La alienación animal

Los animales, al igual que los seres humanos, han nacido para ser libres. Y libres quiere decir en ambos casos con la capacidad no sólo de hacer lo que les plazca sino sobre todo de llevar una vida auténtica.

En las sociedades humanas nos encontramos con relaciones de poder, y con ello a la subordinación de unos seres humanos a otros. La alienación significa, entre otras cosas, ser objeto y no sujeto en tanto en cuanto son otros quienes le imponen al individuo unas metas y una forma de vida que no obedecen a sus aspiraciones reales. Esto significa llevar una vida inauténtica. Es la vida de los desheredados, los oprimidos, los desempleados, de todos quienes son hoy seres malogrados y descontentos consigo mismos porque no son lo que querrían ser sino lo que otros les impusieron.

Con los animales se da una ligera diferencia pues ellos no cambian. Los osos de hoy son como los osos de hace 50 años y de hace 200. Están sujetos a la naturaleza, pero por esa misma razón su naturaleza les impulsa a actuar instintivamente en un sentido y no en otro. El lugar de un león es la sabana africana donde lleva una vida de león, una vida auténtica en la que se dedica a hacer esas cosas que son propias de un león. En su hábitat es y se desarrolla como león, sin imposiciones ajenas a las restricciones que establece la propia naturaleza y el entorno en el que vive. Sin embargo, comienza a ser un alienado cuando su lugar en el mundo pasa a ser otro que le viene impuesto por algo diferente de la naturaleza, como puede ser la mano del hombre. En un zoológico o en un circo deja de ser león para convertirse en otra cosa. No sólo se ve constreñido por una jaula o un muro, sino que le es impuesta una vida que no le permite ser y desarrollarse plenamente como un león lo que, en definitiva, no le deja ser un león.

La sujeción del animal al ser humano es lo que lo aliena, lo que lo convierte en objeto de y para alguien. Su vida no es vivida desde sí mismo sino desde quien lo constriñe y le impone su voluntad. Se convierte en propiedad, en mercancía, y esto en no pocas ocasiones hace de él una fuente de beneficios. Prueba de esto último lo es la industria alimenticia en toda su dimensión, pero también aquella que tiene relación directa con el mundo del ocio y del espectáculo, sin olvidar los usos científicos y de investigación que se desarrollan con y sobre animales.

La alienación animal cuenta con diferentes dimensiones en función del ámbito que determine el uso del animal. No son pocas las críticas, y justificadas, que han sido hechas contra el uso cruel e industrial de los animales que los ha convertido no sólo en fuente de beneficios sino también, indirectamente, en medio de control sobre el ser humano.

Sin embargo, hay un ámbito en el que se da la alineación animal pero que no resulta tan visible en la medida en que nadie, todavía, lo ha señalado como alienante para los animales a lo que se une el hecho de que socialmente no es visto como tal. Este no es otro que el que corresponde al ámbito doméstico en el que los humanos poseen una importante variedad de mascotas.

La sociedad actual ha destruido la sociabilidad humana y con ella la convivencia entre las personas. A esta circunstancia van aparejadas una serie de consecuencias tremendamente nefastas como es un creciente individualismo, la soledad, el aislamiento y una serie de carencias afectivas y emocionales cada vez más grandes que tratan de suplirse de variadas maneras. Una de estas maneras es por medio de las mascotas en las que trata de encontrarse un sustitutorio a esas carencias que genera la sociedad de hoy. Esto explica que haya emergido un enorme y poderoso mercado de mascotas de todo tipo. En ellas trata de encontrarse cariño, compañía y otro tipo de emociones y afectos que la sociedad actual, crecientemente deshumanizada, no puede brindar o limita cada vez más.

Pero las mascotas no se diferencian de la alienación que padecen los animales en otros ámbitos, con la particularidad de que en este caso son sometidos a una domesticación que constituye un proceso bastante más intenso de sometimiento en la medida en que significa el aprendizaje de unos comportamientos que se adaptan a los intereses de sus amos. En lo que a esto respecta el animal no sólo no es libre de hacer lo que quiera, pese a que las diferencias entre las especies permite grados variables de autonomía, sino que ni tan siquiera es él mismo en tanto en cuanto su comportamiento es fruto de un aprendizaje inculcado desde el exterior destinado a crear en él determinadas costumbres que, de otra manera, el animal no hubiera desarrollado por sí mismo.

El sometimiento del animal domesticado adopta expresiones simbólicas de diferentes maneras como puede ser la jaula o la correa. Pero también se manifiesta de modos más específicos cuando se crean relaciones de dependencia con el amo. El animal ya no se vale por sí mismo para satisfacer necesidades básicas como la alimentación, lo que constituye una de los métodos de control más importantes que puede llegar a ejercerse sobre el animal al que le sigue, por las cada vez más intrusivas normativas impuestas por el ente estatal, la implantación de chips geolocalizadores.

La reclusión y sujeción del animal al amo es una parte de esa alienación que padece, esto le ubica en un hábitat, sobre todo el urbano, que no es necesariamente el propio pese a que diferentes especies, debido a su temprana domesticación, se han adaptado con relativa facilidad al nuevo contexto en el que se les ha impuesto vivir.

En no pocas ocasiones se aduce que la presencia de animales en el ámbito doméstico es consecuencia de unas relaciones de ayuda mutua que siempre se dieron, de forma que existía cierta compenetración en la satisfacción de las necesidades mutuas. Este sería, por ejemplo, el caso del perro guardián que protege la casa de su amo frente a posibles usurpadores, o el gato que se ocupa de perseguir roedores. Pero lo cierto es que el ser humano, antes de la urbanización de las sociedades rurales, vivía en un entorno natural que todavía no había sufrido las grandes transformaciones ejercidas por el Estado, el capitalismo y la industrialización, con lo que el contexto mismo creaba las condiciones necesarias para la convivencia y donde los animales desarrollaban espontánea y naturalmente relaciones de apoyo mutuo.[1] No se producía una conculcación de la libertad del animal como la que se da hoy en día, y cuando esta se producía obedecía a necesidades de subsistencia del propio ser humano y en un grado bastante limitado.

La vida inauténtica que las mascotas son obligadas a llevar es la expresión de la alienación a la que son sometidas, a su falta de libertad para desarrollarse y ser en su propio hábitat en unas condiciones de libertad razonable. En las sociedades rurales, hoy destruidas por el Estado y el capitalismo, los animales ocupaban su propio espacio en convivencia con los humanos pero no existía la figura de la mascota como tal, como tampoco se había impuesto sobre diferentes especies las cotas de domesticación que hoy se dan. Esto era así debido a que se trataba de sociedades convivenciales, donde las necesidades afectivas y emocionales eran cubiertas por los seres humanos entre sí en tanto en cuanto existía una comunidad, y por tanto también un vínculo social que generaba el sentimiento de pertenencia que la mantenía relativamente bien cohesionada. En este contexto el animal no jugaba el papel de mascota que hoy el mercado y el capitalismo, pero sobre todo el Estado, le han asignado, como elemento sustitutorio de las carencias emocionales y afectivas que el sistema de dominación ha creado en el individuo. Esto explica que caminemos a una creciente mercantilización del mundo animal y a la presencia de una cada vez mayor variedad de mascotas.[2]

Por otro lado la elevada presencia de las mascotas en la vida de los humanos ha significado la aparición de nuevas formas de socialización del sujeto, pero mediatizada por la propia mascota. La aparición de clubes y asociaciones cuya temática gira en torno a diferentes tipos de mascotas, o simplemente las relaciones que se generan fruto, a su vez, de la sociabilidad animal en lugares más o menos públicos, constituyen un punto de encuentro entre los individuos. Sin embargo, nada de esto altera la condición de alienado que padece el animal en tanto que objeto y posesión de su dueño.

La liberación animal camina por la desdomesticación y la desaparición de la figura de la mascota, y con ello la creación de un espacio de libertad en la que esta pueda llevar en el hábitat que le es propio una vida auténtica que se corresponda con aquello que realmente es. Simultáneamente implica la recuperación del vínculo social entre humanos que permita restablecer una sana convivencia y una mayor integración del individuo en su comunidad para, de esta forma, desarrollar relaciones en las que las necesidades emocionales y afectivas se vean colmadas.

Por tanto, la emancipación de los hoy sometidos al sistema de dominación estatal-capitalista no será del todo completa si no va acompañada de una redefinición de las relaciones del ser humano con los animales, y consecuentemente con la destrucción de las instituciones oficiales del Estado y del capitalismo, que han creado estas condiciones de dominación y explotación a las que tanto los humanos como los animales son sometidos.

Esteban Vidal

[1] Es bastante reveladora la investigación desarrollada en Kropotkin, Pedro, El apoyo mutuo, Colombia, Ediciones Madre Tierra, 1989

[2] Cabe destacar, como una de las excentricidades del sistema pero también como respuesta a los problemas de socialización por él mismo creados, la aparición de los denominados “Cat bar” o “Cat café” que son lugares donde se ofrece al cliente una gran variedad de gatos de los que puede disfrutar de su compañía mientras toma una consumición. La idea surgió en Taiwán a finales de la década de los 90 pero se extendió rápidamente a Japón y de allí al resto del mundo.

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