Kropotkin contra la eugenesia: siete intensos minutos

Por Álvaro Girón Sierra

Es un hecho conocido que Piotr Kropotkin (1842-1921) fue uno de los líderes y teóricos anarquistas más importantes del periodo que va desde finales de los años 1870 a comienzos de la Gran Guerra. También es sabido que fue un eminente geógrafo, pero su memoria ha perdurado, entre otras cosas, por haber publicado en 1902 un libro —Mutual Aid. A Factor of Evolution— que no pocos ha visto como el ejemplo clásico de refutación de ese dudoso artefacto que hemos convenido en llamar darwinismo social. Pero Kropotkin no sólo escribió sobre darwinismo. Una vida especialmente agitada no impidió que abordara una temática amplísima en sus escritos: urbanismo, teoría del valor, revolución francesa, glaciación, estructura de las cordilleras y mesetas del este de Asia, literatura rusa, y ética. De hecho, fue esta última el gran motor de su obra, si no de su entera biografía. Y esto lo hacía en una época en que los debates sobre evolucionismo y ética no eran precisamente infrecuentes.

Evidentemente, evolucionismo, ética y eugenesia tienen no pocos puntos de contacto. Sin embargo, por lo que sabemos hasta ahora, Kropotkin sólo se pronunció sobre la eugenesia públicamente en contadísimas ocasiones y su correspondencia privada indica que en la más importante de ellas —el Congreso Internacional de Eugenesia celebrado en Londres en 1912— no lo hizo de manera especialmente premeditada, llegando a decir privadamente: «tal vez daré una vuelta por el Congreso». Sin embargo, a tenor del contenido de su intervención allí, sería poco inteligente no intentar dejar constancia de lo que dijo, así como intentar indagar cuáles eran las posibles razones subyacentes de sus argumentos. Ésta es la materia misma de esta contribución, aunque en el resbaladizo terreno de los porqués, es necesario decir que todavía se está en una fase meramente prospectiva.

Kropotkin —a la altura de julio de 1912 acababa de cumplir 70 años— era un anciano cuyas severas enfermedades crónicas le habían obligado a abandonar su respetable vida suburbial en Londres e invernar en Italia y Suiza, vigilado por sus amigos médicos. Aunque probablemente era el anarquista con más influencia teórica dentro y fuera del movimiento libertario, su papel como líder organizador había entrado en declive, en un momento en que ‘anarcosindicalismo’ era la palabra de moda entre los jóvenes anarquistas. Sin embargo, hay que tener muy en cuenta que Kropotkin habían también adquirido un aura de respetabilidad personal, intelectual —y para pocos científica— completamente insólitas para un libertario. Ello se materializó, entre otras cosas, en que este miembro de la Royal Geographical Society, colaborador habitual de Nature, la Enciclopedia Británica y The Times —entre otras muchas organizaciones científicas y publicaciones— tenía acceso a audiencias normalmente vetadas para cualquier otro líder libertario. No resulta extraño, pues, que su corta pero enjundiosa intervención en el Congreso de Londres fuera reflejada en un periódico de irreprochable pedigrí conservador como The Times. Dicho de otra forma: no es descabellado pensar que lo que dijera Kropotkin sobre la eugenesia, como sobre otras muchas cosas, sería tomado en serio por un público que trascendía las filas ácratas.

 

Programa del 29 de julio de 1912 del Primer Congreso Eugenésico..

 

Entremos en concreto en la intervención de Kropotkin. El 29 de julio de 1912, en la Universidad de Londres, y presidido por Leonard Darwin, se dio continuidad a las sesiones del Congreso Eugénico Internacional que habían comenzado el 25 de julio. A lo largo de ese día intervinieron, entre otros, Alfredo Niceforo cuya intervención —significativamente— versaba sobre la «Causa de la Inferioridad de los caracteres físicos y mentales de las clases sociales inferiores» y Achile Loria, quien disertó sobre la élite psicosocial y la élite económica. Kropotkin, por su parte, aprovechó a fondo los siete minutos concedidos a aquellos que no habían enviado por escrito y con anterioridad papers u observaciones sobre el orden del día. El ruso comenzó agradeciendo a Achile Loria y al entomólogo y biólogo evolucionista Vernon Kellogg el haber ensanchado la cuestión en un Congreso que en su opinión no había tenido en cuenta hasta entonces las amplias zonas de contacto que existían entre eugenesia e higiene social. De hecho, llegó a criticar abiertamente al presidente de las sesiones —seguramente Leonard Darwin— que al parecer había indicado la necesidad de concentrarse en los aspectos puramente hereditarios de la Higiene Social. Kropotkin afirmó, con cierta sorna, que el Congreso con ello corría el riesgo de esterilizar sus propios debates, ya que al ignorarse las consideraciones sobre la influencia del medio en aquello que es transmitido hereditariamente —y aquí asoma claramente la posición neolamarckiana de Kropotkin— se estaba ofreciendo una imagen tanto de la Genética como de la propia Eugenesia totalmente falsa. Para él, la separación entre herencia y medio era totalmente absurda.

Ahora bien, para Kropotkin, como para otros muchos, la verdadera pièce de résistance del Congreso fue el tema de las esterilizaciones. Ello debe ser entendido en el contexto de una Gran Bretaña donde se estaba en proceso de aprobar la legislación orientada a impedir el matrimonio entre los llamados débiles mentales: The Mental Deficiency Act. Kropotkin estaba convencido de que éste era el asunto principal que se iba a abordar en el Congreso. Dos semanas antes de su celebración comentaba en una carta a su amiga Marie Goldsmith que estaba convencido que allí, fundamentalmente, se hablaría

«de la interrupción generacional, me refiero a los descendientes de todos los ‘feeble-minded’, a los cuales, de acuerdo con el borrador de la Ley de McKenna, pertenecen todos aquellos que ‘no son capaces de ganarse la vida’, a excepción, claro está, de los miembros de la Familia Real, funcionarios y ‘herederos’».

No le faltaba razón. El pretexto para atacar el asunto en el Congreso lo ofreció la intervención de Bleecker Van Wagenen, representando al Committee of the Eugenic Section of the American Breeder’s Association. En dicha alocución se informaba sobre los resultados de las leyes autorizando o recomendando la esterilización de ciertas clases de individuos defectuosos, degenerados y criminales en 8 estados de los Estados Unidos. Un año después, y con triste ironía, el príncipe anarquista manifestaba que sobre los resultados fisiológicos de tales esterilizaciones dicho informe no decía absolutamente nada, afirmándose —eso sí— que muchos de los esterilizados estaban encantados.

 

Cartel del Segundo Congreso de 1921.

 

A la luz de todo ello se entienden mejor las razones de por qué Kropotkin declaró abiertamente en el Congreso que era verdaderamente lamentable que se abogara por los certificados matrimoniales, el maltusianismo, la notificación de las enfermedades contagiosas y —especialmente— la esterilización de aquellos que eran considerados como indeseables. Entre otras cosas porque, según él, se estaban sacando conclusiones de orden práctico de una supuesta ciencia —la eugenesia— que no tenía todavía fundamentos sólidos y que en un sentido estricto no existía todavía como tal. Le parecía especialmente chocante que se propusieran medidas que, además, iban en contra de la naturaleza misma del ser humano. Para Kropotkin, la opinión científica mayoritaria del momento no consideraba que lo que se debía hacer fuera, por un lado, rendir un homenaje meramente verbal a la parte de nuestra naturaleza que nos impulsa a tomar partido por los débiles, y luego, por el otro, actuar en una dirección francamente opuesta. Entre otras cosas —y aquí asomo parte del argumento básico que Kropotkin había desplegado en su Mutual Aid— porque los actos de apoyo mutuo o incluso de altruismo mencionados por Charles Darwin en The Descent of Man son fundamentales en la preservación de la raza, alimentando esos actos de benevolencia el instinto de sociabilidad sin el que ninguna especie podría sobrevivir en la lucha que sostiene contra las fuerzas hostiles de la naturaleza. Además se preguntó, contando al parecer con la aprobación ruidosa de parte de los asistentes, quiénes eran aquellos indeseables a quienes se quería esterilizar:

«¿A los trabajadores o a los indolentes? ¿A las mujeres de las clases trabajadoras que amamantan a sus hijos o las mujeres de las clases superiores que al negarse a hacerlo muestran su ineptitud para la maternidad? ¿Aquellos que producen degenerados en los barrios degradados o aquellos que lo hacen en los palacios?».

Con igual vehemencia cargó contra la parte del informe de la American Breeder’s Association que abogaba por la esterilización como elemento disuasorio contra los crímenes de carácter sexual. Kropotkin respondió como ya había hecho hace más de veinte años antes en su libro Las Prisiones, cuando ironizaba con respecto a la teoría del «criminal nato», preguntándose retóricamente si lo que se heredaba era una joroba de criminalidad. El criminal era, para él, un producto manufacturado por la sociedad misma, y ésa —y no otra— era la conclusión de la ciencia moderna. Insistió en lo que ya señalaba sobre el efecto corruptor de las prisiones (él proponía su abolición pura y dura). A esto añadió que las aberraciones sexuales —citando expresamente a Krafft-Ebing— eran frecuentemente el efecto de la influencia del ambiente carcelario, y que en el caso de que el germen de este tipo de desviaciones estuviera presente en algunos prisioneros, el encarcelamiento no haría sino agravarlas. La esterilización, en estos casos, no sólo sería inútil, sino también inmoral. Crear o agravar este tipo de perversiones en las cárceles para luego castigarlas con las medidas propuestas en el Congreso, era, según él, un gran crimen. Eliminaba además la fe en la Justicia, destruía el sentido de mutua obligación entre sociedad e individuo, y sobre todo, atacaba la solidaridad de la raza humana (su mejor arma en la lucha por la existencia).

 

Cómic irónico sobre la eugenesia

de ese mismo año.

 

Finalmente, se preguntaba si antes de garantizar a la sociedad el derecho de esterilizar a personas afectadas por enfermedades, débiles mentales, individuos que han tenido poco éxito en la vida o simplemente epilépticos (mencionaba como uno de ellos, no sin cierta ironía, al admirado Dostoievski) no sería un deber sagrado el abordar el estudio detallado de las raíces sociales de tales enfermedades. Y siendo, según su criterio, causas sociales las que estaban detrás de todos esos males, las soluciones lógicamente también debían ser sociales, aunque éstas se quedaran en los límites —necesariamente insatisfactorios para un anarquista como Kropotkin— del «Municipal Socialism» tan en boga en aquellos años en la Gran Bretaña. Y ese cambio, como buen neolamarckiano, Kropotkin pensaba que habría de afectar necesariamente al material hereditario de grandes poblaciones, siendo por ello una alternativa infinitamente más beneficiosa que la esterilización de linajes humanos concretos:

«Destruid los barrios degradados, construid viviendas saludables, abolid la promiscuidad entre niños y adultos, y, no se asusten, como tan frecuentemente lo hacen ahora, de ‘hacer socialismo’; recuerden que pavimentar las calles, traer suministro de agua a las ciudades, es lo que ya comienzan a llamar ‘hacer socialismo’ y entonces habrá mejorado el plasma germinal de la siguiente generación mucho más de lo que hubiera hecho cualquier dosis de esterilización».

«Piotr Kropotkin contra la eugenesia: siete intensos minutos»

Derivas de Darwin. Cultura y política en clave biológica

(2010)

http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/38671 

Fuente original: http://losdeabajoalaizquierda.blogspot.com.es/2017/07/un-viejo-anarquista-en-el-congreso.html 

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