Fernando Fernán Gómez: Escritor, cineasta y anarquista

Fernando Fernán GómezSu madre era también cómica, Fernando nació en Lima en agosto de 1921 durante una gira por Latinoamérica, aunque fue inscrito en Buenos Aires conservando la nacionalidad argentina durante mucho tiempo. Su padre nunca lo reconoció y solo años más tarde tuvieron cierto contacto, siendo en cualquier caso una figura para la que tuvo más bien desdén, muy al contrario que la de su madre y sobre todo la de su abuela. La condición de pertenecer a una estirpe de grandes actores se completa hoy en día con sorpresa cuando se puede ya afirmar con seguridad que Fernán-Gómez fue hijo de Fernando Díaz de Mendoza, hijo de la gran actriz María Guerrero, de la cual se dice que no veía con buenos ojos que su hijo saliera con una actriz, Carola Fernán-Gómez, por lo que la consiguió un contrato en un espectáculo por América estando ya embarazada del que sería, poco lo podía imaginar la severa e intransigente María Guerrero, genial cómico.

La infancia y juventud de Fernán-Gómez se localizan en Madrid, viviendo trascendentales acontecimientos políticos y la vida cotidiana de lo que será la ciudad cercada y bombardeada en la Guerra Civil. En ese contexto escribirá sus primeros versos y comenzará su carrera de actor en el cuadro artístico de su colegio; se apuntó en una escuela de arte dramático de la CNT, donde tuvo a los mejores maestros de declamación como Carmen Seco y Gaspar Campos, y se inició en teatros de guerra como el Pavón o el Eslava. Su primer contacto con el anarquismo le vino por la pertenencia de su tío a la Confederación y el hecho de llevar a casa mucha propaganda ácrata. Ya en la posguerra, Jardiel Poncela adaptó para él un papel, el de Peter el Pelirrojo, en Los ladrones somos gente honrada. Hay quien opina que solo en esta época Fernán-Gómez fue verdaderamente feliz en el teatro, el cual dejaría definitivamente en 1992 harto de la repetición diaria y de actitudes de cierto público. «No hago teatro porque no me gusta que la gente vaya a verme cuando estoy trabajando», es otra hilarante sentencia para el recuerdo.

Poco después de la experiencia en la obra de Poncela iniciará papeles en el cine: «Once años de personajes estúpidos, de películas casi siempre inocuas, de sueldos miserables, de hambre, de largas épocas de parada, de momentos -larguísimos momentos, momentos que no deben llamarse así- de desaliento, de desesperanza». El pelirrojo actor debutó en el año 43 con Juan de Orduña y siguió trabajando hasta prácticamente el final, siendo su última película Mia Sarah, del joven realizador Gustavo Ron. En ese trayecto interpretó admirablemente papeles en films de desigual calidad en los que su talento parecía estar por encima del bien y del mal. Un gran éxito de Fernán-Gómez se produjo con Balarrasa, dirigida por Nieves Conde, producida en 1950 por Cifesa y rodada en los estudios Sevilla Films siguiendo el modelo fastuoso de Hollywood -en un país pobre-; era una película, como él mismo actor dijo, de «curas» y de «guerra», de argumento ingenuo y maniqueo como correspondía a la época. Nada con este cine religioso tenía que ver Esa pareja feliz (1953, Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga), cuyos propósitos se pueden asemejar al neorrealismo italiano inaugurando una renovación del cine español, y que protagonizó Fernán-Gómez como actor ya consagrado. Quizá sus últimos dos grandes papeles se dieron en dos buenas películas, pero que quizá hubieran corrido otra suerte sin la dimensión que supo darle el genial intérprete: el memorable maestro de La lengua de las mariposas (1999, José Luis Cuerda) y el entrañable anciano obsesionado con su pasado en En la ciudad sin límites (2002, Antonio Hernández).

Desde muy pronto se consideró a Fernán-Gómez como una actor intelectual, en ello influyó seguramente su continua asistencia al Gran Café de Gijón, «una isla de libertad durante el franquismo» como lo definió Francisco Umbral. Fruto de la influencia del Gijón pueden considerarse varias obras de teatro, algún libro de versos y la novela humorística El vendedor de naranjas, publicada en su primera edición por el también contertulio Giner. Como ya se ha insinuado, el ambicioso autor algo oculto que fue en sus inicios Fernán-Gómez esperaría años para ir trabajando en mejores obras. Realizó guiones y dirección de películas mal estrenadas en cines de barrio y que ahora resultan auténticas joyas de filmoteca: La vida por delante, El mundo sigue, El extraño viaje. El guión de La vida por delante lo escribió Fernán-Gomez junto a su gran amigo el escritor Manuel Pilares con la intención de realizar una «sátira de la chapuza española», sin que considere su director que esa idea se trasluzca bien en el film y califica el resultado como una comedia ligera, a pesar de que fue considerada por algunos izquierdistas como una valiosa película de oposición al régimen. El mundo sigue (1963) no llegó a estrenarse en su momento, era una adaptación de la novela homónima de Juan Antonio de Zunzunegui, se sitúa en el Madrid posterior a la Guerra Civil y habla de la «pobre gente», fijación que Fernán-Gómez consideraba recurrente en su obra. Más conocida por el gran público es El extraño viaje (1964), rodada en un momento en que declinaba la carrera como actor de Fernán-Gómez y su situación económica no era la mejor; el guión de Pedro Beltrán tiene como origen una idea de Berlanga, muy aficionado a inventar una solución a los crímenes misteriosos, inspirada en un hecho real conocido como «El crimen de Mazarrón». La película, que tardó seis años en ser exhibida, resulta una pieza ejemplar de humor negro, un impagable cuadro del represivo provincianismo franquista. Una de sus películas más valoradas como director es El viaje a ninguna parte (1986), terrible crónica de la vida de los cómicos en los caminos de la triste España de los años 50. Primero fue serial radiofónico, más tarde novela y finalmente la gran película premiada en la primera edición de los llamados Premios Goya. La historia es tan divertida como trágica y cruel, contada desde el punto de vista de uno de los protagonistas de ese vagabundear de la vida de los cómicos, cuya memoria le juega malas pasadas mezclando sueños y realidad y cree haber vivido unos éxitos inexistentes en su profesión. Quizá pueda considerarse ésta la película definitiva sobre una profesión que tan bien conocía su autor.

Casi las últimas cuatro décadas de su vida estuvo a su lado la que fue su última compañera sentimental, Emma Cohen, mujer vitalista y comprometida que aterrizó en el panorama cinematográfico español, después de haber vivido el Mayo francés, con grandes deseos de trabajar, crear y cambiar el mundo. La conoció Fernán-Gómez en la década de los setenta, que considera «mi mejor verano, un poco tardío, pues me llegó en pleno otoño», según cuenta en sus memorias: «Era joven, hermosa, alegre, pensativa. Le gustaba leer, quería trabajar en el cine, en el teatro, dirigir películas, escribir, cambiar el mundo». Quizá fue por su aparición, pero la carrera de Fernán-Gómez mejoró notablemente y le ofrecieron protagonizar, en un momento político muy propicio, la obra de Ibsen Un enemigo del pueblo; otras obras teatrales destacables de esta época son La pereza, de Ricardo Talesnik, o A los hombres futuros, yo, de Bertolt Brecht. Sus papeles en el cine fueron numerosos en una serie de películas que nada tenían que ver con lo que había hecho anteriormente en cuanto a logros e intenciones, merecen la pena destacarse Ana y los lobos, de Carlos Saura, El espíritu de la colmena, de Víctor Erice y El amor del capitán Brando, de Jaime de Armiñán.

No es una película de las más valoradas, por él mismo como director, Mi hija Hildegart (1977), pero posee un indudable interés. Está basada en el libro Aurora de sangre de Eduardo de Guzmán, basado en una increíble historial real ocurrida en la España republicana. Aurora es una feminista convencida que decide engendrar a la mujer perfecta que encabezará la causa liberadora femenina; sometida a una ferrea educación, Hildegart es ya a los 18 años toda una institución en los ambientes intelectuales y revolucionarios de Madrid, llegando su fama más allá de las fronteras del país (Sigmund Freud o H. G. Wells son destacadas figuras con las que se carteaba). En el dramático final de la historia, Hildegart se enamora y trata de escapar al control de su madre en un trayecto que puede ser contemplado como un tránsito ideológico del socialismo autoritario al libertario.

Tal y como dijo Eduardo Haro Tecglen, en la obra Las bicicletas son para el verano -incuestionablemente, una de las mejores del teatro contemporáneo-, cargada de resonancias autobiográficas, se recoge el sentido de las aspiraciones de un grupo de personas que pierde la ocasión histórica de cambiar de vida y cambiar la vida. Aunque la familia protagonista no es una clara víctima de la opresión de clase, ni tiene una ideología muy definida -el propio autor la calificó de obra de «antihéroes»-, el pensamiento ácrata resulta clave en el desarrollo de la obra y hace declaración de intenciones en boca del miliciano Anselmo de manera tosca e ingenua: «Primero, a crear riqueza; y luego, a disfrutarla. Que trabajen las máquinas. Los sindicatos lo van a industrializar todo. La jornada de trabajo, cada vez más corta; y la gente, al campo, al cine o a donde sea, a divertirse con los críos… Con los críos y con las gachís… Pero sin hostias de matrimonio ni de familia, ni documentos, ni juez, ni cura. Amor libre, señor, amor libre… Libertad en todo: en el trabajo, en el amor, en vivir donde te salga de los cojones». La frase final de la pieza teatral forma ya parte también de la cultura popular y de la historia de este país que tantos problemas tiene con su memoria: «No ha llegado la paz, ha llegado la victoria».

A partir de los años ochenta se muestra muy prolífico en la escritura, con artículos en diversos periódicos, numerosos ensayos y novelas donde destacan: El mal amor, situada en la Castilla medieval pero que con una visión irónica y maliciosa trata conflictos que no pertenecen a una sola época; El mar y el tiempo, que también convirtió en película dirigida por él mismo en el año 1989, triste visión y análisis de los años finales del franquismo; El ascensor de los borrachos, reflexión sobre el paso de los años hecha con un humor sutil y melancólico; La Puerta del Sol, crónica de la historia de España desde los inicios de la Primera Guerra Mundial hasta los años 50, muestra su reivindicaciones anarquistas a pesar del pesimismo que envuelve la obra; La cruz y el lirio dorado es otra novela histórica situada en la Florencia del siglo XV donde se muestran las intrigas de la Iglesia para colocar a determinadas familias en el poder.

Los que trataron a Fernando Fernán-Gómez hablan de un hombre bueno, caballeroso, excelente conversador, lleno de sentido del humor, extremadamente tímido, que mostraba una inseguridad que podía ser en realidad un sentirse fuera de lugar, incomodidad ante el papel que la fama le había deparado y la estupidez y mediocridad que a veces observaba a su alrededor. Hubiera dado para un artículo de excesivas páginas el hablar de todas las películas y obras de teatro que Fernán-Gómez protagonizó o de aquellas que escribió y dirigió, así como de sus novelas. El cómico anarquista hizo múltiples cosas en su vida profesional, todas las hizo bien, no pocas veces fue sublime. Me atrevo a hablar de consenso en considerarle el mejor actor cinematográfico que ha habido jamás y eso, junto a su carrera como director teatral y cinematográfico, quizá le impidió ser uno de los más grandes literatos de su tiempo; su gran libro pudo ser sus impagables memorias El tiempo amarillo.

Habrá a quien le choque que el viejo cómico ácrata ingresara en la Real Academia Española o estrechara la mano de un borbón en no se qué premio recibido. Yo soy incapaz de ver estos actos más allá de la mera anécdota, obligado quizás por las especiales circunstancias de un intérprete al que, paradójicamente, no parecía hacerle mucha gracia su papel en la vida. Al margen de su vida profesional, que ya forma parte indiscutible de la historia de este país, me quedo con la imagen de un hombre que transmitía integridad, nobleza, solidaridad, capaz de recordar su filiación al ideario ácrata en los momentos más insospechados, con la memoria del horror de una guerra entre sus vivencias y tal vez por ello hacer oír su atronadora voz con un rotundo «¡No a la guerra!» Son los cómicos a veces los que nos hacen reconocer la integridad y confiar en un mundo mejor. Un miserable locutor radiofónico, en esa época reciente en que las multitudes salían a la calle para clamar su negativa a una nueva guerra, se atrevió a referirse despectivamente a personas de la profesión de Fernando como titiriteros. Estoy seguro de que fueron estas muestras de mezquindad interesada, de mediocridad barnizada con cierto poder mediático, las que hiceron clamar al viejo cómico expresiones como su frívolamente difundido «¡A la mierda!»

El 21 de noviembre de 2007 falleció Fernando Fernán-Gómez; desaparece así una figura clave de la cultura contemporánea española. Una bandera anarquista (roja y negra) cubrió su féretro. ¡Gracias por todo, Fernando!

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