A medida que la crisis avanza el feminismo debe estar en la calle

a crisis sigue avanzando. Pese a lo que dijeron las lecturas interesadas sobre el descenso de las tasas de desempleo durante el mes de junio anunciado por la EPA, la crisis sigue abriéndose paso, sigue profundizándose y parece no tocar fondo. Lo que hace dos años se nos vendía como el inicio de un periodo difícil que requeriría ciertos sacrificios pero que superaríamos, ha derivado en un pesimismo y una desesperanza generalizados y una normalización de la sensación de impotencia. La crisis no toca fondo porque los titanes que la han provocado, las enormes contradicciones del sistema capitalista heteropatriarcal y racista, no tienen fondo. No tienen límites. No tienen freno y, en vez de reducir la velocidad, la clase política ha decidido aumentarla y huir hacia adelante.

A la masiva destrucción de empleo iniciada durante el 2008 se han ido añadiendo el agotamiento de prestaciones por desempleo, la cronificación del paro desprotegido, los desahucios, el incremento del número de personas en situación de pobreza. Y como si todas éstas no fueran suficientes malas noticias, en los últimos meses estamos presenciando consternadas el anuncio y aprobación de medidas políticas que recortan los derechos sociales, que abaratan el despido, que promueven la precariedad laboral y amenazan los convenios colectivos. Si algo parecía que había demostrado el estallido de la crisis era la insostenibilidad del modelo económico vigente y de las políticas neoliberales que lo sustentan. Pero la luz al final del túnel que algunos creyeron ver fue un mero espejismo. La medicina recetada a la crisis del capitalismo neoliberal por los médicos del Fondo Monetario Internacional y todos sus compadres finalmente ha sido más capitalismo. Y más neoliberal que nunca. Así que agarrémonos fuerte que vienen baches y curvas, y el camino, lejos de ensancharse, se hace cada vez más estrecho y escarbado.

En medio de un carnaval confuso de cifras desoladoras, interpretaciones interesadamente contradictorias y la vorágine de contrarreformas que nos dejan a la mayoría cada vez más indefensos, la pregunta es, como siempre, ¿dónde estamos las mujeres? ¿Qué pasa con nosotras?

Se  ha escrito y hablado hasta la extenuación durante los últimos dos años sobre los impactos de la crisis en la población catalana, así como sobre la (in)eficacia de las medidas adoptadas por parte de los gobiernos para paliarla. Pero no se ha hablado mucho, por no decir nada, de las consecuencias específicas que tanto la crisis como las respuestas políticas están teniendo sobre las mujeres, particularmente las mujeres trabajadoras, tanto las que son remuneradas como las que no.

De hecho, desde los inicios de la crisis, los medios de comunicación han destacado de forma sistemática que ésta ha golpeado y sigue golpeando a los hombres con más contundencia que a las mujeres. Mientras que a inicios del año 2007 las tasas de desempleo masculino y femenino en Catalunya eran de un 5,5% y un 8,21% respectivamente, a finales de 2009 eran ya de 18.15% y 15.83 %. El estallido de la burbuja inmobiliaria y los numerosos Expedientes de Regulación de Empleo ayudan a explicar la aceleración del incremento del paro entre los hombres y, a partir del tercer trimestre del 2008, el mayor paro registrado entre los hombres que entre las mujeres. Sin embargo, la ausencia de un análisis crítico de las diferencias y de las realidades que se esconden tras las estadísticas oficiales no ha hecho más que invisibilizar la situación específica, a la vez que plural, de las mujeres en el contexto actual.

En primer lugar, si bien el otoño del año 2008 se vio principalmente caracterizado por el estallido de la burbuja inmobiliaria y la crisis de la industria, en la primavera del año 2009 la contracción de la demanda de mano de obra llegó también al sector servicios, sector que ocupa a casi un 83% de las mujeres registradas como activas en Catalunya.

En segundo lugar, en el momento de irrupción de la actual crisis, las mujeres en Catalunya sumábamos el 80,23% de las personas que trabajaban a tiempo parcial y menos del 46% de las personas en posesión de un contrato indefinido. Por otra parte, el salario medio de las ocupadas en el Estado español era, a inicios del año 2008, más de un 25% menor que el de los hombres, hecho profundamente relacionado con la segregación tanto horizontal como vertical del mercado laboral y con nuestra concentración en el sector servicios, caracterizado por altas tasas de precariedad. Además, las mujeres teníamos una mayor presencia que los hombres en la economía sumergida, con la ausencia de derechos laborales y sociales que este hecho comporta. Todo ello se traducía en el tercer trimestre del 2008 en que las mujeres constituíamos hasta un 57,50% de las personas que dependían de prestaciones por desempleo no contributivas. Respecto a las contributivas, además de ser menos de la mitad de los beneficiarios (40,70%), las mujeres las recibíamos en cantidades menores (23,98 euros al día frente a los 28,81 euros los hombres) y durante menos tiempo.

En tercer lugar, aunque no hay datos exhaustivos sobre los procesos de conciliación en Catalunya en la actualidad, en otros contextos de crisis económicas se ha presenciado un aumento de la carga de trabajo doméstico no remunerado sobre las mujeres como resultado de las estrategias de las familias para reducir gastos y de la disminución de recursos para adquirir servicios de cuidado.

Finalmente, la crisis no está afectando a todas las mujeres por igual. Los datos de paro del primer trimestre de este año muestran importantes diferencias en términos de origen nacional: mientras que las tasas de paro femenino (14,60%) y masculino (15,10%) de la población autóctona fueron prácticamente las mismas y constituyeron las más bajas de todas, el paro de la población de origen inmigrante no comunitaria (33,29%) fue más del doble que el de la población autóctona (14,87%), con un paro femenino no comunitario (26,87%) muy por debajo de su homólogo masculino (37,29%), pero marcadamente superior al femenino y masculino autóctonos. Teniendo en cuenta las diferentes carencias de las estadísticas para reflejar de manera fidedigna los fenómenos relacionados con la inmigración (por ejemplo, población en situación irregular) y el hecho de que un alto porcentaje de mujeres inmigrantes se encuentran concentradas en la economía sumergida catalana, las cifras de desempleo femenino de origen inmigrante seguramente es mucho más alta de la que nos presentan los datos oficiales. Por otro lado, si prestamos atención a diferencias de edad, vemos que la tasa de paro de las mujeres entre 16 y 19 años en el primer trimestre del 2010 fue de 55,6% y la de las mujeres de entre 20 y 24 años fue de 31,6%.

La ausencia de una perspectiva de género ha sido también una constante en las respuestas de los gobiernos a la crisis. Después de los rescates masivos de entidades financieras con dinero público presenciamos medidas destinadas al estímulo del empleo, como el famoso Plan Español para el Estímulo de la Economía y de la Ocupación o el Plan 2000E. Si bien en el primero se mencionaban inversiones sociales, en la práctica se terminó apostando por las infraestructuras físicas, ya que supuestamente tendrían un mayor impacto sobre el empleo. La pregunta es, ¿el empleo de quién? ¿Qué tipo de empleo?

Las respuestas radican en los sectores de la construcción y de la industria automovilística, ampliamente conocidos por su insostenibilidad económica, social y ecológica. Además, teniendo en cuenta la importante presencia de trabajadores hombres tanto en el sector de la construcción (92,47%) como en el de la industria (75,18%) en el tercer trimestre del año 2008 – fruto de la persistente segregación sexual del mercado laboral-, en ninguno de los dos planes aprobados por el gobierno estatal se priorizó la necesidad de promover y/o proteger el empleo femenino en otros sectores económicos. De los 11.000 millones de euros que se inyectaron para crear empleo durante el primer año de la crisis, la mayoría fueron a parar a la construcción y ni siquiera se impuso ningún requisito en relación a la presencia de mujeres en las contrataciones.

Por otra parte, además de los graves efectos que el Tijeretazo tendrá sobre trabajadores y trabajadoras, sobre madres y padres, sobre pensionistas y, entre otros, sobre receptores y receptoras de ayuda a la cooperación, el plan de austeridad afectará de manera particularmente severa a las mujeres porque estamos sobrerrepresentadas en ámbitos del sector público como la enseñanza, la sanidad o los servicios sociales. Como resultado de nuestra vulnerabilidad económica seremos nosotras las que más acusaremos los recortes de servicios públicos y prestaciones sociales y también seremos las mujeres, de nuevo y como siempre, las que sustituiremos los recortes en gasto público mediante nuestro trabajo invisible y no remunerado en el ámbito del hogar.

La crisis sigue avanzando, abriéndose paso. Sigue profundizándose, parece no tocar fondo. Y las respuestas no están en Planes EEE, o en reformas laborales o en tijeretazos. Las respuestas, aunque a menudo cueste articularlas e incluso oírlas, están en la calle. Y es en la calle donde debemos estar nosotras: como mujeres que no queremos sufrir en silencio y en la penumbra los efectos colaterales de este sistema, como feministas que seguimos gritando que sin nuestra presencia no hay cambio posible, como activistas convencidas, codo a codo con tantos otros compañeros de viaje y de lucha, que otro mundo no sólo es posible sino absolutamente, ahora más que nunca, necesario.

La crisis sigue avanzando. Y nosotras también.

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