Todo es falso

mentirasSe me ocurre que la paradoja del mentiroso, esa que reza: todo lo que digo es mentira, se soluciona contextualizándola en la democracia parlamentaria. ¡Cuántos argumentos en contra de la gran mentira democrática hacen falta! Bueno, pues ahí va uno más. Y no le falta enjundia, porque en este caso, la mentira resolverá la paradoja del mentiroso.

Voy a ello: esto de los partidos políticos que dicen representarnos tiene su gracia, o sus gracias, que son varias y no hay por dónde cogerlas. Ya he argumentado en varias ocasiones que no tiene ningún sentido sentirse representado por un partido sin estructura democrática, y que, además,  es imposible que un solo ser humano represente a un grupo entero si hacer uso una de una cierta metempsicosis o transmigración de la intención o pensamiento de cada individuo. ¡Hombres y mujeres de poca fe, creamos en la magia! ¡Sea!: en el caso de creer en la transmigración de la intención política, nuestro representante debería tener poder absoluto para llevar a cabo nuestros deseos, con lo que la democracia perdería su sentido. Aún así, los electores demócratas esperan precisamente eso, que su voto valga por la imposición totalitaria de sus deseos políticos. Y cuando esto no ocurre, se muestran muy indignados, indignadísimos y presentan propuestas a los representantes, de nuevo  ¡Ay, almas de cántaro! Ya sabemos que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma urna.  En urnas guardamos nuestra fe en la democracia y  las cenizas de nuestros cadáveres.

En el camino entre mi pensamiento a la acción política, pasando por el voto, existe tal grieta insalvable que no sé qué dios olímpico nos ha hecho creer que formamos parte del proceso político.

Ahora vamos a otra cosa. El representante forma parte de un partido. En el caso del sistema español se debe a él y debe seguir una disciplina ideológica no exenta de carácter totalitario. Así, las acciones de este representante deberán estar de acuerdo a las exigencias del partido. Pero, ¿y su discurso? El discurso es otra cosa. Su objetivo es conseguir la mayor cantidad de votos, con lo que, de lo que se trata es de seducir mediante cualquier estrategia. En el juego de la seducción uno se deja engañar por lo espectacular del plumaje del pavo real. Eso sí, solamente si así lo desea, o si el encantamiento es tal que la víctima se encuentra en un estado de hipnosis. Efectivamente, así es como estamos hoy, adormecidos y observando el espectáculo de los pavos reales. En este contexto, si el pavo dice “todo lo que digo es mentira”, o “todo es fachada” la frase cobra completo sentido. Y es aquí donde se rompe la paradoja del mentiroso. No es el todo, incluida la frase que se profiere, sino todo lo que el representante dice en el contexto político de la democracia mágico-representativa, porque la separación entre el discurso y la acción es connatural al sistema establecido. Mentir, en este caso, decir una cosa y hacer otra, es justamente lo que se les pide a los políticos: ganar votos a través de su discurso y seguir la disciplina del partido. ¡Entonces sólo hay que acabar con la disciplina de partido! ¿no? Pues no, aún nos quedaría deshacernos de la superstición que cree en la representación política.

“Todo es falso”, dice Rajoy. Y que lo digas, amigo, desde que la democracia tiene en los partidos su principal modo de respresentación.

Ioanes Ibarra
http://ioanesibarra.blogspot.co.uk/2013/02/todo-es-falso.html
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