Breve valoración sobre el libro ‘Propaganda’ de Edward Bernays

Edward BernaysBernays anticipa en su libro el poder de la propaganda  con el que se puede configurar y moldear las sociedades del futuro. Esto es también poder para modificar el pensamiento y la conducta del individuo, decir que el uso de la propaganda por el especialista o asesor en relaciones públicas es de vital importancia en lo que se refiere al estado actual de las cosas o al funcionamiento  total del sistema. La propaganda en si no es “buena o mala”, es el uso y los fines destinados el que la convierte en un arma de poder  basicamente manipuladora en las sociedades para unos propósitos concretos, esto deriva que en las sociedades capitalistas transforme las costumbres, tradiciones, o modas que determinan  y acaben conformando el gusto y tendencias de los individuos por los bienes de consumo en cada época (cada cierto espacio de tiempo), con fines sociales y económicos que planifican en primer orden, las multinaciones y después los bancos y que acaba en  los Estados que hacen la función de correa de transmisión desde la política entre la población y los mercados financieros.

Pequeño extracto en el que Bernays define a la sociedad y propone la importancia del uso que se le debe dar a la propaganda para moldear a las sociedades del futuro.

La opinión pública ya no se siente inclinada

como antaño a mostrarse contraria a las grandes

fusiones empresariales. Le disgusta la censura ejercida

sobre los negocios por parte de la Comisión

Federal de Comercio. Puso fin a las leyes antimonopolio

cuando entendió que éstas entorpecen

el crecimiento económico. Respalda los grandes

monopolios y las fusiones que hace apenas diez

años vilipendiaba. El gobierno permite hoy en día

los conglomerados de productores y distribuidores,

tal y como se desprende de las fusiones entre

compañías ferroviarias u otros servicios de interés

público, porque en una democracia representativa

los gobiernos reflejan la opinión pública y ésta

es favorable al crecimiento de empresas industriales

gigantescas. En opinión de los millones de pequeños

inversores, las fusiones y los monopolios

son gigantes bondadosos y no ogros, por el recorte

en costes que han efectuado, sobre todo como

consecuencia de la producción en serie, y del que

los consumidores también han podido beneficiarse.

 

En gran medida, todo ello se debe al uso deliberado

de la propaganda en todos los sentidos.

No se debe solamente a la modificación de la opinión

pública, práctica habitual de los gobiernos

en tiempos de guerra, sino a menudo a los cambios

operados en la misma empresa. Una empresa

cementera quizá colabore gratuitamente con las

empresas a cargo de la construcción de carreteras

financiando laboratorios experimentales para así

poder garantizar unas carreteras de la máxima calidad

para el público. Una compañía de gas financia

una escuela de cocina gratuita.

Pero sería imprudente e insensato dar por

sentado que, puesto que el público se ha puesto

del lado de las compañías, permanecerá siempre

ahí. No fue sino en tiempos recientes que el profesor

W. Z. Ripley,* de la Universidad de Harvard,

una de las autoridades más destacadas del

país en organización y práctica empresariales, expuso

algunos aspectos de la gran empresa que podrían

minar la confianza pública en las grandes

corporaciones. Señaló que la supuesta fuerza electoral

de los accionistas a menudo resulta ilusoria,

que los estados contables anuales son a veces tan

breves y sucintos que al hombre de a pie no pueden

menos que parecerle patrañas redomadas, que la

extensión del sistema de acciones sin derecho a

voto a menudo deja el control de las corporaciones

y de sus finanzas en manos de una camarilla

de accionistas; y que algunas corporaciones se niegan

a proporcionar una información suficiente

que permita al público conocer la situación real

de la empresa.

Es más, por muy bien dispuesto que esté el

público hacia las grandes empresas en general, las

empresas que prestan servicios públicos representan

un blanco fácil para el descontento de la gente

y deben conservar su simpatía con el máximo

cuidado y vigilancia. Estas y otras corporaciones

de carácter semipúblico nunca podrán bajar la

guardia porque de recrudecerse los ataques que

mencionaba el profesor Ripley y, en opinión del

público, ser éstos merecidos, tendrán que vérselas

con peticiones de rescate al gobierno de la nación

y a las autoridades municipales, a menos que

cambie la situación y procuren conservar el contacto

con el público en todos los flancos de su

existencia corporativa.

El asesor en relaciones públicas debería ser capaz

de prever estas tendencias de la opinión pública

y ofrecer las recomendaciones pertinentes

para soslayarlas, ya sea convenciendo a la gente de

que sus miedos o prejuicios carecen de fundamento

o bien, en cierros casos, modificando la

acción del cliente hasta eliminar la causa de descon- \

tentó. En este sentido, puede sondearse la opinión

pública y descubrir los puntos de descontento irreductible.

Así, podrán desvelarse los aspectos de la

situación a los que cabe hallar una explicación lógica,

en qué medida las críticas y los prejuicios

responden a una reacción emocional conocida y

qué factores son imputables a lugares comunes.

En cada caso el asesor, tras estudiar todas las opciones,

recomendará una acción o una modificación

de la política empresarial para que se produzca

el reajuste.

Enlace emule:  «Propaganda»

http://matapuces.blogspot.com.es/

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