Contradicciones del Capitalismo: la burocratización

Las estructuras e instituciones básicas del sistema democrático se contraponen, por su simple naturaleza, a la libertad del individuo y a la participación en las decisiones importantes de nuestra sociedad. Como anarquistas, consideramos esto un hecho irrefutable.

Robert Michels, alumno de Max Weber, fue quien nos dio a principios del siglo XX el famoso concepto de “La ley de hierro de la oligarquía”. Hoy, me interesaba explayarme en la base del funcionamiento de cualquier sistema político a gran escala, sin importar la distinción que hacen los “amantes de la humanidad y la justicia”, que son tan numerosos, entre democracias y dictaduras.

La industrialización, ese proceso tan complejo, tan veloz, del que tanto hemos oído y leído, trajo consigo nuevas necesidades; ante todo, la de la reorganización del trabajo. Bástenos decir que la acumulación tanto del capital como de los trabajadores en centros condensados, las industrias, fue el gran punto de partida para las grandes sociedades económicas (si bien las hubo mucho antes de este fenómeno). De esta concentración del trabajo se deduce la necesidad de un control más riguroso, que sea acorde al nuevo ideal de la eficacia, de la maximización de los beneficios a costa del trabajador. Así es como surge la racionalización del trabajo humano, y su consecuencia práctica, la burocratización. Y por esa necesidad de controlar estructuras a gran escala, el burócrata acaba por anular completamente la libertad e identidad del trabajador.

Trasladémonos ahora al plano político. Dicen que la democracia es el gobierno del pueblo, y como tal es aplicado a naciones enteras. Sin embargo, la democracia de las naciones se canaliza, obligatoriamente, a partir de determinados partidos predominantes (sería más correcto, tal vez, hablar de partitocracias). Y un partido que debe funcionar a tan larga escala precisa necesariamente, como lo precisó el capitalista, jefe de la industria, de un sistema burocrático para lograr coordinar tal cantidad de individuos. El propio Estado, en sí mismo, precisa de esa burocracia, pues sin la existencia de la jerarquía y la autoridad, le sería imposible mantener esa falsa legitimidad que alega tener.

Ahora bien, ¿cuál es el efecto esencial que genera cualquier sistema burocrático? Creo, como lo creyó Max Weber, que ese efecto es el de anular completamente al individuo (o como lo creyó Gaetano Mosca, aquél ávido defensor del fascismo, al hablar del “timón del Estado”). Pues la única consecuencia posible de la burocratización es la conformación de la oligarquía. Está en su propia naturaleza: la burocracia está organizada por definición de manera jerárquica para alcanzar unos logros de la manera más eficiente posible; tanto hablando política como económicamente, vemos como, una vez más, los sistemas democráticos se anulan a sí mismos. Y este efecto es constante, y se perpetúa a sí mismo: el “ciudadano”, como les gusta llamar al esclavo de sus caprichos, solo logra tener alguna relevancia en los asuntos de su sociedad cuando canaliza sus demandas a través de estas pirámides burocráticas; evidentemente, quienes ascienden a la cima de dicha pirámide jamás serán aquellos que vayan contra los intereses de la misma.

En estas cuestiones está en que, como anarquistas, insistamos tanto en la ausencia de autoridad. Pues la autoridad es el yugo de la libertad humana: esa libertad que, desde que nacemos, se nos va arrebatando, pedacito a pedacito, mediante una socialización y educación totalmente manejada, cual títere, por unos pocos ostentadores del poder.

Juan Martín Rojo Condomí Alcorta

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