[Libro] Memorias de un anarquista barcelonés (1936-1975) – Agustín Guillamón Nebot

Introducción

Mi padre, Agustín Guillamón Nebot, escribió sus memorias a finales de los setenta. Se trata de tres carpetas plastificadas, con las hojas extraíbles escritas a mano y numeradas. En la bolsa de la primera carpeta se guarda la foto de su abuela materna, Ana María, a quien tanto amó; mi bisabuela.

Durante muchos años no pude leer nunca la totalidad de su trabajo, porque me hacía daño su recuerdo, demasiado reciente. Finalmente, en julio de 2018, leí todo su trabajo, y me decidí a guarnecerlo con una gramática y un estilo apropiados. El motivo de tal decisión tenía un empuje y una causa externa, no por inesperada y ajena menos importante y urgente. Mi sobrina Clara, hija de mi hermana Elo, quiso hacer un trabajo de investigación de bachillerato fundamentado en las memorias de su abuelo, fallecido en 1996, cinco años antes de su nacimiento en 2001.

Era bonito e irresistible: las memorias del abuelo recuperadas por una nieta a la que no había llegado a conocer. Realizado el trabajo de investigación, comprendí que las memorias de mi padre eran lo bastante valiosas, incluso fuera del ámbito familiar, como para ser publicadas y leídas. Solo había que vestirlas con gramática, ya que las memorias de mi padre andaban desnudas; algo de estilo literario, que no dulcificara la dureza de la experiencia vivida, y una redacción que respetase la fuerza expresiva de una narrativa escrita en primera persona, característica fundamental de la picaresca.

Pero todas estas cuestiones estéticas y literarias carecían de importancia, porque el objetivo no era, ni podía ser otro, que presentar al lector de hoy el testimonio vital de mi padre, peón del textil y camarero, nacido en 1926, que perdió una guerra a los doce años de edad y que falleció en 1996, a los setenta años, enfermo de un cáncer con el que la dictadura del hambre le condenó en su juventud, cuando le contrataron en la limpieza de unas calderas de amianto.

No soy ni pretendo ser un juez imparcial, porque no hay nada que juzgar y porque ésa es una especie que no ha existido nunca; pero me atrevo a vaticinar que las memorias de mi padre entroncan con la mejor tradición literaria hispana. Sin olvidar que el pícaro era un personaje fruto de la miseria e injusticias de su época que, por eso mismo, reflejaba fielmente las peculiaridades e injusticias de la sociedad que lo había creado, embrutecido y desnutrido. Sí, un pícaro proletario crecido bajo el franquismo, una de las dictaduras más terribles e injustas del mundo occidental durante el siglo 20.

Estas memorias aportan además ciertas noticias que contienen importantísimas novedades o perspectivas, que merecen ser estudiadas en profundidad por la historiografía, como son los comités de defensa de barriada de los años treinta, los Regimientos de Marcha de los Voluntarios Extranjeros, la huelga general de 1951 en los barrios obreros barceloneses, los orígenes y naturaleza de los comisionados obreros ya en los años cincuenta, el asalto obrero al sindicato vertical en los sesenta y tantos otros temas, en ocasiones solo esbozados, pero en otras muy marcados y extremadamente originales.

Y es que, pese a quien pese, la gente anónima en algunas ocasiones, muy pocas, toma la palabra, y con ese acto condena al infierno del recuerdo, de la realidad histórica y de la verdad a los poderosos y privilegiados que vivían y viven sobre la explotación, los sufrimientos y la miseria de la inmensa mayoría. Si la pequeña historia no encaja en la historiografía académica, el desafío y la credibilidad son un problema que afecta solo a la Gran Historia al servicio del Gran Hermano, amo que paga el sueldo a esos sesudos universitarios, que reescriben sin descanso el palimpsesto de la Historia Sagrada de la burguesía.

De las memorias de mi padre destaca, sin duda, la enorme integridad y combatividad de un obrero, pobre de solemnidad, que llevaba un mundo nuevo y mejor en su corazón, al tiempo que practicaba una ética ajena a la burguesa, solidaria con su clase y con los suyos y enemiga de sus enemigos, porque el derecho a la vida y la libertad nunca se mendiga, se conquista día a día. La dignidad es siempre el primer paso hacia la libertad y la conquista del futuro.

Mi abuelo guerreó en las batallas de Belchite y del Segre; en 1940 estuvo en Alsacia y en el canal de las Árdenas y, en 1944, en el maquis que liberó los departamentos del sur de Francia. Mi padre libró batallas de aquellas que no aparecen en los libros de historia. Mi abuelo ganó dos medallas, como combatiente y como resistente. Mi padre, ninguna. La Gran Historia y la pequeña historia.

Mi abuelo jamás habló de su larguísima trayectoria militar. Sospecho que se sintió traicionado y superado por ese trueque de revolucionario anarquista en soldado antifascista y liberador de la nación francesa. Ni lo entendió, ni lo aceptó. Quizás por ello nunca quiso hablar francés en sus treinta años de exilio; pero aceptó, como no podía ser de otro modo, dada su precariedad económica, la pensión que comportaban aquellas medallas.

Ambos se enfrentaron al fascismo y la tiranía. Su combate late ahora en estas páginas, sin halagos ni embelecos, sin alardes ni fanfarrias, espero que liberador y pedagógico. En todo caso son nuestras raíces, al menos las mías. Es la batalla y la esperanza de dos generaciones de anarquistas, que el lector de hoy debe enfocar desde su presente y someter a la crítica implacable e inmisericorde del tiempo, que todo lo modifica y destruye; también son eco de luchas y hambre.

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Agustín Guillamón Iborra

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