Evolución de la propaganda anarquista española en su etapa fundacional (1868-1897)

Génesis de la propaganda internacionalista

Anselmo Lorenzo
Anselmo Lorenzo
Desde la llegada de Fanelli a España en el invierno de 1868 la propaganda oral fue el primer medio de transmisión de información entre los internacionalistas españoles. Dice Anselmo Lorenzo en El Proletariado Militante que Fanelli le dio tres o cuatro sesiones de propaganda y numerosas charlas particulares que se desarrollaron en cafés o paseos “que consideré como una honra que me causó gran alegría de verme especialmente favorecido con sus confidencias”([1]). En este periodo fundacional, los discípulos españoles del anarquista italiano buscaron la ayuda de órganos de expresión propios con el fin de poner en marcha la organización del movimiento internacionalista. Se abría así un imparable proceso de toma de conciencia del proletariado español en el que destacaron los títulos de una serie de periódicos, llamados a desempeñar un gran papel al convertirse en correa de transmisión de las ideas internacionalistas. La Solidaridad de Madrid, la Federación de Barcelona, El Obrero y más tarde La Revolución Social de Palma de Mallorca, La Voz del Trabajador de Bilbao fueron los pioneros en esta tarea. La reacción en contra de la Internacional manifestada por buena parte de la prensa burguesa española se quiso contrarrestar mediante manifiestos como el publicado por La Andalucía el 14 de abril de 1871 ([2]). En él, los internacionalistas calificaban de “falta imperdonable” mantener una actitud pasiva y silenciosa, mientras se vertían falsedades sobre los objetivos de la asociación. De la lectura de este documento se deduce la importancia que concedieron a la propaganda desde los primeros momentos, de ahí que en él recuerden que ya el 24 de diciembre de 1869 la sección de Madrid había publicado un manifiesto con el fin de difundir por todo Madrid los objetivos de la AIT. En su ánimo estaba “darle toda la mayor publicidad posible”, para lo cual fue colocado en las esquinas y repartido por las calles de la capital, además de ser enviado al resto de las provincias. Por otra parte, en el manifiesto de la Internacional había una clara voluntad de transparencia, de hacer públicos sus objetivos, sus medios y sus fines. La condena expresa de actuaciones secretas, “las tinieblas no pueden desearlas más que aquel a quien la luz ofende”, se traduce en la implicación de todas sus secciones en la tarea de hacer propaganda mediante la celebración de “conferencias, meetings o reuniones públicas”.

Crisis y ruptura en el seno de la Internacional

Los problemas de la Internacional en sus primeros años de vida no le vinieron exclusivamente de fuera, más bien al contrario, lo debates doctrinales en su seno se saldaron con el fraccionamiento de la asociación en dos grandes corrientes internas, que con el tiempo derivarán en los principales movimientos sociales de finales del siglo XIX y el primer tercio del XX: socialismo y el anarquismo. A la materialización de esta ruptura contribuyeron La Emancipación, que nació en 1871 con el propósito de continuar la labor de La Solidaridad (desaparecida por problemas económicos) y El Condenado, dirigido desde 1872 por Tomás González Morago. Los llamados “autoritarios”, entre los que se encontraban el director de La Emancipación José Mesa, habían denunciado el 27 de julio de 1872 una conspiración en su contra “y se ha tramado ¡mentira parece! Por aquellos que se decían nuestros mejores amigos”. El Condenado, que había nacido para combatir las teorías de sus adversarios, denuncia el proceder de los que llama traidores a la Internacional. Como consecuencia de tales disputas se produjo la expulsión del grupo integrado por José Mesa, Francisco Mora y Pablo Iglesias, que constituirán la Nueva Federación Madrileña. Cuando en septiembre de 1872 se reunió un nuevo congreso de la Internacional en La Haya, éste se decantó por la creación de partidos políticos, la expulsión de Bakunin y el traslado del Consejo General de Londres a Nueva York. Tras el congreso, los delegados españoles insistieron en su rechazo a toda forma de poder político y decidieron la creación de una Comisión Federal de la Federación Regional Española, con sede en Alcoy (Alicante).

Los problemas derivados de la proclamación de la Primera República y su represión posterior.

La proclamación de la Primera República en febrero de 1873 llevó al nuevo órgano a manifestar su satisfacción ante el cambio político producido en España, pero con matices. Los internacionalistas españoles desconfiaban de que la nueva forma de Estado significase grandes garantías de prosperidad para la clase obrera, “porque la república es el último baluarte de la burguesía, la última trinchera de los explotadores del fruto de nuestro trabajo”([3]). En su opinión, los trabajadores nada pueden esperar de los gobiernos, por lo que han de estar prevenidos contra todos ellos, aunque se llamen republicanos. La sociedad que propugnaban los apoliticistas sólo nacería con la destrucción de todos los poderes y la creación de la anarquía donde “no habrá ni papas, ni reyes, ni burgueses, ni curas, ni militares, ni abogados, ni jueces, ni escribanos, ni políticos”([4]). Por tanto, ante el advenimiento de la República, la Comisión Federal de la Federación Regional Española exhortaba a los trabajadores a seguir haciendo propaganda y organizando la revolución.

La guerra carlista y el alzamiento cantonal llevaron al país a una profunda crisis agudizada en julio, cuando los trabajadores de Alcoy decidieron ir a la huelga en apoyo de la jornada laboral de ocho horas y en demanda de subidas salariales. La Guardia Civil reprimió a los huelguistas, que resistieron forzando el encierro del alcalde y un grupo de  guardias en el ayuntamiento. Tras veinte días de resistencia, el regidor murió en extrañas circunstancias, mientras un comité de Salud Pública se hacía dueño de la ciudad. Pese a que formalmente la Internacional no tomó parte en estos hechos, muchos afiliados fueron protagonistas de ellos, lo que explicaría el aluvión de acusaciones que desde distintos frentes les inculpaban. La repuesta a las múltiples calumnias e insultos recibidos apareció en las páginas de El Condenado. Ésta no perseguía la justificación ante los enemigos, sino lograr “que los trabajadores que todavía tienen una venda en los ojos y no conocen sus intereses, sepan la verdad de los hechos y juzguen imparcialmente sus resultados”(28/VII/1873). El resumen de la larga exposición publicada es que la conducta de los trabajadores de Alcoy fue un ejemplo a “seguir siempre que la práctica de los derechos individuales llegue a hacerse imposible a consecuencia de los abusos de las autoridades” (28/VII/1873).

En la campaña de descrédito contra los apoliticistas españoles desarrollada en el contexto de la I República también jugaron un papel destacado ciertos periódicos que, a pesar de declararse anarquistas, eran de dudosa procedencia, tanto por la ambigüedad que manifestaban como por la exaltación de sus discurso. En 1873 salió a la luz Los Descamisados, el de más larga vida de todos([5]), alardeando, en tono satírico e incendiario, de presentar guerra a la familia, a la propiedad y a Dios: “La anarquía es nuestra única fórmula. Todo para todos, desde el poder hasta las mujeres. De este bello desorden, o mejor dicho, desorden ordenado, resultará la verdadera armonía” (30/III/1873). Realmente, el pensamiento anarquista de esas fechas no se reconocía en declaraciones tan exaltadas como éstas. Juan Díaz del Moral afirmó en su día que “elementos de la extrema derecha, interesados en desacreditar aquel régimen, procuraron acrecentar el miedo para acelerar la reacción publicando periódicos como El Petróleo y Los Descamisados, disfrazados de internacionalistas, en los que se extremaba la doctrina obrera hasta la caricatura”([6]). En este sentido, seguiría la opinión de El Condenado que se refería a ellos como provocadores, obra de la burguesía para desacreditar la Internacional(6/IV/1973). J. Termes([7]), por su parte, afirma que este periódico estaba financiado por las autoridades españolas con la intención de debilitar el movimiento anarquista. Mª Cruz Seoane ha rechazado la tesis de que estas publicaciones tenían la intención de hacerse pasar por anarquistas, en su opinión, se trataba simplemente de una sátira contra la doctrina internacionalista, de un intento de “burlarse de ese movimiento, haciendo una deformación grotesca de él”([8]). Con el golpe del general Pavía el 3 de enero de 1874 se abrió un periodo de silencio para toda la presa obrera, la falsa y la auténtica. El 8 de enero de 1874 Serrano legalizó la suspensión mediante un decreto por el que quedaban disueltas todas las asociaciones que atentasen contra la seguridad del Estado. Desde entonces, la Comisión Federal convirtió la clandestinidad en el modo de vida de sus militantes([9]). El silencio obligatorio de la prensa en los años siguientes fue roto por algunos títulos de los que apenas quedan ejemplares. En la mayoría de los casos, el conocimiento de su débil existencia llega a través de testimonios directos como el de Anselmo Lorenzo, que se refiere a El Orden como el más célebre de todos ellos.

Expansión de la propaganda anarquista en los años ochenta

La llegada de los liberales al poder en 1881 favoreció la eclosión de un buen número de publicaciones anarquistas, que a partir de ese momento vivieron uno de los periodos de mayor libertad del siglo XIX([10]). La enorme difusión que muchas de ellas alcanzaron permitió propagar por todo el país una novedosa visión del mundo, que se dio en llamar la “idea”. La estrategia revolucionaria del movimiento pasaba por convertir a los obreros en agitadores dispuestos a llegar a todos los rincones de España y a predicar las bondades de una doctrina nacida con la convicción de ser capaz de transformar radicalmente el mundo. En sintonía con la “idea”, las publicaciones ácratas fueron por definición originales; generalmente de corta vida, salvo los casos excepcionales de La Tramontana de Barcelona, que sale de 1881 a 1896, o La Propaganda de Vigo, que lo hace de 1881 a 1895, la mayoría no superaban los dos años de vida, aquejadas desde su nacimiento de múltiples problemas económicos. El apoyo de grupos anarquistas, las suscripciones de las federaciones y el precio de venta no solían ser suficientes para el sostenimiento de la publicación, primero porque el número de morosos, tanto particulares como federaciones, era muy importante, y después porque las tiradas eran muy reducidas. Las quejas que en este sentido publicó el quincenal comunista anárquico de Barcelona, Justicia Humana, mostraban la precariedad en la que vivía: “Todos los suscriptores que al salir el número 9 no hubiesen cubierto la suscripción de este segundo trimestre se les retirará el envío del número, lo propio se hará con los corresponsales que estuvieren en descubierto de porquetes sin causa justificativa a juicio de esta administración”([11]). Aun cuando los anarquistas siempre renegaron de la prensa concebida como negocio, en la que la publicidad constituía una considerable fuente de financiación, en alguna ocasión recurrieron a ella para paliar la falta de recursos([12]). Una peculiaridad de la prensa anarquista digna de mención fue su gran dispersión geográfica. Madrid y Barcelona fueron los principales focos de irradiación, pero seguidos de grandes ciudades como Zaragoza y Valencia, o de poblaciones más pequeñas, entre las que cabe señalar Sabadell o Vigo. Incluso en estas localidades donde el nacionalismo estaba cobrando fuerza, los periódicos se escribían en castellano, pues los anarquistas se sentían prioritariamente internacionalistas, lo que les llevaba a rechazar reivindicaciones nacionalistas tan sentidas como la lengua. La Tramontana, escrita totalmente en catalán, constituye una excepción explicable, tal vez, por tratarse de una publicación a caballo entre el anarquismo y el catalanismo([13]). Otros periódicos, en cambio, optan por el bilingüismo (El Chornaler de Valencia) o trilingüismo como hace El Porvenir Anarquista, publicación de Barcelona que se escribe en español, francés o italiano para –según sus propias declaraciones- dar más amplitud a la propaganda (15/XI/1891).

Didactismo y religiosidad ácratas

El proselitismo del movimiento anarquista explica la vocación didáctica de toda su prensa. En ella se apreciaba un especial cuidado a la hora de tratar temas tan centrales como el apoliticismo, su principal fundamento ideológico. Éste era enseñado a través de textos extremadamente sencillos como el publicado por la Revista Social titulado: “un diálogo entre un profesor de enseñanza primaria y su pequeño alumno”. En este ejemplo paradigmático de la citada pedagogía social, un discípulo era interrogado por su maestro sobre la esencia de la política y los objetivos de los políticos. Sus respuestas no podían ser más concluyentes: “el arte de engañar a los pueblos y engañarse unos a otros los mismos hombres” y “apoderarse del poder, para desde allí gobernar a su antojo, sin acordarse de cumplir cuanto ofrecieron en sus manifiestos antes de alcanzarlo”(3/IX/1881). Respecto a la religión, la actitud de los anarquistas fue dual; por una parte, criticaban con dureza la hipocresía de los miembros de la Iglesia, apegados a los placeres terrenales mientras predicaban una doctrina que hablaba de amor y fraternidad y, por otra, asumían como propios el mesianismo y el didactismo de la Biblia. Las tradicionales fórmulas cristianas, convenientemente secularizadas, se incorporaron a la propaganda anarquista convirtiendo sus mensajes en referencias éticas. Un método tan pedagógico como el del catecismo cristiano fue adoptado por la publicística ácrata, que al igual que la liberal y la republicana lo consideraron idóneo para sus fines. Su principal valor consistía en llevar a los oídos de los proletarios nuevas ideas, pero en un lenguaje que les resultaba familiar, pues lo habían interiorizado desde la niñez: “Creo en el hombre, ser poderoso, creador del progreso, base de todos los focos de la tierra, y en la libertad individual, su único medio”([14]). Asimismo, la vida y milagros de Jesucristo fueron muy útiles para “evangelizar” al pueblo. En 1872, el anarquista andaluz Nicolás Alonso Marselau publicó el Evangelio del obrero, aparecido por entregas en La Alarma de Sevilla en 1889. Al igual que ocurría con credos y bienaventuranzas, el evangelio llegaba con facilidad a unos trabajadores deseosos de que les hablasen con sencillez y eficacia: “Entonces el Obrero fue llevado a las naciones para ser explotado por sus hermanos. Y habiendo ayunado infinidad de siglos, después tuvo hambre”([15]). Para despejar la paradoja que suponía crear un imaginario anarquista en el que convivieron la reivindicación de la figura del Cristo proletario y el rechazo frontal de una Iglesia católica legitimadora de las clases poseedoras, fue preciso insistir en el abismo que separaba la esencia del primer cristianismo de la adulteración posterior de que fue objeto. Pese a que en algunas aspectos la moral de los anarquistas podía identificarse con la cristiana por su fuerte puritanismo, lo cierto es que en general mostraron un gran su apego a la naturaleza y a los goces que ésta proporcionaba a los sentidos. Por otra parte, la búsqueda del camino hacia un mundo mejor explica la fe ciega que el anarquismo depositó en la ciencia, en la bondad de los descubrimientos científico-técnicos.

Prensa abierta a los trabajadores

La prensa anarquista nació como instrumento de propaganda al servicio de la revolución social, pero también pretendió ser útil a los trabajadores, por eso, algunos periódicos declaraban estar dispuestos a recoger las quejas de “todo obrero a quien perjudique amo o principal”([16]). Si hacemos caso a lo manifestado por las publicaciones anarquistas, muchos lectores atendieron la invitación que se les hacía y participaron en la elaboración del periódico a través de remitidos, que raramente firmaban con su nombre, sino con el genérico del oficio. El anonimato de estas colaboraciones, así como el altísimo grado de analfabetismo de la base social del movimiento anarquista inducen a pensar que la mayor parte de este aluvión de comunicaciones estaba elaborada en las propias redacciones de los periódicos, obedeciendo a sus intereses propagandísticos. En cualquier caso, la tipología solía responder a un único esquema: a veces se perseguía limpiar el honor de una persona concreta (El Condenado, 2/X/1886) o rectificar una alusión determinada(La Justicia Humana, 25/XI1886). Las denuncias sobre la explotación sufrida por los obreros ocupaban un lugar mucho más destacado; este era el contenido de una sección fija de la Revista Social titulada “ecos proletarios: “no solamente es escandaloso lo que ocurre en la ciudad de San Fernando con los obreros panaderos, sino que es altamente injusto”(1/IX/1881). La relación con los lectores trasciende a la simple publicación de sus quejas, ciertas o no, sino que hay una comunión con su causa. Las penalidades que la lucha acarreaba a los proletarios eran en cierta medida mitigadas a través de suscripciones para ayudarles a resistir en caso de huelga que era la forma de rebeldía más estimada. Toda la prensa anarquista mostraba, además, una especial sensibilidad con los presos, cuya conducta delictiva era justificada sobre la base del determinismo social. En consonancia con ello, fue una práctica muy habitual la publicación de artículos sobre los sufrimientos de los presos o cartas que supuestamente algunos de ellos habían remitido directamente desde la cárcel exponiendo su lamentable situación: “no es preciso explicarlo pues ya os lo podéis figurar. Mucha hambre…, cuasi desnudo… sin poder fumar, abandonado de todos”(El Revolucionario, 10/IX/1891).

Surgimiento de nuevas costumbres sociales y de un imaginario propio

La lucha que el anarquismo libró contra la moral cristiana imperante presentaba varios frentes, uno de ellos fue el ritual. La sustitución de bodas, bautizos y entierros religiosos por ceremonias civiles estuvo presente en la prensa, siempre dispuesta a hacerse eco de las nuevas costumbres, que en algunas publicaciones adquirían la categoría de “avances del librepensamiento”. En este sentido, fue muy frecuente, por ejemplo, la información sobre la inscripción de niños en el registro civil con nombres derivados de la doctrina anarquista tales como Acracia, Fraternidad, Libertad, Luz, Progreso: “Nuestra cordial enhorabuena a los padres y que Acracia llegue a alcanzar un inmenso grado de desarrollo” (Bandera Roja, 29/VI/1888). A juicio de Bandera Roja, el aumento progresivo por toda España del número de entierros civiles demostraba que el avance del librepensamiento iba por buen camino: “En Andujar se han realizado dos entierros civiles, el del niño Julio y el de José López”. Otro tanto ocurría con la celebración de matrimonios laicos: “El segundo acto civil verificado en Manzanares ha sido el matrimonio de Felipe Jiménez con María Valle” (Bandera Roja, 6/VII/1888). En muchos casos, tales informaciones venían acompañadas de jugosos comentarios sobre los incidentes que provocaban estos prácticas de libertad: ”Parece que cuando el juez municipal indicó a María que sus hijos no podrían ser bautizados, ésta contestó: ¡Mejor! Así no serán monjas ni frailes. Contestación digna de una librepensadora convencida.” A partir de los años ochenta, las publicaciones anarquistas reprodujeron sistemáticamente una serie de acontecimientos hasta conformar la primera mitología propia del anarquismo español. Una de las principales fechas en el particular calendario ácrata fue el Primero de Mayo; la reivindicación de la jornada laboral de ocho horas y la lucha de los norteamericanos a favor de esta demanda tuvieron una gran acogida en la prensa obrera. El anarquismo se sumó a la decisión de la Internacional de celebrar el día del trabajo. Anselmo Lorenzo, en su novela Justo Vives, destacó el ambiente festivo de la jornada y la fraternidad que todos los trabajadores sintieron: “una expresión de alegría y notábase como los primeros síntomas de un entusiasmo de origen desconocido. Los amigos se saludaban con más efusión que la ordinaria, estrechábanse la mano más afectuosamente”([17]). El carácter lúdico de la jornada que se desprende de la narración del líder anarquista no fue, sin embargo, lo más perdurable en la cultura anarquista respecto al Primero de Mayo. Más bien al contrario, con el tiempo se impuso la visión rebelde y reivindicativa derivada, en gran medida, de la ejecución en Chicago de varios anarquistas acusados de los disturbios ocurridos en esta ciudad norteamericana mientras luchaban a favor de las ocho horas. El martirio de estos hombres proporcionó a los anarquistas españoles una pieza clave de su imaginario([18]), que se concretó en la publicación de apasionados artículos conmemorativos y en la difusión de sus retratos, convertidos en iconos revolucionarios, que circularon por toda España gracias a periódicos como Tierra y Libertad que se preocupaba de distribuirlos: “a los compañeros que nos tienen pedidas litografías de los mártires de Chicago, que los serviremos tan pronto como nos lleguen de los Estados Unidos” (15/VII/1888).

La fuerza de la literatura obrerista

La pedagogía social anarquista depositó en la letra impresa gran parte de sus expectativas propagandísticas. Las bibliotecas libertarias, cada vez más nutridas, vendían libros baratos de autores españoles y europeos, anunciados con insistencia en los periódicos afines. Aun cuando en todas las publicaciones anarquistas se apreciaba una clara sensibilidad hacia la literatura en general, la más comprometida fue la que se llamó obrerista, porque estaba concebida como un instrumento de lucha al servicio del movimiento anarquista. El director del periódico catalán La Tramontana, José Llunas, en el prólogo de la novela de Anselmo Lorenzo Justo Vives, indicó cuáles eran las principales características de este género: “en ella entra como primer factor la exposición y defensa de ideales al calor de los cuales se exponen los sufrimientos de la clase obrera y los remedios que se consideran oportunos para aliviar aquellos y aun hacerlos desaparecer”([19]). De este modo, la novela y el cuento ocupaban un lugar destacado al lado del periódico, del folleto, del “libro en forma didáctica presentado”, del teatro y del “esparcimiento en todas sus variadas manifestaciones” a la hora de difundir los ideales revolucionarios. Para que este objetivo fuese cumplido eficazmente, la literatura anarquista se decantó por el género dramático, influido desde el principio por el argumento de Los misterios de París, del novelista francés Eugenio Sue, cuyas obras despertaron la conciencia social de muchos trabajadores. Los protagonistas indiscutibles de los dramas anarquistas fueron los desheredados, esto es, aquellos que sufrían las injusticias sociales y que eran los auténticos sujetos revolucionarios de la utopía ácrata: niños, viejos, mujeres, pobres, mendigos, presidiarios, campesinos. Todos eran dibujados rodeados de penurias, que, sin embargo, no lograban mermar su moral, sino fortalecerla, no en vano se trababa de los héroes del movimiento anarquista. Frente a ellos se situaban los enemigos del pueblo, preferentemente burgueses y miembros de la Iglesia, presentados como seres pérfidos y sin escrúpulos. Muy relacionado con la miseria surgía el tema de la delincuencia([20]), analizada siempre en clave de determinismo social, por tanto, exculpando al proscrito con el argumento de que en la sociedad estaban las razones de sus acciones. El robo fue el delito más repetido, por la fuerza simbólica que tenía para evidenciar las necesidades básicas de los desposeídos y los problemas que acarreaban a toda la sociedad. El argumento de Juan José, la obra de Joaquín Dicenta más aplaudida por los anarquistas españoles, ejemplifica los parámetros de idoneidad que, según el criterio de éstos, deberían tener las manifestaciones culturales auténticamente revolucionarias. El drama de Juan José comenzaba en el momento mismo de su nacimiento, al verse privado del cuidado y del afecto de unos padres. A este estigma, que le acompañaría el resto de su vida, se sumaba el de la explotación -“de la inclusa al arroyo”- y el infortunio de su vida sentimental. Las desdichas del expósito se incrementan cuando decide robar para satisfacer las necesidades materiales de su amada, tentada por la fortuna del patrón. Ya en la cárcel se entera que ella finalmente ha sucumbido; lleno de ira logra huir y matar al burgués, pero accidentalmente asfixia a su novia. Este trágico desenlace no es singular, forma parte de una misma línea argumental presente en todas las manifestaciones propagandísticas ácratas: los males de la mujer los originaba la sociedad y su redención sólo será posible a través de la revolución([21]). Rosa, la compañera de Juan José, es presentada como víctima y es que en la literatura anarquista la mujer ocupaba un lugar preeminente dentro del grupo de los desheredados. Los dos estereotipos más repetidos fueron el de madre, sublimada siempre, o el de prostituta, explotada por el sistema capitalista. La prensa anarquista acogió muy satisfactoriamente el melodramático argumento de Juan José, porque consideraba que su argumento era fiel reflejo de la realidad social española de esos años. La crítica que para La Idea Libre hizo el periodista ácrata Ernesto Álvarez incidía en las virtudes de lo que calificaba “hermoso drama”: “lleno de colorido, naturalista, en el que las figuras todas se mueven y representan con exactitud los personajes de la realidad. Así son los trabajadores; así son los burgueses. Víctimas los primeros; verdugos los segundos. Así es también la justicia; condena al infeliz y absuelve al delincuente”([22]).

La función social del teatro anarquista

La obra de Dicenta fue representada en el teatro de la Comedia de Madrid en noviembre de 1895 con gran éxito de público. Según Ernesto Álvarez, la acogida fue espectacular: “ecos de triunfo, triunfo ruidoso, franco, merecido, deben haber repercutido ya, en alas de la fama, por todas partes”([23]). En la propaganda anarquista el teatro adquirió un papel preponderante, pero no sólo el que se representaba en salas comerciales, sino aquel que ponían en escena grupos de aficionados. En general, solía tratarse de un elemento más de intensas veladas culturales anarquistas, en las que la música, los discursos y las lecturas de poesías creaban una atmósfera idónea para el adoctrinamiento de los ciudadanos. A veces, estas representaciones formaban parte de actos conmemorativos de algún acontecimiento memorable o se realizaban para reunir fondos a beneficio de presos o huelguistas. La mayor parte de las actividades culturales anarquistas, y el teatro en particular, eran actos participativos, pues los trabajadores, además de espectadores, eran los actores y, en muchas ocasiones, también los autores de las obras que escenificaban. Obviamente, a estos aficionados no les movían criterios mercantilistas sino el compromiso social, poner en evidencia los problemas que más preocupaban a los trabajadores, por tanto, su apuesta sólo podía ser el drama y no la comedia. Los anarquistas fueron muy selectivos con las obras de teatro; ellos sólo aceptaban aquellas que retratasen fielmente la sociedad y que, además, indicasen el camino para transformarla. Por tanto, no servían las centradas en épocas históricas pasadas, ya que sólo interesaba el reflejo del presente y de sus injusticias. Los Tejedores de Hauftmann([24]) fue una de las preferidas por los anarquistas, porque se ocupaba de la sublevación que en 1844 habían protagonizado los tejedores de Silesia, convertida ahora en una lucha universal. En cambio, mereció una dura crítica La Festa del blat, drama de Ángel Guimerá, analizado en el citado periódico por Jaime Brosa: “Los que creían que Guimerá tenía suficiente visión para abarcar una tragedia social, como la ha tenido para desenterrar tragedias sepultadas en la fosa común de la historia, han sufrido un desengaño. Su musa es medieval, es bárbara; no sirve para nuestros tiempos. Su alma es parienta de los tipos que crea. Quiere vivir lo moderno y el atavismo le hace sentir la nostalgia del pasado”([25]).

La propaganda por el hecho

Además de la transformación de la sociedad mediante cambios éticos y sociales, los anarquistas, firmes partidarios de la máxima de que el hombre es bueno/pacífico por naturaleza, también recurrieron a la acción directa como táctica revolucionaria([26]). Aun cuando todo el anarquismo se reconocía en la idea de que la violencia la fomentaba la propia sociedad, lo cierto es que esta estrategia no fue tenida en consideración hasta los años ochenta y noventa, que es cuando llegaron los principales atentados. Esta forma siniestra de propaganda ha pasado a la historia por la acumulación de actos violentos a lo largo de estos años, desencadenando la espiral acción/represión susceptible de interpretaciones opuestas. Algunos órganos de prensa ácratas estimaban que en el origen de este terrorismo se encontraban las fuerzas de seguridad, cuya intención era frenar el crecimiento de las ideas anarquistas por suponerlas disolventes del orden burgués. Al mismo tiempo, fue precisamente la “propaganda por el hecho” la razón de que el anarquismo llegase a ser conocido por la mayor parte de la opinión pública española. Impulsados por esta situación aparecieron trabajos que, como el de G. M. Maestre, se proponían indagar en los orígenes de una doctrina que tanta alarma social generaba. La obra, publicada en 1897 bajo el título El anarquismo en España y en especial en Barcelona, defendía la tesis de que el anarquismo era una secta peligrosa, tanto por su esencia ideológica como por el recurso a la violencia. La prensa ácrata también debatió las consecuencias de las acciones violenta, que generalmente creían legítimas, aunque con matices. En efecto, algunos grupos pensaban que todos los medios para luchar contra la explotación estaban justificados: “debemos congratularnos cuando por un procedimiento cualquiera, sea el que fuere, se logra aterrorizar a nuestros enemigos”, escribe La Cuestión Social en 1892([27]), mientras que otros, representados especialmente por La Tramontana, los rechazaron desde el principio. Este último punto de vista se puede resumir en una alegoría que el periódico catalán publica sobre la revolución social en la que apostaba por la fuerza de la literatura obrerista(21/VII/1893). La literatura militante, encarnada en la novela de Anselmo Lorenzo Justo Vives, era propuesta como el mejor medio de acabar con el injusto orden burgués. Tanto las imágenes, como el propio título del grabado: “la millor dinamita”, revelaban un planteamiento nítidamente pacífico.

También en los fatídicos noventa, el ejemplo de Ravachol, el anarquista francés convertido en dinamitero para vengar el sufrimiento de los desheredados, prendió entre los anarquistas españoles. Su ejecución en julio de 1892, después de un largo juicio en el que declaró: “mi objetivo era aterrorizar, para obligar a la sociedad a mirar atentamente a aquellos que sufren”([28]), le confirió categoría de mártir. Dos periódicos de Sabadell reivindicaron este nombre en sus cabeceras: Ravachol y El eco de Ravachol. Miguel Iñiguez([29]) dice que el primero sacó sólo dos números en 1892 y que fue perseguido inmediatamente, por lo que se vio forzado a desaparecer aunque tuvo su continuación en El eco de Ravachol. Otras publicaciones, en cambio, siguiendo la estela de Kropotkin, que había dicho que los métodos violentos de Ravachol no eran propios de un verdadero anarquista, rechazaron lo que la figura del héroe dinamitero significaba. El duro periodo de terror, marcado por violentas acciones anarquistas y la subsiguiente represión policial, se había abierto con el cumplimiento de las cinco penas de muerte dictadas en España a consecuencia del intento de insurrección del campo jerezano en enero de 1892 y prácticamente culminado en 1896 con el atentado ocurrido ese año en la procesión del Corpus Cristi en la barcelonesa calle de Cambios Nuevos. La detención y encarcelamiento de centenares de anarquistas en el castillo de Montjuich([30]), así como la ley antiterrorista de 1896 y la creación de una brigada política social específica para este tipo de delitos permiten calificarlo como el peor de todos los cometidos hasta entonces. El miedo generado por esta impresionante reacción policial puede explicar la nota aparecida en La Idea Libre, en la que la revista anarquista se desmarca de los autores del atentado, “sean quienes quiera”, declarando “solemnemente que si el triunfo de nuestras ideas hubiera de tener por pedestal los cadáveres de indefensas mujeres e inocente niños, renunciaríamos a él(12/VI/1896). Tal vez con esta declaración, los redactores de la publicación madrileña no fuesen del todo sinceros, sino que intentasen eludir la persecución de que era objeto el movimiento anarquista en su conjunto. El asesinato en 1897 del presidente del gobierno, Canovas del Castillo, juzgado culpable de la férrea persecución a que fue sometido el movimiento anarquista, supuso el final de un ciclo, que volvería a presentarse pasados unos pocos años. Este último acto violento, cometido por el justiciero anarquista italiano Michele Angiolillo, dejó al anarquismo español decimonónico sumido en el letargo de sus organizaciones, que vieron cómo perdían afiliados y simpatizantes de día en día. Sin embargo, el ideal ácrata nunca desapareció, como demuestra la revitalización que vivió en el primer tercio del siglo XX. Ciertamente, a partir de la primera década del nuevo siglo, la “propaganda por el hecho” volvió, a la vez que se desarrollaba una corriente humanista y pedagógica, cuyo principal exponente sería Francisco Ferrer y su Escuela Moderna, convertido tras su ejecución en un mártir más del movimiento libertario español.

Notas

[1] .-Lorenzo, A.: El proletariado militante. Memorias de un internacional, Madrid, Zero, 1974, p.41.

[2] .-Lida, C.E.: Antecedentes y desarrollo del movimiento obrero español (1835-1888), Madrid, Siglo XXI, 1973, p. 193 y ss.

[3] .-Asociación Internacional de los Trabajadores, Circular nº 8. “La Comisión Federal de la Federación Regional Española a todos los Internacionales”, Alcoy, 24/II/1873, en Lida, C. E.: Antecedentes…, p. 357.

[4] .-Ibíd., p. 359.

[5] .-Del 30  de  marzo al 12 de junio sacó cinco números.

[6] .-Díaz del Moral, J.: Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, Madrid, Alianza ed., 1973, p.143.

[7] .-Termes, J.: Anarquismo y sindicalismo en España. La Primera Internacional (1964-1881), Ariel, Barcelona, 1972.

[8] .-Seoane, M.C.: Historia del periodismo en España 2. El siglo XIX, Madrid, Alianza Editorial, 1996, p.245.

[9] .-Véase Castro Alfín, D.: “De la clandestinidad republicana a la clandestinidad anarquista”, en Hofmann, B.; Joan i Tous, P. Y Tietz, M. (eds.): El anarquismo español y sus tradiciones culturales, Frankfurt/Madrid, Vervuert/Iberoamericana, 1995.

[10] .-Véase Adsuar, J.A.: “Guía de la prensa libertaria en España (1850-1939)” en Anthropos. Revista de documentación científica de la cultura, suplementos 5, Madrid, Anthropos, marzo 1988, pp. 87-101.

[11] .-La Justicia Humana, 25/XI/1888.

[12] .-Véase La Revista Social, núms. 112-113. Julio 1883.

[13] .-Olive Serret, E.: “La Tramontana, periòdic vermell (1881-1893) i el naturalisme de Josep Llunas i Pujals”, en Estudios de Historia Social, Madrid, 1984, núms. 28-29, pp. 319-326.

[14] .-Reproducido en Lida, C.E.:”Literatura anarquista y anarquismo literario”, en Nueva Revista de filología hispánica, Tomo XIX, 1970, p. 371.

[15] .-Ibíd, p. 373.

[16] .-El Hijo del Trabajo, Pontevedra, 1882.

[17] .-Lorenzo, A.: Justo Vives, Barcelona, L’Avenç, 1893, p. 49.

[18] .-Un claro ejemplo del carácter perdurable de este mito lo proporciona un folleto que el Sindicato de Oficios Varios de CNT-AIT de Segovia distribuía por la calles de esta ciudad el Primero de Mayo de 2004 . El texto estaba encabezado con la pregunta: “De dónde viene el 1º de Mayo”, respondida con la explicación de los hechos acaecidos en Chicago y la ejecución de los anarquistas norteamericanos el 11 de noviembre de 1887.

[19] .-Llunas, J.: “Literatura obrerista” en Lorenzo, A.: Justo Vives, Barcelona, L’Avenç, 1893, p.12.

[20] .-Véase Mir y Mir, J. (prologo y selección): Dinamita cerebral. Los cuentos anarquistas más famosos, Icaria, Barcelona, 1981.

[21] .-Véase Tavera, S.:“Las mujeres en el anarquismo español (1868-1939)”, en Ayer, revista de historia contemporánea, núm. 45, 2002, pp. 39-72.

[22] .-La Idea Libre, 9/IX/1895.

[23] .-La Idea Libre, 9/IX/1895.

[24] .- La revista Ciencia Social publicó por entregas la traducción que en 1896 hizo Ricardo Mella.

[25] .-Ciencia Social,  nº 8, mayo 1896, p. 254

[26] .-Véase Núñez Florencio, R.: El terrorismo anarquista (1888-1909), Madrid, Siglo XXI, 1983.

[27] .-Citado en Álvarez Junco, J.: La ideología política del anarquismo español (1868-1910), Madrid, Alianza editorial, 1991, p. 459.

[28] .-Tuchman, B.W.: “El anarquismo en Francia”, en Horowitz, I. L. (ed.): Los anarquistas, Madrid, Alianza Editorial, 1975, p. 99.

[29] .-Íñiguez, M.: Esbozo de una enciclopedia histórica del anarquismo español, Madrid, Fundación de estudios libertarios Anselmo Lorenzo, 2001, p. 506.

[30] .-Sobre este tema Juan Montseny escribió su célebre trabajo: El Castillo Maldito. Véase Domergue, L. y Laffranque, M.:  “El Castillo Maldito de Federico Urales. Cultura libertaria y creación teatral, en Hofmann, B.; Joan i Tous, P. Y Tietz, M. (eds.): El anarquismo español y sus tradiciones culturales, Frankfurt/Madrid, Vervuert/Iberoamericana, 1995, pp. 69-79.

Mª Antonia Fernández,
Profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid
http://www.ciere.org/CUADERNOS/Art%2056/Evoluci%C3%B3n%20de%20la%20propaganda….htm

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