la guerra de África fue un intento de provocación por parte del Ejército y no andaría muy desencaminado. Por otro lado, se ha demostrado hasta la saciedad que el juicio fue una farsa, pero Romero Maura se empeña en afirmar lo contrario, asegurando que la “sentencia ejecutada contra Ferrer [fue] técnicamente legal”19. Si por ese término se refiere a que fue asesinado legalmente no tenemos nada que objetar, ya que en Ferrer se llevó a cabo una venganza, no tanto de la Iglesia, que también, sino del Ejército, ya que su método de enseñanza incluía entre otras cues­tiones un profundo antimilitarismo, recogido en el primer cuaderno manus­crito, Pensamientos antimilitaristas.

Llegado a este punto recojo el testigo que hace años presentó Pere Solà, al apuntar la idea de “trabajar en la hipótesis de una auténtica fabricación diplomática y policial metódica de la figura de cabeza de turco en la perso­na de Ferrer, en un trabajo de criminación estatal que se extiende más allá de su fusilamiento”20.

Notas

1.-L. M. Lázaro Lorente, “Alcance y significado de la Escuela Moderna en el País Valenciano”: Educació i Història. Revista d’historia de l’educació 1 (1994) 49

2.-Cit. por Ramiro de Maeztu, Artículos desconocidos, ed. introd. y notas de E. Inman Fox (Castalia, Madrid 1977) 190.

3.-Ramiro de Maeztu (1977) 176-177

4.-Ramiro de Maeztu (1977) 177-178

5.-Básicamente el Centro o Círculo de Estudios Sociales representaba en este período el lugar de domiciliación de las sociedades obreras, grupos anarquistas y en algunos casos se implantaba una escuela laica. El Círculo de Estudios Sociales de La Línea tuvo una importancia extraordinaria. Fue el que dio cobertura a La Protesta de Ernesto Álvarez y posibilitó su continuidad. En Grazalema se implantó una escuela laica que pasó a regirla Juan José García, véase circular 4 de este centro en El Proletario (Cádiz) 1 (1 abril 1902), 7 y también la circular 5 en 2 (15 abril 1902), 5

6.-Gerald Brenan, El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de la Guerra Civil (Ruedo Ibérico, París 1962) 191.

7.-Cfr. Dolors Marín, De la llibertat per coneixer al coneixement de la llibertat. L’adquisició de cultura en la tradició llibertària catalana durant la dictadura de Primo de Rivera i la Segona República Espanyola (1989-1990), tesis doctoral. Universidad de Barcelona, 407.

8.-Albert Mayol, introducción a Boletín de la Escuela Moderna (Tusquets, Barcelona 1978) 11.

9.-El libro de Francisco Ferrer, La Escuela Moderna (Barcelona 1976) expone con precisión los objetivos y experiencias de la enseñanza racional de esta institución.

10.-Pere Solà, Las escuelas racionalistas en Cataluña (1909-1939) (Barcelona 1978) 34 y 36.

11.-Albert Mayol, op. cit., 11.

12.-Íd. 12.

13.-Pere Solà, op. cit., 88 y ss.

14.-Pere Solà, Educació i moviment llibertari a Catalunya (1901-1939) (Barcelona 1980) 279-280, nos ofrece un índice casi completo (falta un número) del Boletín en esta primera etapa, publicado entre octubre de 1901 y julio de 1907.

Existe una antología del mismo publicada por Tusquets, Barcelona, en 1978, con una interesante introducción de Albert Mayol a la que ya hemos hecho alusión. Véase también, Sol Ferrer, Vida y obra de Francisco Ferrer (Barcelona 1980) 80-83, para la primera época y 80 y 140­141 para la segunda.

15.-Para las publicaciones de la Escuela Moderna, véase Sol Ferrer, op. cit. 134 y ss: “unos destinados a ser leídos y comentados en la Escuela Moderna, otros con vistas a la vulgarización científica. Traducidos en su mayor parte, debían ser difundidos en las bibliotecas de los centros populares.” Hay que señalar que a pesar de que esta escuela fue clausurada en 1907, la editorial siguió publicando libros entre 1907 y 1909.

16.-La Semana Trágica (Barcelona 1972) 169, cit. por Solà, Las escuelas racionalis­tas…, op. cit., 23.

17.-Solà, Las escuelas racionalistas…, 28-29.

18.-La romana del diablo. Ensayos sobre la violencia política en España (1900-1950) (Madrid 2000) 33, nota.

19.-Op. cit., 201.

20.-“Presentació amb algunes idees recapituladores”: Educació i Història. Revista d’historia de l’educació 1 (Barcelona 1994) 16-17.

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