Temas esenciales del Anarquismo – Fabián Moro

Temas esenciales del Anarquismo

Espíritu y Materia
(Esquema)

Fabián Moro

Publicado y Producido por Grupo Cultural de Estudios Sociales de Melbourne y Acracia Publications

Septiembre 2013

A modo de preámbulo

portadaDiversos diccionarios consultados señalan que el espíritu es una sustancia incorpórea, inmaterial, el aliento que anima los cuerpos y los activa, pero el vocablo espíritu (Véase página 44 de la Enciclopedia Anarquista de Sebastián Faure) es un término vago, impreciso, porque la definición varía según la doctrina filosófica.

El espíritu, tal como la palabra se emplea comúnmente, es pues, la facultad de concebir, de comparar, de juzgar, de razonar, y es, en efecto en éste sentido que con mucha frecuencia se emplea.

En la octava cuestión de su “Filósofo Ignorante” Voltaire nos dice: “Espíritu es una palabra que originalmente significó aliento, y de ella nos servimos para tratar de expresar vaga y burdamente lo que nos hace pensar. Pero si por un prodigio, que no cabe ni siquiera suponer, tuviéramos alguna idea de la sustancia de este espíritu, nada avanzaríamos; pues no podríamos nunca conjeturar cómo ésta sustancia adquiere sentimientos y pensamientos. Sabemos que tenemos algo de inteligencia, ¿pero cómo la obtenemos? Es el secreto de la naturaleza, que no ha confiado a ningún mortal.”

Si se considera el cuerpo humano como un compuesto de materia química, el espíritu es la llama que brota de ese cuerpo, como el fuego se obtiene de una sustancia química fosfórica. Diremos brevemente que, el espíritu es una fuerza nacida de la materia, inherente a la materia, y que no puede ser la manifestación de un poder inmaterial separado de la sustancia corporal.

Para satisfacer la curiosidad sobre éste tema reproducimos en las siguientes páginas “Temas esenciales del Anarquismo” un estudio del fallecido compañero Fabián Moro sobre el aspecto de las doctrinas que se ocupan de racionalizar el espíritu, publicado originalmente en 1968 por Edición C.N.T, en la Imprimerie des Gondoles, Francia.

desde el exilio septiembre 2013

I

En este largo pasaje de la humanidad, fijada por los sabios en la idea, que resulta metafísica, de asentar el hombre en “homo sapiens” habiendo dejado atrás el periodo de “homo faber” que en realidad está aún lejos de haberse extinguido, hemos visto y vemos, como rayos de luz rasgando las sombras, algunos avanzados del hombre de mañana que abre o ensancha, al enseñarlo, el camino de su destino: el de la humanidad. Cualquiera que sea la escuela en que se ha formado y a su vez forma, cualesquiera que sea la definición que “vislumbre” o que se “vislumbra”, todos coinciden en el punto convergente de establecer como acontecimiento transcendental el de haber llegado a la dirección de nuestros actos por el espíritu, de forma generalizada; tanto puede decirse por la espiritualidad. A ello tiende la filosofía, “ciencia de las ciencias”, “saber del saber”.

Desde las religiones, que acapararon esencia y consistencia del espíritu, explotándolo para su mercado durante tantos siglos, hasta Bakunin cuyo nombre tan sólo dice todo en la concepción extrema de la aceptación tanto continente como expansiva de ese universo interno en expansión; como en el externo del desenvolvimiento social que decimos, y queremos algunos, de razón. Cierto. Con choques y vaivén, a trancas y a barrancas, el universo interno continúa en expansión. Pero, en suma, es expansión de iniciación; no de afirmación; cuánto menos regla de conducta generalizada, afincada en el fuero interno y por consecuencia y resultado en el externo del ser que en teoría es el “homo sapiens” y en práctica continúa siendo “homo faber”.

El que podríamos catalogar de sexto sentido, el espiritual, de forma tenue se asienta. Tan tenue, que, si la coacción de la consciencia no interviene, los destellos, débiles destellos, se apagan al menor encontronazo con las impulsiones de la animalidad instintiva, gregaria, primordial: primitiva. La acción y el proceder de la inmensa mayoría se manifiesta de continuo en ese cauce primordial elemental, materialista; y asoman de tanto en tanto, aquí y allá atisbos de espiritualidad bajo forma de rudimentaria sensibilidad, que no resulta tal, en verdad, y si sensiblería; solo que en esos desiertos interiores que dan como resultado tangible los sociales, reverdecen, anuncio primaveral, oasis espirituales; y en esos oasis, que por ello lo son, manantiales del espíritu que al brotar con mayor o menor empuje son como un amago de que el desierto podrá un día convertirse en floreciente vergel. Es, en suma, el periodo bio-psíquico (en el que aparezca o aparece la superación del engranaje celular del que nace el fenómeno psíquico, y la superación de éste a su vez). Uno y otro siendo interdependientes o de transición; el pasaje, largo pasaje, que hemos aludido al comienzo. Pasaje de metamorfosis interna del ser… ¿humano? No; del humanoide que se halla en estado de crisálida, en lo que al espíritu concierne, sin querer o sin poder salir de su crisalidad.

De ahí que continuemos desenvolviéndonos en desiertos inclementes, donde los escrúpulos son considerados como un estorbo; de las impulsiones instintivas de baja animalidad, adornados, tan sólo, con atuendo pseudo moral, que por ello asoma, florece y se extingue a flor de labios. Fingir es regla general, que se practica como un deber. Deber de fingir a falta de deber moral.

Entremos en el tema con esta definición nuestra, clara y concreta: el hombre de hoy continúa siendo un animal humanoide. Continúa siendo un antropoide. “Homo-faber”; animal que aprendió por herencia y por imitación a fabricar, y no como en la escala zoológica oficialmente se le adjudica, “homo sapiens”; propiamente dicho, animal que piensa.

Es el animal que aprendió con desenvoltura a fabricar y con torpeza, si lo alcanza, a pensar. La ley de herencia no cuenta para nada aquí y no llegó más lejos puesto que no transmite el rudimento más ínfimo del legajo del saber, la menor partícula de las conclusiones razonantes anteriores. Es un continuo volver a empezar, con las mismas variantes en la estructura cerebro-cardiaca; que se alzan o se ensanchan, se expansionan o se estancan, avanzan o se retrogradan, según sean los contingentes exteriores o la voluntad que posea. Se encuentra, como ya hemos dicho, en periodo de transición bio-psíquica. Periodo lento, de milenios. Con ejemplares que a través del tiempo despuntan, se asientan y a veces alcanzan expansión dilatada, interior y exterior, en la segunda fase, la del “homo sapiens” y el resto que se estancó en la primera; la del “homo faber” u “homo habilis” (humanoide hábil). En cada generación los mismos fulgores de cometas solitarios que siembran luz y la misma inmensidad de las tinieblas. Periodos intercalados hubo en los que prendieron los chispazos, produciendo campos de luz en el universo interno y por consecuencia en el exterior social; nebulosas fueron, como del universo físico en expansión, que la obscuridad persistente extinguió. Quedando, errantes siempre, partículas de luz que volverán a engendrar nuevas nebulosas empeñadas en invadir de luz el universo, granos desparramados en los espacios social y personal, que esperan germinación de nuevo, en una obscuridad deductiva menos intensa.

Analizando el transcurrir de este animal en su Historia, podemos constatar que desde el periodo neolítico, coincidiendo en algunos rincones de la Tierra con el inicio de su civilización urbana, civilización que fue y sigue siendo en la “convivencia” la del látigo, de la argolla y la mordaza, en su interior se estancó. Y ahí ni hubo ni hay evolución ni revoluciones. Todo lo que hizo fue, exteriormente, perfeccionar al hacer la suma de lo aprendido. Si acaso inventó la rueda por deducciones idólatras. Adorando la Luna y el Sol fabricó, en ofrenda, el pan en forma circular; y símbolos representativos en forma de rueda que, construidos en serie, por deducción tuvieron utilización práctica de indudable progreso. Progreso de guerra primero, de paz después. Es otra tónica sin variantes de la civilización del humanoide. Inventó también, el paso de rosca, el tornillo. Pero se paso de rosca y atornillo a los que protestaron o se insurgieron contra el látigo, la argolla y la mordaza. Copió la mecánica de la naturaleza y sus dispositivos funcionales en el reino animal, del cual no ha sabido o no ha querido desgajarse.

Siempre en el plano exterior, el progreso se realizo peldaño a peldaño dentro del mismo edificio; el de su civilización multi-milenaria; se alzó materialmente, de forma global, pero no sobre si mismo. Dejemos de lado si está o no en la fase biológica propiciatoria, según la polémica disquisitoria de los biólogos que se devanan los sesos para explicarnos el porqué de este marasmo del que el animal no acierta a salir. Lo tocante y visible es, según el desenvolvimiento cotidiano observado en una larga vida y en contacto continuo, a poco espíritu analítico que se tenga, que, en general la manada, el gran conglomerado del animal humanoide no sólo no busca salir de su estado primordial de ganado, obedeciendo y aún vanagloriándose de sus instintos de animal que sabe articular sonidos con los que saca al descubierto su mentecatez, sino que la tiranía de los instintos a la que nadie alude y todos la orillan, son guía y acicate a su acción, si acción se manifiesta, sea individual o masiva, de tropel o de bestia solitaria, de conglomerado social gregario, o bruto que se defiende sólo en su egoísmo instintivo, encerrado con agrado en la peor de las cárceles: la de su embrutecimiento.

El animal hombre no ha superado la mentalidad de su antepasado del neolítico; en el sentido global, insistimos. Se encuentra, como hemos ya dicho, empero, en el estadio de transición que se manifiesta en las mentes de avanzada evolutiva, ya por núcleos ya por individualidades con espíritu independiente, formando así la fuerza mental avanzada que quiere arrancar de su atasco al todo global encadenado en la animalidad. Fuerzas psicológicas, mentales, creando los acicates espirituales que se dieron en llamar ideas-fuerzas, buscan ya por convicción, ya por auto-sugestión de una misión noble y buena a cumplir en su paso por la vida, que el animal hombre coja y escoja el camino que en el fondo de su subconsciente duerme en el letargo de su indiferencia, desperezándolo si la voluntad moral le ayuda. Y así, las ideas-motores al despertarse propulsan la acción y ésta la realización. Es decir, toda realidad, como toda realización no se concibe sin la concepción íntima, sin la pre-meditación. Y el pensamiento se perfila en su cámara pensante. Que por la gimnasia mental provoca el anhelo de superación, de superarse de su animalidad.

De esta viga maestra en el edificio psicológico del humanoide sale la Consciencia. Y ésta genera doctrinas, según se define y tienen que ser, yendo en pos del destino, de su destino, de su norte, que en la Naturaleza descubrieron quienes, clarividentes, dejaron de lado la voluntad de poder o de placer y optaron por la voluntad moral. Es decir, ahogando o dejando en sus estrictos limites de vivencia y de supervivencia la llamada impulsiva de los instintos primarios elementales, escuchando siguiendo y superando la de la función cerebral, mental, pensante, siendo así los testamentarios y testimonios a un mismo tiempo de lo que el animal hombre en general debe seguir y conseguir, sin pedantería ni autosuficiencia, moneda ésta tan corriente hasta hoy en todo tiempo y lugar.

Con la consciencia y por el pensamiento surgieron y se fijaron las ideas que a su vez reforzaron y clarificaron las conciencias. De esta manera el humanoide buscó superar su condición animal, animado por la sensibilidad que descubre y la hace brotar al exterior. Saca sus materiales, pues, de la cantera emocional que unidas a las especulativas del intelecto la consciencia las criba como un cedazo. El Pensamiento florece. Desdoblado, da diferentes interpretaciones de si mismo y a ello se llama filosofía. Con un apellido diferencial, creando cada fracción una familia; tanto como decir una manera diferente de pensar. Pero todas en conjunto van, o declaran ir, hacia un norte convergente que puede definirse con este dicho de Pablo Valery que lo apuntamos aquí como axioma: “Conducir los espíritus hacia el Espíritu”.

De entre estas disciplinas (no os soliviante la palabra) mentales, se destaca la del pensamiento anarquista por su alta definición de la persona, lo que es y lo que debe ser; lo que tiene que ser. Como así mismo de la Sociedad que forma y en la cual se desenvuelve; para que el animal hombre alcance en realidad el estadio de “homo sapiens” y, aunque siga fabricando, deje el de “homo faber” y el de “homo habilis” y su mentalidad neolítica, superando sus impulsos instintivos con los mentales, dejándolos en sus linderos naturales, sin que sean, como ahora, estímulo a bajas acciones y retardataria mentalidad. Y que su habilidad se emplee para lo mejor y no más nunca para lo peor como tan corrientemente se utiliza. Dejar de ser animal que habla; más sinceramente dicho que emite sonidos articulados por automatismo, para ser hombre que piensa según la definición especifica establecida con demasiada ligereza. Continuando esclavo de los instintos, de donde se descuelgan todas las esclavitudes, continúa la trayectoria rutinaria de la bestia, que el materialismo estimula hasta la degradación puesto que por comparación natural la gradación zoológica la sitúa encima cuando por su conducta intrínseca resulta inferior a su condición, digamos provisional, al resultar bestia electoral y explotante; explotante en conciencia y a consciencia: mala consciencia. Adquiriendo la consciencia, verdadera, de lo que es y representa en su justa significación el espiritualismo, la animalidad se deja atrás y el hombre, alcanzado, se presenta y actúa con sus atributos esenciales. Que son los mentales, en el noble sentido, por encima de los fisiológicos. Los espirituales que si los superó de su condición animal expresan la verdadera evolución biológica ya que asientan en el grado ascendente de superación y consciencia, que tan bien definiera Reclus: “E1 hombre es la naturaleza formando consciencia de si misma.”

II

Por el momento fuerza es de rendirse a la evidencia; el animal hombre se engalana, fatuo y engreído, con los atributos fundamentales de su animalidad, localizando la “hombría” en el bajo vientre. Ser un “macho”, poseer “huevos” resulta la más alta expresión de su condición representativa y de su “valor” confundiendo el valor con el ímpetu animal en su ceguedad instintiva fuera de toda reflexión.

¿Cuando y dónde se oyó decir: “Soy consciente” o “soy una consciencia” expresión cabal de la verdadera “hombría” según se debe entender por la definición de lo que el “homo sapiens” dícese que encierra? El hombre para dárselas de tal debe serlo de la cintura para arriba y no de la cintura para abajo. Y es que las fuerzas telúricas y la obediencia ciega a los instintos barran el camino interior, psicológico, en la fragua del cerebro y en los campos del alto sentir, en los campos serenos del sentimiento, donde se labran y se forman el espíritu libre y la conciencia entera, primeras condiciones del hombre que quiere serlo.

Continuamos hallándonos, pues, ante dos tendencias contrarias que se disputan la conquista del animal hombre. Las dos tendencias capitales que en su arranque, en su raíz, fueron complementarias y adyacentes y que con el despunte de la inteligencia y el desvío de la cultura se bifurcaron, azuzando por un lado la exacerbación de los instintos, por el otro la corrupción de las fuentes superiores del ser, manantiales interiores que brotaron para llevarlos a su liberación animal, a su plenitud, para llevarlo, por el contrario a su esclavitud total, a su implenitud, de cuerpo y de espíritu, con la religiosidad.

Con las especulaciones filosóficas materialistas, dimanantes, y las religiosas, imanante, un pugilato cerrado y constante se establece entre materia y espíritu, más intenso y más sutil al mismo tiempo, cuanto más la ciencia en su caminar busca a Dios para enterrarlo. Mientras, el progreso mental se manifiesta estancado. Y vemos hoy que cuando un problema o una deducción psíquica o espiritual se plantean, se ve cogido por esa influencia aborigen, que entablilla el discernimiento, de obediencia y mimetismo. Invariablemente está obligado a seguir los estímulos biológicos estimulantes de los instintos (olvidando los superiores psico-entimentales) que justifican sus tendencias animales, viéndose cogido, de esta manera, en ese circulo sin cortes ni escapadas, que por lo que acabo de apuntar la ciencia divulga con un montón de pruebas al apoyo. O bien, siguiendo sus sentimientos imprecisos y mal digeridos, halla el “salvavidas” que lo desnaturaliza y lo atrofia; buscando en sus orientaciones inseguras un asidero espiritual halla el dios preparado de antemano, una religión, caliente, tabla de salvación del naufragio imaginario, en la niebla de su fuero interno. Naufraga en un charco al faltarle la consciencia de si mismo asegurando que ha encontrado su conciencia. El verdadero naufragio vendrá después, si se dio cuenta del timo.

De esta manera presenciamos la continuidad de la lucha secular entre el espíritu falseado y la materia sometida; sometida a su propia tiranía. Sometidos a dos esclavitudes fenomenales, insoslayables y universales están los humanoides. A escoger: materialismo determinista o espiritualismo deísta. Y al primer golpe de vista, no tienen salida, porque son los dos polos fundamentales de su naturaleza y, por reflejo y resultado el de sus sociedades. Los dos, de consuno, echando mano de los progresos y adelantos de la propaganda y del reclamo preparan en su tarea de “muy alto valor” la petrificación de la sensibilidad y de los sentimientos.

La ciencia sin conciencia por un lado trata de inclinar la eliminatoria a su favor; por otro, el poder religioso, alegando la religiosidad innata del humanoide defiende la exclusiva en el amaestramiento, dicho formación, de su sensibilidad y de su espíritu. El problema así planteado crea dos bandos tajantes. La ciencia secando los manantiales espirituales al querer destruir el concepto religioso, castillo de la mentira; las religiones, incrustadas en el espiritualismo, anatematizando antes a la ciencia comercia acuerdos convencionales, pero remitiendo siempre a su esclavitud la invulnerabilidad del espíritu humano, luego del religioso, campo cerrado más o menos ancho de su dominio.

Queriendo negar la existencia de dios por la evidente demostración de los fenómenos naturales independientes de todo factor superpuesto, pero sometido el ser a la ley inviolable del determinismo, el espíritu científico asienta sus bases materialistas y niega sistemáticamente toda ingerencia a los factores espirituales; lo que da como consecuencia la sumisión del humanoide a los externos, disecando los interiores, toda vez que son elucubraciones religioso-mentales de aceptación imposible. Como no hay, según la explicación materialista escapatoria alguna, se desprende de ahí la incontrovertible disecación de toda conmoción sensible, llegando sin quererlo y sin premeditarlo a la conclusión del último de los fatalismos, en la conducta de los seres del género humanoide, que se engarza con el primero: el de su condición, visto a través del prisma del determinismo materialista. Como en cierta ocasión apuntamos, “la historia puede ser representada por una serpiente mordiéndose la cola”. Estábamos entonces lejos de presenciar la Era de la civilización llegando a su más ecuánime estupidez. Creando autómatas a la imagen humana, formando el humanoide a la semejanza del autómata. Principio, fin y consecuencia del materialismo: hacer del humanoide un autómata. Causa espanto ver como en parte lo ha conseguido, y que la ciencia se emplea con entusiasmo de mejor motivo llevar a buen término tan indigno propósito y sin que ninguna voz diga “¡Basta!”.

De un lado, la religión obrando sobre las conciencias neutralizando la influencia para ella nefasta, sacando su fuerza y su audiencia de los fenómenos subconscientes negativos: sobre todo el temor. Como ocurre que el humanoide no encuentra la formula de desasirse de ese cúmulo de influencias que a su naturaleza interna se arraigó al cabo de generaciones sin cuenta, ni de las inmediatas que de manera indirecta le influencian, cógese al factor mentiroso, y fatalista también, alimentando su espíritu del religioso, con el cual éste supervive y prospera.

Al confundir espíritu y religiosidad, tanto la escuela materialista como la espiritualista de marchamo religioso, en su aceptación general se hallan en un error que consideramos fundamental.

1° Se confunde espíritu y religiosidad.

2°  Ésta confusión tiende, si no lo alcanza, a anular el papel, o función en si, de la sensibilidad espiritual (nacida para mejores designios) del humanoide al confundirlo, contribuyendo a su descrédito o a la subestimación, puesto que aparecen ligados en la propensión moral, presentándolos como fundamento único, unido indisociablemente.

3°  Al naufragar el espíritu religioso por los embates de la ciencia, con el conocimiento general que el humanoide va adquiriendo, las dos enseñanzas apócrifas (en su profundo sentido y como en su resultado terminal) en presencia, soslayan la raíz del problema; sea por interés de comercio y de supervivencia ya, en una, sea por… digamos incapacidad de abrir conclusiones apartadas de su sistemática determinista, en la otra.

¡Cuanto se ha escrito y propagado de éstas dos tendencias! Si ésta es la realidad teórica y en la práctica la realidad impuesta, por lo que al materialismo concierne, el pensamiento anarquista tiene el deber de definirse entre el determinismo materialista y el espíritu libre, racional y consciente; para que quienes lo analicen, estudien y quieran seguirlo, sepan a que atenerse.

Del materialismo, del dominio e influencia total de la materia como impositivo natural, sin parar en ciernes hasta la saciedad se ha propagado. Las doctrinas, todas de raigambre materialista que conquistaron el poder político, que resulta el poder total por concomitancia, establecieron en teoría y en practica como condición primera del humanoide “la lucha por la vida”, antes, durante y después que tal divisa fuere inventada o descubierta, no lo sabemos, por Darwin; articulo de fe de toda tendencia filosófica politicante, en cuyo circulo continuamos metidos con brios de inconsecuencia, por mucho que no lo queramos. Esta realidad materialista que dirigió y que dirige la Sociedad del humanoide, se asienta, más que como una ley divina, como imposición social, cultural, moral y cívica, supradivina. A veces imposición de fuerza; generalmente imposición de grado, con lo cual amos y esclavos están contentos.

Imposición que es autoimposición en nombre de la democracia, que es el mayor chantaje que las sociedades inventaron para más gloria de sus jefes, a la que todos se someten sin distinción de credo social o religioso. Primera condición del hecho real, insustituible hasta en los tiranos por derecho propio. Si se invoca lo espiritual es para mejor controlar o imponer el impositivo materialista en la relación social del humanoide y su amaestramiento individual. Mezclando la espiritualidad si viene al caso, con el estímulo y halago de los instintos que estimulan sin necesidad porque para ello, ellos se bastan y se sobran, a los que dan primordial satisfacción y se presenta aunque sea en forma de una promesa, lo que al espíritu concierne, fácilmente se deja de lado. Si innobleza obliga, “chascan” latiguillos estimulantes con los que los tribunos explotadores, cualquiera que sea su bandera, sacuden los sentimientos y las pasiones primordiales; con lo cual, el humanoide se deja explotar muy a menudo de grado.

¿Quién se levanta en representante y seguro servidor del espiritualismo? El poder religioso. Que se adjudica para si la paternidad, la maternidad y hasta el sexo neutro. Todo. Fuera de la espiritualidad, dicen, no hay religión; fuera de la religión no hay espiritualidad. Más fuerte que el sentido materialista del animal hombre, el sentimiento espiritual, cualquiera que sea la religión que lo invoca y su control busca y lo adquiere, ha conseguido la fuerza directora de primer orden. Con ello están seguros de haber conseguido el poder material. Y el materialismo a través de su representación política y social echa mano de la espiritualidad sensitiva rudimentaria para con ese pasaje de transfusión dominar e imponerse a las religiones. Llamándose ateo, pero sin ir muy lejos en el desmonte de los mitos con el fin de poder explotar a su vez el descarrío y la atrofia espiritual, obra de la religión su cordial enemiga. En el fondo subconsciente de su estructura están de acuerdo aunque a veces ocurra que en el consciente de cada lado se repelen y choquen. De ahí que los acuerdos sean tácitos a veces y otros expresos, para explotar la sensibilidad y la espiritualidad en bosquejo del animal género hombre su congénere. Y el “sentimiento” religioso perdura, sea justificando un dios abstracto, metafísico; o en la forma de un dios concreto al optar por un animal hombre providencial, o por un sistema filosófico político-social tan explotador de su ingenuidad como el dios antropomorfo o el abstracto. Es evidente que el pugilato se establece no en torno a la espiritualidad religiosa, sino por quien de las dos escuelas salga vencedora y tenga la exclusiva en el abastecimiento de los pastores.

Pero la ciencia materialista está por encima de los contingentes y de las pasiones, sorda y con alma de guarismos, de moléculas y de precipitados químicos, en su Olimpo supradivino. Y destruye o seca las fuentes interiores que la religión explota, negando la existencia del dios monolítico como los colectivos del politeísmo, con la demostración palpable de los fenómenos naturales independientes, no puede ser de otra manera, de todo factor extrahumano y extranatural; negando por la misma ocasión el factor espíritu que a la religión se le adhiere.

Dejando a parte las concesiones reciprocas, para mejor seguir dominando por el “indiscernimiento” general,   por la falta de análisis consciente, y falto de sinceridad una tendencia y la otra (espíritu religioso y materia) la ciencia quiere destruir y lo consigue, a través de los “espíritus despiertos”, pero de forma aparente, la creencia en Dios. El espíritu científico destruye el espíritu religioso. Y al secar los manantiales interiores que la religión cuida con sus injertos trasnochados, el animal hombre váse a la deriva para entregarse a la religión del materialismo histórico, fuente de todo bien, también, y alcanzar el paraíso marxista; y entregado a la adoración politeísta, del Olimpo político siempre de tumbo en tumbo queriendo conseguir la felicidad por delegación; y si no, volviéndose agnóstico total y entrando en el ultra egoísmo, haciendo de su desventura sensitiva una aventura egocéntrica.

Y por esta hilera de causalidades la escuela del determinismo materialista que no quiere, por su auto-suficiencia sistemática, o que no quiere, por lo mismo, tener en cuenta la realidad superior aunque puesta en sordina, del fenómeno psíquico del humanoide; y la espiritualista-religiosa que frena y atrofia el despertar de los valores interiores, contribuyen de consuno a determinar el letargo de la consciencia, asociándose tácitamente a la empresa multi-milenaria en la dominación, material y espiritual, del género humano; que continúa en su atasco de larva humanoidal. De donde se sigue que la revolución verdaderamente grande, la que hará posibilitar las otras que se encuentran en el ramaje pomposo de la dialéctica ampulosa y vacía de sentido, está en la estacada; en la que el tan cacareado modernismo se empeña en dejarla. Ya Baudelaire como Nietzsche los presintieron profetizando que el progreso de la sociedad moderna nos lleva al más grosero de los materialismos: al “envilecimiento de los corazones”.

III

De vez en cuando he leído en nuestra prensa del exilio zarandear al espíritu y a la espiritualidad, o tomarlo a pitorreo. Hemos leído el zarandeo del uno y de la otra, dar trallazos por quienes, de entre nosotros, con pseuda sensatez decían que “eso” era un estorbo y una “andadera religiosa”. No está en nuestra intención sacar nombres o textos, acostumbrados a sacar tan sólo la esencia del pensar y del decir qué es lo que importa y además lo importante. Vi ahí la poca intención (o ninguna) de estudiar, de analizar el problema que nos ocupa de fondo y en el fondo, formados de forma unilateral en la irreligiosidad de primer plano, copiando a la religión para combatirla en esa como simbiosis artificial de los dos, digamos, sentires que dan forma a la creencia religiosa, a su andamiaje, de propaganda y provecho. Es algo así como quien se caga en Dios cada dos por tres ostentando al mismo tiempo su ateismo. Se cagan en lo que no creen y que no existe: contrasentido. De igual manera se vapulea el espíritu y la espiritualidad sin saber de qué se trata. Y si lo saben propagan una blasfemia del mayor calibre, a conciencia. Vapulean sus propios y queridos sentires racionalistas convencidos de que hacen bien: masoquismo cerebral. Porque resulta, de primera intención, que religiosidad y espiritualidad nada tienen que ver entre si en el engranaje mental, en el psiquismo, como en el mecanismo natural psíquico. Espiritualidad es elemento posibilitador de religiosidad, como de toda especulación suprasensible. Espíritu es cuenco, continente, religión, contenido; precipitado sentimental, y a veces pasional, en desvío; lo que dentro se mate, lo que a veces hasta llenarlo entra en el cuenco.

No siempre religión y espíritu estuvieron yuxtapuestos. Religiones hubo como la griega y la romana, su hija, de la que tanto está, imbuido uno de los que hemos aludido que, desconociendo el papel director en los manantiales del psiquismo, para nada aludieron la espiritualidad en su religiosidad; era, aún, algo que se encontraba en lo abstracto: indiferencia o estorbo. Fue la religión católica, entre las que tocamos de cerca, apoyándose substancialmente en las predicas del cristo, quien acaparó para su vivencia el fenómeno humanoidal del espíritu y de la espiritualidad, siendo fuente inagotable de su escuela, deformadora de las conciencias, y, de las convicciones sentimentales por consiguiente. Que explotaron durante miles de años como propietarios absolutos y que aun explotan. Ellos y quienes contestaron la exclusiva de esa explotación elemental y prepotente, desgajándose con sus cismas. Lo esencial, la substancia de la religión es el espíritu. Y no obstante sin la religión, la espiritualidad manifestaría su presencia. Por el contrario, sin la espiritualidad la religión, al menos filosófica, no existiría, no tendría razón de ser siquiera cuando fue ya dejado atrás el pasaje de las religiones prehistóricas, aborígenes. Y el día que se tenga general conocimiento y consciencia (penetración) del engranaje y papel que juega en la vida interior del humanoide el fenómeno del espíritu, las religiones morirán, dejaran de ser, y los dioses serán recuerdos de una Era niñota y Babieca. Pero para llegar a ello un gran trecho deberá salvar, en su educación interior, el humanoide que quiera llegar a hombre. Por ahora las religiones elaboran con él el pan de las creencias acaparando con ahínco el motor del comportamiento humanoidal, atrofiándolo, desnaturalizándolo para que no se les escape; siendo el pan de las creencias religiosas, el pan de su existencia en éstas. De ahí se desprenden los módulos morales, las disciplinas sensitivas y las intelectuales. Porque por la educación se presentan hechos, más que escogidos, los motivos de la acción. La predisposición a la religiosidad es un mito. Viene de las inquietudes espirituales artificiales, modeladas de ex profeso con y por las influencias exteriores: educación parcial y partidista, costumbres, medio y demás.

Ante esta realidad sin vuelta de hoja entre el materialismo que quiere arrancar y secar el espíritu en sus raíces al arrancar las creencias religiosas y los dioses de las mismas; y la religión defendiendo para continuar explotando la exclusiva de los dones naturales del universo interior, del espíritu, que son ahora los de su supervivencia, el pensamiento anarquista vivo, ni debe ni puede ignorarlo, es decir, orillarlo, por ser, además una de sus razones de ser, parte de su esencia.

No para entrar en liza, sino para completar, unir en el porvenir superador del humanoide, materialismo y espiritualismo racionalista, libre y consciente. El espíritu tiene, en el anarquismo, como tendencia principal extender la interpretación de la realidad material en el sentido más elevado. Todo teorema racionalista espiritualista debe tender a perfeccionar la interpretación parcial del “materialismo”, dándola un sentido más preciso al tiempo que más eficiente. Solo cuando el “materialismo” se manifiesta y se afirma en su cuadrante paracientífico porque no es científico el querer ignorar los elementos directores, invisibles pero reales, que impulsan a realización visible y palpable de todo compuesto material, sea, pues, en la materia viviente o en la inerte, bajo pretexto que no es realidad científicamente demostrada; “tabú” materialista.

Los materialistas mecanicistas dicen: “Todo viene de la materia y vuelve a la materia”. Todo es materia en función orgánica, todo entra en el seno de la materia. La religión católica apostólica y romana dice lo mismo: “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Con una salvedad, en ésta, para bien o para mal: que el alma se va al cielo o al infierno. Chantaje morrocotudo para las “almas” ignaras y por ello supersticiosas.

Ninguna duda. Todo llega, pasa y se va. Solo el Pensamiento queda y perdura; y riéndose de los dos axiomas paralelos se hace eterno, perdura para bien de él mismo y del humanoide. Claro está. Sin la célula, manifestación de la materia viviente, no habría en el humanoide, conciencia ni consciencia; ni razón ni juicio ni inteligencia. Pero eso supone irse por la tangente. Nadie discutirá hoy por poca luz cerebral que tenga, la vida psíquica, interior, que es el doble y continuación al mismo tiempo, superadora de la física, estímulo biológico de las especies andariegas, y de las estáticas en menor cuantía. Y por ello, cuanto más se ha elevado en la escala de los seres, más profundamente se asienta la Vida, hasta llegar a la concepción del “alma”, que, por la superchería religiosa, resulta algo superior, diferente y divinizado de la materia. Y los contrarios dicen: el “alma no existe”, ofuscados por el concepto, aprendido de memoria, y dogmático, de destruir el dogmatismo religioso, entran en el cepo que la religión prepara, inconscientemente acaso, negando sin analizar, el “alma”, para así negar el atributo sedicente divino. Sin que nada tenga que ver con lo divino y fuera de su acaparamiento, ahí está la vida afectiva y deductiva de los fenómenos internos psicológicos, mentales, sensitivos, sentimentales y, aunque tarados los intelectuales; que guían nuestras acciones conscientes y hasta las extra conscientes, decimos extra conscientes por no tener nada que ver la sub-consciencia, que es raíz de nuestra conciencia, con la manifestación extraviada de la consciencia que por ello la definimos como fuera de la consciencia; es decir, extra consciencia. Ahí está la voluntad emotiva, en una de sus manifestaciones, factor estimulante de acción. Y los sentimientos superiores, de los que hablaremos en otra ocasión, recibiendo, por los sentidos, ventanas exteriores, el alimento de juicio reflexivo en el mental, con los que el espíritu forma y establece el concepto, apoyándose para su manifestación en los dones determinantes de la consciencia activa.

Ese mundo, antes misterioso, paralelo y superior al material y físico, fue ya un acicate en los humanoides primitivos al verse obedientes sin remisión a su antojo, y sin poder, ni definirlo ni captarlo. Por eso, de entre ellos, quienes lo consiguieron, por análisis interno o por intuición, guardábanlo como don divino explotándolo para gloria y provecho de sus instintos animales, por ello primordiales, de seguridad material y dominación sobre la colectividad de la que formaban parte. Emplean una realidad interna, algo que descubren en su fuero interno, expuesto y manifestado de forma simbólica. Y ello lo vemos, cual testimonio perdurable de esas edades, en los poblados primitivos que se conservan como en estado fósil, museo etnológico viviente. Entre los Maoris, por ejemplo el individuo que tiene el don de la sensibilidad pasa por estar en posesión de lo. Por haber entrado en él el soplo sensible que se encuentra difundido en los espacios siderales del Universo intangible que da forma y movimiento a toda manifestación tangible y visible del Universo físico. De forma y manera que el alma del Universo es lo. Que hallándose al comienzo (?) en las tinieblas le da por apartar la oscuridad de la luz, y distribuye, después, las especies vegetales y las animales en la Tierra; forma el humanoide y sus castas, exactamente como en la fábula judía y en la católica, su continuadora; y mucho antes de éstas, asentado que fue en el código de Manú del brahmanismo, dictado por los arios en la India al poco tiempo de haber llegado emigrados del Irán pérsico y elaborar la religión védica. Por ahí se sigue que, dejando aparte el atuendo literario y la complicación esotérica, nada han inventado los “inventores” de las religiones filosóficas.

Entre los Batak, el alma, “Todi”, está considerada como trozo individualizado del alma-substancia del universo. “Todi” se manifiesta entre otras formas (hasta cuatro) en quien ejerce un poder natural psicológico (influencia), sobre los otros. Y que hoy podemos nombrarle, con investigaciones y conocimiento, magnetismo animal o sugestión. El magnetismo universal, del que en ocasión venidera trataremos, y que los primitivos nombraron “alma” del Todo, tiene su evidente comparación con dicha alma-substancia. Los espacios siderales se hallan impregnados de esa substancia en el éter de las atmósferas. Penetra en toda manifestación de la materia inerte o viviente; en los metales, en las rocas, en las plantas y en los animales y entre estos últimos en el animal hombre, habiendo algunos de entre estos sabido penetrar y por ello percatarse de esa fuerza, invisible pero sentible en su omnipresencia, que se conoce por fluido vital, o energía vital, o Prana según el Yoga hindú enseña. Este activo ingrediente, o aliento capital, principio de los principios materiales, del cual la ciencia barrunta su existencia hoy, entra con el aire al aspirar proporcionando el equilibrio físico y psíquico. Ausente de él, toda forma de la materia se degrada y perece. No es que el alma dé completamente eso en la intuición de los primitivos humanoides ni en los contemporáneos; pero si el papel que juega como ordenador de los impulsos vitales psicofísicos de la substancia fluídica, impalpable pero real. Por ello el alma es, en otra interpretación, el compendio y comprendió a un mismo tiempo de los fenómenos interiores del humanoide. Tiene otros atributos y otras potestades de las que las religiones dicen. Es el taller de la existencia mental y sentimental, al tiempo que el almacén de la existencia del mismo orden. Lugar donde afluyen en convergencia las impresiones cerebrales y las cardiacas: de corazón y de cerebro, por mucho que Bchner meno valora en su ensayo o estudio de filosofía materialista, que lleva por titulo “Fuerza y Materia”, nos dice, poco más o menos, que la sangre en su circulación irregular al entrar más deprisa que de ordinario en el corazón hace que éste se manifieste febril y de ahí vienen las emociones. Que, en consecuencia, los estados sentimentales y emocionales vienen del alterado influjo sanguíneo provocando los impulsos cardiacos. Verdad aparente. Por poco que se analice el fenómeno de la alteración funcional cardiaca, sea en consecuencia sea en provocación, de la sanguínea, vemos que todo choque emocional es consecuencia de una impresión exterior entrada por las ventanas sensoriales; entra de fuera al núcleo psíquico, al campo del psiquismo, quien provoca la emoción y ésta la alteración funcional de la víscera que a su vez influencia en el tejido sanguíneo. De donde se desprende que Bchner tono efecto por causa, siendo, pues, la interpretación al contrario.

Por otro lado, está comprobado hasta la saciedad que muchos casos de patología física o biológica tienen por razón, o están provocados, por agentes psicológicos; y que muchos casos de patología mental vienen de un desarreglo fisiológico. Lo cual demuestra una vez más la interdependencia y concomitancia de espíritu y materia. Que son entre si factores complementarios para bien o para mal, para daño o para beneficio. Tanto importa el uno como el otro para establecer, y que perdure, con la afluencia del fluido vital, el equilibrio de ser. Equilibrio del mundo externo y del interno.

IV

El humanoide, descubrió el alma como entidad directora al inventar sus dioses. Catalogándola de atributo divino la colocó independiente, no sabemos en que rincón dentro del cuerpo, sola, mono forme y eterna. Dio la interpretación torcida, haciéndola oscilatoria hacia la metafísica deísta. Con

el espíritu hace lo mismo. El espíritu coge forma de fantasma omnipresente. En su definición moralista encarna los espíritus del bien y del mal; es representación simbólica de los acontecimientos atmosféricos y de los telúricos que de acuerdo con los dioses provoca. Es representación afluyente e influyente en los deseos instintivos, expresión imaginaria de sus antojos como de sus rencores, reflejo de su psiquismo; de su morfo-psicología, cambiante como su carácter. Y por el intermediador, apoderado, cachicán e intérprete, se encuentra en la conciencia colectiva que busca remedio a los males de toda suerte que aquejan a cada uno de sus miembros, dominando de esta forma el anhelo social e individual y con ello el control de su actividad material y de trabajo, acaparando la mejor parte del producto salido de su esfuerzo. Y así evolucionó en su interpretación torcida hasta llegar a la entelequia de Espíritu Santo en la aberración mental que la religión católica incrustó en los cerebros y en las costumbres, y de ahí le viene la creencia religiosa de Occidente que en su formación sentimental teológica define el espíritu como un soplo de Dios en el más dogmático de los sentidos y fuera de la consciencia reflexiva.

Cuán lejos de la verdadera definición que el vocablo tiene. Como el alma (en otra de sus interpretaciones valederas por su justa y real definición) fuerza motora del cuerpo, de donde nos viene a los españoles el ánimo, hermanado con la mente, el sostén de la mente, el Espíritu se define y se interpreta en su justo sentido como función alta de la vida psíquica, donde se concretan las sensaciones y las emociones. Veamos lo que Barcia nos dice a tal efecto: “el espíritu, considerado en última significación, expresa el concepto absoluto de nuestras facultades superiores, la esencia de la razón humana en el último contacto con la idea simple, que es la idea de ser…”

El Espíritu, consciente, tiene la misión de actuar como antibruma cerebral.

Podemos definir, pues, el “alma” como concreción de la vida interna. Espíritu, su atributo primero. Los antiguos griegos definiéronlo con la palabra Nous, que se traduce en forma equivalente por, espíritu razonable, espíritu inteligente. (Ésta consulta se hizo después de la exposición asentada hasta aquí, después de lo que apuntado queda).

De lo antedicho se sigue que tal facultad, independiente de la materia, guía la acción mental con clarividencia más o menos desarrollada hacia el objetivo propuesto. Y si va acompañado de la Consciencia, a establecer las etapas de mejoramiento personal, individual, del humanoide; o cambios

hacia el progreso… eficiente. Espiritualidad supone función paralela y yuxtapuesta a la biología del ser, en su desenvolvimiento psico-físico. Crisol donde se fusionan al fundirse, sin por ello tanto confundirse, memoria, razón, inteligencia, sensibilidad, emoción, juicio e imaginación. Que con­duce de forma efectiva al mejoramiento (superación) del humanoide que busque o busca librarse, deshacerse de la animalidad, de la bestialidad. No lo consigue, porque a esas facultades susodichas no se ha incorporado la de la Consciencia.

Es oportuno describir ahora, aunque sea de forma sucinta, el funcionamiento fenomenal del universo interno, del mundo interno. En parte solamente. La que concierne a clarificar el presente estudio en intención de los que en él se encuentren perdidos…

Veamos: Imaginación: dinamismo figurativo. Las imágenes nacen, corren y pasan sin orden ni control en la cámara cerebral. Es el pensar sin pensar. Espontáneo y descentrado; por ello desconcertado.

Ideas: imágenes controladas; escogidas de forma más o menos automática, más o menos consciente y clara, que expresan un concepto. Las imágenes son, pues, ideas en agraz que el subconsciente genera, o que de él brotan. Van al consciente, o él las coge, donde maduran y, a continuación, se exteriorizan. Esa función crea la difusión mental especulativa: es privativa del psiquismo.

Psiquismo: puede definirse como facultad mecánica del subconsciente. Resulta así, espíritu subconsciente, sin concreción; condición primera del Espíritu con mayúscula, que forma el Yo consciente.

El yo consciente: efímero; voluble: parte aparente, que se manifiesta al exterior; más o menos lógica y voluntaria del espíritu concreto: da las ideas coordinadas, como la imaginación proporciona las ideas en bruto. (El yo consciente y la consciencia son dos realidades que poco entre si tienen que ver si no es para perfeccionarse aquél con éstas).

El subconsciente: permanente. Que sin reposo ni tregua trabaja, funciona, en equivalencia a la función fisiológica del vehiculo físico. Parte la más profunda y determinante en el mecanismo funcional del espíritu en el universo interno del humanoide. Da las imágenes, produce la imaginación creadora, los dos polos de la “inteligencia”. Y es el “almacén”, también, de

los hechos del vivir que se quedó atrás y de los “informes” recibidos del exterior, en el mundo circundante. Además, campo sin cultivo en un gran “trecho”, extensión infinita en “estado” silvestre: por negligencia de cultivo. Por negligencia, ya que el humanoide se ocupa mucho del aparato de su cultura centrifuga y poco o nada de la centrípeta, que hasta ignora. Se ocupa de su aseo físico, y del psíquico ni caso hace. Por ello ese campo fértil se halla en estado silvestre, por negligencia, cuando no es campo a descubrir. Y aún,  fábrica de materiales elementales del “pensar”, donde llegan y se van, ya concretadas, las expresiones cerebro-cardiacas. Es decir, “lugar” que genera y transmite los elementos emocionales y los sensibles por un lado, por otro las “materias primeras” de las especulaciones intelectuales y de los conceptos morales, siendo algo así como la bodega del saber. No del saber como recopilación cultural. Algo más importante: el saber de percepción, de percatación, de visión clara de las cosas tal como ellas son y no como la cultura y la inteligencia las adorna escondiéndolas, saber que alcanza muchas veces el campesino analfabeto.

Hemos visto pues, el psiquismo como dinamo   del cerebro, de donde recibe  las imágenes destinadas a la función de la dinámica intelectual preparando los elementos interiores de la vida activa, el dinamismo de los actos. Y vemos que la memoria recibe asimismo, del subconsciente, el “material” que guardo, como “clichés”, negativos, fotográficos superpuestos, de lo que en el pasado y en el presente inmediato los ventanales sensoriales transmitieron. Que se borrarán acaso, que no se borrarán de por vida, o que se borrarán definitivamente según haya sido la intensidad emocional con la que se grabaron, según sea la claridad con la que los sentidos transmitieron el mensaje a la memoria, estantería del subconsciente.

De igual manera y por el mismo fenómeno, el corazón recibe las impresiones y crea las emociones y los sentimientos: la vida sensible y sensitiva.

El espíritu, aunando y coordinando la vida emotiva del corazón y la intelectual y razonante del cerebro, crea el concepto definitivo de la consciencia moral.

Este engranaje psicológico, el de el mundo interno, si fue coordinado y dirigido por el pensar, nos da el espíritu consciente y racionalista. Y si no; el espíritu inconsciente y rutinario.

Ese factor estimulante de acción individual que determina la social, conocido con el nombre de ilusión nace en la aludida coordinación cardiaca que el espíritu sintetiza y da vida. La ilusión, hija del espíritu es como la luz solar que las plantas necesitan para estimular su función biológica, material, y cumplir con regularidad y equilibrio fotosintético su ciclo vital. Por plantas entendemos aquí no sólo las que de suyo se comprenden, si que también las migratorias, animales: toda planta viviente.

La historia del humanoide se movió por la ilusión que prefijó y generó el impulso para alcanzar la realidad, lo real, lo que después resultó constante y corriente. Y hasta rutinario. En las especulaciones filosóficas como en las doctrinas político-sociales pasó tres cuartos de lo mismo. Y no los cuatro cuartos porque el espíritu fue maleado, tergiversado y torcido.

El anarquismo es la constante más manifiesta de la ilusión, luego del espíritu. Encierra en su concepción filosófica como en su percepción general y constante, no sólo lógica omnivalente, justicia social sincera, juicio sólido y ancho discernimiento, que son privativos de la función cerebral. Además, adyacentes, las que lo son del corazón: poesía universal sensitiva, nobleza del sentir, desprendimiento altruista sin segunda intención y suma concepción, hasta hoy del vivir individual y social del humanoide en su pasaje intermediario entre la bestia total y el “hombre”, homo sapiens, en el alcance de su cúspide biológica, material.

Por lo expuesto de forma esquemática se comprende que el pensamiento anarquista debe hacer suyas las definiciones del espiritualismo ateo, racionalista y consciente. Se encuentra con más holgura y tiene más que hacer y resolver, de acuerdo con su razón de ser y con su esencia dentro de la concepción espiritual que con la materialista. En el espíritu tal como se le ha definido aquí está la auténtica liberación del humanoide, adquiriendo categoría psíquica de hombre a la que acompañara, sin cuestión, la de su sociedad, puesto que se libertará de la tiranía primera y principal: la de si mismo, de donde se descuelgan las otras. Se libertará de la bestialidad de ganado de tropel, de rebaño. Por el espíritu asentado en la consciencia, comprenderemos y sentiremos que el verdadero ente superior es aquel que se ha emancipado de la materia en su pensar y en su conducta.

Si el anarquismo es ante todo espiritualidad, hágase del espíritu ateo inteligente y consciente, uno de sus temas esenciales, reconociendo en él una de sus bases fundamentales tal como en realidad histórica y actuante lo fue siempre.

Ni que decir tiene; el espíritu, la espiritualidad, no son vocablos sin sentido ni realidad. Son, por el contrario definiciones de principal valor, real y efectivo en la formación del ser que quiera ser humano. Que no sólo nace sino que se hace, sentido de existir, de formarse, de realizarse, que es específico, por el resultado de la evolución última biológica, o más en propiedad expresado, bio-psíquica, si bien estancada como al comienzo hemos dicho. Desestancar ésta evolución es y será el cometido más grato y eficaz que el pensamiento anarquista para si se adjudique. Por los caminos de la consciencia y del espíritu, fuera de ahí no nos esperan más que páramos desérticos; montañas frecuentadas por los hijos de Sísifo.

Consciencia y espíritu son los dos pilares que sostienen la superación individual, personal, sincera. Y, en consecuencia, repetimos, que vea la luz la sociedad anarquizada, con su emancipación completa.

Por el momento y para empezar, podemos comprender y estar de acuerdo en que la superación no estriba en verse reproducido política o doctrinalmente, en miles o millones de ejemplares más o menos velados, sino en alumbrar, vivificar la mayor cantidad de espíritu y de espíritus conscientes, la mayor cantidad y calidad de consciencia y de consciencias. Si la libertad es lo que se busca a través del tiempo y de las generaciones; de los pueblos y de los hombres ello es debido, constantemente, al manantial del espíritu libre y racional; al tesón de la consciencia que ni abdicó ni se inclinó. Porque consciencia y claudicación son en esencia y en potencia dos definiciones antagónicas. Y ahí está la victoria verdadera; la de haber conseguido consciencia y espíritu. Alejados de una y de los otros, muchos partidos, muchos credos, muchas doctrinas triunfaron. Pero siempre ocurrió que la victoria final fue el fin de lo que había triunfado. El motor que las impulsó fue en el fondo, aunque no en apariencia, el materialismo instintivo. Fueron revoluciones materialistas y no espiritualistas. De ahí el dicho tan famoso y verdadero: “El solo animal que tropieza dos veces (y muchas más) en la misma piedra es el hombre”.

¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio