Jaime Pozas, in Memoriam

Jaime Pozas de Villena falleció en Barcelona el 14 de febrero de 2017, víctima de una cardiopatía que arrastraba desde hacía años. Por esta razón médica, su óbito nos ha dolido –y mucho- pero no nos ha sorprendido. Es más, que haya muerto del corazón aquél que lo tenía metafóricamente tan grande, nos ha parecido justicia poética incluso a los que negamos que el pericardio tenga algo que ver con la emotividad.

Jaime estudió Química en Madrid. Que prefiriera una ciencia dura a las ciencias blandas (las Sociales y las Humanidades), no es detalle banal  porque nos confirma que su vida estuvo regida desde muy joven por el rigor del método empírico. Que luego intentara la dificilísima empresa de conjugarlo con la rebeldía social, es un rasgo más de su terca heterodoxia. En cuanto a los resultados de su intento, hay opiniones para todos los gustos, una cualidad de todas las  herejías -para unanimidades, ya están los rebaños-.

Según escribe en una de sus escasas publicaciones, la universidad “forma parte esencial de mi vida. Me ha valido para ser más capaz que otros y menos que muchos, de diferenciar entre artistas y técnicos, entre eruditos y sabios, etc. Por eso luché contra ella” (en La autenticidad como lucha, 1977) Como muchos sabemos, la universidad le trajo gloria y ruina hasta que fue expulsado ‘a perpetuidad’, una ‘exclusión del paraíso’ de la que siempre se sintió orgulloso.

La gloria le vino al encabezar la rebelión de los ácratas (1967-1969), una sublevación tan desconocida y censurada como imprescindible para entender la historia de la intelectualidad española, una revuelta tan original y autónoma como ninguneada a la hora de estudiar la sociedad español de aquellos años para acá. La censura sobre Jaime y los ácratas comenzó por la sistemática tergiversación de nuestra teoría y de nuestra acción que ordenó la cúpula del aparato comunista universitario; según esta Cheka, éramos un puñado de descerebrados pero peor fue que llevaran sus consignas hasta la infamia. Por ejemplo, en aquellos años, no era raro oír el rumor de que Jaime era un confidente y un provocador. Hasta aquí, el procedimiento rutinario de los herederos de Lenin; pero que lo siguieran chismeando cuando Jaime y otros estaban –o estábamos- presos desde hacía varios años, aquello clamaba al cielo. Fuéramos lo que fuéramos, desvelamos los pecados de la jerarquización universitaria y de su perversa inanidad (en su escrito antes citado, Jaime la definió como opresora, esclavista, sacralizada, insensible, amoral y un largo etcétera) hasta el punto de que podríamos decir que nos adelantamos al Mayo 68.

Claro está que, cual sucede con los prometeos, Jaime pagó la gloria con la ruina. Y no nos referimos sólo a la cárcel sino también al ostracismo que la siguió. Jaime no fue nunca el vehemente individualista que algunos se figuran. Tampoco fue un stirneriano propenso a la autofagia y al solipsismo teórico. Fue un cabal caballero de la Anarquía que, simplemente, recelaba de que la organización fuera un fin en sí misma. Él siempre insistió en que la Ética eran la ciencia, la guía y el valor supremos, muy por encima de los medios que se emplearan en la arena política. Mantuvo un equilibrio (inestable) entre la ciencia y la acción, entre lo colectivo y lo individual. Visto desde los clásicos, diríamos que anduvo equidistante entre Bakunin y Kropotkin: por su formación se acercaba al segundo mientras que, en lo cotidiano, tendía hacia el primero. Ingenuo sería quien creyera que es fácil conjugar estas dos sensibilidades anarquistas y malvado el que encasillara a Jaime en una sola de ellas.

La ruina hizo que Jaime se viera obligado a hacer de la necesidad, virtud. De ahí que aprovechara sus forzosos periplos por el extranjero (Toronto, Londres, Ginebra), para aprender del mundo del trabajo manual, una instrucción que muchos universitarios no conseguirán jamás aunque pasen años ‘proletarizándose’. Pertrechado con el conocimiento de ambos mundos, Jaime consiguió ser anacoreta rural y gregario capitalino, intelectual y obrero, militante y verso suelto. Parafraseando a otro de sus clásicos –Quevedo-, diríamos que llegó a ser el “alma para quien toda una organización, prisión ha sido”.

Y no sólo una organización como la CNT por quien, pese a sus rechazos, lo hubiera dado todo, sino que también le fue prisión su propio cuerpo. Y es que Occidente acepta actualmente multitud de opciones sexuales pero ha dejado en manos de los místicos la opción más radical: negarlas todas. Jaime aceptó ese reto porque nunca confundió el Deseo con su materialización –generalmente genitalizada-. Huelga añadir que eso le hizo blanco de chismes, por insidiosos, quizá peores que los ya padecidos en la universidad aunque, al revés que aquellos, jamás les concedió la menor importancia.

En cuanto al futuro que ya tenemos encima, añadiríamos que Jaime llegó tarde a la Cibernética; por ello, apenas hay referencias sobre él en internet. Y no podrá haberlas puesto que la autenticidad exige el trato directo entre los agentes sociales –sean, individuos, sean espectáculos- y Jaime optó por las relaciones directas, esas que se les escapan a los historiadores, esclavizados como están por los documentos físicos.

Sin embargo, ese afán por escapar de la cárcel de papel, le obligó a pagar varios peajes. De ahí que haya sido tildado de purista y de perfeccionista, de cocinero y de fraile, cuando no de ogro rústico. Pero es que, según su obra antes citada, “Mi desconfianza hacia la letra impresa es algo instintivo”. Aun así, cuando quiso, fue capaz de darles la vuelta a las palabras totémicas de la tribu occidental; de ahí que “emplearé los términos con los que fui adiestrado y los iré matizando hasta transformarlos”. Y, ¡por el santo grial de la Anarquía si lo hubiera!, que los transformó de manera que Dios, ideología, utopía, arte, modernidad, se convirtieron en mero humo de quimeras. Por ejemplo, para Jaime el diablo que acecha a los utópicos, el temido  fracaso se convirtió en una minucia despreciable puesto que “triunfar significa manejar el engaño y la astucia contra los demás; fracasar es garantía imprescindible de la sabiduría”.

Jaime “donó su cuerpo a la ciencia” y luego será incinerado. Sus cenizas se esparcirán dentro de unos meses. Nuestras condolencias a su familia y allegados, en especial a Mª Teresa, hermana, hada y bastión contra toda inclemencia. Querido Jaime, sit tibi terra levis.

Antonio Pérez.

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