Costumbre Santa, gloria al subvesivo

Si hay un efecto fascinante del transcurso de la historia y del paso de los años, más allá de la característica resaca ola-contraola, y el hilar de causas con efectos en una continua danza de acontecimientos, ese es la glorificación de la costumbre. No iba desencaminado el dicho cuando decía que el ser humano era un animal de costumbres: Pocas cosas hay más cómodas y sencillas que el infalible resultado fruto de un hábito. La rutina, archienemiga de la vitalidad y por lo tanto de los movimientos sociales y la lucha por un mundo mejor; elemento a exiliar en nuestra conquista del futuro, ha sido siempre y será la más fiel aliada de los elementos conservadores de una sociedad. Primero, la tradición aseguraba que era normal tener esclavos, luego garantizó que era totalmente legítimo elevar a un monarca a la categoría de señor absoluto, y actualmente la costumbre nos dictamina, siempre por nuestro bien, que trabajar para que alguien que se queda parte del fruto de tu trabajo es lo correcto. Son sólo unos ejemplos en los que la costumbre ha socavado y socava los anhelos de humanidad y de progreso de los más vulnerables; llámense esclavos, siervos, súbditos o asalariados.  Los conceptos varían pero la esencia permanece; la cadena intemporal que nos ata es la misma para todos.

La tradición pero, de algún lado a de salir. En un espacio lineal de tiempo, la tradición no es tradición por generación espontánea; en algún momento ha de ser inoculada a la sociedad. Cierta historiadora de tendencia conservadora apuntaba que las pautas sociales, como las tradiciones, son primero concebidas por las élites de la comunidad, y posteriormente trasladadas al conjunto de la población, que las adopta de un modo vulgar y profano, mutado. No puedo estar de acuerdo del todo con su teoría; creo que la base popular también es creativa (véase los partidos de masa, los ateneos anarquistas, etc.). Pero a pesar de ello, muchas de las costumbres (sobretodo las religiosas) provienen de las altas esferas. Realmente, no tengo ni idea de a qué cardenal, obispo o cura se le ocurrió empezar a sacar santos a la calle, pero está claro que el hábito está extendido. Por toda España se idolatran estatuillas pintadas de vivos colores para sentir la pasión de Jesús como teóricamente fue hace 2000 años. Y así, año tras año, llevamos la misma cruz por las plazas y calles, para acordarnos de que el yugo, sea bienvenido o no, es de una organización con ánimo de lucro que lleva veinte siglos comerciando con nuestras almas y esperanzas.

Es curioso, sin embargo, como se tergiversa la historia, como se empieza en idealismo  y se acaba en la brutalidad de las guerras de religión, en el terror de la inquisición, en la coerción, en la explotación del hombre por el hombre y en un sinfín de asuntos turbios más. Jesús, figura histórica idealizada hasta el paroxismo, seguramente no aprobaría la sociedad actual; no podría soporta la mendicidad, la usura, la estafa, la explotación, el engaño de los gobernantes hacia un pueblo al que prefieren mantener en la inmundicia de la ignorancia. Jesús sería considerado un rojo radical y un terrorista, porque claro, es de Oriente Medio (0 racismo del establishment). Lo más curioso de todo es que probablemente tampoco aprobaría la idolatría hacia símbolos, reliquias; renegaría de todo ello, por el mercado que se hace con su imagen. Si la doctrina cristiana es cierta, Jesús estaría asqueado de lo que sus fieles hacen como penitencia por estar voluntariamente ciegos ante la miseria de la sociedad; le entraría náuseas por la degradación  moral de su Iglesia, más concentrada en financiar canales de televisión que en ayudar a quienes lo necesitan. Es decir: se está validando actitudes en oposición directa con la premisa de la que partían, negando el principio de base para poder avanzar (Bakunin). El problema es que idolatrando a un subversivo fanático religioso  y a los locos y desesperados que le siguieron no se avanza hacia delante, sino para atrás. Pero así es la costumbre, amigos, da igual lo absurda que sea, ahí estará para recordarte lo que tienes que hacer por que´lo hizo tu padre, y su abuelo antes que él.

La seguridad que da una costumbre, y el hecho de que sea un acto social que implique a la mayoría de la comunidad, hace más llevadera la carga de la ignorancia voluntaria: Si los demás no lo ven, yo tampoco. Si hace falta vestirse como la Inquisición, nos vestimos, no vayamos a desentonar con nuestros pastores anclados en la alta edad media. Y si hace falta disfrutamos de ello, pues nada es más dulce que el opio del pueblo. Unido, claro está, a la comodidad de la rutina. Y así, por los siglos de los siglos, continuaremos atados, esclavizados, continuaremos siendo animales, continuaremos siendo el prisionero que no quiere salir de la cueva teniendo la verdad ante los ojos. Dice el refrán que más vale malo conocido que bueno por conocer; total y absolutamente en contra: Ni amo malo ni amo bueno por conocer. Ni silla de montar buena ni silla de montar mala. La idea no es tener un amo decente, un yugo suave; es no tener ninguno. Independientemente de lo que diga la costumbre. Sólo cuando nos libremos de nuestras cadenas no ya económicas, políticas, sino de nuestras propias cadenas mentales, sólo cuando seamos conscientes de las órdenes implícitas e indirectas que se nos da desde la costumbre impuesta siglos ha, sólo cuando seamos capaces de deshacernos de la mano muerta del pasado guiándonos con paso funesto, sólo entonces seremos libres. Mientras tanto, podemos seguir viendo GH, podemos seguir votando al PP y podemos seguir sacando figuritas a la calle, y rezando para que no llueva. Realmente tenemos lo que nos merecemos; feliz Semana Santa y gloria al subversivo.

Drowning Down There
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