Mujer y fascismo

mujerRacismo, xenofobia y sexismo, pueden considerarse tres aspectos diferentes de una misma actitud. En todos los casos sólo toman cuerpo y significado cuando pueden medirse con algo diferente. El sexista, lo mismo que el racista o el xenófobo, solo es capaz de autovalorarse colocando al otro en unas condiciones de inferioridad que él estima objetivas. La debilidad de la mujer convierte a ésta en culpable y por tanto la hace merecedora de estar situada en un plano de dependencia, campo abonado para el ejercicio del poder sobre ella.

El sexismo está ligado a la idea narcisista de fuerza, pero esa fuerza sólo es el resultado de la explotación del adversario en condiciones de inferioridad; es un poder que se sustenta sin ningún riesgo. El sexista nunca se compara a otro hombre porque de esa comparación podrían derivarse resultados no deseados.

El más claro exponente de racismo, sexismo y xenofobia lo encontramos en los totalitarismos de derechas que extendieron su ideología por Europa durante el pasado siglo XX. Uno de los teóricos fascistas, F. Lofredo, defendía en su libro Política de la familia (editado en Milán en 1938 y citado en la obra Explotación y liberación de la mujer)

-«Una medida verdaderamente revolucionaria: reconocer el principio de prohibición de la instrucción profesional, media y superior de la mujer y, por lo tanto, modificar los programas de enseñanza, de modo que permitan impartir a la mujer una instrucción dirigida a hacer de ella una excelente ama de casa y madre de familia. (…) Será por tanto fatal que el fascismo enfrente y resuelva este problema, fundamental en la creación de nuestra nueva civilización, realizando la negación teórica y práctica de ese principio de igualdad y cultura entre hombre y mujer, que puede alimentar uno de los factores más dañosos de la perjudicial emancipación de la mujer. (…) La abolición del trabajo femenino debe ser resultado de dos factores: la prohibición sancionada por la ley y la reprobación sancionada por la opinión pública. (…) La mujer debe volver estar absolutamente sujeta al hombre, sea padre o marido: y por lo tanto inferioridad espiritual, cultural y económica».

De todos modos, los regímenes fascistas necesitaban que su campaña contra las mujeres fuese sutil, no se estaban enfrentando a una minoría, sino al cincuenta por ciento de la población. Había que lograr que las propias mujeres aceptasen voluntariamente una situación de sometimiento a los varones. Para ello, la sumisión tenía que ser considerada un hecho natural derivado de su condición de género. Uno de los factores para lograr este propósito consistió en ensalzar la maternidad y primar con incentivos económicos y sociales a las mujeres que dejaban su puesto de trabajo para casarse, en tanto que se obligaba a pagar tasa doble a las estudiantes femeninas.

En Italia, en 1924, las obreras de las tabacaleras de Milán y Bolonia se negaron a afiliarse a los sindicatos fascistas y más tarde siguieron su ejemplo las tejedoras de Salerno y las obreras textiles de Biella. Pero esta reacción que dejaba patente el carácter combativo de las mujeres, hubiese necesitado unas organizaciones con mayor madurez de la que tenían entonces las organizaciones femeninas obreras. Los despidos comenzaron a sucederse «por el bien de las propias mujeres», según aseguraba la propaganda.

A pesar de cobrar la mitad del salario de los varones y trabajar el mismo número de horas, lo cual podía ser un incentivo para su contratación, los organismos oficiales rodearon la contratación femenina de tantos requisitos y reglamentaciones, que los empresarios se vieron disuadidos de incluir mujeres en sus plantillas, incluso en aquellos trabajos donde su presencia había sido una tradición.

Según la revista Rinascita en 1936, la tasa de empleo femenino había pasado del 32,5 al 24 por 100.

La mujer no debía trabajar, no debía estudiar ¿podría votar? En 1923, el fascismo italiano celebró un congreso pro-sufragio femenino. En él, Mussolini defendió el voto para las mujeres, pero en un sufragio restringido, solo para algunas categorías privilegiadas, aquellas mujeres con mas de 25 años que cumpliesen alguno de estos requisitos:

Haber sido condecoradas con medallas al valor civil, ser madres de soldados caídos en campaña, ejercer la tutela o patria potestad de algún menor, aprobar previamente un examen de capacitación intelectual, pagar al Ayuntamiento una suma anual de 40 liras.

Sin embargo, ni este simulacro de respeto a las libertades femeninas se pudo mantener, las mujeres fueron sacrificadas por el fascismo para que los hombres se sintiesen fuertes contemplando la debilidad de sus compañeras.

Mª Ángeles García-Maroto
Fuente: http://www.nodo50.org/tierraylibertad/202.html#articulo6
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