En el corazón de los movimientos vecinales (1ª Parte)

Luchas vecinalesQuiero obviar todo aquello que no se escribió, como decía el historiador  Miquel Izard no hay mejor historiador  que los propios creadores de la historia. Con esta frase no quiero jactarme de nada, pero sí decir que no es una opinión, ni una visión unilateral, son vivencias reales con un alto contenido de conciencia revolucionaria sin más partido que los anhelos en la búsqueda de unas condiciones de vida mucho mejor de las que vivíamos.

También resaltar en este primer artículo transferir el hecho que mi infancia y adolescencia con la posterior madurez en otros barrios donde viví, buscar la transparencia de los contenidos si bien, en aquellos años, las infancias de por sí fueron duras y cada acontecimiento que se vivía, la conciencia de la existencia era mucho más palpable, conocedores de los conflictos, donde la implicación formaba parte de nuestras vidas por muy jóvenes que fuéramos.

Siempre creí y en verdad era así, que aquellos movimientos al principio espontáneos eran sin lugar a dudas movimientos anarquistas en su más pura esencia, aunque no reconocidos,fueron verdaderos movimientos revolucionarios, sin banderas ni signos políticos que se apropiaran de aquellos movimientos. Posteriormente por desgracia hubieron adjudicaturas no deseables, cuando iba tomando forma todo aquel movimiento.

Nou Barris, se configuró como tal ya en la «democracia» integrando los nueve barrios en un ayuntamiento local pero con un archivo histórico casi completo. Mi barrio era La Trinidad Nueva, desde aquí se iniciaron la primeras luchas, como cada barrio obrero,tenía sus propias características en los diferentes procesos de repoblación de las periferias  de Barcelona. El barraquismo proliferaban desde los años 50 con las fuertes emigraciones de la época. Las políticas del régimen fascista permitía los éxodos masivos hacia el extranjero y las grandes ciudades. Para desahogar las grandes concentraciones de personas venidas de todas partes del territorio español, empezaron ha construir barrios enteros en zonas apartadas de las grandes urbes, bloques de pisos de bajo coste, en terrenos expropiados sobre todo de cultivos. Estas decisiones estaban contempladas, en los planes de desarrollo que se había fijado el Estado fascista, el Ministerio de la Vivienda y otras instituciones del «movimiento» como el Patronato y La Obra sindical del Hogar de carácter religioso, fueron transformando la fisonomía del cordón urbano barcelonés.

Antes de trasladarnos a La Trinidad Nueva vivíamos en la Guineuta, mi abuelo paterno tenía un terreno donde se construyó varias barracas para vivir toda la familia; durante la República  habían adquirido junto con otros amigos unas tierras para crear una cooperativa agrícola a las afueras de Barcelona en la zona norte, pero la guerra lo paralizó todo, a él lo llamaron para luchar en el frente de Jaca y dejaron el proyecto abandonado. Con la derrota, tuvieron suerte y no les quitaron las tierras repartiéndolas entre ellos, y la parcela que le tocó a mi abuelo, fueron construyendo casitas humildes ha medida que los hijos se iban formando familias.

Pero llegó la expropiación, como en otros muchos lugares para construir los macro-barrios obreros, habiendo desplazamientos humanos por todas partes, los que resistieron como mi familia, fueron sacados a punta de pistola. Una vez ubicados en el nuevo barrio, parecía bonito y novedoso las gentes venidas de todas partes, constituía una diversidad errante, andaluces, murcianos,extremeños, castellanos, gallegos y catalanes proletarios. No nos conocíamos, salvo los que veníamos del barrio de La Guineuta.

Poco a poco nos íbamos conociendo y poco a poco, íbamos conociendo las grandes deficiencias de aquel barrio sin equipamientos, transporte público, ambulatorios, alcantarillados defectuosos, falta de colegios, ni iglesia para los más beatos poder ir a confesarse. Pero lo que si más había, era un amplio espectro de policías, guardia civiles, falangistas y militares. Nunca había visto tanto uniforme concentrado en un barrio dejado de la mano de un omnipotente Estado. Parecíamos un poblado indio rodeados del 7º de caballería, porque a pocos metros estaba el cuartel de artillería y viviendas exclusivas para los mandos militares, y las caballerizas de la policía montada, donde hacían maniobras frecuentementes en la montaña de Torre Baró.

En los bloques más vistosos como en el que vivíamos nosotros, tenían porterías y en cada portería vivían militares retirados o mutilados de guerra con condecoraciones que exhibían con patético orgullo sin pagar renta alguna, a cambio su cometido era controlar a los vecinos y cobrar los alquileres. Al principio daban miedo por la rigidez de sus semblantes y el efecto de autoridad más bien rancio creando distancias con los vecinos.

El ambiente era silencioso, palabras justas e información de donde era cada cual, pero los niños éramos más abiertos, las calles y los escampados era nuestros lugares de juegos y convivencia, íbamos descubriendo todos los rincones del barrio más allá de lo permitido. Muchos fuimos tarde al colegio porque no habían, hasta que construyeron dos escuelas 3 años más tarde, para ir al médico había que ir andando varios kms. como al mercado de abastos, todo estaba muy lejos incluso nacían muchos niños en los pisos porque ni siquiera los taxis estaban próximos, ni medios para llamarlos, a no ser que se avisara a la guardia civil para llamar a las comadronas y médicos de urgencias. En estas situaciones los vecinos eran muy solidarios y así fuimos intimando y visitándonos unos a otros y entablar conversaciones más trascendentales y las revelaciones de los orígenes casi todos republicanos de izquierdas pero sin significarse a viva voz.

El miedo era un hecho y más con tanta militarización soplándote el cogote y el descubrimiento del comisario de policía de San Andrés que vivía en el bloque de al lado. Al poco tiempo empezaron a construir delante de nuestras narices, La Meridana, una de las arterias viales más importantes de Barcelona en dirección Puicerdá, mi calle llevaba ese nombre y no era casualidad que los bloques donde vivíamos eran los más vistosos todos construidos en hileras y los más altos, porque los  bloques del interior del barrio eran más sencillos y también más especulativos en cuanto a las deficiencias tan alarmantes tenían zonas ajardinadas pero las plantas brillaban por su ausencia y eran los vecinos que se encargaron de plantar flores y arbustos.

De la noche a la mañana, nos quedamos sin espacios vitales, el Alcalde Porcioles había proyectado el 2º cinturon de las rondas, la cual cosa nos dejaban completamente aislados del resto del mundo. Desde luego no teníamos información, iban haciendo sus planes sin avisar ni consultar, las carencias en los equipamientos sociales no era prioritario ni tan siquiera sabíamos que fueran a producirse. Las obras duraron casi un año y los niños nos íbamos a la montaña de Torre Baró cuando no estaban los militares y algunas familias empezaron ha comprar a plazos los televisores para tener entretenida a sus numerosa proles.

Una vez acabada las obras, hubo otro movimiento inusual e inesperado, de repente en plena coordinación entre militares, policía montada, y guardia civil tomaron el barrio vestidos de gala, apostados en la montaña a caballo, el ejército tomaban perímetros muy extensos desde los demás barrios y la guardia civil apostados mirando hacia los bloques con las ametralladoras en posición de combate, nadie podía salir a la calle, los vecinos adictos al régimen y otros que se resignaron obligados a  tenían banderitas españolas  en los balcones, toda esta movida desorbitada fue porque el Caudillo vino ha inaugurar La Meridiana, el tirano pasó como una exalación con su coche regalado por Hitler y una comitiva impresionante. Aquel esperpento montaje empezó ha cuajar un resentimiento entre los vecinos nunca antes conocido en los 10 años llevábamos viviendo allí, más si cabe cuando empezó ha circular coches y camiones por aquella vía imposible de atravesar porque no pusieron semáforos ni un puente para pasar al otro lado, necesidad vital para desplazarse a los trabajos porque la boca de metro más cercana estaba a unos 500 metros de distancia. Después de varios atropellos mortales de vecinos muy conocidos y niños del barrio fue el detonante para apoderarnos de aquella vía que sería nuestro punto de partida para destapar y florecer  el descontento por la dejadez de unas instituciones que nos ignoraban como guetos aislados en sus fabulosos planes de progreso especulativo.

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