Autonomía y anarquismo

Ya en otro texto me he referido al federalismo (1) para describir la manera en la que éste concepto influye en las ideas anarquistas y cómo es que es precisamente quien da cuerpo a las ideas.

Me referiré ahora al tema de la autonomía dentro del anarquismo.

Autonomía es lo que defendemos los anarquistas siempre, desde que el anarquismo comenzó a formularse como un conjunto de ideas.

Económicamente, porque deseamos la libertad económica de las personas del yugo del capitalismo y la explotación, y esta libertad, al fragmentar en mil millones de pedazos el centralismo económico, no es otra cosa que la autonomía de cada persona del yugo capitalista. Valga decir que es la independencia total del régimen de explotación del capitalismo;

Filosóficamente, porque deseamos que las personas no sean reflejos unas de otras, sin pensamiento propio. Deseamos que se liberen de los yugos religiosos y todo atavismo burgués y autoritario que la fuerza estatal y capitalista implanta en el pensamiento de las personas apenas al nacer. Deseamos, pues, la autonomía de pensamiento de cada individuo para que formule sus propios análisis y pensamientos, alejado de las repeticiones de actos y pensamientos que genera el desánimo de pensar que tanto daño hace;

Políticamente, porque deseamos que las personas se liberen del yugo estatal que mantiene los privilegios del capitalismo por encima de las olas de pobres. Deseamos que el Estado sea abolido y el poder político tan fragmentado y diluido en cada localidad, que no exista en ningún lado. Realizando el federalismo el poder político está despedazado, pues su naturaleza es el centralismo. Deseamos, pues, la autonomía de las personas para decidir como pueblo el destino del mismo, siendo los artífices de sus aciertos y sus errores;

Socialmente, porque deseamos que la persona no sea de ninguna forma oprimida por su color de piel, sexo, edad, etc. Deseamos, pues, la autonomía de cada persona para ser lo que quiera ser, y no lo que prejuicios sociales quieran que sea.

Como podemos ver en todos los aspectos de nuestras ideas prima la idea de la autonomía de la persona primero, la colectividad después y el federalismo como cuerpo que hace de esqueleto de las ideas. Todas estas reivindicaciones defienden la separación del ente individual de todo aquello que lo sujeta, no de manera natural (pongamos por ejemplo la naturaleza o los instintos sociales del animal humano), sino de manera autoritaria a un centralismo que nunca hace sino esclavizarles. Esta separación, valdría más decir reivindicación, no es sino el reconocimiento del individuo, la colectividad o la organización como entes propios, no partes de una misma maquinaria, sino entes capaces de decidir y subsistir por sí mismos, si bien en una necesidad de carácter natural con sus semejantes. Pero nada de semejante puede haber entre el burgués y el obrero, entre el privilegio y los desposeídos, entre los déspotas y los reprimidos. Esas relaciones nunca son naturales, no se basan en relaciones inscritas en la naturaleza humana, sino en el sometimiento económico, político e histórico por la fuerza primero, y a veces por un sentimiento consuetudinario, pero jamás natural.

La autonomía y el federalismo constituyen de esta manera el filo que corta los lazos de desigualdad creados por el Estado y sus instituciones.

Tenemos entonces dos ideas básicas: el federalismo y la autonomía.

Por federalismo entendemos la descentralización, el ataque a toda forma de centralismo. Por autonomía entendemos la independencia de las organizaciones e individuos, e incluso de regiones, de todo organismo centralista. El uno es la descentralización, el otro la independencia. No se puede a su vez entender la descentralización sin la independencia, pues si hubiera dependencia a algo la descentralización no sería posible y se caería en el centralismo; a su vez si no hubiera descentralización aparecería la dependencia y la autonomía sería un imposible. Autonomía y federalismo son, pues, necesarios el uno al otro.

Aunque no son sinónimos uno de otro, son complementos inevitables.

Así, pues, no podemos aceptar, basados en el significado real de la palabra, la autonomía de una región que desea salirse de un Estado denominado de tal o cual manera para formar uno propio, pues como hemos dicho antes la autonomía sin el federalismo sería inválida, se cambiaría simplemente la dependencia a un organismo por la dependencia a otro; no habría descentralización, y sin ella la dependencia del organismo o de la región a un centro es inevitable. Aunque en un primer momento se puede hablar de autonomía respecto del Estado centralizado del que se quiere liberar y al que quizá fue anexionado por la fuerza, la región que se separa y se conforma en un país o Estado propio realiza o tiende a realizar un centralismo a su vez dentro de las fronteras por las que lucha y entonces su autonomía no fue sino fingida, pues realizando un centralismo propio la situación de los individuos no cambian. Salen de un centralismo, pero para entrar en otro.

La autonomía en el pleno sentido de la palabra no es ni puede ser otra cosa que la eliminación de toda forma de centralismo, por ser este mismo contrario a la idea de la autonomía, donde los individuos y organizaciones tienen plena independencia de todo aquello que los obligue a X cosa.

Ante todo entendamos la etimología de la palabra en cuestión, y por medio de ella encontraremos a donde nos conduce la palabra en los hechos.

Etimológicamente autonomía se define como autos= por sí mismo, nomias= regla de, que se rige por sus propios estatutos o acuerdos.

En este sentido la autonomía significa la regla de uno mismo, o la reivindicación de la individualidad frente a la absorción de cualquier cosa que pretenda quitarnos nuestra libre voluntad de no realizar aquello que no queremos.

Pero es necesario preguntarnos: ¿No realizar aquello que no queremos o de realizar aquello que queremos?

Es esto complejo, pero preciso aclararlo, porque si dijéramos que debemos realizar todo lo que queremos estaríamos en la cuerda floja. Una persona por problemas emocionales o mentales puede querer realizar cosas que afecten a la comunidad. Esto sería perjudicial para el grupo. Es verdad que una sociedad anarquista disminuirá considerablemente los actos antisociales y con ello el grado en que podamos realizar aquello que queremos será mayor paulatinamente en proporción cuantitativa de la reparación de esos actos antisociales que la sociedad actual ha generado. Lo cierto es que de momento esos actos antisociales existen debido a la existencia de la sociedad dominada por el capital en que vivimos.

Creo, pues, que es preferible definirla como la negación a realizar aquello que no queremos realizar, o por mejor decir, la negación de formar parte de aquello que no consentimos, puesto que si nos obligan a ello ya no hay autonomía, ya no hay libre iniciativa, sino la reglamentación de nuestra conducta a determinadas cosas que bien podrían ser algo que no deseáramos hacer.

Toda forma de Estado, entonces, es necesariamente enemiga de la autonomía por cuanto tiende a reglamentar por medio de leyes la conducta de los que gobierna. De esto no escapan tampoco todas aquellas concepciones que derramando diatribas contra el Estado actual (es decir, el que no dominan ellos) buscan reconstituirlo con otros nombres que no serían en los actos mejor de lo que ahora nos oprime. Conceptos como “gobierno obrero” (¡terrible manera de conjugar dos términos históricamente contrarios!) “Estado popular”, incluso la manipulación burda de los bolcheviques de la palabra Soviet (2) en los que una vez dominados sirvieron (no todos por fortuna) para hacer de ellos la palanca de Arquímedes desde la cual tirar por la borda la revolución. La llamada dictadura del proletariado no ha sido jamás otra cosa que la dictadura de un partido, de una nueva aristocracia de neoburgueses que gobiernan al pueblo.

Todos esos conceptos que cualquiera con un poco de conocimiento de la historia podría reconocer como absurdos son herramientas que los estatistas han utilizado y utilizan para crear aparatos estatales centralizados. Porque centralismo ha sido desde los Estados fascistas hasta los Estados “obreros”, donde los obreros han resultado ser gobernados por un Estado que tras la cortina revolucionaria los han sometido al centralismo de sus concepciones políticas, eliminando toda forma de autonomía o decisiones propias de los obreros.

Nos basta a nosotros el conocimiento de la historia, pero también el conocimiento de la palabra autonomía para comprender que ésta es precisamente lo que menos existe en toda forma de Estado.

Reivindicando la autonomía, hemos de protestar y luchar contra todo aquello que tienda a formar instituciones que legislen la vida de los pueblos, aunque tengan apariencia revolucionaria.

Retomando el tema de la autonomía entendida como el hecho de no realizar aquello que no queremos o no formar parte de aquello que no deseamos, cabe preguntar ¿y qué sucede con aquello que queremos hacer?

Kropotkin nos dice en su conocido texto “La moral anarquista” lo siguiente:

“No queremos ser gobernados. Pero por eso mismo, ¿no declaramos que no queremos gobernar a nadie? No queremos ser engañados, queremos que siempre se nos diga la verdad. Pero con esto, ¿no declaramos que nosotros no queremos engañar a nadie, que nos comprometemos a decir siempre la verdad, nada más que la verdad? No queremos que se nos roben los frutos de nuestro trabajo. Pero, por lo mismo, ¿no declaramos respetar los frutos del trabajo ajeno?”

Me parece que ahí queda bien explicado el qué sucede con lo que queremos hacer. En palabras más claras, no deseamos someternos a nadie, pero tampoco deseamos someter a nadie (3).

Naturalmente se entiende entonces que si bien reivindicamos para nosotros la firme acción de no realizar aquello que no queremos, entendemos que nuestros actos no deben perjudicar a la comunidad de la que formamos parte.

Es decir, lo que queremos hacer debe ir en dirección recta hacia la satisfacción de nuestros deseos, pero no por ello lesionar a la comunidad.

No digo aquí, con algunos liberales, que la libertad de uno termine donde comienza la del otro. Nada más lejos de mis intenciones.

Acometamos el tema desde otro flanco, el de la asociación y la autonomía.

El ser humano es un animal sociable, y por ello se entiende que la vida en sociedad no puede ser ajena a su naturaleza.

Aun los llamados individualistas se ven forzados a unirse a otros elementos que piensan similar a ellos para luchar por sus fines e incluso para, paradójicamente, atacar a quienes apelan a la organización.

La comunidad se compone de individuos, y si estos individuos son esclavos, la comunidad no puede menos de ser esclava a su vez. Individuos libres forman una comunidad libre. Siguiendo a Bakunin diremos que en una sociedad de esclavos los hombres y mujeres libres no pueden menos que ser esclavos.

A su vez los individuos no pueden desligarse de la comunidad, aunque sea esta una comunidad de individualistas (4). Si la comunidad acepta la tiranía los individuos serán a su vez tiranizados (¡lo estamos viviendo ahora mismo!) aun cuando tengan una mentalidad libre.

El individuo, pues, no puede sino tender a ser libre como ente individual y buscar la libertad y el bienestar de la comunidad. La comunidad debe a su vez tender a no absorber a los individuos y garantizar para ellos siempre la mayor libertad.

Individuo y comunidad, comunidad e individuo, son dos entes inseparables el uno del otro.

Suprimamos a la comunidad y los individuos serán seres aislados e impotentes de realizar obras que requiere el trabajo colectivo; suprimamos la individualidad, y la comunidad será la tiranía más grande imaginada, sometiendo a los individuo en todos los aspectos de su vida.

Individuos aislados hubiesen sido impotentes de evolucionar como especie; comunidades de esclavos nunca podrían engendrar el mínimo atisbo de libertad.

La autonomía, pues, no es el individuo aislado en la punta de una montaña sin relación con nadie, sino la reivindicación del individuo de no realizar aquello que no desea, viendo siempre, comunidad e individuo, porque la primera sea lo más libre posible, y porque el segundo sea siempre respetado en sus decisiones. Y esto no es una teoría salida de la pluma de nadie, está en los mismos genes de la humanidad, en su misma característica de animal sociable.

Dentro de las organizaciones anarquistas el patrón se repite.

El individuo ingresa en una organización porque sabe que aislado es fuerte, pero que su fuerza e intelecto se incrementan conforme se organiza con gente afín a sus ideas y cuando discute éstas con sus compañeros y compañeras de organización. Si no fuera así significaría que el individuo vería en la organización una limitante a sus ideas, y las organizaciones no existirían.

Por fortuna todo es bien distinto y aunque haya quienes vociferen contra las organizaciones, no dudan tampoco en unirse a otros individuos, aunque sea en grupos pequeños, y forman con ello, quieran o no, una comunidad.

Las primeras comunidades del homo sapiens demuestran las tendencias siempre latentes de nuestra especie de unirse unos individuos a otros. Otros animales no sociables no forman comunidades, o lo hacen momentáneamente cuando se trata de cazar por ejemplo.

Desde los primeros clanes de nuestra especie hasta la época actual en la que el ser humano ha creado comunidades pequeñas o enormes, demuestran que esta tendencia a la asociación está en nuestra naturaleza.

Ahora bien, se trata aquí de que, basados en nuestra capacidad para pensar, hagamos que esa tendencia a la comunidad no se convierta en un arma que haga a los componentes seres alienados en la comunidad misma.

La autonomía representa esa tendencia, la de defender la independencia del individuo de la comunidad, no como ente separado de la ella, sino el reconocimiento de este como parte integrante de dicha comunidad. En el entendido de que la carencia de autonomía degenera las organizaciones y las vuelve centros de esclavos dirigidos por líderes que siempre les llevan a una esclavitud cada vez mayor y con ello a la degeneración de la dignidad y el retraso del avance mismo como humanidad (lo cual es comprobable en la historia de los Estados), quienes nos reivindicamos como amantes de la libertad y del avance humano debemos reivindicar también la autonomía como parte fundamental de la libertad frente a todo tipo de dirigencias y centro directivos que, en base a una supuesta eficacia, eliminan la capacidad de pensar por sí mismos en los individuos y los convierten en engranes de una maquinaria para la que nada cuentan en tanto que entes individuales.

Y ello no solamente basados en profundizaciones filosóficas, sino en las desastrosas consecuencias que miles de años de falta de autonomía y de sometimiento del individuo al poder del Estado que lejos de hacer prosperar a la humanidad y darle libertad, no ha hecho más que retrasar su avance y degenerar la especie, de animales sociables a personas que buscan siempre sobresalir aunque sea al precio de pasar por encima de los demás.

Estas actitudes, desde luego, son creadas por la educación del capitalismo que no busca sino mayores ganancias al alto costo de la degeneración como especie humana.

Nosotros, amantes de la libertad, creemos que siendo nuestra naturaleza sociable el ser humano debe tender a la solidaridad, el apoyo mutuo, la justicia y la libertad.

Y ello basados también en que como animales sociables es la solidaridad y el apoyo mutuo (5) los que hicieron que la humanidad evolucionara hasta nuestros días. Desde clanes, tribus (objeciones aparte) hasta federaciones y confederaciones libres, la humanidad siempre ha tendido a organizarse para beneficio de la humanidad misma como especie.

Esto demuestra no solo que las organizaciones son importantes, sino que está en la misma naturaleza humana tender, de una manera u otra, hacia la realización de sus instintos de animal sociable. Pero dentro de esta misma organización humana el individuo como ente individual se ha alzado innumerables veces para influir en la misma (6). Tenemos nuevamente la dualidad comunidad-individuo e individuo-comunidad de la que hablábamos líneas más arriba.

El individuo dentro de la organización es capaz de influir en el curso de la misma mediante la exposición clara de una idea, presentada de tal manera que sea acepta por el buen juicio de los demás.

La comunidad, tomemos el caso de una comunidad anarquista, no representa para el individuo el sometimiento del mismo a las mayorías, sino la posibilidad de que éste pueda influir en los demás y modificar su entorno con miras siempre a una mayor efectividad como organización. De esta manera su potencial revolucionario no es mermado, sino potenciado por sus compañeros de ideas.

Si la idea del individuo es errónea y otro individuo se lo hace ver, el individuo no perderá por ello su autonomía, todo lo contrario. Habiendo comprendido la generosidad y veracidad de la idea del otro individuo, su concepción sobre tal o cual tema se ampliará y sabrá realizar mejor su labor militante. Esto implica, sin duda, la buena disposición de dichos individuos para saber discutir sin pretender imponer sus ideas, ni tampoco ser faltos de neutralidad para aceptar el intercambio de opiniones. Pero ese es un asunto que sale de nuestro tema y del cual nos tendremos que abstener de comentar.

Resta, sin embargo, el problema de las mayorías y las minorías. En ellas puede incubarse todo lo contrario a la autonomía, pues las mayorías imponiéndose eliminan la autonomía de las minorías, y cuando estas a su vez imponen sus privilegios a las mayorías realizan también todo lo contrario a la autonomía. Tengo presente que el tema planteado así no solo exige el análisis filosófico, sino también económico, político y social. Nos disculpará el amigo lector no tomar al toro por los cuernos en esta ocasión, pero el espacio nos impone la dureza de sus características y a ello hemos de limitarnos.

Las mayorías, pese al número que representen, no tienen siempre la razón.

Fueron varios millones de obreros alemanes quienes encumbraron a Hitler al poder; mayorías fueron también quienes mataron a Galileo por decir que la tierra giraba alrededor del sol y no al contrario; mayorías son también los que creen en Dios y en la actualidad son también mayoría quienes temen a la revolución.

Y ni tuvieron razón quienes encumbraron a Hitler, que se mostró como el criminal que era; ni razón tenían quienes decían que el sol giraba en torno a la tierra; ni tampoco hay razón en decir que Dios existe, ni mucho menos tienen razón quienes afirman que la revolución sería peor de lo que vivimos actualmente.

Frente a esas mentiras aceptas por las mayorías las minorías se alzan con la razón que les asiste.

Pero tampoco estas tienen la razón siempre.

Porque quienes decían que Galileo estaba equivocado al decir que la tierra gira alrededor del sol son hoy minoría, y sin embargo están igualmente equivocadas; minorías son quienes creen que la homosexualidad es una enfermedad o un defecto y están equivocadas también; minoría son, en fin, el grupillo de privilegiados que dominan a la totalidad del pueblo en virtud de una supuesta efectividad organizativa. La estupidez, el fascismo y la ignorancia más supina incuban muchas veces en raras personas que arrastran a otras más ignorantes hacia la barbarie.

Ante esta disyuntiva entre las mayorías y las minorías, y visto que unas y otras pueden estar erradas independientemente de su número, solo una acción puede resultar efectiva: dar la razón a quienes la demuestren, independientemente de su número. Pero entendemos que muchas de las veces encontrar esta razón es un asunto harto espinoso, por ello proponemos una cosa: el consenso siempre que sea posible. Donde el consenso no sea posible la discusión de las ideas puede resultar engorroso, pero es el medio más efectivo.

Una persona puede negarse a la discusión por creerse siempre en posesión de la verdad, pero lo que afirme no será algo precisamente razonado ni profundizado. Puede, por el contrario, aceptar las ideas sin discutirlas, pero no serán necesariamente sus ideas, puesto que sin razonarlas solo serán una repetición de lo escuchado.

Al ser ideas aceptadas de maneras tan volátiles, es fácil que las abandonen en cualquier momento.

Solo las ideas profundizadas son aquellas que el individuo defenderá con firmeza, porque las ha comprendido y forman parte de su pensamiento, no de manera volátil, sino con raíces firmes crecidas en el razonamiento de las ideas.

Este método, aunque más largo, es sin embargo el más efectivo, porque forma individuos con convicciones firmes, que las defenderán a lo largo de su vida.

Y si es en las organizaciones donde las ideas se discuten, si es en la comunidad donde los individuos enfrentan sus pensamientos, se comprende entonces que el individuo y la comunidad son dos entes unidos el uno al otro de manera firme, y que en las organizaciones anarquistas el luchador encuentra no un límite, sino un potenciador de sus fuerzas, y que si bien puede resultar un proceso complejo cuando no hay consenso, buscarlo mediante la exposición y discusión de las ideas resulta un método para generar militantes más efectivo que aquel que propone que las minorías acepten la opinión de las mayorías que bien pueden estar equivocadas. Pero también que si el individuo y la comunidad son entes unidos, el individuo puede influir mediante su pensamiento en el andar de la comunidad o de las organizaciones.

No existe, pues, coacción en quien comprende que su entorno es modificable mediante la voluntad de las personas.

La autonomía no es vulnerada en las organizaciones, sino todo lo contrario. La organización anarquista no es, pues, más que la coordinadora de las autonomías, o por mejor decir: la organización es el pacto federativo de las autonomías en vías de una mayor eficacia, conservando cada parte, individuo u organización, su autonomía cuando hace de la organización no un instrumento a dominar (7), sino un potenciador de cada parte de sus fuerzas.

Si sus ideas son buenas, justas, expuestas de manera clara y sencilla, encontrarán el más firme apoyo en los demás, y cuando se discuta no será sino para hacer su idea más precisa y fuerte.

De esta manera la organización representa para el individuo un apoyo firme, en la que no ve menospreciada su fuerza.

En una organización federativa, como puede ser una federación anarquista, los proyectos, individuos u organizaciones se unen de manera libremente consentida por lazos de solidaridad y apoyo mutuo.

Estos lazos no son de manera unilateral.

Existe en ellos el carácter de pactos sinalagmáticos. No es una solidaridad o apoyo de todos a un solo ente, sino una solidaridad que va en dos direcciones. Ayudan, pero también reciben a su vez la solidaridad de sus compañeros y compañeras. Discuten sus ideas con otros compañeros y compañeras, y de esas discusiones nacen ideas más fuertes y cerebros mejor preparados; de esta manera, el pacto sinalagmático va de uno a otro lado haciéndose más fuerte conforme avanza en uno y otro sentido.

Solamente entendida de esta manera la solidaridad, y de hecho es la única forma aceptable desde el punto de vista de la equidad, la autonomía de cada ente organizado no es violentada jamás, sino que al propio tiempo que mantienen su independencia, su lazo fraterno con la organización profundiza los caminos de la solidaridad por donde los anarquistas deseamos que camine la humanidad.

Si, autónomos, pero no por ello aislados. Autónomos para los anarquistas significa el reconocimiento de la independencia individual y organizativa de unos individuos y organizaciones respecto a otros, pero también el entendido de que nuestra naturaleza, al hacernos animales sociables, nos conmina a organizarnos y unirnos en el respeto mutuo de la autonomía e independencia de todos y todas.

Significa un camino dialéctico donde ni individuo ni comunidad pueden ser separados ni tampoco fusionados de manera perpetua, sino solamente en la medida en que sus aspiraciones e ideas los empujen a unirse conservando cada uno su libertad autónoma.

Así pues, saludemos a todos y todas quienes defienden la autonomía de su persona u organización, pero que no por ello se aíslan o creen que las organizaciones o la comunidad erosionan su autonomía.

Salud, anarquismo, autonomía y federalismo.

Erick Benítez Martínez. Agosto del 2016

Notas:

1.- Ver “El anarquismo y el federalismo”

2.- Que significa CONSEJO, es decir asamblea, donde se toman acuerdos y con ello decimos que se respeta la autonomía de las personas, nada se impone desde un grupo de dirigentes.

3.- Damos por hecho que este deseo de no someternos ni someter a nadie se comprende desde el punto de vista de la defensa de la autonomía. Habrá, y los hay desde luego, personajes que desean someterse gustosamente a una monarquía o a una dictadura, y quienes aspiren a someter también a los demás a sus concepciones políticas, económicas o sociales. Estos personajes están desligados de la autonomía, y por ello mismo no les dedicamos más que una nota al pie de página, pues no habiendo similitud entre ellos y nosotros, no tenemos para los primeros más que comentarios lamentables por su sometimiento voluntario, y una declaración de guerra para los segundos.

4.- Si nuestros individualistas que tanto aclaman a Stirner lo hubiesen leído detenidamente, sabrían que es el mismo Stirner quien nos recomienda una sociedad de egoístas. Tal asociación de egoístas no es otra cosa que una antonomía a lo proudhoniana, una filosofía kropotkiniana para la que ni el individuo ni la comunidad deben ser eliminadas, una reivindicación bakuninista de la libertad del individuo y la comunidad como entes unidos indisolublemente, y podríamos decir que hasta la concepción del individualismo malatestiano y hasta del egoaltruísmo de Pietro Gori.

Dichas ideas trato de explicarlas detalladamente en mi libro “Apuntes sobre el comunismo anarquista y otros textos” en el capítulo El individualismo comunista.

5.- Consultar El apoyo mutuo. Un factor de evolución de Piotr Kropotkin.

6.- Piénsese si no en los Einstein, en los Galileo, en los Ctesibio, en los Tesla, en los cientos y cientos de personajes que contradiciendo a veces a la misma comunidad, dieron a esta herramientas y conocimientos que la hicieron avanzar progresivamente.

7.- Pues reconocemos la existencia de organizaciones opresivas debido a la existencia nula del federalismo. El federalismo, el instrumento que hace posible la coordinación de las autonomías de manera libre y no la sujeción de las mismas a una parte central.

¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio