Opinión de los anarquistas decimonónicos españoles, a través de su prensa, sobre el Estado

Anselmo LorenzoIntroducción

El cometido de este artículo es ilustrar el parecer de los libertarios españoles, a través de su prensa, sobre el Estado.

Preocupados por la periclitación de su discurso, hemos concluido retomarlo a través de sus periódicos y examinarlo desde su posición central: el Estado, para saber si su parecer aún es vigente. Y para eso tenemos en cuenta la opinión de pensadores postmodernos como Foucault y Deleuze.

Nos hemos apoyado en la prensa anarquista de finales del siglo XIX y principios del siglo XX sacada del Internationaal Instituut Sociale Geschiedenis de Amsterdam para dilucidar el juicio de los anarquistas españoles, a través de su prensa, sobre el Estado.

Crítica de los ácratas españoles al Estado

Para los libertarios españoles el Estado tenía un carácter de clase, y no era más que el aparato armado y administrativo que ejercía los intereses de la clase social dominante.

El periódico El Rebelde[1] se expresaba así:

Contra lo que muchos creen todavía, la ley nunca fue necesaria porque no respondió a una necesidad sentida por todos, sí en cambio por unos cuantos que en ella vieron un arma y al mismo tiempo un escudo para continuar impunemente despojando y dilapidando el producto del constante trabajo de los que desde un principio viéronse ya sometidos al yugo esclavizador de la miseria.

La ley, pues, es el fruto de la aberración y del crimen […]

El noticiero El grito del pueblo[2] se expresaba de esta manera al respecto

[…] pero esta necesidad no se hace sentir más que para los que poseen algo, y que tienen necesidad de una fuerza para guardar esto –de que se han apoderado- de las reclamaciones de aquellos a quienes han desposeído. […]

La Idea Libre[3] asevera lo siguiente respecto al Estado:

No hay que darle vueltas. La ley es y ha sido siempre la expresión de la voluntad fundada en la conveniencia de los que mandan. La lógica va más lejos aún.

Al mismo tiempo, para los ácratas españoles, que se expresaban a través de sus periódicos, el Estado era tiranía, opresión; y restringe la libertad humana.

Así se lee en el Germinal[4] :

Ella [la autoridad] es la perturbación del orden, es el sustentáculo de la opresión y la tiranía; ella es la que persigue a honrados ciudadanos que defienden ideas nobles y generosas.

En El productor [5] hallamos la siguiente reflexión:

El Estado, representante del principio de autoridad, no puede existir sin que los individuos a él supeditados abdiquen una parte más o menos grande de su libertad, y solo a cambio de esta abdicación promete aquél hacernos felices; y en este punto conciben, así el Estado más absolutista como el más radical

En La anarquía[6] también se opina lo mismo, diciendo que

Mi lógica demuéstrame que todo gobierno es tiranía, que toda autoridad es un dique que se opone a la libertad

Y es que como sostiene Aníbal D’Auria (2008: 16) la teoría anarquista de la justicia no es una versión jusnaturalista sino una concepción que imposibilita cualquier asociación entre derecho y justicia, ya que para ellos la justicia era ausencia de derecho positivo, es decir, ausencia del Estado.

Reiterando en lo dicho, José Casasola[7] dice que el Estado es represor para con los oprimidos porque oprime su espíritu de rebeldía impidiendo la construcción de una sociedad equitativa.

Este pensador anarquista asegura que el Estado nunca ha favorecido el progreso social; antes bien, lo ha entorpecido gracias a sus ejércitos y cuerpos de mercenarios para perseguir a los que sustentan ideas generosas.

José Casasola repite lo que hemos dicho: que el Estado es la expresión de la lucha de clases y que está a disposición de los acaudalados, de los opresores:

El Estado, fiel depositario y guardados de las prerrogativas de las clases cuyos intereses representa y defiende se ha opuesto, empleando todos los medios de resistencia de que dispone, que como es sabido no son pocos, consistentes en cárceles, presidios, deportaciones, etc., […]. Siendo la misión del Estado garantir los interesas de las clases directoras, llámense gobernantes o burguesas, fundados en la explotación del pueblo, mediante las centenares de leyes que rigen la vida social hechas en su favor […]

También señala que el Estado no distribuye justicia, y que ésta solo existe en las sociedades que se apoyan mutuamente:

En las sociedades regidas autoritariamente el equilibrio social, como corolario obligado de un orden de cosas que tuviese por norma la justicia, no ha existido jamás ni podrá existir, porque legislación y autoridad encargada de ejecutarla, implican necesariamente dominio, es decir, tiranía, y donde hay dominio hay dominadores y dominados, tiranos y tiranizados, poseedores y desposeídos, y por consecuencia, explotadores y explotados¸ por el contrario, donde hay igualdad de condiciones no es necesaria ninguna ley que garantice lo que virtual e implícitamente por la igualdad misma queda garantizado, a saber: el perfecto derecho al goce de todo lo que sirve para conservar, enaltecer y embellecer la vida en justa reciprocidad de nuestra cooperación para producir lo concerniente a conservarla, enaltecerla y embellecerla

Aduce que hay quienes piensan que el Estado es una creación divina y que así justifican el capitalismo:

Hay quien aceptando a priori la existencia de un Dios personal, separado y aparte del mundo objetivo, autor y creador de todas las cosas, proclama que el Estado como todo lo creado es obra de ese Dios […]

También afirma que hay quienes le dan una explicación materialista, esto es, que es creación de un estadista para apartar al ser humano del estado natural:

Otros, apartándose de este origen ultraterreno, suponen que el Estado es obra de los hombres, y en esto sí que no se equivocan, solo que sus conclusiones están en desacuerdo con las investigaciones de la moderna sociología […]

Resumiendo, para José Casasola en un primer momento, y en las sociedades primitivas, no existía Estado: éste surgió junto con la opresión cuando finalizó la etapa en que imperaba el apoyo mutuo.

Finaliza con la argumentación de que en la actualidad el Estado bendice la sociedad desigual y opresora:

Aún podría objetársenos que el Estado moderno se funda en la ley igual para todos hecha por los representantes del pueblo en virtud del sufragio universal; pero ya sabemos que esos representantes del pueblo lo son por virtud del pucherazo electoral, y que en su gran mayoría se componen de privilegiados y aventureros que tienen especial cuidado de hacer las leyes […]

Y es que como sostiene Francis Dupuis-Deri (2007: 19) la coerción es sinónimo de violencia, y toda la autoridad es coercitiva.

Anselmo Lorenzo[8] dice que el Estado es autoritario y que no se extrae nada bueno de él:

La preocupación autoritaria, la acción del poder: ahí radica el origen del mal que todos lamentamos, burgueses y trabajadores, nosotros con harto más motivo, y preciso es arrancar de cuajo esa funestísima preocupación político-autoritaria que lleva a todo el que no es anarquista a pedir a ese mismo Estado, a ese mismo poder, que el olmo de peras, o lo que es lo mismo, que causas malas den resultados buenos

Para este anarquista, es necesario destruir el Estado y todo órgano político:

Estado monárquico, Estado republicano, Estado burgués obrero, todo es lo mismo; en todas y en cada una de esas formas autoritarias se encarna el despotismo de arriba y la esclavitud de abajo […]

Y es que como dice Aníbal D’Auria (2008: 16 y 18) el anarquismo ataca el Estado porque su idea de justicia es opuesto a todo derecho positivo. Y que para los ácratas el derecho o el Estado es coacción física, superstición y violencia.

Recapitulamos con los argumentos de Ricardo Mella[9] cuando piensa que:

La tiranía del Estado siempre produjo los mismos lamentables efectos, traduciéndose en una encadenación infinita de despojos arbitrarios y onerosidades abominables. –Los hombres y las clases que dan vida y que viven de la monopolización del Estado, ejercen sin escrúpulos de conciencia todo género de injusticias legales, sancionando y promulgando caprichosamente leyes, códigos y constituciones que hagan posible sus felonías y desafueros. […]

[…] El Estado es la sociedad organizada oficialmente para defender los intereses de los grandes propietarios y fomentar por medio de la fuerza el influjo y poderío de los potentados y nobles: es una fuerza formidable. Realmente el Estado es un poder avasallador y despótico que infunde miedo, y lo que infunde pavor, lo que aniquila y aterra, claro está que debe ser nocivo para la salud social. Esto es indudable

 […] Procurar la derogación del Estado por los incorregibles defectos de que adolece, ya que solo plantel de infamias y atropellos supone, es trabajar en pro de la justicia.

Conclusiones

Pensamos que el Estado, para los anarquistas decimonónicos, es autoridad, fuerza, despliegue ostentoso y engreído del poder: es el violador legal de la voluntad de los de abajo y la negación permanente de toda libertad. Por eso se negaban a él.

Bibliografía citada

D’AURIA, A., (2008) “Ciencia del derecho y crítica del Estado: Kelsen y los anarquistas” en Academia. Revista de enseñanza del Derecho, Año 6, número 12, pp. 9-21

DUPIS_DERI, F., (2007) L’anarchies dans la philosophie politique. Réflexions anarchists sur la typologie traditionnelle des régimes politiques, Québec

Ferrer, Ch (compilador), (1985) El lenguaje libertario, Montevideo, Piedra Libre, II t.

Joaquín Beltrán Dengra

Notas:

[1] 1908, número 21

[2] 1886, número 1

[3] 1894-9, número 25

[4] 1904, número 8

[5] 1887, número 24

[6] 1890, número 226

[7] Almanaque de la revista Blanca para 1903

[8] Almanaque de la revista Blanca para 1903

[9] Almanaque de la revista Blanca para 1903

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