No perder de vista al problema

ProundhonEntre las lineas del tan conocido libro «El Principio Federativo» de P. J. Proudhon, nos encontramos con una muy clara descripción del problema de «centralización» y sus consecuencias, cual vemos día a día.

Si el pueblo es la colectividad donde radica toda autoridad y todo derecho, el sufragio universal expresado sinceramente debe ser tan indiviso como sea posible; es decir, las elecciones deben hacerse por escrutinio de lista: por eso en 1848 hubo unitarios que reclamaban una sola lista para los ochenta y seis departamentos. De ese escrutinio indiviso surge entonces una asamblea indivisa que delibera y legisla como un solo hombre.

En caso de división del voto, la mayoría representa la unidad nacional, sin atenuantes. De esa mayoría saldrá a su vez un Gobierno indiviso que recibe sus poderes de la Nación indivisible y debe gobernar y administrar colectiva e indivisamente, sin espíritu de localidad ni interés de campanario. Es así cómo deriva del idealismo popular el sistema de centralización, de imperialismo, de comunismo, de absolutismo, todas palabras sinónimas; es así cómo el ciudadano se despoja de su soberanía en el pacto social concebido al modo de Rousseau y los jacobinos, mientras las comunas, los departamentos y las provincias son absorbidas por la autoridad central para ser meras agencias bajo la dirección inmediata del ministerio.

Las consecuencias no tardan en sentirse: despojados el ciudadano y la comuna de toda dignidad, las usurpaciones del Estado se multiplican y las cargas del contribuyente crecen en proporción. El gobierno ya no es para el pueblo, sino el pueblo para el gobierno. El Poder invade todo, se apodera de todo, se arroga todo, a perpetuidad, por siempre, hasta nunca: Guerra y Marina, Administración, Justicia, Policía, Instrucción pública, obras y reparaciones públicas; Bancos, Bolsas, Crédito, Seguros, Socorros, Ahorros, Beneficencia; Bosques, Canales, Ríos; Cultos, Finanzas, Aduanas, Comercio, Agricultura, Industria, Transportes. Y sobre todo, un Impuesto formidable le quita a la nación la cuarta parte de su producto bruto. El ciudadano sólo tiene que ocuparse de cumplir su pequeña tarea en su pequeño rincón, recibiendo su pequeño salario, criando su pequeña familia y remitiéndose para todo lo demás a la Providencia del gobierno.

Con esa disposición de los espíritus y entre potencias hostiles a la Revolución, ¿qué podían pensar los fundadores del ’89, amigos sinceros de la libertad? No atreviéndose a romper la atadura del Estado, debían ocuparse sobre todo de dos cosas:

1° contener al Poder, siempre listo a tornarse usurpador

2° contener al Pueblo, siempre listo a dejarse llevar por sus tribunos y a suplir los usos de la legalidad por los de la omnipotencia.

En efecto, hasta hoy los autores de constituciones –Sieyès, Mirabeau, el Senado de 1814, la Cámara de 1830, la Asamblea de 1848– creyeron con razón que el punto capital del sistema político era contener al Poder central, pero dejándole la mayor libertad de acción y de fuerza. ¿Qué se hacía para alcanzar esta meta? Primero, como se dijo, se dividía el Poder por categorías de ministerios; luego se distribuía la autoridad legislativa entre la realeza y las Cámaras, a cuya mayoría se subordinaba además la elección de ministros que debía hacer el príncipe. Por último, el impuesto se votaba anualmente por las Cámaras, que aprovechaban la ocasión para examinar los actos del gobierno.

El Principio Federativo p82.83 –  P. J. Proudhon
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