La naturaleza del Procés

Los acontecimientos que tienen lugar en Cataluña invitan a la reflexión, y para ello es necesario dotarse de la necesaria perspectiva histórica que brinda el paso del tiempo. Así, en el verano de 2011 la situación en Cataluña era diametralmente opuesta a la que ahora se vive allí. En los días 14 y 15 de junio de aquel año, fruto de las movilizaciones populares que estaban en marcha desde hacía algo más de un mes, el parlamento de Cataluña y el gobierno de la Generalitat fueron rodeados para denunciar a la casta partitocrática, la naturaleza antipopular de estas instituciones, la corrupción rampante y el capitalismo del que hacen gala. El cerco a estas instituciones, impulsado desde el 15M, obligó a que Artur Mas y otros 24 diputados tuvieran que acceder en helicóptero a estos organismos, mientras que otros políticos que lo hicieron a pie, como fueron los casos de algunos miembros de CiU, ERC, ICV, PP, ecosocialistas y otros, fueron increpados, lo que no estuvo exento de momentos cargados de un especial dramatismo. Así, los Mossos no dudaron en reprimir sin compasión y de manera implacable a los manifestantes allí congregados produciendo al menos 33 heridos, mientras que 20 fueron detenidos a los que se pidió hasta 8 años de cárcel, además de ser sancionados con multas que en algún caso alcanzó los 150.000 euros.

A partir de los hechos anteriores puede deducirse rápidamente que el clima social y político estaba marcado por una grave y profunda desafección de los catalanes hacia las instituciones del poder establecido y la clase política, lo que desataba fuertes iras que confluyeron en un popular y generalizado rechazo. Una situación que contrasta con la que 6 años después se vive en Cataluña, hasta el punto de que quienes en aquel entonces eran repudiados por el pueblo llano y considerados mercenarios del poder hoy, en cambio, con considerados héroes, y de igual modo las mismas instituciones que suscitaban un general rechazo ahora son reivindicadas, al mismo tiempo que los Mossos son vitoreados. Si en 2011 los Mossos reprimían a la población en plaza Cataluña dejando una estampa muy parecida a la represión que tiene lugar en algunos países del denominado tercer mundo, hoy su presencia es aplaudida en las calles. Ya no importan los daños producidos, y que todavía produce, la clase política catalana no sólo con recortes sociales y crecientes impuestos que diezman a la población, sino que por el contrario los que antes provocaban el rechazo y desprecio popular ahora son aclamados.

En vista del sorprendente cambio que ha tenido lugar entre 2011 y 2017 cabe preguntarse cómo ha podido revertirse una situación de rechazo popular a las instituciones del poder establecido y sus máximos representantes políticos para, ahora, conseguir esas mismas instituciones y políticos unas exacerbadas y entusiastas adhesiones de un sector considerable de la población catalana. Indudablemente esto nos conduce directamente al procés que constituye un fenómeno con el que la Generalitat ha echado mano del más bronco nacionalismo para convertir los hechos diferenciales en el terreno identitario, como son la lengua y la cultura, en un instrumento para politizar y movilizar al conjunto de la sociedad catalana con el claro propósito, a tenor de lo que sucede en la actualidad, de revalorizar unas instituciones y unos políticos que en términos de prestigio y credibilidad estaban decrépitos en 2011. Hoy por el contrario la clase política catalana y las instituciones oficiales están pletóricas, y se ha logrado crear un nuevo consenso social en torno a ellas que sólo ha servido para legitimarlas en la pugna que la elite catalana mantiene con el gobierno central para aumentar su cuota de poder en el sistema de dominación. Esto es especialmente claro en la medida en que todo parece apuntar que mediante el procés se quiere forzar una reforma constitucional y estatutaria que permita ese “nuevo encaje catalán” del que ya hablan algunos políticos.

Los recursos institucionales con todos sus mecanismos para desplegar una influencia política por momentos arrolladoras, así como el arsenal mediático, han permitido a la Generalitat hacer del soberanismo el centro de la vida política, social y cultural de Cataluña. Así, no tiene nada de popular un proceso empujado desde las mismas estructuras de poder hoy existentes en Cataluña, y que responden claramente a una maniobra política que se inscribe en la lucha de poder que las elites mantienen entre sí. El pueblo, una vez más, sólo desempeña un papel auxiliar como recurso e instrumento al servicio de estas elites, una base social sobre la que estas se apoyan para reafirmarse en sus respectivas pretensiones políticas. El nacionalismo, como en otras ocasiones a lo largo de la historia, desempeña el papel de recurso ideológico para la movilización social, la politización y sobre todo la colaboración entre clases. Sólo así se explica que el pueblo llano, las clases populares, se dé un entusiasta abrazo con sus opresores locales, con la burguesía catalana, y que al mismo tiempo muestre su adhesión a las instituciones que le gobiernan.

Hoy, el denominado procés, con el consiguiente referéndum, está intrínsecamente unido no ya al independentismo sino al nacionalismo. Las instituciones oficiales han favorecido y propagado el sentimiento nacionalista con una clara intencionalidad política que aspira a materializar los intereses de sus impulsores a partir del 1 de octubre. Ante este panorama resulta curioso, y por momentos inquietante, comprobar que desde sectores de la disidencia política, y especialmente en el ámbito libertario, nos encontremos con fervientes partidarios del procés bajo el pretexto de que constituye una oportunidad de ruptura con el orden establecido y de desbordar las demandas nacionalistas en una clave emancipadora. Como en otras ocasiones asistimos a una vieja incoherencia entre medios y fines, sobre todo cuando a todas luces es de sobra evidente que el procés, aún en el caso de tener éxito, no supone ruptura alguna con el orden establecido al mantener las instituciones heredadas del Estado español, y sobre todo el orden capitalista con su sociedad de clases y sus correspondientes jerarquías e instrumentos de dominación. Al mismo tiempo se obvia de manera muy oportuna que el referéndum es un proceso institucional cuyo respaldo popular sólo ha sido posible a posteriori a base de agitar los sentimientos nacionalistas y la manipulación ideológica para servir a los intereses de una elite.

Pero lo más chocante es que desde sectores libertarios se reivindique el referéndum y se presenten las urnas como la expresión del derecho a decidir. Las elecciones, y esto incluye al referéndum, nunca han decidido nada sino que simplemente se limitan a ratificar lo que otros han decidido previamente. Son un instrumento legitimador que confirma la voluntad de las elites y desposee a la sociedad de cualquier capacidad decisoria al estar constreñida por los dictados de las instituciones, las leyes y sus representantes políticos encargados de participar en la administración de la dominación. Además de esto, hay que incidir en que ni la libertad ni la emancipación se han votado nunca en la historia porque sencillamente no pueden ser sometidas a votación. La libertad y la emancipación sólo son posibles como conquista revolucionaria. Por este motivo las votaciones son un instrumento para la colaboración entre clases, lo que es especialmente claro cuando se encuentran unidas a procesos de componente interclasista, tal y como sucede con el nacionalismo y el referéndum del 1 de octubre. Todo esto hace que quienes hoy, desde el mundo libertario, se manifiestan partidarios del procés sean en la práctica mano de obra barata del nacionalismo catalán y su burguesía dirigente, unos compañeros de viaje de los que más pronto que tarde, en cuanto dejen de ser útiles a la causa nacionalista, se desembarazarán sin contemplaciones de ningún tipo.

La Generalitat, la clase política catalana y la burguesía catalana han logrado con el procés restablecer la colaboración entre clases, y de este modo sustituir la histórica centralidad de la lucha de clases como principal eje de conflicto en la sociedad por el conflicto nacional entre España y Cataluña. En este contexto es imposible desvincular al procés de la finalidad para la que ha sido impulsado, con lo que cualquier pretensión emancipadora como resultado de un desbordamiento social de dicho procés es a todas luces imposible. Hoy los sectores populares están divididos por el nacionalismo español y catalán respectivamente que han logrado generar las debidas adhesiones, pues es sabido que todo nacionalismo engendra y reproduce otros nacionalismos anti-simétricos. Las instituciones vigentes y los políticos de uno y otro lado salen reforzados mientras que la población es sumida en una patética y lamentable división que responde a una confrontación impuesta desde arriba, y que es consecuencia directa de las luchas internas de la elite dirigente. Ya no está presente en Cataluña la confrontación inherente a la lucha de clases, la que se produce entre gobernantes y gobernados, entre explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos, entre la clase dominante y la clase sometida, sino entre catalanes y españoles. O para ser más exactos entre nacionalistas catalanes y nacionalistas españoles. De este modo el pueblo llano es manipulado y dividido por sentimientos nacionalistas que le conducen a darse un fraternal abrazo con la burguesía, catalana o española, que es la que a fin de cuentas saca los debidos réditos políticos de todo esto.

Hoy, no son pocos los autodenominados libertarios que piensan el procés de manera instrumental y que consideran que constituye una oportunidad para alcanzar unos fines distintos a los de su propia finalidad, lo que puede propiciar un proceso constituyente políticamente emancipador. Pero lo que vemos en los hechos concretos es que el procés no está sirviendo para abrir la brecha entre el pueblo y el Estado, entre el pueblo y la burguesía, entre gobernantes y gobernados, sino todo lo contrario. Hoy el procés ha conciliado al pueblo con sus opresores, con los principales representantes políticos del sistema de dominación al haber atizado las pasiones nacionalistas. Ubicarse dentro de la dinámica del procés y de su propia lógica es integrarse en la lógica del poder, la del sistema de dominación, y hacerse partícipe de sus propios fines. Significa ponerse a hacer política en el sentido más electoralista y mendaz. Es la vía de las alianzas más espurias en las que se decide apoyar un nacionalismo para debilitar a otro nacionalismo bajo el pretexto de que esto servirá para despejar el camino de cara a posteriores avances, quizá de signo emancipador. Pero en la práctica esto es lo de siempre, pues significa incurrir en errores del pasado como los de quienes se subieron al carro de la revolución bolivariana en Venezuela, los que hicieron lo mismo con Syriza, con Podemos y ahora con el procés. La conclusión que deberían extraer de todo esto algunos libertarios es que la libertad jamás se ganó en las urnas.

Lo que hoy necesita Cataluña, y también el resto de la Península Ibérica, es la restitución de la centralidad de lucha de clases como eje del conflicto social, lo que exige poner fin a la colaboración entre clases que generan todos los nacionalismos. Esto requiere una labor ideológica dirigida a transformar nuestro entorno más inmediato desde la comunidad y el mundo del trabajo. Los cambios de verdad sólo pueden producirse desde abajo, fuera y en contra de las instituciones, y requieren ser llevados a cabo en la cotidianidad de nuestras vidas para alimentar sinergias a nivel local. De esto se deriva la importancia de la coherencia entre medios y fines, y consecuentemente también la importancia de la autoorganización colectiva y solidaria, de la persistencia en unos fines que se traducen en un proyecto de transformación social de carácter emancipador. Estos fines únicamente pueden encontrar su realización lógica en el desencadenamiento de un proceso revolucionario que rompa con el orden establecido, destruya el Estado y la propiedad privada, y ponga fin a la sociedad de clases. Es por esto que hay mucho más potencial revolucionario en actos como el cerco del parlament o del govern de junio de 2011, que en toda la grandilocuencia y sobreactuación que envuelve al procés y que hoy tiene obnubilada a una parte sustancial de la disidencia política. Un procés en el que la meta es cambiar el color de la esclavitud del pueblo de Cataluña con la creación de un nuevo Estado.

El procés, el referéndum, el soberanismo, etc., forman parte de una guerra que no es la guerra de quienes aspiran a una sociedad sin clases, libre e igualitaria. Es la guerra de quienes quieren reformar el sistema de dominación y aportar savia nueva al poder. Es por esto que no tiene razón de ser ninguna confluencia con el nacionalismo en esta aventura política que sólo conduce a un nuevo callejón sin salida, y a la reproducción de la dominación bajo nuevas formas posiblemente más feroces. Apoyar el procés es simplemente apoyar la ley y el orden, el autoritarismo, el estatismo, el capitalismo, a la burguesía y a las instituciones oficiales junto a las correspondientes relaciones de explotación y dominación que les son inherentes. Se trata, entonces, de dar nuevos balones de oxígeno a una elite y a un sistema que con el procés ha sido capaz de darse un buen lustre con el que ocultar su verdadera naturaleza, revalorizar su imagen pública ante los catalanes y desencadenar amplias adhesiones populares con las que se ha autolegitimado. Hoy luchar por el procés es luchar por todo eso, y es al mismo tiempo luchar contra la revolución social y la emancipación popular. La libertad y la igualdad no se votan, y es por eso que el destino de las urnas sólo puede ser su destrucción.

Esteban Vidal

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