La otra cara de la alienación laboral

Son relativamente frecuentes los casos de aquellos trabajadores a los que no les entusiasma su trabajo y que lo ven fundamentalmente como una forma de ir tirando, como un medio para sobrevivir aunque sea de manera precaria como habitualmente sucede. A pesar de la alienación que impone el trabajo este tipo de casos son diferentes, pues los trabajadores no le tienen un apego especial a la labor que desempeñan, debido a que la llevan a cabo porque no queda más remedio. Este descontento latente, y que cada trabajador sobrelleva de la mejor manera que puede, establece ciertos límites al nivel de compromiso con su propio trabajo. Se trabaja sólo en la medida en que es fuente de un sustento, pero no existe una entrega incondicional al trabajo, ni una identificación especial con este. Debido a esto el trabajador tiene ciertos límites en relación a lo que estaría dispuesto a hacer por su trabajo, normalmente con vistas a mantener unos ingresos regulares. De este modo el trabajador está alienado, no se posee a sí mismo en tanto en cuanto permanece secuestrado por su jornada laboral y supeditado a las órdenes y directrices de su patrón, pero con la particularidad de que no siente un especial apego a su trabajo que es, a fin de cuentas, fuente de innumerables tormentos.

Sin embargo, en la actualidad nos encontramos con una forma de alienación diferente a la que históricamente ha predominado. Así, ha emergido un nuevo discurso en el terreno laboral que enfatiza que los trabajadores hagan lo que aman. Se trata, en definitiva, de que el trabajador haga de sus pasiones su trabajo, o en caso de que esto no sea posible convertir su trabajo en su pasión. Indudablemente esta nueva alienación es presentada de una manera favorable para, de este modo, ser efectiva. En este sentido destaca la apariencia de que un discurso de estas características únicamente puede beneficiar al trabajador al hacerle sentirse satisfecho con el trabajo que realiza, en vez de sentirse alienado por un trabajo con el que no se identifica. A través de este procedimiento se desarrolla toda una manipulación psicológica encaminada a que el trabajador obtenga satisfacción y entretenimiento de su trabajo, de manera que las fronteras entre lo lúdico y lo laboral son hábilmente difuminadas. Es una estrategia dirigida a convertir el trabajo en una herramienta de realización personal que en vez de generar toda clase de daños psíquicos e insatisfacciones genera, por el contrario, una gran satisfacción psicológica hasta el punto de convertirse en fuente de felicidad.

Lo anterior no deja de ser una forma sofisticada y perfeccionada de alienación en la que el trabajador es conciliado con su condición de esclavo al hacerle amar su propia esclavitud representada por el trabajo que desempeña. De esta manera el trabajo se convierte en un placer con el que se establece un apasionado vínculo, al mismo tiempo que es considerado una forma de realización personal. Esto es lo que permite que en cada vez más sectores laborales las cotas de explotación sean mayores gracias al consentimiento de los trabajadores, quienes resultan ser unos entusiastas de lo que hacen hasta el punto de aceptar unas condiciones laborales completamente deplorables. Frente a las condiciones laborales objetivas marcadas por la incertidumbre, la precariedad y los sueldos bajos, existen una serie de factores subjetivos que hacen que estos trabajos sigan resultando atractivos para algunos trabajadores, sobre todo en la medida en que constituyen una fuente de satisfacción en el terreno moral.

Distintos estudios constatan este tipo de actitudes en diferentes sectores económicos, como ocurre, por ejemplo, en las artes al tratarse de una industria creativa que, pese a los elevados niveles de precariedad laboral que la caracterizan, constituye un espacio en el que muchos trabajadores encuentran especial satisfacción al poder maximizar la autoexpresión, además de proporcionar una atractiva justificación del estatus personal, lo que opera como mecanismo disciplinario que facilita la tolerancia del trabajador a la incertidumbre y la autoexplotación, algo que en numerosas ocasiones hace que los profesionales de este sector permanezcan en él y no lo abandonen aún cuando pierden dinero por ello. Pero este tipo de actitudes y comportamientos también se dan en otros sectores menos creativos como la investigación universitaria o las asociaciones culturales. El hecho de trabajar en organismos e instituciones que detentan cierto prestigio parece constituir una razón suficiente para conservar trabajos precarios. A esto se suma la importancia de hacer algo con placer, de manera que el trabajo es identificado con el placer y facilita que el propio trabajador acceda a trabajar más horas.

Naturalmente este tipo de alienación está revestida del correspondiente discurso justificador que los empresarios, y demás representantes del entramado capitalista, se encargan de elaborar y propagar. En este sentido resulta bastante elocuente lo dicho por el fundador de Apple, Steve Jobs, durante su célebre discurso en la universidad de Standford. “Tienes que averiguar qué amas. Y eso se aplica tanto a tu trabajo como a tus parejas. Tu trabajo va a ocupar una parte importante de tu vida, y la única manera de estar satisfecho de verdad es hacerlo bien. La única forma de conseguirlo es amando lo que haces”.[1] Obviamente Jobs no hablaba nada de los sueldos, pero de sus palabras pueden deducirse muchas cosas respecto al papel central que es asignado al trabajo en el mundo capitalista. En este sentido la alienación consiste en fusionar una pasión que es fuente de algún tipo de satisfacción con el trabajo, con la explotación económica, lo que inevitablemente conduce a la persona a amar su explotación en tanto en cuanto le reporta una satisfacción en el terreno moral que en muchas ocasiones le permite sentirse realizado. Debido a que el trabajador construye su imagen personal a partir de lo que hace, y consecuentemente a partir de su trabajo, este último cobra una importancia capital que va más allá de la función económica que históricamente se le ha asignado como medio para satisfacer unas necesidades materiales de vida.

La identificación con el trabajo constituye una forma de alienación cada vez más frecuente ya que implica la identificación con la explotación que, finalmente, se convierte en autoexplotación voluntaria que, además, es deseada y amada. Los trabajadores entusiastas y apasionados con lo que hacen generan un contexto laboral bastante oscuro ya que están dispuestos a hacer ciertas cosas que en las condiciones de un trabajo que no les resultase tan atractivo o estimulante no harían. Esto se concreta en trabajar más horas por menos salario o incluso sin recibir ninguna remuneración a cambio, renunciar a las vacaciones, aumentar la disponibilidad más allá de la jornada laboral hasta extremos de convertir las 24 horas del día de los 7 días de la semana en una jornada de trabajo continuada, estar dispuesto a aceptar salarios cada vez más bajos, menor duración de los contratos, etc. Este tipo de actitudes son perjudiciales no sólo para quienes las tienen interiorizadas y las manifiestan en la aceptación de unas crecientes cotas de explotación laboral, sino que también repercuten negativamente en el resto de trabajadores tanto del sector económico en cuestión como en el conjunto del denominado mercado de trabajo. Esto conlleva el aumento de la precariedad, de la inestabilidad, del control de los jefes y empresarios sobre los trabajadores, y la conversión del trabajo en un completo tormento para un mayor número de trabajadores.

Asimismo, las actitudes antes descritas abocan irremediablemente a una dinámica completamente destructiva que se manifiesta en las razones justificadoras utilizadas. En lo que a esto respecta no puede olvidarse que en la sociedad capitalista el mercado laboral es altamente competitivo, lo que hace que explotarse a uno mismo sea considerado en muchas ocasiones la única manera de mejorar la empleabilidad. El resultado de esta dinámica es bastante paradójico debido a que los trabajadores, cuanto más intentan superar su alienación subjetiva a través de fantasías de empleabilidad, más alienados están. La autoexplotación, tanto material como psicológica, resulta ser la forma más habitual que muchos trabajadores tienen de hacerse con un trabajo al ofrecerse como mano de obra más rentable. No sólo se está dispuesto a aceptar cada vez peores condiciones de trabajo, sino que además de esto el propio trabajador está dispuesto a adaptarse a lo que sus jefes le exijan. Este comportamiento está respaldado por la convicción de que de esta manera el trabajador encaja mejor en las necesidades de los empresarios, lo que al mismo tiempo supone un aparente aumento de su poder de autodeterminación. Lo que finalmente se consigue con todo esto es precarizar el trabajo, aumentar la explotación, perjudicar a los demás trabajadores y reforzar los valores capitalistas de producción de beneficios además del poder de los empresarios. El entusiasmo y la pasión por el trabajo se convierten en un arma letal contra el trabajador que lo que hace es impulsar la degradación de las condiciones laborales, empobrecer a la clase trabajadora, y sobre todo alienarle aún más si cabe al conducirle a una situación de completa desposesión de sí mismo.

A tenor de todo lo hasta ahora expuesto puede concluirse que en el terreno psicológico e ideológico el capitalismo ha sido capaz de borrar la frontera entre trabajo y placer, entre trabajo y pasión, entre trabajo y autorrealización, entre trabajo y diversión. El resultado son trabajadores que se explotan a sí mismos de manera entusiasta, que son felices haciéndolo, que son más rentables y productivos, que consienten mayores cotas de explotación y dominación en el trabajo, y que renuncian completamente a sus vidas que son sacrificadas en el altar del trabajo asalariado. Se trata, en definitiva, de una curiosa e innovadora forma de estajanovismo que el capitalismo de mercado ha logrado desarrollar y que en muchos casos da unos innegables buenos resultados. En cambio, el coste de este tipo de prácticas que cada vez más trabajadores asumen, interiorizan y reproducen en su cotidianidad son muy elevados. Estos entusiastas del trabajo llegan a un nivel de desposesión que produce pavor, hasta el punto de que vida y trabajo se funden en una misma y única realidad, de tal modo que se vive para el trabajo. Vidas vacías y seres nada que pueblan las sociedades capitalistas en las que el trabajo asalariado sojuzga al individuo hasta pulverizarlo por completo.

Así pues, el gusto por una determinada actividad y la pasión que eventualmente pueda derivarse de ella no tiene por sí mismo nada de negativo en la medida en que no sea insertada en el marco del trabajo, y consecuentemente pase a formar parte del contexto de las relaciones de explotación y dominación que imperan en la esfera laboral y económica. De esto se deduce el gran peligro que supone que la pasión por algo sea sometida a la lógica del capital, y pase a estar monetizada y mercantilizada. El entusiasmo y la pasión devienen en un combustible que alimenta y empuja con nuevos bríos la productividad y la explotación de la maquinaria capitalista, y despoja al trabajador de todo valor humano. La alienación feliz se manifiesta como una amenaza incomparablemente mayor que las restantes formas de alienación hasta ahora conocidas en el mundo del trabajo. Por esta razón cualquier aspiración dirigida a romper el círculo vicioso y enfermizo que impone la alienación laboral en la sociedad capitalista pasa por una resistencia activa al trabajo, el rechazo del mismo en tanto que actividad forzada, lo que exige una labor ideológica encaminada a despertar conciencias y a estimular entre los trabajadores los deseos de libertad que les permitan poner fin a su alienación a través de la revolución social.

Esteban Vidal

[1] https://news.stanford.edu/2005/06/14/jobs-061505/

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