Deconstruir el hombre y la masculinidad

feminismoLo contrario de viril no es femenino sino infantil. Lo infantil es una mezcla de inocencia, espontaneidad humana e inexperiencia, por un lado, y modelado adulto, por otro lado, esencialmente, ser un niño supone cierta dependencia, inseguridad, vulnerabilidad, irresponsabilidad, indisciplina, priorizar el juego, tener bastante desarrollada la parte emocional, ser visto por los adultos o mayores como un ser inofensivo y, por tanto, totalmente maleable e idóneo para la obediencia (en el patriarcado), como une ser asexual, pervertible o pervertido por la cultura patriarcal y su estrecha mirada en materia sexual, ser un niño supone también (en el patriarcado) recibir una total falta de respeto y consideración hacia su criterio y, generalmente, también hacia su voluntad (deseo/necesidad) si está fuera de la perspectiva adulta, ya sea específica (un adulto en concreto) o amplia (adultista, adultocentrismo). Lo femenino es una extensión de lo infantil, con la diferencia de ser modelado al gusto del Hombre, en función de sus necesidades y deseos.

El “Hombre” es un constructo cultural necesario en el patriarcado. La masculinidad es una ilusión, supone un reto permanente y una negación. En realidad, los varones no existen, porque esa categoría es inalcanzable íntegramente.

La cultura patriarcal construye polos opuestos (binarismo de género) porque está basada en la dominación, donde unos mandan y otros obedecen favoreciendo la creación de polos opuestos, que ayudan a preservar el orden establecido y mantener un cierto equilibrio en ese modelo sociocultural.

Por lo tanto, el ser humano es deformado por los patrones alienantes del patriarcado: “Hombre” y “adulto opresor” y también “Mujer” e “infancia adulterada”. La persona sólo puede ser fiel a sí misma, plenamente, sin el corsé del género y sólo puede romper el círculo educativo para la sumisión eliminando al  adulto patriarcal, si queremos construir una comunidad humana saludable basada en la libertad y el respeto mutuo.

Los valores femeninos aceptan los límites personales y la inevitabilidad de las relaciones interdependientes. Los valores masculinos no admiten los límites personales, lo que supone vivir una impostura patológica, generadora de frustración y sufrimiento. Por otra parte, los valores femeninos no reconocen las posibilidades reales personales que permiten cierta autonomía, autosuficiencia e independencia anulándonos, anulando nuestra libertad; nos llenan de inseguridades, miedos y limitaciones, lo que creemos superar tomando como propio el género masculino en cierta medida (masculinizando la Mujer).

En el patriarcado actual (o neopatriarcado) el Hombre sigue siendo el sujeto universal por lo que se suelen valorar las cualidades asociadas a lo masculino o masculinizadas y lo importante es el Hombre (o, por extensión, los hombres) y lo que él (o ellos) hace(n) y dice (o dicen); lo femenino es despreciado, negado y rechazado. Lo que está ocurriendo es que el género se está empezando a disociar del sexo (parcialmente) porque se sigue asumiendo lo masculino como neutro y algunas cualidades valoradas tradicionalmente en un sexo empiezan a aceptarse en el otro, esto conlleva un cambio de roles, una ruptura con los estereotipos tradicionales y un proceso de masculinización de la mujer. Tras el pseudofeminismo que esto representa, lo valorado socialmente, se convierte en patrón para ambos sexos; obteniendo una aparente igualdad porque dejaría de existir la discriminación por razón de sexo, pero representando, en realidad, una invisibilización del poder. Debido a esta ambivalencia del sexo respecto del género y del poder, tenemos que empezar a cuestionar y atacar los valores patriarcales en sí mismos.

Algunos de los valores patriarcales, más allá del sexo de la persona que los profesa, como sometido o como opresor:

  • La prepotencia/la docilidad
  • Utilización de las personas para la satisfacción personal o colectiva de otros. También mutua (la satisfacción es mutua, pero la persona es igualmente cosificada). También mercantilizada.
  • Supremacía y valoración de lo masculino y lo adulto. Androcentrismo y adultocentrismo.
  • Negación y represión de los sentimientos. Aparentar invulnerabilidad.
  • Universalidad humana de la heterosexualidad. Banalización del sexo.
  • Posesión y propiedad privada.
  • Restricciones afectivas. Jerarquización de las relaciones proyectada hacia el provecho de la Familia o del Capital.
  • El género

El Estado y sus cuerpos represores (llamados de seguridad) han venido a sustituir el papel protector del Hombre (Padre, Marido, etc.) en el patriarcado. Tenemos que reemplazarlo por la comunidad, y que sea ella quien asuma ese papel. Así como las mismas mujeres y el apoyo mutuo.

Ha sido la necesidad de más mano de obra cualificada del capitalismo, la que ha permitido una formación más amplia de las mujeres y la adquisición de nuevas capacidades, y su entrada en ámbitos vetados hasta entonces, aprovechemos esta preparación y oportunidad para liberarnos, no para someternos doblemente o a la manera masculina; para encontrar otro modelo socioeconómico que no permita la explotación, la alienación ni la desigualdad e injusticia.

No permitamos que nos hagan cómplices del modelo político, económico y social establecido, tampoco del modelo cultural patriarcal.

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Publicación de un artículo más extenso sobre el tema en un próximo número de Alejandra (alejandraxanarcofem@gmail.com).

Bibliografía consultada:

XY La identidad masculina de Elisabeth Badinter

Congreso Internacional: Los hombres ante el nuevo orden social de Emakunde/Instituto Vasco de la mujer. Vitoria- Gasteiz 2002

Reacerse hombre de Juan Carlos Kreimer

El gran tabú de la dependencia masculina (¿Qué quieren las mujeres?) de E. L. Eichen Baum y S. Orbach

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