Crónica desde la cárcel: mujeres en aislamiento

En la cárcel hay cárceles. Lo cuentan unas mujeres presas. Mujeres de diversas edades, con similares historias de vida: exclusión, violencia sufrida, drogas y dolor. Hay mujeres que llevan desde los dieciséis años encerradas. Para cambiar de régimen penitenciario tienen que seguir obligatoriamente unos programas. Hay programas de contención para las que tienen problemas de conducta dentro de prisión por no acatar el régimen disciplinario. Contención de angustia, pánico, desesperación… Suelen ser castigadas a incomunicación. Sus nombres no son sus nombres, son los de todas. En las cárceles de la cárcel. Fuera y dentro de una misma.

Isa ha sido “la mama” en las dos prisiones en las que lleva estos últimos años. En tres meses ha perdido a tres personas de su familia. “Se me mueren y yo aquí”. Entró en prisión junto a su hija. Cuenta que se convirtió en un animal que sólo pensaba en proteger a su Jeni que era una niña cuando le encerraron. “Ella no tenía que estar ahí, joder. Ella no. A ella le teníamos que dejar fuera de todo esto”. Fue su pareja quien en el juicio, declaró que estaba con ellos. “Estaba tan puesto que hizo que nuestra hija, con dieciocho años, entrase en la cárcel con su madre”. La mama se hizo respetar, tenía miedo. Poco después les separaron. Ahora su hija está en tercer grado con régimen abierto y su pareja también. Cuenta que su primer marido le maltrataba y que luchó por dejarle y sacar adelante a tres hijos. Hasta que no reconozca ante la junta que es drogadicta no le van a cambiar de régimen penitenciario y no podrá tener permisos. “Yo no voy a reconocer algo que no es verdad. Yo no soy drogadicta. Para salir tengo que decir algo que no es verdad”. Su hijo pequeño, tiene seis años, los mismos que le cayeron de condena. No quiere venir a verle. Ella se prepara chistes para hacerle reír. “Ven a ver a la mama que se sabe un montón de chistes… pero ya no quiere venir y yo no sé qué más chistes contarle… ya no sé qué contarle”.

Claudia nació en Colombia. “Vine con diecisiete años y no he vuelto a ver a mi familia”. Un día salió unas horas para acudir a un juicio y se encontró por casualidad con el hombre con el que se ha estado escribiendo en los últimos meses. Se pasan notas a través del muro que separa una cárcel de otra. Él llevaba varias semanas sin contestarle a sus mensajes y pensaba que ya le había olvidado. Pero al encontrarse, los dos custodiados por la policía, le había dicho desde el otro lado del pasillo que le habían trasladado de cárcel y que no había podido escribirle, pero que le quería. “No nos dejaron abrazarnos, pero mientras se lo llevaban me dijo: cariño, me voy a casar contigo”. Estaba feliz. Al día siguiente Claudia estaba incomunicada. En una celda aislada y sin contacto con nadie. Ocho días.

María explica que su hija de cuatro años murió mientras ella estaba dentro. Tardaron seis meses en decírselo. Tiene veinticinco años. La mujer que está a su lado, Ana, su pareja en la cárcel, perdió a su hijo a los 8 meses por muerte súbita. “Eso me destrozó para siempre”. Hace poco tuvo un bis a bis. Tienen derecho a un bis a bis familiar y uno íntimo de hora y media cada uno. Pero ese día había juntado el tiempo para el íntimo. Tres horas. Cuenta que estuvo cinco años en el ejército. El otro día no se encontraba muy bien y pidió ir al médico. La doctora le dijo que le tenía que pinchar, porque estaba muy nerviosa. Ella se negó. “Estoy embarazada y no me puedes pinchar eso”. “No estás embarazada. Si no te dejas, llamo y te llevamos arriba” (donde te atan, especifica). Ana pide que le vuelvan a hacer la prueba con el predictor, tiene miedo de que le hayan dado algo y haya abortado. Le dicen que no está embarazada, pero no le enseñan el predictor. Le pinchan y le dicen que si tiene pérdidas por la noche que avise. La enfermera le decía que si no le daba nada de tener un hijo en esas condiciones, que no era el momento. “Creo que me van a hacer abortar. Ya les ha pasado a otras. Hace días que no me tomo los potitos por si me ponen algo”. María está muy preocupada porque también tuvo un aborto dentro y otras mujeres le han contado que después de tomar los potitos habían perdido el bebé. “Mi abogado va a pedir una orden judicial para que me lleven al hospital y me hagan la prueba. Tampoco me han querido hacer una ecografía. En el bis a bis nos va a meter un predictor para que pueda hacerme la prueba”.

Lucía se siente culpable de que su madre tenga cáncer. Cree que es por los disgustos que le ha dado. Desde adolescente se ha metido en líos. Dice que es toxicómana, politoxicómana. Cuenta cómo en la cárcel se puede conseguir de todo. No se metió heroína hasta que llegó a prisión. Le detuvieron en México DF, hizo un viaje, sólo uno. Estuvo 17 días encerrada allí. Tenía 18 años. Ahora tiene 26. Está lejos de su ciudad y desde que su madre está enferma sólo le ha visitado cuatro veces en dos años. Nadie más. “Yo cuando llegué era una niña y me junté con las más chungas para sentirme protegida”. “Nosotras somos las más malas de aquí”. Lo dice llorando. “Nos buscan y nos buscan para que no salgamos”. Fue presa FIES, “estaba con las etarras”, “soy la más mala”. Llora. Habla de algunas de las palizas que han recibido de algún jefe de servicio. Una fractura del tabique nasal y sus doce horas siguientes hasta que le colocaron la nariz en su sitio. Una llave por la espalda que le hizo desmayarse. Ahora sigue en primer grado por un parte de comparecencia. Es un mecanismo por el que una presa denuncia a otra por amenazas o por agresión. Ella dice que las que firmaron el suyo lo hicieron en blanco. Explica que algunos funcionarios si quieren castigar a alguna interna hacen firmar a otras para poder darles una lección.

Rocío se llama “el Lolo”. Tiene cuarenta años y está destrozado por la heroína, su cara es hueso y piel. Es la pareja de Lucía. Lleva desde los quince años entrando y saliendo. Cumplió los 39 en la calle y volvió a entrar para cumplir los cuarenta ahí. Dice que no sabe vivir fuera…

En la cárcel hay más cárceles. La pérdida de libertad no es sólo un encierro entre muros. Es una pérdida más profunda. Es un duelo no reconocido, perpetuo, un dolor difícil de identificar entre tantos dolores. Una pérdida disimulada a veces entre los segundos de un reloj parado y de una rutina incesante en la cola para recibir la medicación. Cárcel en la cárcel.

Carmen Iniesta

Fotografía: Ea

http://www.instintosocial.org/

P.D. Cuando las personas presas son consideradas inadaptadas (rompen la convivencia), se autolesionan o intentan suicidarse se les imponen sanciones en celdas de aislamiento de 6 a 14 días y medidas de contención física (son atadas). En el caso de Cataluña, en 2015 se llevaron a cabo 4.443 aislamientos… Después de la muerte de Raquel en la cárcel de Brians, el “Anuari Mèdia.cat” publica un reportaje sobre la magnitud de las medidas de aislamiento que puede leerse en http://www.media.cat/anuari/2015/la-mort-de-raquel/

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