Mijaíl Bakunin: Esbozo de biografía intelectual

«Yo no soy ni un sabio ni un filósofo, ni siquiera un escritor de oficio. He escrito muy poco en mi vida y solamente lo he hecho, por decirlo así, a pelo, cuando una convicción apasionada me forzaba a vencer mi repugnancia instintiva contra toda exhibición de mi propio yo en público.

¿Quién soy yo, pues? y ¿qué es lo que me impulsa ahora a publicar este trabajo? Yo soy un buscador apasionado de la verdad y un enemigo, no menos apasionado, de las ficciones desgraciadas con que el partido del orden, ese representante oficial, privilegiado e interesado en todas las torpezas religiosas, metafísicas, políticas, jurídicas, económicas y sociales, presentes y pasadas, pretende servirse, todavía hoy, para dominar y esclavizar al mundo.

Yo soy un amante fanático de la libertad, a la que considero como el único medio, en el seno de la cual pueden desarrollarse y agrandarse la inteligencia, la dignidad y la felicidad de los hombres… La libertad que consiste en el pleno desarrollo de todas las potencias materiales, intelectuales y morales que se encuentran latentes en cada uno… Yo entiendo esta libertad como algo que, lejos de ser un límite para la libertad del otro, encuentra, por el contrario, en esa libertad del otro su confirmación y su extensión al infinito; la libertad limitada de cada uno por la libertad de todos, la libertad por la solidaridad, la libertad en la igualdad; la libertad que triunfa de la fuerza bruta y del principio de autoridad, que no fue nunca más que la expresión ideal de esta fuerza…

Yo soy partidario convencido de la igualdad económica y social, porque sé que, fuera de esta igualdad, la libertad, la justicia, la dignidad humana, la moralidad y el bienestar de los individuos, así como la prosperidad de las naciones no serán nunca nada más que mentiras».

El que suscribe este texto es Miguel Bakunin, uno de esos hombres a los que un siglo después de su muerte se les sigue admirando, condenando e imitando:

– admirando, porque, como dice R. de Jong: «Excepto Garibaldi ningún otro revolucionario del siglo XIX ha excitado tanto la imaginación». Es sabido que Bakunin era un hombre conocidísimo y que se había creado de él una leyenda. En este sentido no se puede comparar con Marx, quien apenas si tuvo «biografía revolucionaria». Jorg Viesel, en el prólogo a su edición alemana de las obras de Bakunin, cuenta que, cuando Paul Lafargue hizo presentación de su mujer, Laura, como hija de Marx, al militante comunero Benoit Malon, éste pensó que se debía tratar de un profesor alemán’. Hoy, es verdad que no ocurre lo mismo, pero la razón, una vez más, bien puede estar en que Marx es el fundador de un sistema y en que la historia, mal que pese a los vencidos, la sigue escribiendo el séptimo de caballería;

– condenando, porque fue uno de los fundadores de ese ideal político llamado anarquismo, que despierta los odios del «partido del orden»;

– imitando, en fin, porque Bakunin no es como Marx, el hombre a quien se estudia, sino, como dice Kaminsky, «el símbolo de un partido vital, el más vital que existe, la revolución misma. Marx es estudiado, Bakunin imitado».

Al acercarme a Bakunin, a pesar de lo dicho, no es mi propósito admirar, condenar o imitar su figura. Tampoco me mueve el interés arqueológico de un estudio biográfico del revolucionario ruso del siglo XIX; no  escasean biografías de Bakunin, desde las que tienen un carácter marcadamente hagiográfico, hasta las que buscan denigrar su figura y. obra, pasando por obras equilibradas y fieles a la historia.

Mi objetivo es pretender descubrir, a través de su obra (su vida y escritos), una aportación que nos ayude a clarificar un poco la difícil y necesaria relación entre la ética y el poder político. Este trabajo tiene, pues, como finalidad el ver cuál fue la lectura del poder político que hizo un hombre que lo combatió con todas sus fuerzas; cuáles fueron sus motivaciones y argumentos y cuáles sus contradicciones.

M. Bakunin nació el 8 de mayo de 1814 en la provincia de Twer, en el seno de una familia numerosa perteneciente a la nobleza rural. Nació, pues, bajo el signo de la Restauración (Metternich y la Santa Alianza). En el trono de los zares se sentará Nicolás I, quien, en frase de Lamartine, tenía como objetivo de su vida lograr la «inmovilidad del mundo». La Rusia en la que nació Bakunin era la Rusia del despotismo, de la esclavitud y de la explotación del pueblo por la aristocracia y burocracia zaristas. Mal momento, pues, para quien, como Bakunin, nacía no bajo el signo de una estrella, sino bajo el de un cometa, como decía su amigo Herzen.

Cuando Bakunin tenía once años, en 1825, un grupo ilustrado y liberal se rebeló contra el zar: eran los «Decembristas». Murieron victimas de la represión brutal. Su insurrección quedaría como símbolo de la juventud revolucionaria. Pero, como dice Kaminsky;

«Los Decembristas no tienen sucesores. El pueblo por el que han muerto desconoce o no comprende su sacrificio. Entre la nobleza, su recuerdo s6lo suscita vagos sentimientos de vergüenza, de incomodidad, de miedo; apenas se atreve uno a hablar de «esos desgraciados» «.

La familia de Bakunin, en la que también hubo víctimas y, sobre todo, simpatizantes de los rebeldes, sin embargo, no parecía sentirse a disgusto bajo Nicolás I. Y en ningún caso podían imaginar que su hijo Miguel iba a seguir las huellas de aquellos «desgraciados». El padre de Miguel, que se había doctorado en Filosofía en Italia, era un hombre de mentalidad liberal, que se haría notar en la educación de sus hijos, pero que, desde 1825, apenas si tuvo alguna manifestación en el ámbito político. De ahí que haya autores, como Joll, que lo consideren conservador.

El ambiente familiar estaba saturado de misticismo e iluminismo, realidad que marcaría profundamente el espíritu de Bakunin y que juzgo importante tenerlo en cuenta para comprender sus actitudes posteriores. El recuerdo de estos años idílicos y armoniosos alimentaría en Bakunin en más de una ocasión, como veremos, la necesidad de un oasis de paz y solidaridad para un nómada turbulento y forzado, como él, a luchar sin descanso contra las belicosas tribus del desierto de la historia, capitaneadas por el demonio del poder.

Tras la represión de los Decembristas y durante medio siglo, Rusia no se movería y el mayor imperio del mundo se inclinaba postrado ante la reacción autócrata. A lo más, algunos intelectuales pusieron en peligro sus vidas, al querer sembrar en ese barbecho de libertad un poco de semilla importada de la Europa liberal y revolucionaria. Bakunin entraría en contacto con ellos cuando, después de haber abandonado su carrera militar y haber declinado un puesto burocrático, llegó a Moscú en 1834. Seguiremos los pasos de Bakunin desde ese momento, dividiendo su vida en cuatro períodos, como lo hace Hepner.  

1. Período ruso (1834-1842)

Nicolás l, a quien, como dice Planty-Bonjour», su preceptor no le vio nunca un libro entre las manos, se había propuesto convertir la realidad rusa en una vida sin filosofía. La célebre policía secreta de la «Tercera Sección», creada con la finalidad de perseguir a filósofos y pensadores, no logró, como es lógico, erradicar la filosofía, pero sí la redujo a su mínima expresión y la recluyó en los círculos y salones en que se reunían los intelectuales más díscolos, así como dificultó una tradición filosófica digna de este nombre.

En el momento en que Bakunin llegó a Moscú existían tres círculos intelectuales más importantes:

– el de Stankevitch y sus amigos, entre los que se encontraba Belinsky y, más tarde, el propio Bakunin; se basaban en la filosofía alemana, especialmente en Fitche, Schelling y Hegel;

– el de Herzen y los suyos, entre los que se encontraba Ogareff; se inspiraban en la tradición revolucionaria y el socialismo franceses, fundamentalmente en Saint-Simon;

– el de los eslavófilos, finalmente, que rechazaban la cultura occidental y deseaban hacer hegemónico en Rusia lo específicamente ruso, aunque también se inspiraban en Hegel y Scheiling.

Bakunin se hizo amigo íntimo de Stankevitch (joven filósofo, muerto a los veintisiete años, que tuvo una enorme influencia en la cultura rusa de esta época) y de Belinsky (el critico más célebre de la Rusia del XIX). En este círculo se tenía la convicción de que, bajo Nicolás l, era inútil esperar nada razonable en el plano político-social. Por eso se refugiaban en el mundo del pensamiento puro. Basta, pensaban, resolver los problemas a un nivel teórico e interior para obtener la paz del alma.

Bakunin, tras leer la Crítica de la Razón Pura, por recomendación de Stankevitch, pasa a estudiar el Camino hacia una vida feliz, de Fichte. Ricarda Huch dice que es el primer libro alemán que Bakunin estudió y que fue decisivo para toda su vida posterior. Para el filósofo alemán, el mundo no es más que el reflejo del yo agente; el hombre puede, por tanto, elevarse sobre la naturaleza y hacerse así verdaderamente libre. A Bakunin le agradó especialmente la idea fichteana que justifica el sufrimiento como una condición necesaria para iluminar la vida con la luz de la conciencia, para purificar el alma de todo lo que es exterior y mundano, para aprender así la suprema felicidad. El libro de Fichte, inspirado en el evangelio de San Juan, subraya, como éste, la contraposición entre amor y ley, dando siempre la primacía al amor. Bakunin se identificó con esta actitud libre de toda ley y buscaría la trascendencia del yo, hasta identificarse con el absoluto en una renuncia y ofrenda totales.

La importancia de Fichte en la obra de Bakunin fue decisiva. Aunque unos años más tarde, y como resultado de su contacto con la izquierda hegeliana, sufriera una crisis que le alejaría del idealismo, la ubicuidad de su rebelión y el carácter absoluto de su negación conservarán siempre los rasgos de la hipóstasis fichteana del yo. Fuerza, auto-determinación, independencia para avanzar hacia los objetivos propuestos, capacidad de abstracción y de distanciamiento de la realidad empírica, es lo que Bakunin admiraba en Fichte y es, en buena parte, lo que heredó de él.

También le cautivó el romanticismo alemán y de forma muy especial una obra que en adelante iba a citar a menudo: El Fausto de Goethe. La idea alemana de la libertad personal que encontraba en el joven Goethe y en Lutero, la rebelión de lo desconocido, de lo natural, de lo popular, de lo telúrico, de lo inédito, contra la dominación de lo racionalizado, legalizado o centralizado, le encantaba. Y, aunque el romanticismo alemán estuviera en la Reacción en el terreno político, su idea original inspiradora no estaba menos en contra del Absolutismo de los Príncipes y del Gobierno de los burócratas, que de la esencia de las Constituciones modernas, del parlamentarismo y del constitucionalismo. Por eso Bakunin compararía el fenómeno del romanticismo con el cristianismo original, y su manifestación histórica con el catolicismo ultramontano.

Este gusto por el romanticismo le acercó a Schelling, filósofo que dominaría el pensamiento ruso hasta la llegada de Hegel. Para Schelling, el sujeto y el objeto, el yo y la naturaleza se identifican para manifestarse en el genio creador del artista. El mundo se convierte así en una gran obra de arte, en la que Dios se crea a sí mismo. Esta filosofía de la Identidad que elevaba la materia hasta el alma y que veía a ambas como manifestaciones de un gran principio unitario, captable con la ayuda de la contemplación intuitiva, y del que el arte era una expresión perfecta, cautivaba a Bakunin. Por tanto, a mi juicio, es muy importante tener presente a Schelling para entender en parte el materialismo de Bakunin.

Como afirma A. Koyré, para los schellingianos rusos «Schelling era sobre todo, el filósofo que había puesto las bases de una metafísica nueva, abarcando a la vez el mundo de la naturaleza y el del espíritu. La Naturphilosophie les seducía por su carácter científico, por su realismo por el hecho de que prometía un conocimiento real de la verdadera realidad. La metafísica realista y vitalista de los schellingianos devolvía al universo su unidad perdida y al hombre su lugar en el universo».

Hacia 1837, Bakunin comenzó a estudiar a Hegel con absoluta dedicación y apasionamiento. En su Confesión dirá, refiriéndose a este momento:

«Pero estudiaba las ciencias, especialmente la metafísica alemana en la que me sumergí de forma exclusiva, casi hasta la locura; y noche y día no veía otra cosa que las categorías de Hegel».

Para esta fecha ya era manifiesto el clima de fervor hegeliano en lo. Círculos intelectuales. Se leían y discutían sus obras directamente del alemán. La importancia de Hegel es clave para poder comprender la obra de Bakunin, como subrayaré reiteradamente. Suscribo totalmente el juicio de Planty-Bonjour, cuando afirma que: «El período hegeliano propiamente dicho será de corta duración: alrededor de tres años para Bakunin y Belinsky. Pero se caería en un error al concluir que la influencia de Hegel deja de sentirse después de la ruptura».

Toda la filosofía hegeliana está soldada en un sistema en el que cada objeto encuentra su lugar. Su gran descubrimiento es que la lógica no es un método formal de pensar, sino el principio de la vida. Bakunin percibió con claridad que la novedad de la filosofía hegeliana estaba en haber logrado la síntesis entre el realismo de Aristóteles y el idealismo de Kant:

«El objeto de la filosofía no es ni el finito abstracto ni el infinito no-abstracto, sino el concreto que es la unidad inseparable del uno y del otro: la verdad real y la realidad verdadera”.

Rompiendo con su período fichteano, declaró más tarde que la filosofía era menos un amor a la vida ideal que una comprensión especulativa de lo concreto y que un saber real de verdad. Sin embargo, todos los escritos de esta época (Memorias de 1837) en los que opone el hombre natural sometido a sus pasiones a la universalidad del género, hacen pensar más bien en la ascensión milagrosa del héroe platónico hacia lo divino que en la Enciclopedia hegeliana. En efecto, para Hegel, lo finito escapa y se niega para convertirse en otra cosa que sí mismo, pero precisamente así se realiza. Para Bakunin, lo finito es el mal, la mentira, la sombra. El, que se creía fiel a Hegel, seguía más cercano al orfismo que a la verdadera filosofía especulativa. Y, si es verdad que, a medida en que estudiaba a Hegel, se iba acercando a él, sin embargo, no abandonó, al menos en ese período, su actitud órfica.

La célebre sentencia de Hegel sobre la convertibilidad entre lo real y lo racional era objeto de discusiones apasionadas en los círculos moscovitas mencionados. Pero a Hegel siempre se le interpretaba en la más pura tradición de la derecha conservadora. Bakunin, aunque en un principio no distinguió entre existencia verdadera y existencia empírica e interpretaba también a Hegel en la mencionada línea conservadora, parece que entendió bien este pasaje de Hegel, que tanta importancia iba a tener en toda su obra posterior. Así, refiriéndose al término hegeliano Wirklichkeit comentaba:

«Ordinariamente se llama real a todo ente, a cada ser finito, y así se comete un error. Sólo es real el ser en el que se encuentra la plenitud de la razón, de la idea, de la verdad, y todo lo demás no es más que apariencia (Schein) y mentira». Pero Bakunin, a pesar de que, como acabamos de ver, formula perfectamente el pensamiento de Hegel, sigue haciendo la apología de «bella totalidad rusa», declarando que no hay mal ni azar en la historia, profesando que todo es el efecto de la voluntad divina. El mismo Bakunin nos recuerda esta época de su vida, como de un idealismo evasivo:

«Durante los treinta años de esclavitud silenciosa que soportamos bajo el cetro de hierro del emperador Nicolás, la ciencia, la metafísica, la poesía y la música de Alemania fueron nuestro refugio y nuestro único consuelo. Nos encerrábamos en este mundo mágico de los más bellos sueños humanos, y vivíamos en él mucho más que en la espantosa realidad que nos rodeaba, y de la que, en conformidad con el precepto de nuestros grandes maestros alemanes, nos esforzábamos en hacer abstracción. Yo, que os escribo estas líneas, recuerdo todavía el tiempo en que, hegeliano fanático, creía llevar el absoluto en mi bolsillo, despreciando al mundo entero desde lo alto de esta pretendida verdad suprema».

En Moscú conoció Bakunin a dos amigos, que lo serían para toda la vida. Se trata de Alejandro Herzen y Nicolás Ogareff, dos jóvenes que volvían de cumplir una condena de destierro por sus ideas políticas. Ambos de origen noble, francófilos, tocados por el virus socialista no se encontraban a gusto en el clima idealista que dominaba en los cenáculos intelectuales de Moscú. Haciendo su propia autocrítica y la de la época que comento, confesaba Herzen:

«Una de las características de nuestro siglo es que conocemos todo y que no hacemos nada».

El Rudin de Turgueniev, de quien Bakunin llegó a ser «amigo íntimo», ilustra a la perfección este clima: el héroe, intelectualmente lleno de buenas intenciones, está declarando continuamente que hay que actuar, pero él no hace nada.

Herzen despertó el instinto revolucionario de Bakunin y le alerto ante los peligros de un idealismo conformista y reaccionario. Bakunin sintió que la fórmula de la racionalidad de lo real resultaba excesivamente estrecha y cínica en el contexto de una realidad tan oscura y reaccionaria como la rusa, y partió para Alemania. Tenía veintiséis años.

Como comenta Hepner, a pesar de todo, Bakunin seguiría siendo fiel a algo fundamental en el pensamiento hegeliano:

«Si el  «reconocimiento» (Anerkennung) exige, según Hegel, saber poner en riesgo su vida, no se puede decir que el revolucionario Bakunin haya sido infiel, al menos en este aspecto del hegelianismo».

La Alemania de 1840 estaba en plena transformación. Un naciente proletariado, una burguesía que luchaba por los principios liberales y, sobre todo, un Estado prusiano que, con Federico Guillermo a la cabeza,  proclamaba, sin cesar, su liberalismo y su espíritu revolucionario, era el caldo de cultivo propio para una juventud hegeliana que haría bascular todo el sistema del maestro.

Bakunin se metió de lleno en este ambiente de efervescencia teórica y política. También él  descubrió un Hegel totalmente distinto. ¿Fue a  raíz de una nueva lectura de la Fenomenología del Espíritu, como comenta Koyré?“. Según Hepner, fue el encuentro con A. Ruge en un viaje desde Dresde, el que atrajo a Bakunin hacia la izquierda hegeliana. También influyó de forma decisiva, como confiesa el mismo Bakunin, la lectura del libro de Lammenais La politigue a l’usage du peuple, que fue para él una revelación.

En adelante, los problemas sociales y políticos pasaron a ser su centro de interés. Para completar su formación, recorrió los artículos del Hallische Jahrbücher y, tras la prohibición de éste, los de Deutsche Jahrbücher, que dirigía el mismo Ruge y en el que colaboraron Bauer, Stirner y otros. Se puede decir que Bakunin había pasado del período de la reconciliación con la realidad a la rebelión contra la misma; de la filosofía especulativa a la acción política, bajo la influencia de los hegelianos de izquierda.

Bakunin estaba en plena crisis y comenzó su larga y decisiva batalla contra la abstracción y la metafísica y por la afirmación de la vida que, como veremos, es lo nuclear de su etapa anarquista. Una vida que ya había dejado de ser «feliz», pero que empezaba a ser «humana»:

«Cuando decimos que la vida es bella y divina, entendemos por eso que está llena de contradicciones; y cuando hablamos de esas contradicciones, no es una palabra vacía. No hablamos de las contradicciones que sólo son puras sombras, sino de contradicciones reales, sangrantes».

En medio de estas contradicciones sangrantes se sitúa el Bakunin revolucionario.  

2. El Revolucionario

El segundo período, que va desde el año 1842 al 1849, es el de los años de amistad con los radicales alemanes, el de la agitación revolucionaria, el de las consecutivas expulsiones de diferentes países, el de la participación entusiasta en la revolución de febrero de 1848 en París, el de la pasión por la causa eslava, el de la participación en las revoluciones de 1848 de Praga y de mayo de 1849 en Dresde, el de su arresto,  el de la doble condena a la pena capital por los alemanes y austriacos, el de la extradición a los gendarmes de Nicolás l.

Quiero subrayar en este período algunos hitos que juzgo son relevantes para comprender el pensamiento de Bakunin.

Llevado por su interés cada vez mayor por las cuestiones sociales se dedicó a la lectura de la literatura social y política de época. Le fascinó, sobre todo, el libro de Lorenz Stein, Die Sozialisten in Frankreich,  del que dice en su Confesión:

«Este libro me reveló un nuevo universo en el que me precipité con todo el ardor y todo el fuego de un hombre que está muriendo de sed. Creí asistir al anuncio de una nueva gracia divina, tener la revelación de una nueva religión de la dignidad, de la elevación, de la felicidad, de la liberación de todo el género humano; me puse a leer las obras de los demócratas y de los socialistas franceses y leí ávidamente todo lo que pude conseguir en Dresde. Al conocer poco tiempo después a Amo/d Ruge, que editaba entonces la revista Die Deutschen Jahrbüche, revista que evolucionaba también en esa época de la literatura hacia la política, escribí para él un artículo filosófico y revolucionario titulado Die Parteien in Deutschland, que firmé con el seudónimo de Jules Elyzard».

La importancia de este artículo no está, como comenta Planty-Bonjour, en la novedad de lo que dice sobre el hegelianismo como filosofía de la praxis, ya que otros, como Bauer y el mismo Ruge, también lo hacían, sino que está en su intrépida lógica para sacar conclusiones de la nueva interpretación de Hegel.

Bakunin ha aprendido de Hegel que en la oposición, en la contradicción, el lado negativo, el que pone la dialéctica en movimiento, es más fundamental que el lado positivo; que la significación total y la fuerza irresistible del negativo es destruir el positivo.

Incluso afirmaría que, finalmente, el principio positivo no es nada o, más bien, no tiene valor más que en la medida en que él mismo es negativo. Extraordinaria mistificación lógica que anuncia el anarquismo de Bakunin. La negación es una relación negativa que no existe más que en la medida en que niega algo. El principio de lo positivo lleva en si el principio de su propia destrucción, porque en sí el positivo no es más que «reposo absoluto». En la medida en que es algo, en que contiene una cierta actividad, es decir, la exclusión de su contrario, el principio negativo, es negatividad. Lo positivo en Bakunin es, pues, más aniquilado y abolido que subsumido o superado. No hay verdadera Aufhebung (negación-superación) hegeliana.

A nivel político, su análisis, desde las categorías hegelianas de oposición y contradicción, le lleva a identificar la tesis con el partido conservador-reaccionario: que es la afirmación intransigente del positivo con la exclusión del negativo, al que se opone con todas sus fuerzas y al que ve como inconciliable con sus tesis. La antítesis es el partido revolucionario, que busca la destrucción del partido conservador sin conciliación posible, pues la verdad de éste está en su oposición a la revolución; en sí es quietud absoluta, positivo solamente frente al negativo, la absoluta inquietud. El partido conservador-conciliador cree poder aplicar la reconciliación, porque admite la existencia y la legitimidad de la contradicción. Pero la evidencia muestra que el reformismo no tiene sentido. La oposición no es equilibrio, sincretismo, sino un prevalecer del negativo.

Bakunin se definió por una revolución sin condiciones, por un radicalismo intransigente, que calificaría, a partir de ese momento, todas sus tomas de posición frente al cambio socio-político.

«Confiemos, pues. En el espíritu eterno, que no destruye y aniquila más que porque él es la fuente insondable y eternamente creadora de toda la vida. El placer de la destrucción es, al mismo tiempo, un placer creador».

Radicalismo básico que lo veremos manifestarse de diversas formas. Hasta ahora se había manifestado como huida fichteana de la realidad, en un primer momento; como reconciliación total con la realidad, después, y, finalmente, como divinización de la antítesis, de la insurrección destructora y disolvente.

Bakunin está, pues, aquí muy lejos de Hegel, ya que toda la obra del maestro alemán es una crítica de esta afirmación inmediatista e indeterminada de la libertad. La hipóstasis bakuniana de la negatividad, que le llevaría a radicalizarse en la apología de la destrucción de las mediaciones institucionales o de las realidades absolutas, como Dios, el Estado, las Instituciones, para afirmar una pretendida libertad, hizo de Bakunin, más que un hegeliano, un «monstruo de la dialéctica», como lo calificó Proudhon.

En Suiza, donde se refugió junto con el mismo Ruge, tras la supresión de los Jahrbücher, motivada en parte por el artículo de Bakunin, conoció a Weitling por mediación de Herwegh. Weitling fue el primer comunista alemán. Bakunin quedó profundamente impresionado de él. Carr comenta del encuentro:

«Tras el contacto con Weitling, (1843), y tras leer su libro Garantías de la armonía y de la libertad, le decía a Ruge que Weitling pensaba como un «verdadero proletario» y le transcribía un párrafo que le llamó poderosamente la atención: «La sociedad perfecta carece de gobierno; sólo posee una administración. En ésta no existen leyes; sólo rigen las obligaciones. No existen en su seno los castigos; sólo se emplean medios de corrección».

Anthony Masters subraya la decisiva influencia de Weitling sobre Bakunin en tres áreas clave: fijando la atención de Bakunin en el mundo trabajador y en el proletariado; orientándole con su utopismo hacia el anarquismo (también Carr comenta que Bakunin veía ya en él el embrión del credo anarquista); finalmente, le hizo caer en la cuenta de la importancia de los grupos declassés de la sociedad para la conspiración revolucionaria. A pesar de todo, Bakunin escribió una serie de artículos en el Schweizerische Republicane en los que, tras afirmar que no era comunista, declaraba que no le gustaría vivir en una sociedad concebida según las teorías de Weitling, ya que ésta no sería una comunidad de hombres libres, sino un rebaño de animales viviendo bajo la coacción”.

Bakunin fue a París en 1844. Allí entró en contacto con muchas personalidades célebres, entre otros, Marx y Engels, así como numerosos franceses famosos que le presentaron a sus amigos polacos de exilio, con los que Bakunin luchó en contra del mismo zar”. Se hizo amigo íntimo de Proudhon, quien en aquellos momentos publicó su Filosofía de la Miseria. Ambos, durante noches enteras, discutían sobre filosofía, en especial sobre Hegel y, casi con toda seguridad también, sobre Feuerbach. En opinión de Masters, Bakunin habría introducido a Proudhon en Hegel. La impresión que le produjo Proudhon fue muy viva; muchos años más tarde lo describiría así, oponiéndole a Marx:

«Proudhon había comprendido y sentido la libertad mucho mejor que él. Proudhon, cuando no hacía doctrina, ni metafísica, tenía el verdadero instinto revolucionario…Es muy posible que Marx pueda elevarse teóricamente a un sistema todavía más racional de la libertad que Proudhon, pero le falta el instinto de Proudhon».

Como dice Nettlau, durante estos años (1844-1847), Bakunin no estaba alineado con ninguno de los grupos socialistas (fourieristas, cabetistas, marxistas), por considerarlos sectarios y no encontrar en ellos plasmada su propia concepción del socialismo. No cabe duda de que la influencia de Proudhon debió ser decisiva en este sentido. Su irreductible oposición al comunismo, su lucha contra el centralismo estatalista, su oposición al positivismo y al capitalismo, su anarquismo y federalismo, son posturas claves de Bakunin, que no se podrían explicar seguramente si no fuera por la influencia de Proudhon. Refiriéndose Bakunin a los años cuarenta, dice lo siguiente:

«Esta fue la época de la primera aparición de los libros y de las ideas de Proudhon, que contenían en germen – pido perdón por ello a M. Louis Blanc, su rival demasiado débil, así como a M. Marx, su envidioso antagonista – toda la Revolución social, incluida sobre todo la Comuna socialista, destructora del Estado. Pero quedaron ignorados por la mayoría de los lectores… Hubo, contra Proudhon, por parte de los representantes oficiales del republicanismo, como una conspiración de silencio».

Bien es verdad que el Proudhon de estos años que precedieron a la Revolución de 1848, no es todavía el Proudhon de la dialéctica polarizada entre Estado y Sociedad económica (1848-1852), ni el Proudhon radicalmente antiestatista, pero recordemos que Bakunin aún es un revolucionario sin filiación precisa (época paneslavista) y que volverá a encontrar a Proudhon en 1864, después del largo cautiverio. En cualquier caso, y a pesar de las no pocas críticas que Bakunin hizo a la incoherencia de su maestro”, se sintió continuador de la obra de Proudhon y así lo dijo explícitamente.

También el encuentro de Feuerbach, del que hablaremos más adelante, dejaría una gran impronta en Bakunin. Su antropologismo, la crítica del fenómeno creyente, de la religión, que durante el siglo XIX fue el modelo y fundamento de las otras críticas, hallaron un renovado eco en la obra de Bakunin.

Señalo también aquí el encuentro con la filosofía positiva de Comte  de la que también daremos razón más adelante; el encuentro con M. Stirner, quien veía en Bakunin una personificación de sus teorías libertarias, «la cólera rebelde de Stirner», como diría Engels.

A finales de 1847, nadie preveía la inminente presencia de la Revolución y Bakunin, solicitado por los polacos de París, con motivo de la conmemoración de la revolución polaca de 1831, pronunció un discurso en el que presentó su programa revolucionario en favor de causa eslava. Más tarde, en otoño de 1848, resumió su pensamiento a este respecto en su famoso Llamamiento a los eslavos. Tras el discurso de París, tuvo que refugiarse en Bélgica donde le sorprendió la revolución.

La revolución de febrero de 1848 intentó llevar a cabo la labor de la revolución de 1789, interrumpida por la Restauración. Salió de las entrañas de París y se extendió en unos pocos días a Milán, Venecia,  Viena, Berlín, etc. Bakunin volvió desde Bruselas a París en un azaroso viaje y vivió unas semanas febriles de entusiasmo revolucionario entre los milicianos y en las barricadas. Fueron semanas que quedarían grabadas en su memoria como «esa fiesta sin comienzo ni fin», que es preciso instaurar como norma de convivencia y que influiría en el imaginario de Bakunin a la hora de formular su paradigma revolucionario

Al gobierno francés, que había reemplazado a Luis Felipe, le mole taba la intransigencia revolucionaria de Bakunin y se congratuló de poder liberarse de él, ayudándole financieramente a marchar a Polonia para una misión ficticia. Todos los demócratas estaban de acuerdo en constatar que Rusia representaba el gran arsenal de la contrarrevolución y los más avanzados pensaban que la Europa regenerada debe hacerle la guerra. Bakunin planeó apoyarse en los polacos para lograr tal objetivo, pero ni siquiera llegaría a ese país. A medida en que iba atravesando Alemania se iba extendiendo la leyenda de sus conspiraciones e intrépida crueldad. Combatió en Praga, donde había participado en el Congreso eslavo, y en Berlín. Sus contactos con la emigración polaca, principalmente aristocrática y llena de simpatía por la democracia, aunque incapaz de asumir la posición procampesina y anticlerical de Bakunin, inspiraron sospechas. Se le acusó de ser un agente provocador ruso: acusación hábilmente urdida por la policía zarista y que circuló en los medios revolucionarios (¿con el apoyo de Marx?). Amenazado de extradición, se instaló en Anhalt donde comenzaría la redacción c de L’ Appel aux slaves par un patriote russe, reclamando ya la revolución social y no sólo la política, si bien aquélla es una consecuencia necesaria de ésta. Afirmó además el abandono de cualquier alianza con la burguesía y el papel revolucionario del campesinado, enfrentándose a Marx.

Bakunin marchó a Dresde donde, junto a Wagner, resistió a las tropas prusianas encargadas de «restablecer el orden». Al caer la ciudad en sus manos, Bakunin huyó, pero en Chemnitz sería capturado y entregado a la policía. Condenado a muerte por las autoridades sajonas, fue enviado a Austria para otro proceso, en el que igualmente fue condenado a muerte en 1850. Le fue conmutada la pena por la de trabajos forzados a perpetuidad y, al final, le llegó la extradición a Rusia.

En la fortaleza Pedro y Pablo se terminaba la experiencia «burguesa» liberal-demócrata de Bakunin.

3. El prisionero  

Es el período de los años 50. Bakunin había vuelto a su tierra, abandonada hacía once años, y volvió para morir como los Decembristas o para pudrirse en la prisión. No se le sometió a ningún proceso. Completamente aislado en una celda minúscula, apenas si se alimentaba.

El único lujo que se le permitía en este sepulcro era el de escribir su famosa Confesión. Es éste un documento que, al margen de la polémica sobre la intención de Bakunin al escribirlo, que sigue aún en pie, tiene el gran interés de mostrar cómo el «hegeliano» y revolucionario Bakunin seguía siendo eslavo con las particularidades sicológicas propias de un ruso.

Bakunin sintió la desesperación y la soledad o, mejor dicho, la desesperación de la soledad, ya que él, nacido en y para la comunión solidaria, se vio condenado al anacoretismo forzado, es decir, a la muerte lenta del cuerpo y del espíritu”. Fue tal su desesperación que llegó a plantearse, en varias ocasiones, el tema del suicidio y su familia llegó a temerse lo peor:

«Espero que comprendáis cómo un hombre que solamente conserva ya su dignidad debe preferir una muerte terrible a esta lentísima e ignominiosa agonía…»

Quiero subrayar aquí el tema de la soledad que Bakunin rechaza de forma tan radical e instintiva, porque es tratado por él con reiteración y porque es decisiva su importancia para entender su obra posterior. Ya en San Petersburgo, cuando estaba de cadete, se expresaba así:

«Estoy aquí completamente solo. El eterno silencio, la eterna tristeza, la eterna nostalgia son los compañeros de mi soledad… He descubierto por la experiencia que la perfecta soledad, predicada tan elocuentemente por el filósofo de Ginebra, es el más idiota de los sofismas. El hombre está hecho para la sociedad. Un círculo de relaciones y de amigos que le comprendan y que compartan sus alegrías y sus cuidados indispensables para él. La soledad voluntaria es casi idéntica al egoísmo, y el egoísta puede ¿ser feliz?”

Pasados unos años, y gracias a la infatigable constancia de su familia que buscaba salvar a su Miguel, un ligero suavizamiento del reglamento le permitió escribir a su hermana Tatiana una carta en la que Bakunin subrayaba sorprendentemente que sus ideas y esperanzas no habían variado nada:

«La cárcel ha sido buena para mí. Me ha dado tiempo libre y el hábito de reflexión y, por decirlo así, ha consolidado mi espíritu. Pero no ha cambiado ninguno de mis viejos sentimientos. Por el contrario, los ha hecho más ardientes, más absolutos que antes y, en lo sucesivo, todo lo que quede de mi vida podrá resumirse en una sola palabra: libertad».

Después de ocho años que habían convertido a Bakunin en un viejo obeso y desdentado, en 1857, la imprevista, aunque anhelada, gracia del zar, le envió al exilio a Siberia. Allí vivió Bakunin un período de tranquilidad. Se casó con Antonia, hija de un exiliado polaco. En 1861 se escapó y, a través de Japón y Estados Unidos, llegó a Londres junto Herzen y Ogareff.

Woodcock afirma que «aunque su cuerpo había envejecido espantosamente, la prisión y el exilio habían preservado su espíritu, de la misma manera que el hielo siberiano preserva la carne de los mamuts. Había vivido en un estado mental de animación suspendida, inmune a las desilusiones que los hombres libres habían sufrido en los años que mediaban». De hecho así lo reflejará su vida posterior. Bakunin no sólo sobrevivió a la prisión, sino que salió vivo, poseído por el diablo de la revuelta, animado por la pasión revolucionaria.

4. El período hasta su muerte en 1876. El anarquista

Es éste un período lleno de aventuras revolucionarias, entre las que sobresalen su participación en la Comuna de Lyon, su propaganda y «acción espontánea», sobre todo en los países latinos, su lucha contra Marx y Mazzini, su febril dedicación a la organización anarquista. Es para nosotros el período de mayor interés y en él centraremos nuestro trabajo

Bakunin no creyó ya en el liberalismo, en la democracia burguesa. El es quizás el único entre los exiliados rusos que fue capaz de comprender el movimiento «Tierra y Libertad». Creyó en las movilizaciones polacas de 1863 que deberían ayudar al levantamiento de los campesinos rusos e hizo gestiones ante la opinión pública sueca para lograr su apoyo. Sus discursos y artículos le hicieron célebre, pero se volvió sin poder conseguir el apoyo solicitado.

Sus diferencias con Herzen y Ogareff se hicieron cada vez más profundas y casi definitivas. He aquí cómo lo vio Herzen en ese momento:

«Bakunin tenía en perspectiva un fin demasiado lejano, tomando el segundo mes de la gestación por el noveno. Se dejó arrastrar, no viendo las cosas más que como él mismo las hubiera deseado, sin preocuparse de los obstáculos esenciales. Quería creer, y creía, en efecto, que, sobre el Volga, el Don y en toda Ucrania, el pueblo se levantaría como un solo hombre… Avanzaba con las botas de siete leguas a través de montes y mares, a través de años y generaciones. Y, más allá de la insurrección de Varsovia, entreveía su bella federación eslava, de la que los polacos no hablaban, sin embargo, más que con horror y repugnancia».

Tras una mala experiencia de la causa polaca y de las huidizas organizaciones secretas rusas, se retiraría por completo de los movimientos nacionalistas eslavos y, al ver que ni en Londres ni en París había aliciente para él, se dirigió a Italia.

Antes de partir, se encontró en Londres con Marx, quien le pidió su adhesión a la Primera Internacional. Bakunin no aceptó y entre ellos se abrió una lucha sin tregua. En París vería a Proudhon, unas semanas antes de su muerte.

Si la partida de Bakunin de Moscú en 1840 significó su transformación de rebelde instintivo en revolucionario consciente, la experiencia de 1863 significaría otro cambio radical: el revolucionario demócrata se convirtió en anarquista.

Bakunin no era un teórico de profesión y la mayor parte de sus ideas, como hemos podido ver, tenían ya sus precursores destacados. Pero, cuando Bakunin se hizo anarquista, no fue porque abrazara teorías de otros. Adaptó un programa a su temperamento y, al mismo tiempo, creó un movimiento al que transmitió este temperamento y este programa. Antes de él, el anarquismo era una filosofía o, a lo más, una tendencia política que correspondía a un instinto vago y oscuro. En lo sucesivo, el anarquismo tendría unas señas de identidad propias en el proceso revolucionario. La aportación de Bakunin a las teorías sociales es original: la revolución debe llevar a la anarquía y la anarquía debe ser revolucionaria. Su idea del anarquismo se resume en la sola palabra de «libertad». Más adelante veremos con detención qué quiere decir esto.

Su programa anarquista era, pues, al mismo tiempo, el programa de una organización. Así nacía en Italia, en 1865, La Fraternidad Internacional:

«Esta sociedad tiene como objetivo la victoria del principio de la revolución sobre la tierra, es decir, la disolución radical de todas las organizaciones e instituciones actualmente existentes, religiosas, políticas, económicas o sociales, y la transformación de la sociedad, en primer lugar europea y más tarde universal, sobre la base de la libertad, la razón, la justicia y el trabajo».

Bakunin quiso salir al paso de los dos grandes obstáculos para la revolución, que continuó viendo en Italia: el nacionalismo estatalista, de un lado, y la nefasta influencia religiosa y burguesa o pseudosocialista (Mazzini) sobre la juventud, del otro.

De hecho, La Fraternidad serviría de «partera socialista” para mazzinianos como Fanelli, Tucci, Friscia y otros. La labor de Bakunin en Italia iba a ser decisiva.

Con el programa de La Fraternidad Internacional, del que forma parte fundamental El Catecismo Revolucionario, nació el anarquismo revolucionario. Comenta Kaminsky al respecto:

«Al lanzar las directrices de la anarquía, Bakunin presenta un «pendant» al Manifiesto Comunista de Marx y Engels, al que es inferior en cuanto a la argumentación científica, pero al que iguala por el ardor de su entusiasmo revolucionario. Este programa es en su totalidad obra de Bakunin y es, a la vez, la profesión de fe y el fundamento espiritual de todo movimiento anarquista».

En sus obras posteriores Bakunin apenas añadiría nada esencial. Sin embargo, su evolución debía madurar aún, ya que siguió creyendo todavía que la revolución social podía hacerse con la alianza, e incluso bajo la dirección, del sector progresista y bienintencionado de la burguesía. Pronto daría un paso más y se separaría de ésta para voltearse únicamente hacia el proletariado. Este paso lo dio con ocasión del Congreso demócrata e Internacional de la Liga por la Paz y la Libertad que se reunió en Ginebra en 1867 y en el que, a pesar del éxito personal de Bakunin, su desacuerdo con la mayoría del Congreso fue manifiesto; y, sobre todo, en el Congreso de Berna (1868) del que Bakunin se retiró con la mayoría de los anarquistas e internacionalistas. Una de sus principales obras teóricas, Federalismo, Socialismo y Antiteologismo fue el fruto de sus discursos y apuntes en estos Congresos.

Marchó a Suiza y, después de conocer a Guillaume, que sería su amigo más fiel a lo largo de toda su vida, se estableció en el Jura. Fundó la Alianza Internacional y se adhirió a la Internacional (AIT). Es conocida la buena acogida que Bakunin tuvo entre los relojeros de la región del Jura, donde hizo su propaganda. Gracias a Fanelli sus ideas se difundieron en regiones industriales, como Cataluña.

La maduración de la ideología anarquista implicaba un distanciamiento progresivo, cada vez más profundo, de Marx. Las primeras controversias nacieron en el seno de la Internacional y las dos interpretaciones revolucionarias, la autoritaria de Marx y la anarquista de Bakunin, chocaron violentamente.

El año 1869 fue un año aciago para Bakunin. Fue el año de la amistad con Nechaeff, que tantos problemas le originó. Sin embargo, es un momento de gran interés para el estudio de la psicología de Bakunin. Por otro lado, también sería la ocasión para que Bakunin matizara su pensamiento y produjera folletos de la altura del que titula Los Osos de Berna y el Oso de San Petersburgo, que escribió intentando movilizar a los suizos contra la extradición de Nechaeff. Es una de sus obras más brillantes, sobre todo en lo que toca al tema del poder.

En 1870 estalló la guerra franco-prusiana. Los dos jefes de la Internacional tomaron posiciones enfrentadas ante la contienda. Marx se declaró pro-prusiano. Bakunin, que no hacía distinción alguna entre la Francia bonapartista y la Alemania de Bismarck, estaba persuadido de que el militarismo prusiano era mucho más peligroso para la causa de la humanidad. Todo lo que él detestaba: la ideología del Estado, el centralismo, el burocratismo, lo encontraba encarnado en Prusia, que se enorgullecía de todo ello, como de grandes virtudes y que deseaba imponerlo a toda Alemania primero y al mundo entero después. Francia, por el contrario, tenía una tradición histórica de haber sido civilizadora de la humanidad. El peligro estaba en el imperio de Napoleón. Por eso, había que derrocar al bonapartismo y transformar la guerra nacional en guerra revolucionaria. Bakunin desarrolló este programa en sus Cartas a un Francés (1870), que partían del principio de que el socialismo seria vencido por mucho tiempo en Europa, si la revolución social no estallaba en ese momento en Francia. Proponía, pues, al mismo tiempo la revolución y la guerra.

En 1871, vuelta a la acción. Era el año de la Comuna de Lyon, en la que los anarquistas eran relativamente numerosos. Aunque habiendo fracasado a causa, según Bakunin, de la inhibición de los campesinos, él sentía el triunfo de la Comuna de París, en la que, aunque no participó personalmente, puso todo su esfuerzo, favoreciendo las insurrecciones locales. Pero él veía la Comuna como hija de su espíritu.

Fruto de su reflexión sobre los acontecimientos de 1871 es su libro El Imperio Knouto-germánico y la Revolución Social (1871). Una vez más, profesaba en ese momento su convicción de que sólo una victoria del pueblo francés podía salvar al mundo de una larga dominación de la Reacción representada por Alemania y Rusia. Era preciso hacer la revolución social y política al mismo tiempo, pero la burguesía y las medidas contrarrevolucionarias del gobierno provisional imposibilitaron dicha revolución.

Sus reflexiones sobre la nueva Alemania tienen el valor de una profecía. Bakunin polemizaba con Marx que, como hemos dicho, defendía a Alemania y echaba la culpa a Rusia. Marx, decía Bakunin, no debía buscar los gérmenes del despotismo prusiano en Rusia, sino que, por el contrario, debía descubrirlos en la historia de Alemania, que fue la que los exportó a Rusia. Bakunin sentía una verdadera germanofobia que no tiene escrúpulos en declarar continuamente. Decía que los alemanes eran una raza predestinada a «realizar el ideal de la servidumbre voluntaria». «Los otros pueblos pueden ser esclavos, pero los alemanes son siempre lacayos». «El servilismo alemán se ha convertido en un sistema, en una ciencia, en una enfermedad incurable».

Otro enemigo reconocido de Bakunin fue Mazzini, quien, al atacar a la Internacional y a su militarismo, así como a la Comuna, provocó numerosos escritos, y de gran interés para conocer el pensamiento de Bakunin. La Respuesta de un internacional a Mazzini, La Internacional y Mazzini, La Circular a mis amigos de Italia, son algunos de estos textos más conocidos.

Apenas terminada la confrontación con Marx, y mientras continuaba con la diatriba contra Mazzini, participó en las tentativas de levantamiento en Italia. El fracaso de la tentativa de Bolonia, que le obligó a afeitarse la barba para poder huir disfrazado de sacerdote anciano, pesaría sobre un hombre probado por tantas luchas y experiencias. Se retiró a Suiza, donde vivió miserablemente, pero donde aún publicó una obra importante: Estatismo y Anarquía, que impresionó a Marx, quien la estudió cuidadosamente. En esta obra se refleja un pensamiento mucho más maduro, matizado y sereno, que el pensamiento de Bakunin del que nos hablan normalmente los estereotipos. Bakunin demuestra que no sólo es un luchador, sino que es además un pensador de talla. Como escribe F. Venturi:

«En Estatismo y Anarquía, la obra de Bakunin que mayor influencia tuvo en Rusia, Bakunin expone su visión de una Europa dominada por Alemania, pero que habría encontrado en sus límites (desde España hasta Rusia) las fuerzas capaces para levantarse contra ella y para destruir, en su mismo suelo, las concepciones opresoras y estatalistas. De todos los revolucionarios, fue Bakunin quien tuvo la intuición más clara de lo que significaba la victoria de Bismarck para los movimientos e ideas surgidos del 48 y para todas las fuerzas de liberación desencadenadas entonces en Europa. Tocó a arrebato y creó una fuerza de protesta violenta para intentar galvanizar las energías aparentemente intactas, las fuerzas del socialismo campesino en España, en Italia meridional, en Hungría y en Rusia. Pero en 1874, acabará por convencerse de que Europa entró en un período de resignación y de lenta evolución. Y viejo y fatigado, abandonará la lucha, no sin antes haber sembrado en Rusia algunos gérmenes de protesta llenos de vigor contra la Realpolitik».

El adiós de Bakunin es la expresión de un proverbio chino que a él mismo le gustaba citar: «Cuando ya has repicado las campanas, baja del campanario». Bakunin estaba demasiado fatigado y enfermo. Su renuncia como miembro de la Federación Jurásica y de la AIT iba acompañada de una Carta a los compañeros de la Federación Jurásica, que es el testamento espiritual del Maestro Bakunin y que guarda un paralelismo sorprendente con el discurso de despedida de Jesús, según el evangelio de Juan. Cito aquí sus párrafos finales:

«Pero, antes de partir, permitidme agregar estas breves palabras. La batalla que tendréis que sostener será terrible. Pero no os permitáis el desaliento y sabed, a pesar de los inmensos recursos materiales de vuestros adversarios, vuestro triunfo definitivo quedará asegurado, si cumplís fielmente estas dos condiciones: sostened firmemente el gran principio universal de la libertad popular sin el cual son falsas la igualdad y la solidaridad. Organizad aún más fuertemente la solidaridad militante y práctica de los trabajadores de todos los oficios en todos los países; y recordad que, por más infinitamente débiles que podáis ser como individuos en localidades o países aislados, constituiréis una fuerza inmensa e irresistible cuando estéis organizados y unidos en la colectividad universal. Adiós. Vuestro hermano, M. Bakunin».

Bakunin murió en Berna el 1 de junio de 1876. Sus últimas palabras fueron, según el testimonio de Mme. Reichel, las siguientes: «No necesito nada, he acabado bien mi trabajo».

Esta Biografía ha sido tomada del libro de Demetrio Velasco «Ética y Poder Político en M. Bakunin», publicado en la serie «Filosofía» de la Universidad de Deusto
¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 1 Promedio: 1)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio