Los anarquistas y el progreso tecnológico

No cabe duda que, no hace tanto tiempo, se establecía una relación directa entre progreso técnico y progreso social, algo que a estas alturas resulta más que ingenuo. Murray Bookchin advirtió hace ya años que los avances tecnológicos provocaban un doble sentimiento en la gente: la posibilidad de la abundancia material y la seguridad, por un lado, el temor de una destrucción global armamentística, por otro. Es por eso que ha habido movimientos sociales que han manifestado un rechazo radical de la técnica y la tecnología, en una disposición claramente simplista; la tesis principal es que el hombre, paralelamente al progreso tecnológico, habría ido sufriendo un proceso de deshumanización.

Obviamente, los avances tecnológicos no conllevan, necesariamente, la liberación del ser humano; sin embargo, estamos con Bookchin y seguir cayendo en ese fatalismo social que demoniza la tecnología nos parece un error. Por supuesto, la gran cuestión es saber si la técnica actual, con sus grandes avances en el terreno de la cibernética, puede verdaderamente asegurar la emancipación de la humanidad, con nuevas relaciones entre los hombres, o, como dicen sus detractores, contribuye a su deshumanización. Tal vez no haya muchas dudas de que el progreso técnico tiene ya la capacidad de asegurar el bienestar colectivo; lo que nos resulta más difícil de dilucidar, por mucho que trabajemos por ello, es que sea posible llevarlo por la línea adecuada para establecer esas nuevas relaciones entre los seres humanos y asegurar una nueva existencia.

Es muy posible que el movimiento anarquista actual, a nivel global, haya evidenciado esa dualidad, antes mencionada, y se haya mostrado tan entusiasta con la técnica como crítico con algunos aspectos que se consideran perniciosos; de forma más obvia, todo lo que contribuya al espíritu militar y a los sistemas de control, pero también con formas más concretas perjudiciales para la salud u obstaculizadoras de relaciones más humanas. De lo que no cabe ninguna duda es que la inmensa mayoría de los anarquistas han creado sus propias redes tecnológicas de información y comunicación, por lo que se muestran coherentes, y entusiastas, con la instrumentalización libertaria de la tecnología. En este aspecto, tal vez la única excepción, y crítica aparentemente radical y unívoca al progreso tecnológico se produce desde la corriente llamada primitivismo de un anarquismo poco más que marginal; este nuevo enfoque, supuestamente, anarquista va tan a contracorriente y es tan controvertido en el propio movimiento, que resulta complicado mencionarlo como alternativa más allá de una mera provocación conceptual y terminológica. Otra corriente contraria a la tecnología, tal y como se ha desarrollado en las últimas décadas, que realiza a su vez una crítica al primitivismo por considerarlo de naturaleza mística, es el antidesarrollismo; se trata de una corriente que apuesta por un retorno a lo local, y no por el desarrollo y la apropiación de las fuerzas productivas, ya que niega el trabajo al igual que la sociedad de consumo. Otra postura controvertida que, tal vez, confunda de nuevo el capitalismo y las relaciones sociales que propicia, base de todos los males de las sociedades modernas, con el desarrollo tecnológico.

En cualquier caso, entre la crítica radical a la sociedad industrial (y no solo de los llamados primitivistas) y la pertinaz e ingenua creencia de un progreso científico y tecnológico, que acabe conduciendo a la liberación de la humanidad, existen muchos grados con actitudes y conductas desde nuestro punto de vista más razonables.

Veamos si podemos esbozar unas categorías, que nos ayuden a situar y aportar algo de luz a la relación histórica e ideológica entre los anarquistas y la tecnología. El anarquismo «clásico» del siglo XIX supuso una confianza exacerbada en el progreso técnico y en la Revolución Industrial para canalizar los instintos sociales del ser humano y construir un sistema socialista y libertario. A comienzos del siglo XX, el anarquismo continúa confiando en la modernidad industrial, no como un fin, sino como medio para lograr la sociedad del bienestar, un debate que llega hasta nuestros días; aparecen entonces el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo. Una figura, que aporta inequívocamente innovaciones al anarquismo desde los años 60 del siglo XX, es Murray Bookchin; se muestra crítico con la ingenua confianza en el progreso de antaño, pero tiene claro que son las relaciones sociales las que determinan la tecnología, y no a la inversa, por lo que no existe determinismo de ningún tipo a pesar de lo que consideran los críticos radicales del progreso tecnológico y sí es posible dirigirlo a fines humanos racionales. Bookchin, como es evidente, culpa al capitalismo de los grandes males del desarrollo de la civilización, no a la tecnología como hacen algunas corrientes.

Otro anarquista estadounidense, de la segunda mitad del siglo XX, fue Paul Goodman, que también señaló los males de la civilización tecnológica, pero abogando por su transformación radical gracias a una transformación de la conciencia. Goodman consideraba que si el ser humano es capaz de innovar de forma sorprendentemente, sin acabar al mismo tiempo con males intolerables, era más por estupidez que por otros factores. De nuevo nos encontramos con una postura anarquista que aboga por transformar las relaciones sociales para dirigir la tecnología a fines humanistas; como no puede ser de otra manera, su apuesta era por la descentralización, la autogestión y una amplia educación. No obstante, hay que mostrarse sumamente crítico con el desarrollo posterior de la tecnología, indudablemente puesta al servicio de raíz de una sociedad centralizada y autoritaria. Desde este punto de vista, hay que dudar igualmente de una supuesta «neutralidad» de la tecnología, la cual siempre parece dirigida desde sus orígenes a un determinado tipo de relación social.

Capi Vidal
http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/
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