¿Quién dijo que no existe la ‘mano oculta’?

CapitalismoEl capitalismo avanza, sus crisis y conclusiones de las mismas siempre han terminado, hasta ahora, en la consolidación de su dominación. Sale de ellas fortalecido, facilitado por la inexistencia de un proyecto revolucionario capaz de enfrentar la lógica de su sistema, que se basa en la dominación y el perfeccionamiento de la explotación de los trabajadores, los únicos y verdaderos productores de bienes de la sociedad. Un proyecto que profundice las contradicciones hasta el límite de su existencia, pues ellas (las contradicciones­­) son las que alimentan sus convulsiones periódicas. La agudización y el resultado final de sus resoluciones muestran la esencia de su naturaleza: ganancia y rentabilidad como conclusión final y como síntesis de sus apetencias inalterables en el tiempo. Sin las crisis, el capitalismo quedaría sujeto a una parálisis sistémica, la cual daría lugar a la posibilidad de una contraofensiva de sus sometidos. Los pueblos no marchan hacia el camino del suicidio, sino hacia la continuidad de la vida en comunidad. Parangonando a Errico Malatesta, los pueblos quieren vivir siempre, antes, durante y después de todo proceso social agudo, con cambios o sin ellos.

Por esa razón es vital la necesidad de un proyecto de transformaciones y cambios que surja de las necesidades del pueblo productor, que con sus organizaciones, impulse nuevas relaciones de producción y posibilite una nueva formación social claramente superior al sistema capitalista de producción, en el cual el eje principal de esa nueva comunidad organizada sea la autogestión de los productores como hacedores directos de bienes de uso y de cambio, lo que significa en los hechos el reemplazo del gobierno de los hombres por la administración de las cosas.

Los capitalistas basan todas sus estrategias en la llamada lógica empírica o lógica de la inducción, como así también en la deductiva, enmarcando ése pensamiento como justificación filosófica y en la cuestión estrictamente económica de este tiempo en la “Teoría Cuantitativa del Dinero”, desarrollada y sostenida por David Ricardo. Esta teoría asevera que el valor de cambio de un bien no se puede basar sólo en la cantidad de tiempo de trabajo humano, sino en el valor de uso del mismo y de su utilidad o escasez, es decir, de su demanda en el mercado. Precisamente en esta concepción se basa el neoliberalismo del presente, haciendo de la Teoría Cuantitativa del Dinero la cuestión central del mercado.

“Los mercados son más grandes que los gobiernos y lo desafiarán hasta que capitulen” dice una frase de alarde burlón de Joshua Rosner, ideólogo “metafísico” de Wall Street, intérprete de la más pura estirpe de la Teoría Cuantitativa del Dinero y del Mercado de Divisas, hombre del “riñón”, “hígado” y “pulmones” de la ronda de ladrones del sistema financiero mundial. Frase que demuestra hacia dónde va dirigida la economía cuando estos tecnócratas ponen en juego sus diagnósticos y apreciaciones: hacia el despojo, la explotación y dominación que ejercen sobre las sociedades del planeta. La frase no es “suelta”, ni casual, sino causal, empíricamente causal, pues en este aparente simple dicho está atrapada toda la idea-fuerza, la conceptualización y el deseo de los capitalistas de establecer como una mancha de aceite que se expande ahora sobre la superficie de Europa, la tiranía del mercado.

En la sociedad de clases y de la propiedad privada sobre los medios de producción, el Estado, que es la expresión más acabada de las jerarquizaciones, surge como garantía de la perdurabilidad de las clases y la propiedad y si el nuevo liberalismo económico pretende hacerlo aparecer como un estorbo a la sociedad de mercado, no es nada más que un sofisma, pues su sistema se sustenta en su existencia como garantía asistencialista. Si al capitalismo no le hubiera servido, ya lo habría eliminado.

De esta política no se hacen esperar los resultados, la “mando oculta” del mercado comienza a actuar, dejando a su paso la indeleble marca del neoliberalismo: una humanidad que va perdiendo y mutando sus costumbres, sus hábitos, sus culturas, su territorialidad, su identidad geográfica como producto del despojo de su habitad natural e histórico, una humanidad cada vez más acorralada por la alienación en los grandes centros urbanos sobrepoblados de la Tierra y sometida al dominio del poder económico sustentado por un grupo de naciones poderosas del planeta, que no trepidan en desatar guerras localizadas para apoderarse del suelo y el subsuelo de territorios ricos en reservas energéticas, una humanidad que tendrá que aprender a conquistar la libertad y la igualdad si perdura en ella el anhelo y el deseo de ser feliz, pues sin libertad e igualdad la felicidad es una quimera.

Campi – F.O.R.A. Zona Norte Gran Buenos Aires
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