La dictadura de las urnas

Vota ladrilloLas urnas, sacadas cada vez que hay elecciones, son un símbolo de los regímenes dictatoriales que impiden a la sociedad tomar sus propias decisiones. Desde tiempos inmemoriales los procesos electorales han sido un instrumento mediante el que las estructuras de poder que gobiernan a la sociedad han creado los correspondientes consensos que han facilitado la cooperación entre gobernantes y gobernados, y gracias a las que se han dotado de su necesitada legitimidad.

Tanto en la época de la república romana, en la que existían los comicios de la plebe en los que era elegido el tribuno, como en la época absolutista con las cortes, Estados Generales, la Dieta, etc., como en los regímenes totalitarios del más variado tipo, tal y como sucedía con los del socialismo real o incluso los fascismos, en los sistemas teocráticos como el actual Irán, e igualmente en las dictaduras militares más diversas, como la de Franco, en la que existían elecciones a los tercios municipal, sindical y de las familias, las urnas han estado presentes de un modo u otro, pero siempre para mantener la dominación de una minoría mandante sobre el resto de la población.

Los referéndums, por ejemplo, son otro ejemplo paradigmático de cómo las urnas son utilizadas para confirmar la voluntad de las élites que se encargan de formular la pregunta y de establecer las respuestas posibles. En este sentido las elecciones son, también, otra forma de reprimir la expresión de la voluntad del individuo, y por extensión del conjunto de la sociedad. El acto de votar consiste en depositar una papeleta en una urna con la que el elector manifiesta su apoyo a un determinado partido político, pero en ningún caso sirve para que este exprese lo que realmente quiere o espera de dicha organización y sus máximos dirigentes.

Por tanto, los procesos electorales, contrariamente a lo que afirman los discursos hegemónicos, funcionan de arriba abajo, y no de abajo arriba, en la medida en que la expresión política del individuo es reprimida al circunscribirla a través de las leyes y de las instituciones a una serie de opciones preestablecidas, hasta el extremo de reducirle a la condición de un número estadístico en los resultados electorales. Esto demuestra que las urnas son un mecanismo cuya finalidad es imponerle al individuo la voluntad de una minoría dirigente, y no de expresar la opinión y punto de vista de la sociedad, además de tener una consecuencia deliberadamente deshumanizadora al reducir a la persona a la condición de un número. De hecho, a día de hoy comprobamos cómo los procesos electorales son un instrumento a través del que las élites mandantes resuelven sus querellas internas al trasladar sus problemas a la población, y de esta manera involucrarla en estas luchas para que tome partido por alguno de los contendientes. Esto lo vemos claramente en la política nacional española, donde la falta de entendimiento entre los dirigentes políticos ha hecho necesario, una vez más, trasladar a la sociedad sus particulares disputas, lo que conlleva su politización y, consecuentemente, ser arrastrada a conflictos ajenos a sus intereses y en muchas ocasiones contrarios a los mismos.

Todo esto sirve, también, para constatar que la contradicción central que rige en la sociedad es la que existe entre gobernantes y gobernados, mientras que la que se da entre derecha e izquierda es la que domina las luchas partidistas en el seno de la élite mandante. Sin embargo, esta contradicción de derecha-izquierda que gobierna el espectro político de las élites es trasladada al conjunto de la sociedad y, así, pasa a dominar la arena del debate público, y con ello a impregnar los conflictos sociales con la lógica del poder. De esta manera la conflictividad entre gobernantes y gobernados es reconducida, ordenada y gobernada gracias a su canalización por medio de las elecciones, lo que supone una reorganización del debate político en torno al eje de izquierda y derecha, y que consecuentemente gira en torno a las polémicas internas de la élite mandante. Gracias a esto es como logra canalizarse esa conflictividad entre gobernantes y gobernados hacia las instituciones para crear consensos y facilitar la cooperación entre clases.

Así pues, las urnas son el símbolo de la represión de la expresión política de la sociedad, y con ello el símbolo de la imposición que establecen las élites para forzar la aceptación de su voluntad y del orden establecido con sus leyes y mecanismos de dominación. Son el símbolo de la esclavitud al reducir a la población a una masa amorfa de números en estadísticas, de átomos desprovistos de entidad propia que son convenientemente manipulados, tanto por el aparato mediático como por la propia dinámica electoral que establecen las leyes. Las urnas son, en definitiva, el instrumento mediante el que hacer aceptable y legítimo un orden político en el que una minoría ejerce el poder y el resto es obligado a acatar esas decisiones junto a las estructuras que las ejecutan. De esta manera las elecciones son utilizadas para que la población obedezca lo que dicta el poder, y si los resultados no son los convenientes las elecciones son repetidas hasta que salga el resultado deseado, tal y como hoy vemos en la política española. Así es como son construidos los consensos y la legitimidad sobre la que se articula la cooperación entre gobernantes y gobernados, y que dota al sistema de dominación de la base social sobre la que se apoya para perpetuarse y expandir su poder de forma ilimitada.

Las urnas son, además de una herramienta de represión de la expresión de la voluntad popular, un instrumento idóneo para impedir la participación del pueblo llano en la política al ser relegado a la condición de mero espectador de la contienda política una vez finalizado el proceso electoral, no pudiendo intervenir en las decisiones fundamentales que afectan a sus intereses y porvenir. La política es convertida así en un asunto de especialistas profesionales, los políticos, que se ocupan de suplantar a la población con falsas promesas. En lo que a esto respecta las urnas sirven para materializar en términos políticos el delegacionismo sobre el que se fundamenta el sistema parlamentarista que, bajo una fachada de aparente libertad, construye su discurso legitimador a partir de la convocatoria periódica de procesos electorales que son presentados como la expresión de la voluntad popular.

Sin embargo, no debemos pasar por alto un hecho fundamental que no suele ser tenido en cuenta, y este no es otro que constatar que los políticos son funcionarios. Si bien es cierto que son un tipo particular de funcionarios en la medida en que son cargos electos, pero al margen de esto son funcionarios que se deben a la estructura de poder de la que forman parte, esto es, al Estado. Por este motivo los políticos lejos de representar a la población representan al Estado, al cual sirven y del que forman parte, al mismo tiempo que este les mantiene al ser empleados suyos. De esta forma los políticos están sujetos a sus leyes e instituciones, y consecuentemente también a la dinámica de dominación que le es inherente. Debido a esto los políticos no intervienen en el funcionamiento interno del Estado, sino que forman parte del mismo en su condición de funcionarios, siendo su principal cometido la función legitimadora de ese aparato de poder que constituye el Estado. De todo esto se deduce que las decisiones importantes son tomadas por otros estamentos del poder establecido, y no por los políticos. Nos referimos a los altos mandos militares, los jefes policiales, los responsables de los servicios de espionaje, los altos funcionarios de los ministerios, los magistrados de los principales tribunales, etc.

Dicho todo esto, ante las elecciones únicamente cabe adoptar una postura de rechazo, de boicot y sabotaje contra un proceso que tiene como finalidad mantener el yugo del Estado y su élite dirigente. Las urnas sólo son un instrumento con el que los gobernantes imponen su voluntad y coaccionan al público, y por ello mismo su destino no puede ser otro que su destrucción junto al sistema de dominación que sostienen. Son el símbolo de la servidumbre al despojar a las personas de su dignidad, y por ello son un símbolo de opresión al ser su finalidad imponer la obediencia de la sociedad a una minoría mandante. Por todo esto la autoorganización por medio de asambleas, la acción directa y el apoyo mutuo son los instrumentos de los que dispone el pueblo llano para desprenderse del yugo que lo atenaza. La abstención activa es más necesaria que nunca, y eso significa una actitud beligerante con las instituciones y con los procesos electorales, y por ello la propagación de las ideas revolucionarias dirigidas a subvertir el orden establecido para construir un mundo nuevo, sin Estado ni capitalismo.

Esteban Vidal

¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio