Una vez más nos llena de alegría ver las calles de nuestra ciudad repletas de gente. Personas que por fin han roto su aislamiento para para comenzar el camino (lento y largo, qué duda cabe, pero necesario y gratificante) de la construcción de alternativas y de crecimiento participativo y compartido. Nos sigue produciendo una gran emoción participar en pie de igualdad de este proceso del que tanto esperamos aprender. Finalmente la desesperación y la impotencia han dado paso al impulso colectivo, a la auto-organización popular. Ese empuje imparable que descubre las formas organizativas que le son más propias, la asamblea y la falta de líderes y jefes que centralicen la toma de decisiones, va labrando su cauce conforme avanza hasta que se desborda en el cambio y la transformación. Por fin las plazas son ágoras y el lamento es protesta esperanzada y digna.
Sin duda, lo más valioso de este movimiento se encuentra precisamente en estas formas organizativas. En la aplicación consistente del método asambleario, por la voz que facilita a cada una y a todos y porque hace posible la participación y el acceso a la gestión, directa y autónoma, de todos los asuntos que nos son relevantes. Desde las necesidades del barrio en que vivimos hasta las grandes decisiones que que se toman a nuestras espaldas en parlamentos cerrados, que tienen que ser defendidos por la policía de la indignación d ellos que siempre nos vemos perjudicados.
No nos engañemos. Igual que hoy se nos impide llegar hasta sus puertas, nuestras propuestas, anhelos y deseos no van a encontrar nunca un hueco en parlamento alguno. Independientemente de quién se siente en él.
Parece que a veces no nos damos cuenta de la potencia de este proyecto transformador que hoy en día cobijamos en nuestras manos y alentamos en nuestros pechos. Este proyecto no pasa por un escaño, porque se basa en la renuncia a la representación delegada (la votación de alguien para que decida en nuestro nombre) y la defensa del principio de representación directa, la única que asegura una voz igual a cada una de nosotras.
¿Realmente es tan importante quién ocupe los escaños de un parlamento que siempre nos va a estar cerrado? Sobre todo cuando estamos construyendo paso a paso una organización en la que cuentan todas las voces por igual. ¿Realmente queremos reformar la ley electoral y facilitar el acceso a un escaño a partidos xenófobos o nacionalistas excluyentes, que son tan minoritarios como cualquier otro? Tenemos plena confianza en que una vez destapado el baúl de la libertad sabremos tomar en nuestras propias manos, colectivamente y con la participación de todas, la gestión de nuestros asuntos, en vez de seguir delegando. Sólo así podremos asegurar que nuestra vida es como queremos, y no como nos dictan desde instituciones sordas.
Ni grandes ni pequeños,
ninguno nos representa.
* Panfleto a repartir en la marcha de las columnas de Madrid: Contra el Estado y el Capital.